por
María Cristina García
A
34 años de la catástrofe. Cada generación se cree destinada a
rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero
su tarea quizá sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se
deshaga Camus (1960)
En
mayo del 2019 la serie Chernóbil de HBO se estrenó en Estados
Unidos y nos trajo a la memoria un hecho ocurrido el 26 de abril de
1986. Ese día una serie de explosiones destruyeron el reactor y el
edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica
Atómica de Chernóbil, situada en la frontera bielorrusa.
Después
de 33 años las nuevas generaciones se aterraron y nosotros que aun
sabiendo la gravedad de la explosión, recordamos Chernóbil. Pero
estábamos viviendo la naciente democracia, y su consolidación nos
llevaba todas las energías y preocupaciones. Chernóbil estaba lejos
y tal vez nos traería esa tragedia algún beneficio para
comercializar nuestros granos. No tuvimos conciencia, y si tuvimos
mucha ignorancia.
La
catástrofe de Chernóbil se convirtió en el desastre tecnológico
más grave del siglo XX.
El
informe inicial que Gorbachov recibió el 26 de abril de manos del
primer viceministro de Energía y Electricidad concluía que ‘no
son necesarias medidas especiales, incluida la evacuación de la
población’. Eso contribuye a explicar por qué el Kremlin no
emitió una alarma inmediata al país y al mundo.
La
Unión Soviética no reconoció la explosión hasta el 28 de abril, y
el motivo de que Gorbachov guardara silencio respecto al desastre
durante más de dos semanas o la razón de que, pese a enviar a su
primer ministro a la zona del desastre, nunca visitara Chernóbil,
tiene múltiples explicaciones… alguna se escucha en la serie de
HBO. Estamos tratando con algo que nunca sucedió en el planeta.
El
reconocimiento del accidente el 28 de abril se debió, como es
conocido, a que en Suecia se detectaron altos niveles de radiación y
surgió la sospecha de que el origen podría estar en la URSS. “Así,
el 28 de abril, Gorbachov presionó a favor de un mínimo anuncio
público para indicar que había tenido lugar una explosión” y que
se estaban tomando las medidas necesarias para precisar sus
consecuencias.
El
Primero de Mayo, cuando el politburó ya estaba mucho mejor
informado, los festejos fueron autorizados en Kiev y en otras
ciudades dentro del sector que circundaba Chernóbil, “con miles de
ciudadanos, incluidos niños, desfilando inocentemente frente a las
estatuas de Lenin en las plazas públicas”. Recién el 14 de mayo
el presidente se dirigió a la nación por televisión para comunicar
el desastre. Aunque antes de esa fecha las tropas ya se habían
movilizado y había comenzado la evacuación de la población
residente en un radio de entre 10 y 30 kilómetros de Chernóbil.
Esta
sucesión de hechos, me llevó a indagar que escribía Gorbachov en
su libro “Perestroika” (nuevas ideas para nuestro país y el
mundo), publicado en Nueva York en 1987, un año después de la
explosión.
Allí
solo dedica a la explosión, una página y media, que denomina -la
lección de Chernóbil- y textualmente dice: “Abril de 1986 nos
enseñó una seria lección sobre lo que es capaz de hacer un átomo
fuera de control usado para fines pacíficos. Me refiero a la
tragedia de Chernobyl. Ya hemos dicho toda la verdad sobre lo que
sucedió, cómo y por qué y sobre sus consecuencias. Los culpables
de esa catástrofe ya han sido llevados ante el tribunal. El mundo
sabe lo que hemos hecho en nuestro país para reducir las
consecuencias de esa desgracia… el trabajo continúa. Llevará
años, aunque la situación, vuelvo a repetirlo, ya está bajo
control…
...No
voy a recordar todas las mentiras que circularon sobre Chernobyl.
Simplemente quiero decir que valoramos la comprensión y la ayuda de
todos aquellos que se compadecieron de nuestra desgracia, pero
también comprobamos cuanta malicia y mala voluntad existen en el
mundo” (1)
El
secretismo y las falacias no acabaron después de que aquel desastre
hiciera estremecerse a Ucrania. Cuando el reactor número 4 dejó de
escupir muerte y dolor, el gobierno de la URSS se empecinó en
evitar, al precio que fuera, que las repercusiones del accidente
fueran conocidas (entre ellas, que las emisiones nucleares lanzadas a
la atmósfera en Chernóbil equivalían a 500 bombas de Hiroshima).
Según
explica a la BBC Irena Taranyuk (entonces una niña residente en el
país) hubo tanta desinformación en torno al suceso que no tuvieron
más remedio que informarse a través de los medios extranjeros. El
caso más exagerado fue el del presidente Mijail Gorbachov quien, a
pesar de que conoció los sucesos en la planta nuclear a primera
hora, no interrumpió su fin de semana y evitó hablar de ello en
televisión hasta que pasaron 18 días.
Hacia
adentro del régimen, se escuchaba otra voz, (la hipocresía tan
frecuente en la política y el doble discurso no fue ajeno a
Gorbachov)… El 22 de mayo, Gorbachov le dijo al politburó que el
desastre de Chernóbil fue el resultado de una “irresponsabilidad
pasmosa”, fruto del “no ver más allá de las propias y estrechas
obligaciones técnicas”, del monopolio de la información y del
control que científicos burócratas de alto rango ejercían sobre la
energía atómica.
El
3 de junio, también ante el politburó, añadiría: “Nadie estaba
preparado. Ni la defensa civil, ni los servicios médicos, ni quienes
deben medir los niveles de radiación, ni los bomberos, que no tenían
idea de cómo enfrentarse al asunto. Todos la jodieron. El día
posterior a la explosión aún se celebraban bodas en las cercanías.
Los niños aún jugaban en las calles. ¿Hubo alguien que intentara
calibrar hacia dónde se dirigía la nube radiactiva? ¿Alguien que
tomara medidas? No. El director de la planta nuclear aseguraba que
nada de esto podía ocurrir. ¿No os preocupa el hecho de que haya
habido 104 accidentes en los últimos cinco años?”.
El
periodista Adam Higginbothan (autor de “Midnight in Chernobyl”)
dice al respecto: la reacción de los principales líderes de la URSS
fue “ocultar la tragedia” y “tratar de minimizar la información
que se publicaba”. Aunque, en su opinión, no solo por miedo a que
aquel desastre destrozara la reputación del país, sino también
porque “el evento era tan catastrófico” que ni los expertos
“podían asimilar lo que estaban viendo”.
En
todo caso, no dice mucho en favor de Gorbachov el saber que ordenó
cortar las redes telefónicas y prohibió a los “liquidadores” y
a los trabajadores de la central contar lo que había ocurrido en el
reactor número 4.
Aquella
fue la enésima mentira de unos políticos que habían engañado a
miles de personas para que se presentasen voluntarias y acudieran a
paliar, lanzando escombros, y enterrando tierra ante aquel desastre
nuclear.
¿Quiénes
eran los liquidadores?
Se
estima que fueron entre 600.000 y 800.000 personas. Una “fuerza”
20 veces mayor que el ejército que partió junto a Napoleón
Bonaparte para conquistar Egipto y 6 veces superior a la cantidad de
aliados que desembarcaron en las playas de Normandía el Día D.
Ese
es el número de soviéticos que, a partir del 26 de abril de 1986 y
-tras la explosión del reactor número 4 de Chernóbil- fueron
convocados por el gobierno para ayudar a sellar aquel infierno
nuclear. Fueron llamados los “liquidadores” y, aunque muchos de
ellos sabían a lo que se exponían, a otros tantos se les reclutó
con falsas promesas de riquezas o con la posibilidad de librarse del
servicio militar en Afganistán. Fueron, en definitiva, “engañados”,
pues tampoco se les informó de lo que -en aquellos años- se creía
que la radiación podía hacer en su cuerpo.
El
infierno nuclear de estos hombres (así como la de los pilotos y los
bomberos que acudieron a la central) había comenzado a la 1:23 de la
mañana.
El
mismo día de la explosión se registraron niveles elevados de
radiación en Suecia, Polonia, Alemania, Austria y Rumania, el 30 de
abril en Suiza y el norte de Italia, el 1º y 2 de mayo en Francia,
Bélgica, Países Bajos, Gran Bretaña y el norte de Grecia,. El 30
de mayo en Israel, Kuwait y Turquía.
Proyectadas
a gran altura, las sustancias gaseosas y volátiles se dispersaron
por todo el mundo, el 2 de mayo llegaron a Japón, el 4 de mayo a
China y la India, el 5 y 6 de mayo a EE.UU. y Canadá. La prestigiosa
escritora bielorrusa, Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura
(2015), ofrece en Voces de Chernóbil, un retrato profundamente
crítico de la antigua Unión Soviética y los testimonios de los
habitantes que aun padecen la tragedia. Leo en la página 47:
He
escrito durante muchos años este libro, casi 20. Me he encontrado y
he hablado con ex trabajadores de la central, con científicos,
médicos, soldados, evacuados, residentes ilegales en zonas
prohibidas… estas personas contaban, buscaban respuestas.
Reflexionábamos juntos. A menudo tenían prisa, temían no llegar a
tiempo, y yo aún no sabía que el precio de su testimonio era la
vida. Apunte usted- me decían- No hemos comprendido todo lo que
hemos visto, pero que queden nuestras palabras. Alguien las leerá y
entenderá. Más tarde. Después de nosotros…
Tenían
razón en tener prisa, muchos de ellos ya murieron. Pero les dio
tiempo a mandar la señal… (2) Sin saberlo quizás, la escritora
hizo realidad aquello que escribió otro premio Nobel, Albert Camus:
Uno no puede ponerse al lado de quienes hacen la historia, sino al
servicio de quienes la padecen.
- Mijail Gorbachov. Perestroika. Emece Bs.As. 1987
- Svetlana Alexievich. Voces de Chernobil. Debate. 2019
Fuentes:
María Cristina García, Somos las decisiones que tomamos: Chernóbil 1986 (primera parte), 28 abril 2020, La Voz del Pueblo. Consultado 28 abril 2020.
Ilustración: Sebastián Angresano.
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