Los
grandes cerebros del mundo diseñaron la bomba atómica. Ahora
necesitamos una vacuna.
por
Javier Sampedro
Leó
Szilárd, un brillante físico húngaro, se hizo muy amigo de
Einstein en el Berlín de los felices años veinte, los mismos años
que tan mal han empezado en nuestro siglo. Aprovechando la
experiencia del alemán como oficinista de patentes, inventaron una
nevera y la registraron, con menos éxito que el que asó la manteca.
Sabemos esto gracias a una larga entrevista que el FBI hizo a
Einstein veinte años después. No constan moretones. La entrevista está en la red y cualquiera puede comprobar que procedió de una
forma civilizada. Lo que el FBI pretendía en 1940, con la guerra más
devastadora de la historia empezando a hervir en medio planeta, era
evaluar si Szilárd merecía una acreditación de seguridad en
Estados Unidos. El FBI decidió que sí, y las consecuencias fueron
seguramente enormes.
Tras
el fiasco del refrigerador en los felices veinte, Szilárd, que
además de húngaro era judío, tuvo que salir pitando de la Alemania
nazi como tantos otros de los mejores cerebros de la época. Se largó
primero a Inglaterra y luego a Nueva York. Mientras esperaba en un
semáforo en rojo en una calle de Londres, se le ocurrió de pronto
la idea de una reacción nuclear en cadena que aprovechara la
ecuación más famosa de su amigo, E = mc2, para desatar un
apocalipsis. Unos años después conoció las investigaciones sobre la fisión del uranio y percibió de inmediato que ese elemento
pesado era la clave.
Szilárd
ató cabos enseguida. Las mayores reservas de uranio estaban en el
Congo, una colonia belga en la época. ¿Y si lo compraban los nazis?
De pronto recordó algo extraordinario: su colega Einstein, con quien
había patentado el peor refrigerador del siglo XX, era amigo de la
reina madre de Bélgica. Corría 1939, y Szilárd se enteró de que Einstein estaba pasando unos días en Long Island, así que se plantó
allí con un coche y preguntó al primer chaval que se encontró en
la cuneta: “¿Muchacho, sabes dónde vive el doctor Einstein?”. Y
el muchacho lo sabía.
Lo
demás es historia del siglo XX. Szilárd explicó a su amigo los
avances sobre la fisión del uranio y la reacción en cadena, y
Einstein comprendió el problema de inmediato y redactó una carta
para la reina madre de Bélgica. Unos días después, el economista
de Lehman Brothers (lo que son las cosas) Alexander Sachs vio más
allá de lo que habían percibido los dos físicos geniales. Si la
bomba podía construirse, Estados Unidos debía construirla. Einstein
no tenía que escribir a la reina madre, sino al presidente
Roosevelt. Ese fue el origen del proyecto Manhattan, que arrancaría
al año siguiente en el laboratorio secreto de Los Álamos.
El
enemigo actual no es un psicópata con bigote, sino un coronavirus
que nos han cedido amablemente murciélagos y pangolines. En vez de
escribir a la reina madre, construyamos la vacuna.
Puedes
seguir a MATERIA en Facebook, Twitter, Instagram o suscribirte aquí
a nuestra Newsletter.
Fuente:
Javier Sampedro, Los Álamos, 11 abril 2020, El País. Consultado 13 abril 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario