La
caída de la demanda provocada por la pandemia castiga a un sector
que ya tenía problemas de rentabilidad.
por
Pablo Guimón
Hace
apenas un año, la industria petrolera estadounidense celebraba
triunfante la independencia energética, soñada durante décadas por
políticos y ejecutivos deseosos de dar un portazo a productores
extranjeros poco fiables. Misión cumplida. Estados Unidos se
convertía en el mayor productor global de crudo. “La edad de oro
de la energía americana está en marcha”, declaraba solemne Donald
Trump.
Entonces
llegó el coronavirus y la demanda global se paralizó de pronto. La
euforia se convirtió en espanto, materializado al comienzo de esta
semana en un lunes negro para la historia, en el que los precios del
petróleo cayeron por primera vez por debajo de cero. En la
superficie parece un evento aleatorio. Pero la realidad nunca fue tan
dorada como la pintaba el presidente.
El
sueño de la independencia energética se alcanzaba gracias al
fracking, práctica que consiste en arrojar agua a presión y otros
químicos en el subsuelo para obtener petróleo de las grietas entre
las rocas. “Ha sido una revolución, ha alterado la industria
global”, explica Raoul LeBlanc, vicepresidente de Energía en IHS
Markit. “El sector ha crecido muchísimo, pero no ha tenido tanto
éxito en términos de rendimiento económico. Ha sido todo crecer y
no hacer dinero. Ya había cierto descontento con la industria, al
que las compañías respondieron limitando un poco el crecimiento
para dar dinero a los accionistas. Pero este negocio requiere
destinar dinero a hacer más pozos. Digamos que tiene que correr para
estar quieto, hay que alimentar constantemente a la bestia. Para
obtener un rendimiento del 10 % con el fracking, se calcula que el
barril tiene que estar a entre 35 y 55 dólares”.
Controvertido
por su impacto en el medio ambiente, muchos defienden que el
fracking, más caro que la extracción tradicional y por tanto más
sensible a las bajadas de precio, era ya un negocio ruinoso mucho
antes de que golpeara el coronavirus. Desde 2015, según un estudio
del Centro para la Legislación Medioambiental internacional, más de
200 empresas perforadoras han quebrado. Hasta 32 de ellas declararon
bancarrota en 2019, y otras siete en el primer trimestre de 2020.
Según un estudio reciente de Rystad Energy, con los precios del
petróleo y gas predominantes antes de que cayera bruscamente la
demanda por la pandemia, casi todos los nuevos pozos de fracking
perderían dinero.
Con
buena parte de la economía mundial paralizada por las medidas
impuestas para contener la propagación del coronavirus, el impacto
del insólito bajón de la demanda ya se ha notado en Texas, Nuevo
México o Dakota del Norte. Solo en ese último Estado, el 5 % del
empleo depende del fracking. Los despidos se suceden. Las compañías
están dejando de perforar y cerrando pozos.
“Veremos
quiebras. Muchas, de hecho”, asegura Jacques Rousseau, director
adjunto de Clear View, firma de investigación y análisis de
tendencias en la energía. “Ya las ha habido, pero habrá muchas
más en los próximos meses y años. Como en cualquier negocio, las
compañías más grandes, más capitalizadas y diversificadas,
sortearán mejor la tormenta que las pequeñas. La pregunta es cuánto
va a durar esta situación tan excepcional”.
La
industria petrolera, que supone cerca de 10 millones de empleos
directos e indirectos en el país, es hoy tan grande que las ondas
sísmicas de su sacudida afectarán, por fases, a otros sectores.
Primero a los empleos relacionados con la construcción de nuevos
pozos. Se calcula que 50 dolares el barril es el coste mínimo para
poder explotar los pozos existentes y además taladrar nuevos. Las
compañías que ofrecen servicios de perforación, así como otras
más pequeñas que se encargan de la limpieza, el transporte o
estudios geológicos, han empezado a despedir a trabajadores y a
reducir sus operaciones. Pero también sufrirán los productores que
fabrican los materiales para sus instalaciones o los bancos y fondos
que prestan el dinero. Los productores acumulan 86.000 millones de
deuda con vencimientos antes de 2024, según Moody’s, y casi la
mitad vence este año.
“Nunca
fallaremos a la gran industria del petróleo y del gas
estadounidense. He ordenado a los secretarios de Energía y del
Tesoro que formulen un plan que disponga fondos para que estas
compañías tan importantes y sus empleos estén asegurados para el
futuro”, tuiteaba el presidente Trump el martes. Pero su margen de
maniobra es limitado en una industria que, globalmente, produce cada
día 30 millones de barriles más de los que se demandan.
“Hay
más de 5.000 operadores en Estados Unidos, y 200 de ellos son
responsables del 90% de la producción”, explica LeBlanc. “Pero
todas esas otras pequeñas operaciones no tienen recursos y están
muy endeudadas. El sector cambiará mucho. Esto es como tratar de
parar de repente un tren que va a toda velocidad. Pero la demanda
volverá y el petróleo estadounidense seguirá siendo competitivo”.
Regrese
cuando regrese la actividad económica, pocos dudan de que la crisis
va a tener un efecto transformador en un sector que se enfrenta
además al colosal reto de la crisis climática. Ya había un
creciente movimiento contrario a esta práctica por su enorme impacto
ambiental, pues al daño en sí de quemar combustibles fósiles se
suman otros como el efecto contaminante en el agua de los químicos
empleados. La mayoría de los candidatos demócratas en las primarias
del partido defendían prohibir su práctica en terrenos federales, y
una iniciativa promovida por el senador y excandidato presidencial
Bernie Sanders y la popular congresista Alexandria Ocasio-Cortez
proponía directamente prohibir el fracking. Hay quien cree que, al
final, será la economía y no la política la que aplaste esta
controvertida revolución energética.
Fuente:
Pablo Guimón, Jaque a la revolución del ‘fracking’ en Estados Unidos, 25 abril 2020, El País. Consultado 28 abril 2020.
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