En
la madrugada del 26 de abril de 1986, una prueba de seguridad fallida
en una planta nuclear en Ucrania, entonces parte de la URSS, provocó
el mayor desastre atómico de todos los tiempos. Miles de muertes, un
poblado evacuado y la credibilidad del gobierno soviético puesta a
prueba, fueron los factores que entraron en juego en las angustiosas
primeras horas de un accidente que pasaría a la historia y años
después inspiraría libros y hasta una exitosa miniserie.
por
Felipe Retamal
Parecía
una emergencia como cualquiera de las otras. La madrugada del 26 de
abril de 1986, los bomberos de la localidad de Prípiat fueron
convocados para atender un incendio que ya habían advertido desde
sus casas. Una densa columna de fuego y humo, se levantaba sobre la
central nuclear Vladimir Ilich Lenin. Pero no era como otras que
habían visto; esta lucía oscura, agitada, monstruosa. La primavera
recién llegaba a Ucrania, entonces una de las zonas del imperio
soviético. Pero sería la última para muchos de los vecinos del
lugar.
Se
trataba del mayor desastre nucelar registrado en la historia. Hasta
hoy el número de víctimas genera controversia (desde las 1.000 a
las 60.000 dependiendo del autor), sin dejar de lado otros miles que
desarrollaron alguna clase de cáncer a consecuencia del accidente. A
muchos ucranianos y bielorrusos les debieron extirpar la tiroides,
dejándoles una marca en el cuello. Le llamaron “el collar de
Chernobyl”.
Fue
a la una con 23 minutos de la mañana cuando todo ocurrió. La pesada
cubierta de hormigón y acero de cuatro toneladas del reactor cuatro
explotó con furia. Se había diseñado como contención ante fugas y
posibles ataques externos, pero no pudo con la fuerza radioactiva. El
núcleo de grafito se incendió en contacto con el aire, y ardió a
más de 2000 ° C. Eso provocó la feroz columna de fuego que
advirtieron los habitantes de Prípiat.
“En
los momentos posteriores a la explosión inicial, se producían
varias explosiones cada dos segundos, lloviendo quemando escombros
radiactivos en el sitio, iniciando múltiples incendios y creando un
campo de radiación muy concentrado e intenso”, se detalla en el
libro The Chernobyl Disaster, de Aude Perrineau.
Los
bomberos y quienes llegaron a trabajar notaron algo extraño. Un
sabor a metal que se podía sentir en el aire, tal como lo recrea la
miniserie Chernobyl, de HBO. Sin saberlo, estaban expuestos a la
radiación; sobre ellos caía una lluvia invisible, pero letal, de
estroncio, yodo, plutonio, neptunio y otras partículas radioactivas.
Además debieron hacer frente a los pedazos de grafito ardiendo. Sus
cuerpos acabarían desechos como una masa sanguinolienta de carne y
nervios.
Todo
ocurrió por una serie de errores en cadena. Para la noche del 25 al
26 de abril estaba prevista una prueba de seguridad en que se iba a
estudiar la capacidad de funcionamiento del reactor en caso de un
corte de energía. “Se suponía que este experimento probaría si
la turbina en el generador conectado al reactor produciría
suficiente energía residual para soportar el sistema de
enfriamiento”, detalla Perrineau.
Pero
una vulneración de seguridad tras otra, provocaron el desastre.
“En
la noche de la catástrofe, la potencia del reactor cayó a un nivel
inferior al esperado debido a un error operativo, lo que hizo que el
reactor fuera particularmente inestable. El experimento debería
haberse detenido en esta etapa, pero el equipo persistió -agrega
Perrineau-. Dyatlov [ingeniero en jefe adjunto de la central, a cargo
del experimento] estaba en contra de esto. Para restaurar la energía
del reactor, quitaron las barras de control y dejaron menos que las
normas de seguridad requeridas. Luego, el equipo se vio obligado a
tomar una serie de acciones rápidas, no todas bien pensadas, para
mantener el nivel de potencia en el reactor, que ahora era muy
inestable”.
“A
las 1:23 am, Toptunov [ingeniero jefe del control de reactores] se
dio cuenta de que el reactor estaba fuera de control. Akimov
[supervisor de turno] presionó el botón de parada de emergencia
para fortalecer las barras de control, pero el mal diseño alteró
las condiciones termodinámicas del núcleo y en su lugar aumentó el
nivel de reactividad. En unos segundos, la potencia alcanzó 100
veces su nivel normal y el reactor explotó a través de su cubierta
de hormigón”.
No
era el primer incidente de ese tipo en la URSS. Al menos desde 1957
hubo una explosión, una fusión parcial y algunos accidentes en
otros reactores. “Cuatro años antes de la explosión en 1982, se
produjo una fusión parcial en el reactor uno de Chernobyl, pero el
incidente estuvo tan bien encubierto que tanto los directores de
otras plantas de energía soviéticas como el secretario general
Leonid Brezhnev (1906-1982) no se dieron cuenta -detalla Perrineau-.
El análisis de estos accidentes en ese momento podría haber
mejorado el funcionamiento de las plantas. Sin embargo, las
regulaciones de seguridad fueron una preocupación menor en
comparación con asegurar la máxima producción y producción”.
A
las 5 de la madrugada sonó el teléfono en la residencia de Mijaíl
Gorbachov. Le avisaban de la explosión en la planta, aunque le
aseguraron que el reactor estaba intacto. “En las primeras horas e
incluso el día después del accidente no se sabía que el reactor
había explotado y que había una enorme emisión nuclear en la
atmósfera”, diría el exlíder soviético más tarde.
Pero
en los primeros días, las autoridades trataron de ocultar cualquier
señal de catástrofe. Fueron los suecos, quienes alertaron al mundo
de la presencia anormal de reactividad, que venía desde lejos. Le
exigieron explicaciones a Moscú, quienes respondieron con evasivas.
Finalmente, ante las cámaras de televisión debieron reconocerlo.
Aquello le dio un golpe a la credibilidad a las reformas de apertura,
la Glasnost, impulsada por Gorbachov. Algunos estudiosos, creen que
este incidente develó las grietas que acabarían con la
desintegración del megaestado que debía ser la patria de los
trabajadores.
Durante
nueve días, voluntarios (conocidos como "liquidadores) traídos
desde diferentes rincones de la URSS, combatieron el incendio. El
reactor fue sellado con un faraónico sarcófago de concreto, que en
2016 fue reemplazado por un domo de acero de 36.000 toneladas, la
mayor estructura móvil construida por el ser humano; un atroz motivo
de orgullo en una nación con un pasado acostumbrado a lo grande.
Prípiat se transformó en un pueblo fantasma; debió ser evacuado al
costo de sacrificar residencias, historias de vida y mascotas. Pero
la sombra ponzoñosa de la radiación se quedaría en el lugar como
un recordatorio silencioso y mortal.
Fuente:
Felipe Retamal, Chernobyl, la noche de sabor a metal, 14 abril 2020, La Tercera. Consultado 15 abril 2020.
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