Imagen satelital de los incendios en la zona de exclusión de Chernóbil, el 12 de abril de 2020, European Space Agency. |
El
entorno, que empezaba a recuperarse del accidente nuclear, acaba de
sufrir los peores incendios que se recuerdan. El humo ha llegado
hasta Kiev, donde se han encendido de nuevo las alarmas.
por
Xavier Colás
El
pasado verano, en plena fiebre por la serie Chernobyl del canal HBO,
espectadores de todo el mundo se preguntaron en redes sociales si
habría una segunda temporada. En Kiev no le vieron la gracia. Los
ucranianos, que junto con los bielorrusos fueron los más golpeados
por el accidente nuclear ocurrido tal día como hoy en 1986 (más de
9.000 muertos al cabo de los años, decenas de miles de enfermos y
desplazados) no pudieron sino arquear las cejas ante esa frivolidad
de los telespectadores.
La
herida atómica se suponía cerrada para siempre con el acero de la
nueva cubierta colocada sobre la central en 2016. Pero durante todo
este mes de abril la zona ha sufrido los peores incendios que se
recordaban, degradando un entorno que empezaba a recuperarse y
encendiendo de nuevo las alarmas en la capital ante una posible nube
tóxica. A Kiev ha llegado el humo. Y también han aumentado los
niveles de radiación, de momento sin pasar del umbral que conlleva
riesgo para la salud. En una ciudad confinada por el coronavirus, la
segunda temporada de Chernóbil se ha presentado sin avisar.
Se
han quemado más de 11.500 hectáreas. Se estima que los fuegos, que
han estado ardiendo desde el 4 de abril, han costado decenas de
millones. Unos 2.500 bomberos y personal de emergencias han sido
enviados a la zona, donde siguen activos varios fuegos que amenazan
la central. El 22 % de la zona de exclusión ha ardido, según
activistas sobre el terreno. Greenpeace confirma que son los
incendios más grandes jamás registrados en la zona de exclusión de
Chernóbil, "debidos al clima anormalmente caluroso, seco y muy
ventoso". Las autoridades investigan la quema de rastrojos y
también a un grupo de visitantes imprudentes.
"Es
necesario un control del fuego más eficaz, porque en esa zona hay
incendios cada verano. Cuando contaminamos territorios no podemos
simplemente marcharnos: hay que tratarlo igual que cualquier otra
zona contaminada y monitorizarlo", explica desde Washington Kate
Brown, autora de Manual de supervivencia (editado en España por
Capitán Swing), un libro en el que denuncia cómo la URSS trató de
ocultar la verdad del desastre con la colaboración occidental.
Olvidado
por el ser humano hasta que una serie lo volvió a poner en el mapa
tres décadas después del accidente, el entorno de Chernóbil
empezaba a derrotar a los clichés. El escenario de la peor
catástrofe nuclear del mundo se ha convertido con el paso de los
años en un área de conservación única que alberga muchos animales
y plantas difíciles de encontrar.
Todo
dentro de la zona de exclusión, un área con un diámetro irregular
de unos 30 o 40 kilómetros, que en 1986 quedó sentenciada a estar
vacía durante siglos. "Y quedan muchos puntos radiactivos,
incluso fuera de la zona de exclusión", apunta desde Nueva York
Adam Higginbotham, autor de Midnight in Chernobyl: The Untold Story
of the World's Greatest Nuclear Disaster.
Un
edén radiactivo
Osos,
bisontes, lobos, alces, linces, caballos salvajes, y unas 200
especies de aves -entre otros animales- aprovecharon la desaparición
del ser humano para conformar un ecosistema sorprendente, que alberga
una gran biodiversidad. Higginbotham lo considera un "edén
radiactivo". "Ahí está el Amazonas de Europa",
apunta Brown, que documenta en su libro cómo en aquella primavera
negra de 1986 una inmensa nube radiactiva compuesta por cesio,
estroncio, yodo y plutonio viajó primero al sur, hacia el interior
de Ucrania, y después hacia el norte, "impregnando todo el sur
de Bielorrusia, que era otra república agraria".
Tras
la pronta evacuación de los habitantes de la zona de Chernóbil, se
ordenó a escuadrones de reclutas soviéticos disparar a cualquier
animal que merodease. Entrado el nuevo siglo, el ser humano ha vuelto
al lugar del delito con un enfoque mejor. El proyecto TREE (de las
siglas en inglés Transferencia, Exposición y Efectos) instaló
durante varios años cámaras ocultas por toda la zona de exclusión,
que probaron la existencia de fauna abundante en todos los niveles de
radiación. Así se demostró por primera vez la presencia de osos
pardos y bisontes europeos en la zona ucraniana.
"Los
osos llegaron del noreste décadas después del accidente, fueron
detectados hace unos seis años y los bisontes entraron de manera
similar", explica el biólogo Germán Orizaola, que en los
últimos años ha trabajado en esa zona. Orizaola ha seguido la
evolución de los animales más afectados por los incendios de estos
días: los caballos salvajes de przewalski, una especie en peligro de
extinción originaria de Mongolia. Se soltaron por la zona en 1998.
"Son
fascinantes, estaban extinguidos en la naturaleza y fueron
recuperados desde zoos", añade este investigador del Instituto
de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo-CSIC.
Al instalarse los ejemplares pasaron de 30 a 20, pero luego
remontaron hasta llegar hoy a unos 150. En 2018, los científicos
detectaron doce manadas, "de las cuales tres o cuatro han
perdido con el fuego todo el territorio que habitaban", explica
Orizaola, que espera poder volver a la zona de exclusión para hacer
balance de daños.
Adiós
al bosque maldito
Los
satélites entregan estos días unas imágenes desoladoras de bosques
quemados. "El fuerte viento ha conseguido mover el fuego a ambos
lados de la vieja central nuclear", cuenta a este periódico
desde los alrededores de Chernóbil Olena Gnes, guía turístico y
ahora activista volcada en lograr ayuda para extinguir los fuegos.
Han sido controlados, pero siguen de manera latente.
"Gracias
a Dios, Pripyat de momento se ha salvado, pero zonas enteras de
bosque han desaparecido, entre ellas el famoso Bosque Rojo",
bautizado con ese nombre en 1986. En la primavera de aquel año,
200.000 personas fueron desplegadas en la zona para aplacar los
efectos del accidente: inicialmente eran soldados, policías y
bomberos. También fueron reclutados civiles para limpiar hasta
conformar un grupo de más de medio millón de personas. Fueron
llamados "liquidadores". Parte de su trabajo fue talar esos
árboles malditos que habían absorbido toda la radiación.
Pocos
animales sobrevivieron a las dosis radioactivas más altas. Pero el
principal miedo en aquel momento era que los inevitables incendios
-que ya han ocurrido varias veces- dispersasen en forma de partículas
en suspensión el material radiactivo de esos árboles situados al
oeste de la central. Así que la mayor parte fueron enterrados junto
con escombros contaminados en zanjas de tres metros de profundidad.
Esas
trincheras se cubrieron con una gruesa alfombra de arena, traída por
enormes camiones Kamaz. Como recuerda Higginbotham, "los
radionucleidos no pueden descomponerse ni destruirse, sólo
reubicarse o enterrarse". Los incendios forestales en áreas
contaminadas son hoy un gran problema para Ucrania, Bielorrusia y
Rusia, "donde cinco millones de personas aún viven en áreas
contaminadas", apunta Greenpeace.
Mutaciones
en animales
Aunque
la naturaleza se ha abierto camino, la radiación sí ha causado
algunos cambios en los animales. Orizaola ha investigado con los
anfibios de Chernóbil: "En la zona vemos algún indicio de
respuestas adaptativas frente a la radiación, como cambios en la
coloración de las ranas, unos animales con los que hemos trabajado
en todos los niveles de radiación". Fuera de la zona de
exclusión son verde brillante, pero junto a Chernóbil "encontramos
muchas más oscuras, incluso negras y grises. Creo que es un proceso
de selección en el que la coloración las protege". La
experiencia se corresponde con lo hallado en su momento en el reactor
accidentado: aparecieron hongos, pero eran todos negros.
Las
ranas no son el único caso. "En estudios en golondrinas se ha
detectado albinismo y peor reproducción", explica el
científico, quien, no obstante, advierte de que hay que manejar con
cuidado cada hallazgo "porque, por ejemplo, la golondrina
depende mucho del ser humano, por lo que allí se encuentra en un
entorno no tan favorable". Lo mismo pasa a la hora de juzgar la
desolación del Bosque Rojo, que tiene altos niveles de radiactividad
pero también otros inconvenientes como estar cerca de la carretera,
de la central y de otros puntos donde se concentra el escaso tránsito
humano. Por otro lado, es improbable dar con casos como un lobo con
un tumor, aunque los haya, "porque, sencillamente, los animales
con ese tipo de problemas o malformaciones mueren, sin más".
La
investigación del avance de la fauna en la zona muestra que para
algunas especies, sobre todo los grandes mamíferos, la presión de
las actividades humanas resultaría ser más negativa a medio plazo
para la fauna que un accidente nuclear. Por eso "los estudios
sobre los animales son tan útiles a la hora de entender los efectos
de la radiación".
"Esperemos
que no haya más desastres nucleares como Chernóbil, pero, si los
hubiese, habría que pensar si el modelo de zonas de exclusión fue
bueno, porque generó mucho daño psicológico a los desplazados".
Los caballos salvajes, "vertebrados como nosotros, son un
ejemplo de regreso a una zona contaminada habitando en unas zonas con
niveles de radiación asumibles". Los fuegos de estos días
amenazan con borrar el campo de pruebas en el que la naturaleza dobló
el pulso al uranio.
Fuente:
Xavier Colás @Xaviercolas, Chernóbil afronta su segundo desastre, 26 abril 2020, El Mundo. Consultado 26 abril 2020.
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