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En la imagen, vista aérea de una zona de selva virgen junto a otro quemado recientemente cerca de Porto Velho, el 23 de agosto de 2019. Foto: Víctor R. Caivano / AP. |
por
Alejandro Tena
Las
primeras reacciones ante una pandemia como la del coronavirus tratan
de buscar culpables. El pangolín o el murciélago podrían estar
detrás de la propagación del virus. Sin embargo, los expertos
señalan al ser humano que, a través de la deforestación, la tala y
el comercio con animales exóticos, se expone a estas enfermedades.
El
confinamiento nos hace buscar culpables. Unos, cargados de racismo, señalan a «los malditos virus chinos». Otros ponen el índice
sobre el pangolín, mientras buscan en las redes una imagen que les
dé oportunidad, al menos, de saber cómo es este animal exótico.
También hay quien, lejos de cerrar filas en momentos de unidad,
cargan contra el Gobierno, que parece no haber sabido gestionar la crisis sanitaria del coronavirus. Se puede encontrar, incluso,
personas que defienden de manera férrea que esta crisis viral
responde a intereses ocultos, lo cual ha sido desmentido por la
ciencia en un estudio reciente que niega que COVID-19 pueda habernacido en una laboratorio.
Más
allá de conjeturas, esta pandemia global pone sobre la mesa una
evidencia relativa a la repentina aparición de virus desconocidos en
las sociedades: el ser humano y sus acciones sobre el medio ambiente
favorecen que este tipo de organismos, ocultos en la naturaleza,
entren en contacto con las sociedades. «Simplificamos los
ecosistemas, reducimos el número de especies y perdemos
biodiversidad. Esto hace que desaparezcan especies intermedias que
actúan como barrera, favoreciendo que estemos en contacto con otras
especies con las que nunca teníamos contacto y, por lo tanto, más
expuestos», explica a Público Fernando Valladares, doctor en
Ciencias Biológicas e investigador del Centro Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC).
La reducción de la Tierra a un producto es, sin lugar a dudas, un
condicionante a tener en cuenta a la hora entender la razón por la
que este tipo de enfermedades -unas más virulentas que otras- se
propagan por el mundo con cada vez mayor periodicidad. «Existe una
vinculación probada científicamente entre la destrucción de
entornos naturales y la aparición de nuevas enfermedades», expone
Juantxo López de Uralde, diputado ecologista y presidente de la
Comisión de Transición Ecológica del Congreso. «Con la
destrucción de bosques tropicales para, por ejemplo, plantación de monocultivos, las especies desaparecen y otras buscan refugio en
zonas más cercanas al ser humano, que interactúa con el animal a
través de comercio de especies, o directamente se lo come, y termina
contagiándose», resume el experto.
El
problema de eliminar bosques para llenar bolsillos va más allá de
la moralidad ecologista y abre la puerta a que se aumenten los
riesgos de propagación de enfermedades. Según explicaba esta semana en la BBC Peter Daszak, ecólogo e investigador clave en el
descubrimiento de los murciélagos como origen del SARS, se estima
que en las zonas más recónditas del planeta se esconden en torno a
1,7 millones de virus sin descubrir, lo que revela hasta qué punto
revertir espacios naturales al antojo de la economía -sea
deforestación o sea tráfico de especies exóticas- puede aumentar
los riesgos de una pandemia como la actual.
«Estamos
gastándonos una ingente cantidad de dinero en contener un fracaso,
que es lo que es el coronavirus»
«Uno
de los mensajes más importante durante esta crisis es que la
biodiversidad nos protege. Es algo que debe de quedar claro. Estamos
gastándonos una ingente cantidad de dinero en contener un fracaso,
que es lo que es el coronavirus, porque el éxito no es vencer la
pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario recuperar
los ecosistemas y mantenerlos intactos», advierte Valladares, que
pone el foco en el valor de la naturaleza como «barrera» ante este
tipo de fenómenos.
En
el caso del coronavirus, las tesis principales hablan del murciélago
como uno de los animales que habría podido propagar el virus. Lo que
no está claro es cómo y si hubo animales intermedios -aquí podría
entrar en juego el pangolín- que hubieran estado infectados por el
mamífero volador y pudieran haber propagado el virus. En cualquier
caso, las similitudes con la propagación de otras pandemias como la
del Sars o el Ébola son evidentes: seres humanos que entran en
contacto con animales con los que en el pasado no guardaban relación
alguna.
Esta
irrupción del ser humano en la naturaleza se convierte, según un
informe reciente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en un
«boomerang» que se vuelve contra la salud global. Así, la
expansión del COVI-19 se se debe, según las primeras publicaciones,
a un proceso de zoonosis que, lejos de tener su origen en los
mercados de especies exóticas, comienza en las actividades de
deforestación y construcción de infraestructuras en territorios
boscosos. Este es el primer paso para que animales prácticamente
desconocidos se acerquen al ser humano.
«El
éxito no es vencer la pandemia, sino que no se produzca y para ello
es necesario recuperar los ecosistemas y mantenerlos intactos»
Los
murciélagos estaban detrás del SARS, el mono pudo ser el paciente
cero del VIH, las gallinas, a su vez, extendieron la gripe aviar y,
ahora, se señala al pangolín y al murciélago como posibles
transmisores del COVID-19. «Tendemos a buscar un origen y siempre
recurrimos al animal, cuando el culpable real es el ser humano, que
de manera directa o indirecta ha sacado a las especies de sus
ecosistemas», argumenta López de Uralde.
«Hasta
ahora hemos conservado los ecosistemas por pura ética, sin saber que
estos ecosistemas nos protegen», agrega Valladares, haciendo énfasis
en que esta crisis puede servir para entender el valor de protección
que tiene la naturaleza. Así, el experto incide en que la «victoria»
sobre el coronavirus pasa por la «complejización» de los
ecosistemas y para ello, según explica, es necesario «cambiar las
estructuras sociales y económicas» que favorecen la depravación de
la naturaleza. «Es la única forma de conseguir que dentro de un
tiempo no llegue otro virus desconocido a las civilizaciones»,
zanja.
Fuente:
Alejandro Tena, La destrucción de los ecosistemas, el primer paso hacia las pandemias, 18 marzo 2020, Público.
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