martes, 10 de marzo de 2020

Fukushima sigue siendo una amenaza 9 años después del accidente nuclear

El edificio del reactor de la Unidad 4 de la accidentada central nuclear de Fukushima Daiichi, en Okuma, Japón, en noviembre 2013. Fuente: David Guttenfelder / AP Photo.

Casi todo el combustible de Fukushima Daiichi sigue en la central, necesitará refrigeración durante años, y los vertidos y residuos radiactivos se acumulan en la zona mientras el gobierno nipón obliga a la población a regresar.

Ecologistas en Acción apoya la campaña internacional ‘Juegos Olímpicos Libres de Nucleares 2020’ y manifiesta una vez más que el riesgo de la energía nuclear es inasumible, más aún para una contribución de menos del 5 % de la energía que utiliza el mundo.

La central de Fukushima Daiichi continúa siendo una amenaza nueve años después del accidente: casi todo el combustible sigue allí y necesitará refrigeración durante años, probablemente se verterá de nuevo agua radiactiva al mar, los residuos radiactivos de la limpieza se acumulan en la zona, los habitantes evacuados se ven forzados por su propio gobierno a regresar. Las Olimpiadas arrancan a solo 20 kilómetros de la zona cero.

Los trabajos de descontaminación avanzan muy lentamente. Las 880 toneladas de combustible nuclear fundido siguen allí y empiezan a manifestarse dudas de que puedan retirarse completamente algún día, lo que exigiría encerrar los reactores en un sarcófago. Como en Chernóbil. Hace menos de un año que ha comenzado la retirada del combustible gastado que está en piscina, pero solo del reactor 3. Los del 1 y el 2 tendrán que esperar hasta cinco años.

Mientras el combustible esté ahí hay que mantener un flujo de agua para refrigerarlo, pero además penetran aguas subterráneas, lo que crea un gravísimo problema porque el agua se convierte en radiactiva y hay que almacenarla. Es un residuo peligroso y muy voluminoso, supera ya los 1,12 millones de metros cúbicos. Se mantiene en tanques enormes de 1000 m³, pero al ritmo de entrada de agua en los reactores, 170 m³/día en 2018, se necesita un nuevo tanque cada seis días. Y se están quedando sin espacio.

Para reducir la radiactividad del agua se somete a un proceso de eliminación de materiales radiactivos, de manera que solo quede tritio, puesto que es imposible de separar y su vida media no es larga (12,3 años). Con estas condiciones, las autoridades japonesas, con el apoyo del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), consideran que puede verterse al mar. En septiembre de 2015 se arrojaron 800 toneladas al Océano Pacífico. Pero la prensa japonesa destapó en 2018 los fallos de ese proceso. Tokyo Electric Power Company (TEPCO) ocultaba que, de los 890.000 m³ de agua tratada a partir de septiembre de 2018, aproximadamente el 84 % contenían concentraciones más altas de sustancias radiactivas que los niveles permitidos para su liberación al océano. En 65.000 m³ de agua tratada, los niveles de estroncio-90 son más que 100 veces por encima de los estándares de seguridad. En algunos tanques los niveles superan los límites en un factor de 20.000 con cesio-137 y yodo-129.

No parece que esto vaya a detener los vertidos. El gobierno lo está sometiendo a consulta, pero el ministro de Medio Ambiente nipón se ha pronunciado a favor y ha provocado la furia de los pescadores y la preocupación de países vecinos. La OIEA persiste en aconsejarlo.

Aunque el gobierno continúa levantando las órdenes de restricción para los municipios afectados, la ciudadanía evacuada por el accidente nuclear, unos 39.000 residentes, no se atreve a volver porque se le obliga a vivir con niveles de radiactividad que pueden superar veinte veces los estándares internacionales. El procedimiento gubernamental para convencerles es suprimir las ayudas para vivienda. Los relatores especiales de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU han declarado su preocupación por las políticas japonesas sobre las personas evacuadas y las violaciones de los derechos humanos de familias y trabajadores de la descontaminación.

En medio de todas estas dificultades y esfuerzos, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, pretende pasar página con la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Parece querer arrinconar la catástrofe nuclear con la llama olímpica pues partirá del centro deportivo J-Village, a 20 kilómetros del lugar más peligroso del país, la central siniestrada. Pero la contaminación radiactiva de un territorio es muy difícil de eliminar completamente, y el gobierno se ha encontrado con la denuncia de un Equipo de Monitoreo Nuclear y Protección Radiológica de Greenpeace Japón sobre sitios con niveles de radiación 1.700 veces más altos de lo aceptado por las autoridades, hasta 71 microsieverts por hora en los puntos calientes, frente a los 0,23 que se consideran admisibles.

La respuesta ha sido aumentar los trabajos de descontaminación y mejorar la vigilancia de la radiación en ese estadio. No se cierra el problema, pues se va a convocar a miles de personas al estadio de la ciudad de Fukushima para los partidos de béisbol y softbol, a unos 65 kilómetros de la central. No es una decisión responsable si la prioridad es garantizar la seguridad pública. Se comprende que el equipo de Corea del Sur quiera llevar su propia comida y sus medidores de radiación.

Para Ecologistas en Acción la celebración de las olimpiadas en las circunstancias del desastre nuclear japonés lleva el mensaje de cerrar el periodo de catástrofe y dejar de forzar a la población a aceptar el legado radiactivo con ánimo patriótico. La organización ecologista apoya la campaña internacional ‘Juegos Olímpicos Libres de Nucleares 2020’, y manifiesta una vez más que el riesgo de la energía nuclear es inasumible, y menos aún para una contribución de menos del 5 % de la energía que utiliza el mundo.

Fuente:
Fukushima sigue siendo una amenaza 9 años después del accidente nuclear, 9 marzo 2020, Ecologistas en Acción. Consultado 9 marzo 2020.

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