lunes, 2 de marzo de 2020

El mapa de uranio en nuestros cuerpos

Cuando hablamos del uranio, sabemos que es generalmente malo para la salud humana, pero no los detalles de sus consecuencias sobre el cuerpo pese a las escenas más impactantes de Chernobyl. En este artículo repasamos en base a evidencias científicas las enfermedades y deformaciones generadas tanto por el uranio como por varios de sus productos de desintegración.

por Cindy Folkers

Artículo originalmene publicado en Beyond Nuclear International.

Dónde termina el uranio y sus productos de desintengración y cómo nos afectan

El uranio es radioactivo. Los seres humanos lo han extraído del subsuelo desde hace siglos para usarlo en todo, desde cerámica hasta la bomba atómica. Aunque al principio se desconociera los impactos del uranio sobre nuestra salud, durante la carrera armamentística de la Guerra Fría estos (como el cáncer de pulmón, que se ha asociado a la minería de urnaio desde los años 30) fueron ignorados. Primaba la producción de cabezas nucleares. Y así florecieron las minas y las plantas de enriquecimiento por los Estados Unidos.

En la costa occidental, como en muchas otras partes del mundo, los mineros, y las personas que vivían cerca de estas instalaciones, eran indígenas. Y no sólo su salud quedó dañada, también se contaminaron la tierra y el agua. Los residuos del uranio y los productos de su desintegración aún contaminan estos espacios, suponiendo un riesgo continuo, en particular si se inhalan o ingieren.

Aunque estos radioisótopos se dan naturalmente, estos han surgido de manera artificial debido a su procesamiento industrial. La minería de uranio es la fuente más obvia, pero la de oro y otras actividades también liberan estos materiales. Las minas y sus alrededores suponen un riesgo de exposición al uranio y sus productos de desintegración.

Otros lugares peligrosos son las zonas de residuos del torio, fábricas que emplean pintura de radio para productos comerciales o militares, como relojes o diales para aeronaves. Lugares así plagan el panorama norteamericano, y pese a que se haya descontaminado varias instalaciones por medio del programa Superfund, este no es el caso con todas. El gas radón puede filtrarse desde el suelo y acumularse dentro de edificios. En situaciones así, por fortuna, es fácil deshacerse del gas siguiendo la tecnología recomendada por la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) estadounidense. Sin embargo, la exposición sigue suponiendo un riesgo, en especial para mujeres, niños/as y embarazadas. Los embarazos preocupan en particular, ya que los estándares de exposición a la radiación actuales no abordan estos escenarios.

El uranio se desintegra en varios isótopos radioactivos. En este artículo, revisaré el impacto del uranio y cinco de sus productos de desintegración, muy peligrosos para nuestra salud: torio, radio, gas radón, polonio y plomo radioactivo. Examinaré por dónde viajan dentro del cuerpo humano con la ayuda de imágenes. Aunque la EPA sí ha publicado ciertos estándares de exposición para estos isótopos, aún no ha clasificado el radio, radón o uranio para la carcinogenicidad.

El uranio imita el calcio y puede entrar en nuestro cuerpo por inhalación o ingesta. El reemplazo de calcio, saludable y no radioactivo, por uranio radioactivo genera varias consecuencias sobre nuestra salud, algunas más sutiles que otras. Además existe evidencia de que imita la hormona del estrógeno. Al inhalarse el uranio, este se asienta en los pulmones durante años y se absorbe con el resto del cuerpo. Una vez abandona los pulmones, se acumula en los huesos, riñones e hígado. El uranio ingerido acaba en estas mismas zonas, pero puede ser absorbido de manera más rápida en el tracto gastrointestinal neonatal. El ayuno y la deficiencia de hierro aumenta los procentajes de absorción del uranio.

Dentro del cuerpo, el uranio causa daño en los riñones, huesos y genera problemas de crecimiento. Hay estudios que indican que unos niveles en el agua por debajo de los permitidos por la EPA pueden causar problemas reproductivos como una fertilidad menor, bajadas de testosterona, menor peso fetal, problemas de crecimiento y ováricos en la descendencia, y placentas más pequeñas. Las incidencias de cáncer de gónadas entre los/as niños/as y adolescentes nativoamericanos/as en Nuevo México son ocho veces superiores a las de las personas no nativas.

El torio se concentra en las mismas zonas del cuerpo tanto mediante la inhalación como por la ingesta. El torio imita el hierro, imprescindible para unos huesos y sangre sanos. Los órganos más afectados son los pulmones, ganglios linfáticos, huesos, hígado y bazo. En dosis elevadas, el torio se asocia al cáncer de pulmón, pancreático, colorrectal, enfermedades respiratorias crónicas y problemas con el hígados.

Las personas residentes junto a un centro de residuos de torio en Nueva Jersey tienen mayores defectos al nacer y enfermedades del hígado, aún quedan por hacerse tests específicos sobre los efectos de la contaminación sobre sus cuerpos. Incluso cantidades minúsculas de torio pueden aumentar el peso de la placenta.

El radio, como el uranio, imita el calcio y pasa por la placenta de la misma manera que la sangre materna. Dada su similitud con el calcio, al ingerirse se concentra en el hueso, alterando su estructura, la formación de células rojas (hematopoyesis) y puede causar sarcoma óseo. Podemos inhalar radio por la quema de combustibles fósiles. Se acumula en los pulmones y de ahí pasa al flujo sanguíneo.

La exposición crónica al radio por la inhalación puede causarnos una bajada de las células blancas (leucopenia aguda). La exposición oral ha resultado en anemia, necrosis maxilar, absceso cerebral y bronconeumonía terminal. No existe información sobre los efectos reproductivos o sobre el desarrollo del radio ni en animales ni en personas.

El gas radón es un gas radioactivo que por sí mismo no se acumula en ningún órgano, pero sus productos de desintegración sí. Al inhalarlo, la dosis va a parar principalmente a los pulmones. El radón puede viajar al cerebro, donde sus productos de desintegración pueden irradiar tejido cerebral. Puede atravesar la placenta, irradiando al embrión o feto.

Se piensa que el radón es la segunda mayor causa de cáncer de pulmón tras el tabaco, y responsable de entre 15.000 y 22.000 muertes anuales por cáncer en los Estados Unidos. Cuando llega al cerebro, sus productos de desintegración pueden producir Alzheimer y Parkinson. Algunos estudios apuntan a que también causa esclerosis múltiple. La exposición crónica ha resultado en problemas respiratorios que incluyen enfermedades pulmonares, neumonía, fibrosis pulmonar y menor funcionalidad pulmonar.

El radón atraviesa la placenta y el embrión, y sus productos de desintegración producen en potencia lesiones de ADN conduciendo a su muerte con mucha probabilidad. Si el embarazo ha alcanzado el estadio fetal, a partir del tercer mes, el radón y sus productos de desintegración afectan a los lípidos. Aunque no maten al feto necesariamente, sí pueden afectar su desarrollo cerebral.

Se ha estudiado extensivamente el movimiento del polonio dentro de nuestro cuerpo y, a pesar de ello, todavía no sabemos cómo interpretar los datos correctamente por varios motivos. Gran parte de las investigaciones biológicas y toxicológicas sobre el polonio más importantes se hicieron hace más de cuatro décadas.

El polonio puede ser inhalado o ingerido, acumulándose en el hígado, riñones, médula ósea, gónadas y en particular en los ovarios, sensibles a la radioactividad. El polonio también se acumula en el saco vitelino del embrión y en los tejidos fetales y de la placenta.

El polonio es tóxico por su radioactividad, no por sus propiedades químicas. La exposición de bajo nivel puede ser sutil, pero aun así ocasiona en potencia efectos biológicos de larga duración por su afinidad con los tejidos fetales, embrionales y reproductivos. El polonio daña la placenta. Poco más sabemos sobre los efectos de la exposición para embrones y fetos, pero sí que puede conducir a una inferior fertilidad y abortos.

El plomo radioactivo puede dañar tanto por sus propiedades químicas como radioactivas. Se concentra principalmente en huesos y dientes, aunque puede afectar a todos los órganos. El plomo se acumula en la placenta y alcanza tanto al embrión como al feto. Una exposición alta puede causar envenenamiento. Los síntomas incluyen dolor abdominal, estreñimiento, fatiga, dolores de cabeza, irritabilidad, pérdida de apetito, de memoria, dolores, hormigueo en cabeza o pies y debilidad.

Los síntomas derivados por exposición de bajo nivel crónica incluyen abortos, muerte fetal, esterilidad masculina y femenina, problemas de comportamiento, daños al sistema nervioso, deficiencias mentales, consecuencias neurológicas, hipertensión, enfermedades cardíacas, del riñón y cáncer. El riesgo de cáncer aumenta con el plomo radioactivo en relación al no radioactivo, los riesgos químicos son los mismos.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.

Fuente:
Cindy Folkers, El mapa de uranio en nuestros cuerpos, 2 marzo 2020, El Salto Diario. Consultado 2 marzo 2020.

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