Cuando
hablamos del uranio, sabemos que es generalmente malo para la salud
humana, pero no los detalles de sus consecuencias sobre el cuerpo
pese a las escenas más impactantes de Chernobyl. En este artículo
repasamos en base a evidencias científicas las enfermedades y
deformaciones generadas tanto por el uranio como por varios de sus
productos de desintegración.
por
Cindy Folkers
Artículo
originalmene publicado en Beyond Nuclear International.
Dónde
termina el uranio y sus productos de desintengración y cómo nos
afectan
El
uranio es radioactivo. Los seres humanos lo han extraído del
subsuelo desde hace siglos para usarlo en todo, desde cerámica hasta
la bomba atómica. Aunque al principio se desconociera los impactos
del uranio sobre nuestra salud, durante la carrera armamentística de
la Guerra Fría estos (como el cáncer de pulmón, que se ha asociado
a la minería de urnaio desde los años 30) fueron ignorados. Primaba
la producción de cabezas nucleares. Y así florecieron las minas y
las plantas de enriquecimiento por los Estados Unidos.
En
la costa occidental, como en muchas otras partes del mundo, los
mineros, y las personas que vivían cerca de estas instalaciones,
eran indígenas. Y no sólo su salud quedó dañada, también se
contaminaron la tierra y el agua. Los residuos del uranio y los
productos de su desintegración aún contaminan estos espacios,
suponiendo un riesgo continuo, en particular si se inhalan o
ingieren.
Aunque
estos radioisótopos se dan naturalmente, estos han surgido de manera
artificial debido a su procesamiento industrial. La minería de
uranio es la fuente más obvia, pero la de oro y otras actividades
también liberan estos materiales. Las minas y sus alrededores
suponen un riesgo de exposición al uranio y sus productos de
desintegración.
Otros
lugares peligrosos son las zonas de residuos del torio, fábricas que
emplean pintura de radio para productos comerciales o militares, como
relojes o diales para aeronaves. Lugares así plagan el panorama
norteamericano, y pese a que se haya descontaminado varias
instalaciones por medio del programa Superfund, este no es el caso
con todas. El gas radón puede filtrarse desde el suelo y acumularse
dentro de edificios. En situaciones así, por fortuna, es fácil
deshacerse del gas siguiendo la tecnología recomendada por la
Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés)
estadounidense. Sin embargo, la exposición sigue suponiendo un
riesgo, en especial para mujeres, niños/as y embarazadas. Los
embarazos preocupan en particular, ya que los estándares de
exposición a la radiación actuales no abordan estos escenarios.
El
uranio se desintegra en varios isótopos radioactivos. En este
artículo, revisaré el impacto del uranio y cinco de sus productos
de desintegración, muy peligrosos para nuestra salud: torio, radio,
gas radón, polonio y plomo radioactivo. Examinaré por dónde viajan
dentro del cuerpo humano con la ayuda de imágenes. Aunque la EPA sí
ha publicado ciertos estándares de exposición para estos isótopos,
aún no ha clasificado el radio, radón o uranio para la
carcinogenicidad.
El
uranio imita el calcio y puede entrar en nuestro cuerpo por
inhalación o ingesta. El reemplazo de calcio, saludable y no
radioactivo, por uranio radioactivo genera varias consecuencias sobre
nuestra salud, algunas más sutiles que otras. Además existe
evidencia de que imita la hormona del estrógeno. Al inhalarse el
uranio, este se asienta en los pulmones durante años y se absorbe
con el resto del cuerpo. Una vez abandona los pulmones, se acumula en
los huesos, riñones e hígado. El uranio ingerido acaba en estas
mismas zonas, pero puede ser absorbido de manera más rápida en el
tracto gastrointestinal neonatal. El ayuno y la deficiencia de hierro
aumenta los procentajes de absorción del uranio.
Dentro
del cuerpo, el uranio causa daño en los riñones, huesos y genera
problemas de crecimiento. Hay estudios que indican que unos niveles
en el agua por debajo de los permitidos por la EPA pueden causar
problemas reproductivos como una fertilidad menor, bajadas de
testosterona, menor peso fetal, problemas de crecimiento y ováricos
en la descendencia, y placentas más pequeñas. Las incidencias de
cáncer de gónadas entre los/as niños/as y adolescentes
nativoamericanos/as en Nuevo México son ocho veces superiores a las
de las personas no nativas.
El
torio se concentra en las mismas zonas del cuerpo tanto mediante la
inhalación como por la ingesta. El torio imita el hierro,
imprescindible para unos huesos y sangre sanos. Los órganos más
afectados son los pulmones, ganglios linfáticos, huesos, hígado y
bazo. En dosis elevadas, el torio se asocia al cáncer de pulmón,
pancreático, colorrectal, enfermedades respiratorias crónicas y
problemas con el hígados.
Las
personas residentes junto a un centro de residuos de torio en Nueva
Jersey tienen mayores defectos al nacer y enfermedades del hígado,
aún quedan por hacerse tests específicos sobre los efectos de la
contaminación sobre sus cuerpos. Incluso cantidades minúsculas de
torio pueden aumentar el peso de la placenta.
El
radio, como el uranio, imita el calcio y pasa por la placenta de la
misma manera que la sangre materna. Dada su similitud con el calcio,
al ingerirse se concentra en el hueso, alterando su estructura, la
formación de células rojas (hematopoyesis) y puede causar sarcoma
óseo. Podemos inhalar radio por la quema de combustibles fósiles.
Se acumula en los pulmones y de ahí pasa al flujo sanguíneo.
La
exposición crónica al radio por la inhalación puede causarnos una
bajada de las células blancas (leucopenia aguda). La exposición
oral ha resultado en anemia, necrosis maxilar, absceso cerebral y
bronconeumonía terminal. No existe información sobre los efectos
reproductivos o sobre el desarrollo del radio ni en animales ni en
personas.
El
gas radón es un gas radioactivo que por sí mismo no se acumula en
ningún órgano, pero sus productos de desintegración sí. Al
inhalarlo, la dosis va a parar principalmente a los pulmones. El
radón puede viajar al cerebro, donde sus productos de desintegración
pueden irradiar tejido cerebral. Puede atravesar la placenta,
irradiando al embrión o feto.
Se
piensa que el radón es la segunda mayor causa de cáncer de pulmón
tras el tabaco, y responsable de entre 15.000 y 22.000 muertes
anuales por cáncer en los Estados Unidos. Cuando llega al cerebro,
sus productos de desintegración pueden producir Alzheimer y
Parkinson. Algunos estudios apuntan a que también causa esclerosis
múltiple. La exposición crónica ha resultado en problemas
respiratorios que incluyen enfermedades pulmonares, neumonía,
fibrosis pulmonar y menor funcionalidad pulmonar.
El
radón atraviesa la placenta y el embrión, y sus productos de
desintegración producen en potencia lesiones de ADN conduciendo a su
muerte con mucha probabilidad. Si el embarazo ha alcanzado el estadio
fetal, a partir del tercer mes, el radón y sus productos de
desintegración afectan a los lípidos. Aunque no maten al feto
necesariamente, sí pueden afectar su desarrollo cerebral.
Se
ha estudiado extensivamente el movimiento del polonio dentro de
nuestro cuerpo y, a pesar de ello, todavía no sabemos cómo
interpretar los datos correctamente por varios motivos. Gran parte de
las investigaciones biológicas y toxicológicas sobre el polonio más
importantes se hicieron hace más de cuatro décadas.
El
polonio puede ser inhalado o ingerido, acumulándose en el hígado,
riñones, médula ósea, gónadas y en particular en los ovarios,
sensibles a la radioactividad. El polonio también se acumula en el
saco vitelino del embrión y en los tejidos fetales y de la placenta.
El
polonio es tóxico por su radioactividad, no por sus propiedades
químicas. La exposición de bajo nivel puede ser sutil, pero aun así
ocasiona en potencia efectos biológicos de larga duración por su
afinidad con los tejidos fetales, embrionales y reproductivos. El
polonio daña la placenta. Poco más sabemos sobre los efectos de la
exposición para embrones y fetos, pero sí que puede conducir a una
inferior fertilidad y abortos.
El
plomo radioactivo puede dañar tanto por sus propiedades químicas
como radioactivas. Se concentra principalmente en huesos y dientes,
aunque puede afectar a todos los órganos. El plomo se acumula en la
placenta y alcanza tanto al embrión como al feto. Una exposición
alta puede causar envenenamiento. Los síntomas incluyen dolor
abdominal, estreñimiento, fatiga, dolores de cabeza, irritabilidad,
pérdida de apetito, de memoria, dolores, hormigueo en cabeza o pies
y debilidad.
Los
síntomas derivados por exposición de bajo nivel crónica incluyen
abortos, muerte fetal, esterilidad masculina y femenina, problemas de
comportamiento, daños al sistema nervioso, deficiencias mentales,
consecuencias neurológicas, hipertensión, enfermedades cardíacas,
del riñón y cáncer. El riesgo de cáncer aumenta con el plomo
radioactivo en relación al no radioactivo, los riesgos químicos son
los mismos.
Traducción
de Raúl Sánchez Saura.
Fuente:
Cindy Folkers, El mapa de uranio en nuestros cuerpos, 2 marzo 2020, El Salto Diario. Consultado 2 marzo 2020.
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