El
lobby nuclear ha estado varias décadas posicionándose como un
remedio contra el cambio climático, pero esta fuente de energía
demuestra poseer graves problemas en la actualidad: emisiones en todo
su ciclo, grandes gastos para aumentar su aportación energética,
riesgo de accidentes y problemas en la gestión de residuos, entre
otros.
por
Cristina Rois
Los
combustibles fósiles son los causantes del cambio climático y este
mundo depende abrumadoramente de ellos. Hasta un 80 % de la energía
que usamos se obtiene con petróleo, carbón y gas. No es fácil
cambiar esta situación, pero tenemos una ventaja que hemos de
desplegar: disponemos de soluciones tecnológicas para conseguir
electricidad con muy bajas emisiones y a igual o mejor precio que las
fósiles.
En
los últimos ocho años el coste de la energía solar fotovoltaica ha
disminuido un 77 %. Desde 2014 está en el rango de los combustibles
fósiles. La energía eólica marina en un 20 %, y el viento en
tierra en un 34 %. La termosolar de concentración (CSP), una
tecnología gestionable, ha caído un 46 % entre 2010 y 2018. En la
mayor parte del mundo, las energías renovables son la fuente más
económica de nueva generación de energía [IRENA (2019), Renewable
Power Generation Costs in 2018.
Sin
embargo hoy, la principal fuente de generación de electricidad en el
mundo es el carbón. Y es así desde hace al menos 30 años. Avanzar
con rapidez en la descarbonización de los sistemas eléctricos es un
paso esencial para frenar el cambio climático.
Como
vemos en la imagen, en electricidad el carbón es el combustible
dominante, 38 %. El gas es el segundo 23,2 %. La participación de la
energía nuclear es del 10 %. Las energías renovables están casi a
la par, 9,3 [BP Statistical Review of World Energy, 2019].
En
lo que llevamos de siglo, la producción nuclear ha perdido peso en
generación eléctrica, y su industria vio en el cambio climático
una oportunidad de sobrevivir al parón de la expansión de centrales
de los años 80 y al rechazo social tras Chernobyl. Su actividad de
lobby en las cumbres del clima ha sido una constante. Se postula como
tecnología imprescindible para reducir emisiones, porque es
“limpia”, gestionable y por tanto complemento a la eólica-solar,
y va a ahorrarnos las enormes inversiones que exigirá la expansión
de la electricidad renovable. Esta es la propaganda. Y no les
funciona mal, después de todo tienen un fuerte respaldo económico
detrás, que les permite ser la voz más alta y más persistente en
las reuniones y en los medios de comunicación.
Sin
ir más lejos, el Parlamento Europeo aprobó su posicionamiento sobre
la Cumbre del Clima COP25 declarándose a favor de la energía
nuclear “porque no emite gases de efecto invernadero” pese a la
propuesta inicial de rechazarla de diputados alemanes. Al final ganó
por la mano el lobby francés, el país con la electricidad más
nuclearizada del mundo [El Periódico de la Energía].
Estamos
en emergencia climática y el mundo no puede permitirse equivocarse
más en sus elecciones. Por eso intentemos evaluar los hechos para
responder a la cuestión ¿es la energía nuclear una energía que
permita reducir emisiones de CO2 en el mundo?
Nuclear
¿libre de carbono?
Para
disponer de una central nuclear se requiere: minería de uranio;
enriquecimiento y fabricación de los elementos del combustible;
construcción de las plantas (muy intensiva en cemento); operación
con recarga periódica de combustible; desmontaje de la instalación
cuando no sea operativa; todos los transportes necesarios;
almacenamiento de los residuos con distintos niveles de baja y media
radiactividad y almacenamiento definitivo de los residuos de alta
actividad.
Cuando
se considera todo el ciclo de vida se hace evidente que la energía
nuclear no puede llamarse una tecnología libre de emisiones de gases
de efecto invernadero. Sin embargo los estudios disponibles varían
mucho en la exhaustividad de su cuantificación. Algunos cuentan solo
la construcción y el desmantelamiento como parte del ciclo de
combustible, y otros incluyen minería, molienda, enriquecimiento,
conversión, construcción, operación, procesamiento, almacenamiento
de residuos y desmantelamiento. Para más variación, difieren en si
evalúan las emisiones futuras de unos pocos reactores individuales o
las emisiones pasadas de la flota nuclear global; si asumen
tecnologías existentes o en desarrollo, etc. En consecuencia, el
intervalo de resultados que ofrecen es muy amplio: de 1,4 a 288
gramos de dióxido de carbono equivalente por kWh generado (g CO2e /
kWh).
Es
evidente que se debe abordar el desarrollo de criterios formales de
estandarización e información para las emisiones de gases de efecto
invernadero asociadas a los ciclos de vida nucleares. Criterios
similares a los utilizados para la gestión ambiental y la evaluación
del ciclo de vida, como ISO 14040 y 14044, pero adaptados
exclusivamente a la industria nuclear.
Considerando
un valor promedio, las emisiones de gases de efecto invernadero de
las centrales nucleares pueden señalarse en 66 gramos de CO2
equivalente por kWh [Benjamin K. Sovacool, “Valuing the greenhouse
gas emissions from nuclear power: A critical survey,” Energy Policy
36 (2008): 2950–2963 (disponible online)]. Resulta que emiten el
15% de una central de gas en ciclo combinado. Muy por encima de
cualquiera de las tecnologías renovables para generación eléctrica.
La nuclear, pues, también contribuye al calentamiento global.
El
papel que las centrales nucleares pueda, en todo caso, tener en esta
transición es muy limitado. Hoy día es el 10 % de la electricidad
mundial. Una contribución importante implicaría aumentar
significativamente esa cifra. Pongamos por ejemplo desplazar la
generación eléctrica con carbón (38 %). Habría que multiplicar
por cuatro el número de centrales (de potencia media 1000 Mw), es
decir hacer unas 1300 centrales nuevas. Afortunadamente, no parece
que haya dinero, ni siquiera intención, de impulsar una “avalancha”
de proyectos nucleares, al estilo de los años 70 y 80.
Las
opciones más claras y seguras para reducir emisiones, son disminuir
el consumo energético mediante ahorro y eficiencia, y sustituir el
uso directo de combustibles fósiles por electricidad
“descarbonizada”.
Continúa
en la segunda parte.
Fuentes:
Cristina Rois, Por qué la energía nuclear no sirve para frenar el cambio climático I, 27 enero 2020, El Salto Diario. Consultado 28 enero 2020.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Nuclear Marsh" del artista Wolfang Ertl.
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