A
70 años del avistamiento del último ejemplar, la Fundación
Rewilding Argentina ultima la reinserción de cinco ejemplares en los
Esteros del Iberá.
por
Federico Rivas Molina
Tania
tiene tres patas. Perdió una cuando era cachorra, víctima de un
tigre que la atacó desde una jaula contigua en el zoológico de
Batán, en el suroeste de Buenos Aires. Fue un problema entre
parientes. Tania parece una tigresa africana, pero es una yaguareté
("gran felino", en la lengua guaraní), su equivalente
americano.
Tania
es una superviviente. Se sobrepuso al ataque y luego al encierro.
Desde hace dos años vive en la isla San Alonso, en el corazón del Parque Nacional Iberá ("aguas que brillan", en guaraní),
700.000 hectáreas de humedales alimentados solo por agua de lluvia
en la provincia de Corrientes (a 800 kilómetros al noreste de Buenos
Aires). Tania se cruzó en la isla con Chiqui, un macho llegado desde
Paraguay, y fue madre. Sus dos crías, Mbarete y Arami, son la
avanzada del regreso del yaguareté a esos pantanos vírgenes, donde
desapareció hace 70 años víctima de la caza. La reinserción de
Mbarete, Arami y otros tres ejemplares adultos corona siete años de
trabajo de relojería realizado por Rewilding Argentina, una
fundación que trabaja en el rescate de especies amenazadas.
Argentina
ha sido hostil al yaguareté. Apenas quedan unos 200 en Misiones, una
provincia selvática que linda con Brasil y Paraguay. En los esteros
del Iberá, al sur de Misiones, el yaguareté se extinguió en los
cincuenta, víctima de los ganaderos que temían por sus vacas y los
cazadores ávidos de pieles. Había entonces unos 1.000 ejemplares.
“En el pico de la demanda de pieles, Europa llegó a pagar hasta
10.000 dólares por animal cazado en el Iberá”, dice la bióloga y
directora ejecutiva de Rewilding Argentina, Sofía Heinonen.
Rewilding
Argentina es heredera de CLT Argentina, una organización ecologista
creada por el filántropo estadounidense Douglas Tompkins, que amasó
una gran fortuna gracias a marcas como North Face y Esprit. En
diciembre de 2015, Tompinks murió en una accidente de canotaje
(deporte de remo) en Chile y la fundación quedó en manos de su
esposa, Kristine McDivitt Tompkins. Fue ella quien completó el sueño
de Douglas: restaurar y donar más de un millón de hectáreas de
tesoros naturales a los estados de Argentina y Chile, que, a cambio,
debían convertirlos en zonas protegidas. El año pasado, Iberá sumó
150.000 hectáreas compradas por Tompkins. En esos terrenos, cuna de
una riqueza natural insuperable, donde confluyen lagunas, embalses,
palmerales, bosques y pastizales, los yaguaretés esperan su regreso
a la vida natural.
La
reinserción de una especie en un nuevo hábitat es un trabajo
metódico, divido en fases de laboratorio. De eso se hacen cargo
biólogos como Heinonen y Sebastián Di Martino, director de
conservación del proyecto de Rewilding Argentina. El proceso
comienza con ejemplares en cautiverio que harán de reproductores,
como Tania y Chiqui. Esos yaguaretés nunca serán salvajes, pero sus
crías si podrán serlo. En la fase dos, los cachorros crecen en
corrales sin contacto con el hombre. Se los monitorea mediante
cámaras y se los alimenta con presas vivas, como carpinchos o
ciervos. “Lo importante es que no asocien al hombre con nada bueno,
por eso no deben ver cuándo introducimos su alimento en el corral”,
explica Di Martino.
En
la fase dos también se trabaja sobre ejemplares que fueron salvajes
y por algún motivo dejaron de serlo. En la isla San Alonso hay tres
yaguaretés llegados desde Brasil, dos hembras y un macho, que están
en ese proceso de readaptación a la libertad. Uno de ellos es
Jatobazinho, un macho silvestre que apareció en septiembre al norte
de Corumbá deshidratado y desnutrido. El día que EL PAÍS visitó
el centro de monitoreo de los corrales en la isla San Alonso,
Jatobazinho dormía plácidamente bajo un tinglado de madera oculto
en unos matorrales, luego de un almuerzo abundante.
Los
biólogos de Rewilding Argentina están ya en condiciones de iniciar
la fase tres: los cinco yaguaretés serán liberados en los próximos
meses en un corral de 30 hectáreas donde deberán valerse por sí
mismos, sin ayuda humana. Luego llegará la liberación definitiva.
Jatobazinho será “el único macho libre, y la idea es que se cruce
con Juruna y Mariua”, dos hembras que junto con los chachorros de
Tania forman la familia que poblará de nuevo el Iberá, dice Di
Martino.
La
vuelta del yaguareté devolverá el equilibrio al humedal, hoy
saturado de carpinchos, monos y yacarés (cocodrilos), animales que
perdieron su predador natural. “La restauración del predador tope
permitirá recomponer la riqueza y diversidad del entorno y asegurará
la continuidad genética en todo el país”, dice Hainonen. La
reinserción, sin embargo, no es el principal desafío. Si no cambian
las condiciones que hace 70 años produjeron la extinción del
yaguareté en Iberá, la descendencia de Tania y Chiqui vivirá muy
poco.
“Hay
que lograr que la gente tenga una percepción económica positiva del
yaguareté. Si es algo bueno, no lo matará”, explica Hainonen. La solución está en el ecoturismo. La fundación argentina se inspiró
en el trabajo de la Onçafari, una organización ambientalista que
trabaja en el Pantanal de Brasil, hábitat natural del yaguareté en
el sur de ese país. “La clave es que el hacendado encuentre un
rédito económico en la protección del yaguareté”, dice Leonardo
Sartorello, biólogo de Onçafari que viajó a Iberá para compartir
experiencias con sus colegas de Rewilding Argentina. “Una vaca
comida por un yaguareté vale 250 dólares; un vehículo de
avistamiento transporta a 10 turistas que pagan cada uno 250 dólares
por día. La cuenta es fantástica. El ganadero sigue criando sus
vacas, compensa las pérdidas con el ecoturismo y, lo más
importante, preserva al yaguareté porque ya no precisa cazarlo”,
explica Sartorello.
La
fundación argentina ha avanzado mucho de su lado de la frontera.
Luego de ocho años de trabajo, ha convencido al poder político de
la importancia del yaguareté como atracción turística de la
provincia de Corrientes. Uno de los más convencidos es el senador
Sergio Flinta, presidente del Comité Provincial Iberá. “Hace tres
años ingresaban al parque 22.000 visitantes y lo hacían solo desde
Colonia Pellegrini [uno de los pueblos que sirven de “portal” al
Iberá]. Hoy son más de 80.000, desde cinco pueblos diferentes”,
dice Flinta.
El
uso del yaguareté como imagen de la provincia potenció los
emprendimientos de las comunidades rurales que rodean al estero.
Familias que antes apenas tenían trabajo hoy dan alojamiento o se
ofrecen como guía de turismo. Se trata, en el fondo, de lograr una
convivencia pacífica entre el yaguareté y el su principal predador,
el hombre.
Fuente:
Federico Rivas Molina, El yaguareté regresa al chaco argentino, 6 enero 2020, El País. Consultado 7 enero 2020.
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