Las
llamas ya han arrasado cinco millones de hectáreas y han causado la
muerte de 13 personas en lo que va de año.
por
Manu Granda
Robert
Bowen viste sombrero para protegerse del sol. Está sentado junto a
su caravana y comienza a hablar de sus caballos. Ha logrado poner a
salvo de las llamas a dos de ellos. Pero Stella, una yegua gris,
quedó atrás. Bowen y su esposa están en un centro de ayuda a los
afectados por los incendios en Bairnsdale, en el sur del Estado
australiano de Victoria. Hasta aquí han llegado cientos de personas
que, como ellos, se vieron obligados a abandonar sus hogares ante el
riesgo inminente e incontrolable de las llamas, que desde noviembre están arrasando el gigantesco país con más de cinco millones de
hectáreas quemadas. En lo que va de año, el fuego ha provocado 13
muertes.
“Llegamos
aquí el lunes antes de Año Nuevo”, relata Bowen a El País. “Hubo
un momento en el que decidí quedarme y defender la casa del fuego,
pero mi generador eléctrico se rompió, lo que me impedía usar la
bomba de agua. Entonces decidí que me importaba más la seguridad de
mi esposa y la mía”, explica este hombre de 70 años. Ellos, como
todos los que están aquí, se consideran afortunados. “Estamos
vivos, vimos el fuego muy de cerca”, asegura Shan Hutchings, que
logró escapar de las llamas junto a su marido y sus cuatro hijos.
Habían comprado su casa hace apenas un año. “Este tipo de
incendios son parte de la vida aquí”, puntualiza su marido Rob,
ambos en la cuarentena.
Han
coincidido con los Bowen en el centro de Bairnsdale, donde los
voluntarios proporcionan comida, agua y ayuda psicológica a los
cientos de afectados que duermen en sus tiendas de campaña o en
caravanas, a la espera de que alguien les diga que pueden volver a
casa. El humo que viene y va, dependiendo del viento, es un
recordatorio de que el infierno se encuentra a tan solo 20 kilómetros
de distancia.
Quienes
llegan a Bairnsdale vienen huyendo, sobre todo, de los incendios que
están asolando el condado de East Gippsland, los más graves que ha
sufrido Victoria esta temporada y donde han ardido más de 800.000
hectáreas. La tensión es notable ya que las predicciones
meteorológicas indican que lo peor llegará este fin de semana.
“Dicen que el viento cambiará hoy [por este sábado]. Si eso
sucede, significará que el fuego se acerca a mi casa”, comenta
preocupado Allid Roberts, instalado en el campamento junto a su
pareja.
El
jueves, el premier de Victoria, Daniel Andrews, declaró zona
catastrófica en seis condados del Estado y pidió a sus 100.000
habitantes que buscasen un lugar seguro de inmediato. “Si puedes
irte, tienes que hacerlo. Si estás en estas zonas no podemos
garantizar tu seguridad”, alertó Andrews, en lo que los medios
locales titularon como la mayor evacuación en la historia de
Victoria, donde actualmente hay 70 focos activos. Mientras miles depersonas se lanzaban el viernes a las carreteras para huir de las zonas amenazadas, el Ejército iniciaba el rescate marítimo a bordo
del HMAS Choules de las 4.000 personas atrapadas por los fuegos en la
playa de Mallacoota.
Bairnsdale,
una zona de bosque y campo, se ha convertido ahora mismo en una de
las zonas que más preocupa a las autoridades de East Gippsland. Es
el último punto seguro antes de entrar en el infierno de las llamas.
Muchos de sus habitantes poseen extensos terrenos y gran cantidad de
caballos, razón por la cual las autoridades han adecuado unos
establos en el centro de ayuda. De cuidarlos se encarga Shawne
McKenna, uno de los voluntarios “como el 95% de las personas que
trabajan en este centro”, admite. “Una de las primeras cosas que
debemos hacer con algunos caballos es quitarles las herraduras,
porque les puede quemar el metal”, explica este hombre de origen
griego. 300 caballos descansan ahora en estas instalaciones y se
espera que lleguen muchos más.
A
McKenna le gustó que el primer ministro australiano, Scott Morrison,
se acercase el viernes al centro de ayuda de Bairnsdale, donde vino a
hablar con los damnificados y a darles una bolsa con galletas. “Apoyo
al primer ministro y al Gobierno porque este no es el momento de
hablar de política, es momento para ayudar a la gente”, dice este
entrenador y cuidador de caballos. No opina lo mismo, sin embargo,
Shan Hutchings, quien pide que le sustituya “un primer ministro que
sepa lo que está sucediendo”.
A Morrison le llueven las críticas desde que se descubriera, el mes
pasado, que en medio de la grave crisis estaba de vacaciones en
Hawái. El escándalo en la opinión pública fue mayúsculo, lo que
le obligó a regresar de inmediato. “Lamento profundamente
cualquier ofensa causada a cualquiera de los muchos australianos
afectados por los terribles incendios forestales”, dijo entonces en
un comunicado.
Pero
las críticas van más allá. La oposición y varios expertos le
acusan de no creer en la lucha contra el cambio climático, ni de
tomar las medidas preventivas necesarias para evitar los incendios.
“Eso es lo que tratamos de advertirle al primer ministro en abril o
mayo. Y no nos escuchó”, denunciaba el excomisionado de los
equipos de bomberos y de rescate del Estado de Nueva Gales del Sur,
Greg Mullins, el pasado viernes.
Los
científicos alertan de que Australia tendrá que acostumbrarse cada
vez más a temporadas de incendios más virulentas y tempranas. Como
ha sucedido en esta crisis, en la que los incendios más graves
empezaron en noviembre, cuando el verano en el hemisferio sur
comienza el 21 de diciembre. “Las predicciones relacionadas con el
cambio climático indican que las temperaturas serán más altas y
por períodos más largos en diversas partes de Australia. Las
temperaturas que se han registrado en algunas zonas del país en los
últimos años son prueba de que las predicciones son correctas”,
indica Tina Bell, profesora asociada en la Universidad de Sídney. En
diciembre, el país rompió durante dos días seguidos (el 17 y el
18) su récord de temperatura máxima, con una media de 40,9 y de
41,9 grados centígrados, respectivamente.
Una
de las causas detrás de la virulencia y frecuencia de los incendios
en Australia son las amplias extensiones de eucalipto, un árbol
típico de esta parte del mundo. “Este árbol y otras especies de
la misma familia contienen aceites en sus hojas que pueden hacerlos
más inflamables. Además, algunas especies tienen largas cintas de
corteza que se desprenden en esta época del año, lo que genera un
combustible adicional para que el suelo arda. A su vez, esta corteza
puede actuar como una escalera para hacer llegar el fuego desde el
suelo hacia las copas de los árboles”, explica Bell. El calor
seco, añade, ha agudizado la combustión de muchas plantas. Tanto
que en los últimos tres meses, los incendios han emitido a la
atmósfera ya dos tercios del dióxido de carbono que el país emite
en todo un año, según informa el diario The Age.
Los
incendios han provocado que la ciudad más emblemática del país,
Sídney, se viese invadida a menudo por el humo de los incendios que
asolan su Estado, Nueva Gales del Sur, que el viernes declaró el
estado de emergencia y tiene más de 150 focos activos. Este sábado,
Sídney marcó su máxima histórica al rozar los 50 grados (48,9) en
el oeste de la ciudad y tuvo ráfagas de viento por la noche de casi
100 kilómetros por hora, según recogía The Sydney Morning Herald.
En lo que va de temporada, ya se han quemado en este Estado unos 3,6
millones de hectáreas.
Se estima que solo en Nueva Gales del Sur, han muerto por culpa de los
incendios 480 millones de animales, según Chris Dickman, profesor de
Ecología por la Universidad de Sídney. Una de las especies que más
está sufriendo esta temporada de incendios es la de los koalas, que
se alimentan precisamente de eucalipto. Según denuncia la ONG
ecologista WWF, esta especie de marsupial puede desaparecer de Nueva
Gales del Sur en 2050. En los últimos 20 años, la población de
koalas en este Estado se redujo un 25%, según los datos de WWF. Toda
esta situación, que claramente ha desbordado a las autoridades, ha
llevado al primer ministro a movilizar a 3.000 reservistas del
Ejército para colaborar en las labores de extinción en los Estados
de Nueva Gales del Sur, Victoria, Australia del Sur y Tasmania, la
isla en el sur del país que también está sufriendo incendios. “Es
un día muy difícil para Australia”, admitía este sábado
Morrison, después de cifrar en un total de 23 personas las
fallecidas en lo que va de esta temporada de incendios. Lo más
escalofriante de todo este escenario es que el verano austral solo
acaba de empezar.
Una
crisis muy distinta a la que sufrió el país en 2009
A
pesar de la grave crisis de incendios que vive Australia en los
últimos meses, la situación queda lejos de la cantidad de muertos
que dejó el conocido como Black Saturday (Sábado Negro), los fuegos
que dejaron 173 muertos en el Estado de Victoria en 2009. “En
términos de área quemada, los incendios actuales han arrasado cinco
millones de hectáreas, un área mucho mayor que la de entonces.
Asimismo, los incendios de este año comenzaron en septiembre en
Queensland y en el norte de Nueva Gales del Sur, mucho antes de lo
que lo hicieron los fuegos en la temporada de 2009”, explica Bell
para rebajar la gravedad relativa de la actual coyuntura.
“Hay
que tener cuidado con las comparaciones ya que hay muchos factores a
tener en cuenta como las vidas perdidas, comunidades afectadas, el
coste financiero o la pérdida de ecosistemas. A pesar de las
diferentes maneras en que se puede medir un desastre podemos decir
que esta es la peor temporada de incendios en términos de área
quemada y número total de personas afectadas. Lo más aterrador es
que esto aún no ha terminado y todavía hay mucho bosque para
quemar”, añade Bell. El comisionado del Servicio Rural de Bomberos
de Nueva Gales del Sur, Shane Fitzsimmons, estimó en diciembre que
solo en este Estado corrían riesgo de arder unos 20 millones de
hectáreas de bosque.
Las
autoridades advirtieron de que en Sídney podría haber problemas en
el suministro de electricidad este fin de semana y pidieron a los
habitantes reducir el consumo eléctrico.
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