Una escuela rural de Entre Ríos, una de las provincias afectadas por las fumigaciones cerca de los centros educativos. Foto: Pablo E. Piovano. |
Miles
de docentes en Argentina se organizan contra las explotaciones
agrícolas que rocían sus campos con químicos demasiado cerca de
los colegios. Denuncian que no se cumple la normativa.
por
Florencia Tuchin
Durante
el festejo de fin de año del jardín de infantes, los padres y
docentes ya lo advirtieron: en los campos cercanos estaban fumigando.
Esta escuela rural, que también tiene primaria y secundaria, se
encuentra en el Paraje Cañada de Arias, a unos 70 kilómetros de la
Ciudad de Buenos Aires. Fatima Sosa, mamá de Juana, una alumna de
cinco años, estaba en el acto junto a su hija. Al terminar la
fiesta, que fue dentro de un salón, se fueron rápido a su casa para
que los agroquímicos no las afectaran. Hoy, para Sosa es una
preocupación dejar a su hija en la escuela y que fumiguen tan cerca.
“Yo
vivo en la zona hace 24 años. Incluso fui a la misma escuela que mi
hija y antes no se veía tanta agricultura alrededor. Muchas familias
vendieron sus campos, dedicados a la ganadería y se fueron. Cada vez
avanza más la siembra y hay menos gente”, comenta Sosa.
Este
caso no es aislado. En Argentina hay unas 15.000 escuelas rurales,
que conviven con la producción agraria. Argentina es el tercer productor de soja del mundo. En 2017, cultivó 47 millones de
toneladas.
Esto
hace que gran parte de los alumnos hayan estado alguna vez cerca de
algún agroquímico, ya sea a través de bidones, mochilas o un
mosquito fumigador. En noviembre de 2018, en el primer Encuentro Regional de Pueblos y Ciudades Fumigadas, se calculó que unos
700.000 niños y adolescentes están en riesgo por las fumigaciones
que se llevan a cabo sin control en los campos cercanos. Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos son las provincias más
afectadas.
Los
docentes rurales buscan crear redes para que se tome conciencia de la
problemática. Ana Zabaloy fue un ejemplo. En octubre de 2015, su
escuela fue fumigada en horario escolar, incumpliendo las normas
establecidas por la normativa vigente en la zona. El 9 de junio de
2019, murió de cáncer. En un chequeo al que se sometió Zabaloy en
2016, se corrobora que la maestra tenía una cantidad 14 veces
superior a la que es considerada “normal” de glifosato en sangre.
Aunque como el cáncer es una enfermedad multicausal, los médicos no
establecieron la relación directa.
En
marzo de 2015, la Agencia Internacional para la Investigación sobre
el Cáncer (IARC es su sigla en inglés) evaluó la carcinogenicidad de los insecticidas organofosforados diazinón, malatión y glifosato
y los reclasificó, tal como se puede leer en la página de la OMS,
como "probablemente cancerígenos para los seres humanos".
Zabaloy
fue una de las fundadoras de la Red Federal de Docentes por la Vida.
Esta organización tiene como objetivo la defensa de los derechos
vulnerados de las comunidades educativas rurales. Propone que las
escuelas accionen como motores de cambio, difundiendo la problemática
que afecta a la salud y el ambiente.
“Desde
la red, hablamos sobre cómo es posible producir de otra manera. De
hecho, la Red Nacional de Municipios de Agroecología ya asesoró a
productores y alcanzó las 100.000 hectáreas en el país. Su
filosofía tiene que ver con un modelo más integral, que no desplace
a la gente de sus tierras, que no provoque desmonte y genere valor
agregado”, opina Daniela Dubois, referente de la Red Federal de
Docentes por la Vida.
Dubois
explica que la provincia de Buenos Aires tiene una legislación que
indica que no se puede aplicar agroquímicos de forma aérea a menos
de dos kilómetros de distancia de los centros urbanos, escuelas y
viviendas rurales. A su vez, los equipos de aplicación terrestre no
pueden circular por centros poblados salvo en casos de extrema
necesidad.
“Son
pocos los municipios que generan herramientas para que las ordenanzas
se respeten, como poner un cartel en la escuela, generar una cortina
forestal o capacitar a las instituciones. Recurrentemente se ven
incumplimientos, pero gracias a las denuncias, se empiezan a ver
también cambios y ya hay personas juzgadas en proceso penal por
poner en riesgo la salud de la comunidad”, advierte Dubois.
Leonardo
Moreno es docente rural y participa de la organización
Multisectorial contra el agronegocio La 41. Por la falta de
información pública, la organización está empezando a realizar un
mapeo sobre las escuelas afectadas. La primera vez que Moreno se vio
afectado fue en diciembre de 2011 mientras tomaba examen a sus
alumnos. Él vio por la ventana como en el campo lindante, a menos de
50 metros realizaban fumigaciones. En marzo del 2012, se repitió el
episodio. Moreno se acercó a la persona que estaba aplicando el
producto y le pidió que detuviera la pulverización ya que estaba
afectando a los estudiantes y docentes. Como el viento soplaba en
dirección hacia la escuela, algunos habían sentido molestias en las
vías respiratorias y en los ojos.
“Los
docentes tenemos una responsabilidad ante esta problemática porque
tenemos a cargo a los estudiantes y tenemos que protegerlos. Les
enseñamos que no hay que contaminar y a ellos los están
contaminando ahí mismo, en su lugar. Es muy incoherente”, opina
Moreno
Mariana
Pieroni, también es docente rural y hace 19 años trabaja en una
escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires. Ella forma parte
de la agrupación ConCiencia Agroecológica. “Desde mi experiencia,
he visto cómo en estos últimos 15 años mucha gente, especialmente
los propietarios de chacras, se fueron del campo, y muchas
explotaciones cambiaron de sistemas mixtos a netamente agrícolas.
Los sistemas mixtos combinan la ganadería con la agricultura, y es
lo que mantiene a la gente en el campo ya que el ganado necesita ser
vigilado y cuidado diariamente”, comenta Pieroni.
Mientras
Pieroni daba clases, el 19 de junio de 2018, cuando sintió un olor
que hizo imposible que continuara con su explicación. “Salimos y
vimos que estaban fumigando. Llamamos a la Patrulla Rural, policía
que actúa en el campo, y detuvieron la pulverización. Pero el daño
ya estaba hecho. Tuvimos que retener a los alumnos en el comedor de
la escuela durante una hora, hasta que se disipó el olor.
Afortunadamente, salvo alguna irritación de ojos, garganta y dolor
de cabeza, no sufrieron consecuencias que motivara alguna consulta
médica”, relata.
En
2019, en 9 de Julio, se modificó la ordenanza que regula la
aplicación de agroquímicos. Actualmente rige una prohibición de
aplicar agroquímicos con equipos terrestres hasta los 200 metros
desde las escuelas y 2.000 metros para las aplicaciones aéreas.
Johana
Kunin, doctora en Antropología Social e investigadora Postdoctoral
del CONICET realizó un estudio sobre la exposición a pesticidas en
el distrito en el que enseña Pieroni y observó que mucha gente teme
hablar de lo que pasa porque su fuente de trabajo o la de su hermano,
primo o vecino está relacionada con el campo hegemónico que fumiga.
“No creo que sea un tema del que no se tenga conciencia de los
riesgos, sino de que se elige el mal menor: prefieren no perder sus
puestos de trabajos (en un marco ya con mucho desempleo y trabajo
informal y precario) que pensar en las eventuales consecuencias
sanitarias de los pesticidas. Ellos saben que tosen y tienen
erupciones en la piel cada vez que pasa el avión. Pero son
comunidades chicas donde la gente tiene la sensación de conocerse
con todo el mundo e implicarse en acciones de militancia puede tener
como consecuencia castigos sociales muy fuertes”, analiza.
Cercanía
con el campo
Los
alumnos son en su mayoría hijos de trabajadores rurales y como tales
viven en cercanías a lotes fumigados. “Sus padres o ellos mismos,
no suelen poder elegir qué tipo de tecnología o de pesticidas
utilizar ni tienen mucho margen para negarse a utilizarlos en caso de
no desearlo. Esto contrasta, por ejemplo, con los hijos de los dueños
de los campos que en su gran mayoría viven en ciudades lejos de los
campos”, agrega Guillermo Hough, referente de la organización
ConCiencia Agroecológica.
Según
Hough, muchas veces denunciar es difícil porque la mayoría de las
escuelas están vinculadas a las explotaciones agropecuarias que las
rodean, de las cuales reciben presiones encubiertas para no
cuestionar el modelo. Por ejemplo, reciben ayuda para el
mantenimiento del edificio, o donaciones para la fiesta anual de la
escuela.
Pablo
Lapegna, sociólogo y autor del libro La Argentina transgénica,
considera que la producción agraria juega un rol tan importante a
nivel económico en el país, que es difícil generar regulaciones a
nivel nacional que permitan proteger a los chicos que están en las
escuelas expuestas a los químicos. “Es muy importante seguir
empoderando a las comunidades. Los docentes que suelen difundir esta
problemática, suelen ser ninguneados, ridiculizados e incluso se los
ataca. Argentina tiene pocas políticas de Estado, pero la producción
de soja transgénica se extendió en la década del noventa y se
mantiene hasta la actualidad. Por eso es tan difícil ir contra este
modelo, por más que pueda estar afectando a la salud”, reflexiona.
Cuando
Mariela Leiva siente el olor de los plaguicidas, la boca se le llena
de llagas, le pica la piel o los ojos empiezan a llorarle. Ella tiene
48 años, es hija de productores rurales tradicionales, directora de
una escuela entre la provincia de Entre Ríos y es referente de la
organización Paren de Fumigar las Escuelas. En 2014, mientras
pulverizaban cerca del colegio, ella llamó a la policía. El oficial
que se metió en el campo para detener la aplicación, terminó
hospitalizado. “Ahí me empezó a llamar la atención”, comenta
Leiva. El 4 de diciembre de ese mismo año, escuchó el ruido de una
avioneta mientras daba clase. Salió y la vio a pocos metros de la
escuela, fumigando con agroquímicos.
“Ver
a los chicos descompuestos, arriba de los bancos, fue realmente muy
impactante para mí. Desde entonces, no dejé de luchar para que el
modelo deje de envenenarnos. Hicimos la denuncia y ese juicio sentó
un precedente a nivel provincial. En 2017 salió la sentencia y el
productor, el presidente de la empresa de aviación y el piloto
fueron condenados a un año y seis meses de prisión por daño
ambiental y lesiones culposas leves”, cuenta Leiva. Los tres
condenados, sin embargo, no cumplieron la pena por ser inferior a
tres años y la primera de este tipo que recibían los acusados. “De
todas formas, con este fallo hemos probado que las escuelas rurales
están en lugares donde la salud de los niños y los docentes se
encuentra vulnerada”, enfatiza Leiva.
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Fuente:
Florencia Tuchin, El gran problema de las escuelas fumigadas, 23 enero 2020, El País.
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