La
prohibición de exportar desechos peligrosos entrará en vigor esta
semana, demasiado tarde para una comunidad chilena que aún enferma
por la contaminación y lucha por la justicia.
por
Laura Sear y Leslie Steed
Arica
es una polvorienta ciudad portuaria, azotada por el viento, en el
norte de Chile. Los turistas recorren el largo paseo marítimo de la
ciudad bajo la sombra del cerro costero llamado el Morro. Aquí se ha
librado una amarga batalla durante años en busca de una solución,
de una corte a otra, de Chile a Suecia, pero en vano.
En
1994, el gobierno chileno construyó una urbanización con viviendas
sociales junto a una zona industrial a las afueras de la ciudad. Las
familias se mudaron y los niños comenzaron a jugar en las
polvorientas colinas junto a sus nuevas casas. Se deslizaban sobre la
fina arena colina abajo, la modelaban como si fuera arcilla y la
transportaban a sus casas. Lo que los residentes no sabían era que
el patio de recreo era un vertedero de desechos tóxicos.
Una
década antes de la construcción de viviendas, el gigante minero
sueco Boliden pagó a una empresa metalúrgica chilena llamada Promel
un millón de euros (1,1 millones de dólares) para eliminar unas
20.000 toneladas de lodos de fundición de las minas de cobre, plomo,
plata y oro en el país escandinavo. Pero Promel no procesó los
residuos. Por el contrario, los dejó desprotegidos en la zona
industrial junto a la planta de procesamiento de la compañía, por
aquel entonces a unos tres kilómetros de las casas de Arica.
Erupciones
cutáneas, abortos espontáneos y cáncer
Tomas
Bradanovic, un ingeniero de la capital chilena, Santiago, se mudó a
Arica a finales de la década de 1980. "Al principio nadie sabía
que el suelo estaba contaminado”, cuenta a DW, "hasta que los
niños mostraron síntomas que nunca antes habíamos visto, como
extraños sarpullidos. De repente muchas madres del vecindario
comenzaron a tener abortos espontáneos. Asimismo, más gente empezó
a morir”.
Marisol
Vilches Maibé y su familia vivían cerca de Promel. Ella sufrió
cáncer de mama y de vesícula biliar, su marido insuficiencia
cardíaca y sus cuatro hijos enfermedades de la piel, dificultades de
aprendizaje y deformidades óseas cancerosas, síntomas que coinciden
con los efectos de la intoxicación por arsénico que figuran en la
lista de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
"Estaban
al final de nuestra calle en la esquina”, recuerda Marisol sobre
los desechos tóxicos. "Cuando mi esposo finalmente recibió su
tratamiento, los médicos en Santiago nos dijeron que había
demasiado arsénico en su sangre, el doble de lo permitido”.
En
1997, la ONG Servicio Paz y Justicia examinó el polvo y detectó
grandes cantidades de arsénico, plomo, cadmio, mercurio, cobre y
zinc. Los resultados fueron confirmados posteriormente por un informe
toxicológico del gobierno.
Las
autoridades chilenas ignoran a las víctimas
Finalmente,
las autoridades chilenas respondieron con planes para trasladar los
residuos de forma segura fuera de las zonas residenciales. Sin
embargo, la mayor parte fue trasladada a poca distancia, a tan solo
600 metros de las casas más cercanas, donde permanece hasta el día
de hoy, amurallados pero mal protegidos por láminas de plástico
sostenidas por las rocas.
"El
gobierno lo trasladó al otro lado de la calle, en camiones abiertos,
esparciendo el polvo tóxico por toda la ciudad”, recuerda
Bradanovic, que hace campaña para concienciar sobre la
contaminación. "Incluso aterrizó en los tejados de una escuela
primaria”.
En
1999, la ONG FIMA inició una causa contra el gobierno chileno y
Promel en nombre de las comunidades cercanas a ambos vertederos. Se
prolongó hasta 2007, cuando la Corte Suprema de Chile finalmente
falló a favor de las comunidades.
Para
entonces, Promel había quebrado. El gobierno chileno compensó a 365
residentes, incluyendo a Marisol. Pero un informe del gobierno
publicado dos años después del fallo de la Corte Suprema concluyó
que hasta 12.000 personas podrían haber sido afectadas por los
desechos tóxicos.
Llevando
la lucha de vuelta a Suecia
En
el mismo informe se esbozaban planes para eliminar los desechos y
prestar asistencia sanitaria a los afectados. Pero nunca se han
llevado a cabo de manera efectiva, y en 2013 los residentes de Arica
llevaron su lucha de vuelta a la fuente de los desechos, presentando
una demanda contra Boliden en el tribunal local de la compañía
minera en Suecia.
Boliden
argumentó que cuando entregó los residuos, el emplazamiento de
Promel aún se encontraba en una zona puramente industrial. El
tribunal sueco dictaminó que la empresa había actuado con
negligencia al exportar los residuos porque las personas responsables
deberían haber sabido que no se eliminarían adecuadamente, pero no
encontró un vínculo suficiente entre las acciones de la empresa y
las lesiones de los demandantes y falló a favor de Boliden.
Posteriormente,
fue rechazado un recurso al Tribunal Supremo sueco por considerar que
había transcurrido demasiado tiempo desde que Boliden exportó con
negligencia los desechos en 1984. Finalmente, los demandantes
tuvieron que hacerse cargo de los honorarios del abogado de la
empresa, que ascendían a unos 3,2 millones de euros.
Hasta
la fecha, la demanda al gobierno sueco para que se asegure de que los
residuos se lleven a casa y se procesen de forma segura en suelo
sueco han quedado sin respuesta.
¿El
fin de la deslocalización tóxica?
Más
de 30 años después de que los residuos mineros europeos fueran
arrojados a las puertas de la confiada comunidad chilena, parece
imposible responsabilizar a la compañía sueca y al gobierno. Pero
en el futuro, es probable que las empresas europeas ya no puedan
actuar con tanta impunidad.
El
5 de diciembre entrará en vigor una enmienda al Convenio de Basilea
que prohíbe la exportación de desechos peligrosos de los países de
la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos) al resto del mundo.
Los
activistas han luchado durante décadas para obtener dicha
prohibición. Decenios a través de las cuales la gente de Arica ha
continuado viviendo y enfermando en vecindarios y hogares
contaminados con arsénico y plomo. Para ellos, la prohibición ha
llegado demasiado tarde.
"Lo
que nos hicieron está mal”
Marisol
señala que su esposo aún no está recibiendo tratamiento para los
efectos del envenenamiento. Ella ha perdido la esperanza de que
alguien más sea llamado a rendir cuentas. "Nunca se nos hará
justicia por lo que pasó aquí”, lamenta.
Los
vecinos siguen luchando por la atención sanitaria y la eliminación
de toxinas de su entorno. Sin embargo, para Bradanovic, la Enmienda
de Prohibición de Basilea al menos reconoce la injusticia de
deslocalizar los desechos tóxicos y, por lo tanto, de lo que se hizo
a su comunidad: "Es igualmente importante saber que lo que nos
hicieron está mal”, concluye.
(ar/er)
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Fuente:
Laura Sear, Leslie Steed, Residuos tóxicos suecos envenenan a una comunidad chilena durante 30 años, 4 diciembre 2019, Deutsche Welle. Consultado 6 diciembre 2019.
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