Internet
ha supuesto un gran ahorro con la optimización de muchos procesos
vitales. Sin embargo, el frenético tráfico digital y los nuevos
hábitos de uso de la red también dejan una huella sobre el medio
ambiente.
por
Hèctor Serra
Internet
es probablemente la estructura más grande que la humanidad haya
construido jamás. Son múltiples los elementos que componen su mapa:
cables submarinos, centros de datos, servidores, dispositivos… Un
gran sistema nervioso que nos rodea, nos conecta y que ha cambiado
nuestros hábitos de vida. Sin embargo, y en plena emergencia
climática, sorprende la aún tímida conciencia sobre el impacto
ecológico de la red de redes. Una huella enorme que algunos estudios
vienen dibujando desde hace años y que revelan la magnitud del reto
por afrontar.
"Sabemos
cómo funciona un coche o un avión pero nos cuesta ver las
consecuencias de cualquier acción que realizamos a través de un
dispositivo. Son acciones que todavía no tenemos integradas en el
imaginario social", argumenta la artista e investigadora
independiente Joana Moll. Desde 2013, Moll indaga y muestra en sus
obras los procesos "invisibles" y las relaciones de poder
que se esconden detrás de cada clic en un contexto donde las
sensaciones de inmediatez y de intangibilidad producen a la vez un
efecto de invulnerabilidad.
Pero
nada más lejos de la realidad. Navegar, subir una foto diaria en
Instagram o almacenar archivos en la nube tiene un impacto ecológico,
económico y político en el mundo físico. Y, para muestra, dos
botones. La investigadora catalana, con el propósito de desencadenar
pensamiento crítico, creó en 2014 CO2GLE, una instalación que
monitorea en tiempo real la liberación de dióxido de carbono que se
produce en cada segundo dentro del gigante de las búsquedas. Según
los cálculos de esta herramienta, se procesan un promedio aproximado
de 47.000 solicitudes por segundo (datos de 2015), lo que representa
una cantidad estimada de 500kg de emisiones de CO² por segundo. Una
tonelada cada dos segundos.
Para
hacer más gráfica la cuestión, Moll creó en 2016 otra pieza que
muestra la cantidad de árboles necesarios para absorber la cantidad
de CO² generada por las visitas globales al buscador.
DEFOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOREST calcula la friolera cantidad de 23
unidades por segundo. "Mientras que los humanos se están
volviendo cada vez más dependientes de las máquinas y los datos, la
conexión entre los humanos y sus hábitats naturales se está
desvaneciendo rápidamente. Parece que nos hemos retirado a un vacío
maquínico de la realidad que nos ciega ante las complejidades del
mundo", concluye el estudio.
Pero,
¿cuál es el impacto medioambiental total de Internet? Durante más
de una década han trascendido diversos estudios protagonizados por
organizaciones ecologistas, think tanks o medios de comunicación que
sitúan sus datos o conclusiones en una horquilla no siempre
coincidente. Esta variabilidad se da, tal y como explica Moll, porque
una cuantificación exacta es imposible atendiendo a los billones de
actores que entran en juego en este entramado.
De
acuerdo con el informe Clicking Clean, publicado en 2017 por
Greenpeace, si Internet fuera un país, éste se situaría como el
sexto en consumo de electricidad. La organización ecologista
atribuía al sector de las tecnologías de la información un consumo
de aproximadamente el 7 % de la electricidad mundial ya en 2012. Los
cálculos determinaban que este sector generaba el 2 % de las
emisiones globales de CO², una cifra que equivalía o incluso
superaba a la generada por la industria de la aviación.
Datos
más recientes, sin embargo, muestran una escalada de estos números.
Las conclusiones arrojadas este mismo año por el think tank francés
The Shift Project dicen que, a día de hoy, la tecnología digital
emite el 4% de los gases de efecto invernadero del planeta. El
frenético tráfico digital, según señala el mismo informe, ha
llevado a un aumento del consumo de energía del 9% anual. Un ritmo
que las predicciones sobre el futuro no rebajan atendiendo al aumento
de la demanda y al mayor acceso de la población mundial a las nuevas
tecnologías. En un reporte paralelo, este grupo ponía el acento en
la reproducción intensiva de vídeo en línea y concluía que todas
las descargas realizadas en 2018 habían producido 300 millones de
toneladas de CO², el equivalente a toda la contaminación que emite
España.
Una
trastienda gigantesca
El
coste energético de Internet ya se inicia en el propio ciclo de
producción de los dispositivos (extracción en las minas,
transformación de materiales…). De hecho, el mayor impacto
energético de un móvil o un ordenador ocurre durante el proceso de
manufactura, y no en su uso. Partiendo de los informes realizados por
Naciones Unidas y algunos otros estudios, para obtener todo el metal
contenido en todos los móviles en circulación actualmente, se han
tenido que excavar y procesar alrededor de 450 millones de toneladas
de roca, 12 veces el peso del total de coches que circulan en el
Reino Unido. Además de los dispositivos, la trastienda de internet
suma toda la infraestructura de antenas y cables que también
necesitan energía eléctrica para funcionar.
Tras
los dispositivos, los grandes centros de datos se sitúan como la
mayor fuente de ese consumo. Estas gigantescas instalaciones se
erigen en la traducción física de lo que conocemos como "nube".
Estos almacenes y procesadores de datos sostienen la actividad
permanente de la red de redes, cada vez más abrumadora: solo en un
minuto, se producen 3,8 millones de búsquedas en Google, 4,5
millones de vídeos vistos en Youtube y casi 700.000 horas de
contenido visualizado en Netflix. Moll apunta que, de media, estos
centros ocupan terrenos equivalentes a 26 campos de fútbol que
necesitan una media de energía idéntica a la que requieren 25.000
casas al año. Una exigencia energética que va destinada también a
los sistemas de refrigeración y de mantenimiento de estos espacios.
La llamada "nube" no está hecha precisamente de algodón.
La
cuestión es qué fuentes de energía utilizan las grandes compañías
para hacer funcionar estos megacentros. El informe Clicking Clean de
Greenpeace incidía hace dos años en la urgencia de que los gigantes
tecnológicos se comprometan con la meta del 100% en el uso de
energías renovables. Según el rastreo realizado por la organización
ecologista, Apple, Google y Facebook están realizando algunos de los
mayores avances hacia el uso de energía 100 % renovable del sector,
alimentando más de la mitad de sus servidores con energía
renovable. Otras como Netflix, Amazon Web Services y Samsung quedan
aún rezagadas. Sin embargo, los mismos datos revelan la dependencia
aún significativa de fuentes nucleares y de carbón. Amazon, sin ir
más lejos, depende en un 26 % de las primeras y en un 30 % de las
segundas.
¿Y
qué hay del usuario? ¿Qué puede hacer un particular para minimizar
la huella ambiental de su consumo en Internet? ¿Se puede ser sobrio
digitalmente? Mucho se ha escrito sobre los gestos y las pequeñas
acciones de reciclaje que tenemos en nuestra mano: desde eliminar la
bandeja de entrada de los correos almacenados hasta cerrar pestañas
y ventanas sin utilizar, pasando por visualizar vídeos en baja
resolución.
Ahora
bien, Moll subraya que, aunque es importantísima la concienciación
del usuario, quien realmente debe emprender acciones son las grandes
plataformas que sirven estos datos y también los dirigentes
políticos, que deben velar porque las compañías sean sostenibles.
"Que la responsabilidad recaiga solo sobre el individuo es
también una réplica del modelo neoliberal que nos ha llevado a este
desastre", sostiene la investigadora. Y reconoce que aún se
está muy lejos en ese despliegue de medidas reales para atajar el
problema. Todo ello, en el marco de la implementación del 5G que,
según se apunta, hará que cada usuario consuma una media de 30
gigas al mes frente a los dos actuales.
Software
eficiente
En
esta espiral de concienciación, algunas investigaciones ya toman la
delantera para optimizar la eficiencia en nuestra experiencia con las
tecnologías. La Escuela Superior de Informática de la Universidad
de Castilla la Mancha (UCLM) se encuentra detrás del diseño de un
dispositivo pionero capaz de realizar mediciones reales sobre el
consumo que está utilizando cada componente del hardware en el
momento de estar ejecutándose un software. Un trabajo de ingeniería
en el que han puesto bajo la lupa navegadores, buscadores,
traductores o redes sociales con el objetivo de que las compañías
cuenten con datos que no sean simulaciones para comenzar a
desarrollar software limpio.
"Un
tuit con un emoticono o con un GIF puede marcar una gran diferencia
de consumo", expresa Coral Calero, catedrática de Lenguajes y
Sistemas Informáticos. Desde 2013, su equipo lleva a cabo un
importante trabajo en un campo, el del software, que reconoce que va
por detrás del hardware en la búsqueda de soluciones comprometidas
con el medio ambiente.
"Actualmente
no la hay, pero nos encaminamos hacia una cultura en la que, como en
los electrodomésticos, habrá diferentes aplicaciones para una misma
funcionalidad y cada una tendrá un comportamiento ecológico y una
etiqueta. El usuario, entonces, ya podrá elegir. Y la empresa que
entre en esta clasificación energética también tendrá ventaja
competitiva", explica Calero. Y concluye: "En el momento
que alguna administración dé el paso adelante, es tan fácil como
que los pliegos de condiciones indiquen que el desarrollo de software
para las administraciones públicas debe ser respetuoso con el medio
ambiente".
Fuente:
Hèctor Serra @hectorserra_, Ni invisible ni intangible: la huella de contaminación de Internet, 20 diciembre 2019, Público. Consultado 26 diciembre 2019.
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