jueves, 26 de diciembre de 2019

Ni invisible ni intangible: la huella de contaminación de Internet

Internet ha supuesto un gran ahorro con la optimización de muchos procesos vitales. Sin embargo, el frenético tráfico digital y los nuevos hábitos de uso de la red también dejan una huella sobre el medio ambiente.

por Hèctor Serra

Internet es probablemente la estructura más grande que la humanidad haya construido jamás. Son múltiples los elementos que componen su mapa: cables submarinos, centros de datos, servidores, dispositivos… Un gran sistema nervioso que nos rodea, nos conecta y que ha cambiado nuestros hábitos de vida. Sin embargo, y en plena emergencia climática, sorprende la aún tímida conciencia sobre el impacto ecológico de la red de redes. Una huella enorme que algunos estudios vienen dibujando desde hace años y que revelan la magnitud del reto por afrontar.

"Sabemos cómo funciona un coche o un avión pero nos cuesta ver las consecuencias de cualquier acción que realizamos a través de un dispositivo. Son acciones que todavía no tenemos integradas en el imaginario social", argumenta la artista e investigadora independiente Joana Moll. Desde 2013, Moll indaga y muestra en sus obras los procesos "invisibles" y las relaciones de poder que se esconden detrás de cada clic en un contexto donde las sensaciones de inmediatez y de intangibilidad producen a la vez un efecto de invulnerabilidad.

Pero nada más lejos de la realidad. Navegar, subir una foto diaria en Instagram o almacenar archivos en la nube tiene un impacto ecológico, económico y político en el mundo físico. Y, para muestra, dos botones. La investigadora catalana, con el propósito de desencadenar pensamiento crítico, creó en 2014 CO2GLE, una instalación que monitorea en tiempo real la liberación de dióxido de carbono que se produce en cada segundo dentro del gigante de las búsquedas. Según los cálculos de esta herramienta, se procesan un promedio aproximado de 47.000 solicitudes por segundo (datos de 2015), lo que representa una cantidad estimada de 500kg de emisiones de CO² por segundo. Una tonelada cada dos segundos.

Para hacer más gráfica la cuestión, Moll creó en 2016 otra pieza que muestra la cantidad de árboles necesarios para absorber la cantidad de CO² generada por las visitas globales al buscador. DEFOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOREST calcula la friolera cantidad de 23 unidades por segundo. "Mientras que los humanos se están volviendo cada vez más dependientes de las máquinas y los datos, la conexión entre los humanos y sus hábitats naturales se está desvaneciendo rápidamente. Parece que nos hemos retirado a un vacío maquínico de la realidad que nos ciega ante las complejidades del mundo", concluye el estudio.

Pero, ¿cuál es el impacto medioambiental total de Internet? Durante más de una década han trascendido diversos estudios protagonizados por organizaciones ecologistas, think tanks o medios de comunicación que sitúan sus datos o conclusiones en una horquilla no siempre coincidente. Esta variabilidad se da, tal y como explica Moll, porque una cuantificación exacta es imposible atendiendo a los billones de actores que entran en juego en este entramado.

De acuerdo con el informe Clicking Clean, publicado en 2017 por Greenpeace, si Internet fuera un país, éste se situaría como el sexto en consumo de electricidad. La organización ecologista atribuía al sector de las tecnologías de la información un consumo de aproximadamente el 7 % de la electricidad mundial ya en 2012. Los cálculos determinaban que este sector generaba el 2 % de las emisiones globales de CO², una cifra que equivalía o incluso superaba a la generada por la industria de la aviación.

Datos más recientes, sin embargo, muestran una escalada de estos números. Las conclusiones arrojadas este mismo año por el think tank francés The Shift Project dicen que, a día de hoy, la tecnología digital emite el 4% de los gases de efecto invernadero del planeta. El frenético tráfico digital, según señala el mismo informe, ha llevado a un aumento del consumo de energía del 9% anual. Un ritmo que las predicciones sobre el futuro no rebajan atendiendo al aumento de la demanda y al mayor acceso de la población mundial a las nuevas tecnologías. En un reporte paralelo, este grupo ponía el acento en la reproducción intensiva de vídeo en línea y concluía que todas las descargas realizadas en 2018 habían producido 300 millones de toneladas de CO², el equivalente a toda la contaminación que emite España.

Una trastienda gigantesca

El coste energético de Internet ya se inicia en el propio ciclo de producción de los dispositivos (extracción en las minas, transformación de materiales…). De hecho, el mayor impacto energético de un móvil o un ordenador ocurre durante el proceso de manufactura, y no en su uso. Partiendo de los informes realizados por Naciones Unidas y algunos otros estudios, para obtener todo el metal contenido en todos los móviles en circulación actualmente, se han tenido que excavar y procesar alrededor de 450 millones de toneladas de roca, 12 veces el peso del total de coches que circulan en el Reino Unido. Además de los dispositivos, la trastienda de internet suma toda la infraestructura de antenas y cables que también necesitan energía eléctrica para funcionar.

Tras los dispositivos, los grandes centros de datos se sitúan como la mayor fuente de ese consumo. Estas gigantescas instalaciones se erigen en la traducción física de lo que conocemos como "nube". Estos almacenes y procesadores de datos sostienen la actividad permanente de la red de redes, cada vez más abrumadora: solo en un minuto, se producen 3,8 millones de búsquedas en Google, 4,5 millones de vídeos vistos en Youtube y casi 700.000 horas de contenido visualizado en Netflix. Moll apunta que, de media, estos centros ocupan terrenos equivalentes a 26 campos de fútbol que necesitan una media de energía idéntica a la que requieren 25.000 casas al año. Una exigencia energética que va destinada también a los sistemas de refrigeración y de mantenimiento de estos espacios. La llamada "nube" no está hecha precisamente de algodón.

La cuestión es qué fuentes de energía utilizan las grandes compañías para hacer funcionar estos megacentros. El informe Clicking Clean de Greenpeace incidía hace dos años en la urgencia de que los gigantes tecnológicos se comprometan con la meta del 100% en el uso de energías renovables. Según el rastreo realizado por la organización ecologista, Apple, Google y Facebook están realizando algunos de los mayores avances hacia el uso de energía 100 % renovable del sector, alimentando más de la mitad de sus servidores con energía renovable. Otras como Netflix, Amazon Web Services y Samsung quedan aún rezagadas. Sin embargo, los mismos datos revelan la dependencia aún significativa de fuentes nucleares y de carbón. Amazon, sin ir más lejos, depende en un 26 % de las primeras y en un 30 % de las segundas.

¿Y qué hay del usuario? ¿Qué puede hacer un particular para minimizar la huella ambiental de su consumo en Internet? ¿Se puede ser sobrio digitalmente? Mucho se ha escrito sobre los gestos y las pequeñas acciones de reciclaje que tenemos en nuestra mano: desde eliminar la bandeja de entrada de los correos almacenados hasta cerrar pestañas y ventanas sin utilizar, pasando por visualizar vídeos en baja resolución.

Ahora bien, Moll subraya que, aunque es importantísima la concienciación del usuario, quien realmente debe emprender acciones son las grandes plataformas que sirven estos datos y también los dirigentes políticos, que deben velar porque las compañías sean sostenibles. "Que la responsabilidad recaiga solo sobre el individuo es también una réplica del modelo neoliberal que nos ha llevado a este desastre", sostiene la investigadora. Y reconoce que aún se está muy lejos en ese despliegue de medidas reales para atajar el problema. Todo ello, en el marco de la implementación del 5G que, según se apunta, hará que cada usuario consuma una media de 30 gigas al mes frente a los dos actuales.

Software eficiente

En esta espiral de concienciación, algunas investigaciones ya toman la delantera para optimizar la eficiencia en nuestra experiencia con las tecnologías. La Escuela Superior de Informática de la Universidad de Castilla la Mancha (UCLM) se encuentra detrás del diseño de un dispositivo pionero capaz de realizar mediciones reales sobre el consumo que está utilizando cada componente del hardware en el momento de estar ejecutándose un software. Un trabajo de ingeniería en el que han puesto bajo la lupa navegadores, buscadores, traductores o redes sociales con el objetivo de que las compañías cuenten con datos que no sean simulaciones para comenzar a desarrollar software limpio.

"Un tuit con un emoticono o con un GIF puede marcar una gran diferencia de consumo", expresa Coral Calero, catedrática de Lenguajes y Sistemas Informáticos. Desde 2013, su equipo lleva a cabo un importante trabajo en un campo, el del software, que reconoce que va por detrás del hardware en la búsqueda de soluciones comprometidas con el medio ambiente.

"Actualmente no la hay, pero nos encaminamos hacia una cultura en la que, como en los electrodomésticos, habrá diferentes aplicaciones para una misma funcionalidad y cada una tendrá un comportamiento ecológico y una etiqueta. El usuario, entonces, ya podrá elegir. Y la empresa que entre en esta clasificación energética también tendrá ventaja competitiva", explica Calero. Y concluye: "En el momento que alguna administración dé el paso adelante, es tan fácil como que los pliegos de condiciones indiquen que el desarrollo de software para las administraciones públicas debe ser respetuoso con el medio ambiente".

Fuente:
Hèctor Serra @hectorserra_, Ni invisible ni intangible: la huella de contaminación de Internet, 20 diciembre 2019, Público. Consultado 26 diciembre 2019.

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