En la imagen, vista aérea de una zona de selva virgen junto a otro quemado recientemente cerca de Porto Velho, el 23 de agosto de 2019. Foto: Víctor R. Caivano / AP. |
Con
el actual gobierno de Brasil ha aumentado la deforestación en la
selva tropical más grande del mundo, crucial para atenuar el impacto
del cambio climático.
por
Matt Sandy
Durante
meses, se cernieron nubes negras sobre el bosque tropical mientras
las cuadrillas de trabajadores lo quemaban y talaban. Ahora, cuando
llegó la temporada de lluvias, la selva tuvo un respiro y el mundo
ha podido entender de manera más clara el daño sufrido.
La
imagen que apareció no fue nada alentadora: la Agencia Espacial
Brasileña (AEB) informó que en un año habían sido arrasadas más
de 958.000 hectáreas de la Amazonía, una extensión de selva casi
del tamaño de Líbano que se ha extirpado del bosque tropical más
grande del mundo.
Fue
la pérdida más grande de bosque tropical en Brasil que se ha visto
en una década y una prueba clara de lo mal que le ha ido a la
Amazonía, que es una defensa importante contra el calentamiento
global, durante el primer año de mandato del presidente Jair
Bolsonaro en Brasil.
El
dirigente ha prometido abrir el bosque tropical a la explotación
industrial y disminuir su protección. Y su gobierno ha cumplido al
recortar fondos y personal para socavar la aplicación de las leyes
ambientales. En ausencia de agentes federales, han llegado oleadas de
madereros, ganaderos y mineros envalentonados por el presidente y
deseosos de satisfacer la demanda global.
La
deforestación aumentó casi un 30 por ciento en comparación con el
año anterior.
“Eso
confirma que en la Amazonía no hay ley”, dijo sobre los datos
Carlos Nobre, climatólogo de la Universidad de São Paulo. “Los
delincuentes del medioambiente se sienten cada vez más empoderados”.
Advirtió
que tal vez la Amazonía pronto rebase un punto crítico y empiece a
autodestruirse. “La eficacia en la aplicación de la ley ha llegado
a su nivel más bajo en una década”, dijo. “Es una advertencia
preocupante para el futuro”.
El
gobierno de Bolsonaro en ocasiones ha aludido a la idea de combatir
la tala ilegal, pero el presidente ha reafirmado su antigua postura
de menosprecio a los trabajos de conservación. Durante su campaña
electoral dijo que la política ambiental de Brasil estaba
“asfixiando al país”, después prometió que ni un “centímetro
cuadrado” de tierra se les asignaría a los indígenas y, en
noviembre, hizo caso omiso de los datos oficiales sobre la
deforestación.
Su
postura está clara en la línea divisoria de la Amazonía, donde el
bosque tropical se transforma en terreno para el ganado, la soya y
otros cultivos como parte de un proceso que puede ser opaco, en
ocasiones ilegal y con frecuencia violento.
“La
deforestación y los incendios siempre han sido un problema, pero
esta es la primera vez que han ocurrido gracias al discurso y a las
actividades del gobierno federal”, dijo Marina Silva. Ministra del
Medioambiente de Brasil a mediados de la primera década de este
siglo, Silva adoptó medidas enérgicas contra las actividades
ilegales en la Amazonía que contribuyeron a que la deforestación se
redujera un 83 por ciento de 2004 a 2012.
Alrededor
del año 2014, Brasil empezó a caer en una profunda recesión y la
deforestación comenzó a aumentar conforme los ganaderos y los
leñadores buscaban nuevas tierras que explotar. La Amazonía -que
durante siglos proporcionó árboles de caucho, minerales y tierra
fértil- era el lugar evidente al cual recurrir.
La
agroindustria, que siempre ha sido una fuerza en Brasil, adquirió
todavía más poder económico y político: ahora, esta representa
casi una cuarta parte del PIB del país, y la región de la Amazonía
alberga granjas de soya, minas de oro y hierro, y ranchos que poseen
más de 50 millones de cabezas de ganado.
Estas
industrias encontraron un aliado en Bolsonaro, quien antes de
postularse a la presidencia el año pasado era un diputado de extrema
derecha a favor de las empresas. Según Silva, su gobierno “no está
luchando por mantener una gestión a favor del medioambiente”.
La
deforestación comenzó a aumentar antes de que Bolsonaro llegara al
gobierno, en enero de 2019. Algunos expertos temían que, para la
época más extrema de la temporada seca en julio y agosto, los
madereros y ganaderos ilegales que incendian la tierra con el fin de
prepararla para los cultivos y la pastura estuvieran quemando la
Amazonía impunemente.
Sus
incendios captaron la atención del mundo, en especial cuando se
difundieron por internet las imágenes de las llamas en la selva, los
árboles calcinados y el humo que oscurecía el cielo de São Paulo,
la ciudad más grande de Brasil situada 3000 kilómetros al sureste
del bosque tropical. Según las cifras del gobierno, se detectaron
más de 80.000 incendios desde el comienzo del año.
Estos
incendios provocaron una crisis diplomática importante para
Bolsonaro, la cual lo enfrentó a una reacción violenta por parte de
políticos, celebridades y la opinión pública a nivel global.
Francia amenazó con frenar un acuerdo comercial importante y Noruega
y Alemania suspendieron sus contribuciones para proteger el bosque
tropical.
Tras
mantener una postura desafiante al principio, Bolsonaro movilizó al
ejército para combatir el fuego y emitió un decreto que prohibía
las quemas en la Amazonía durante sesenta días.
La
indignación llegó a tal extremo que a las empresas brasileñas les
preocupó su posible impacto. “¿Se dañó nuestra imagen? Sí.
¿Podemos recuperarla? Sí. El gobierno tiene que ajustar su discurso
a lo que el mundo desea”, comentó Blairo Maggi, un productor de
soya multimillonario y exministro de Agricultura conocido como el rey
de la soya.
“Los
agricultores, las asociaciones y la industria tienen que reconstruir
lo que se ha perdido”, señaló. “Retrocedimos diez pasos;
tendremos que trabajar para regresar a donde estábamos”.
La
gente que trabaja la tierra ha expresado sentimientos encontrados
sobre la deforestación. Para algunos, los incendios son una doble
amenaza que disemina un humo peligroso y destruye el bosque que
siempre ha sido una fuente de sustento. Para otros, los incendios
generan empleos muy necesarios que todavía son más valiosos dentro
de la aletargada economía de Brasil.
La
presión a la Amazonía también ha sido provocada por la demanda de
productos del extranjero. Cada año, Brasil exporta casi quince
toneladas de soya, gran parte de ella a China, y más de 6000
millones de dólares en carne de res, más que cualquier otro país
en la historia. De acuerdo con la Escuela de Silvicultura y Estudios
Ambientales de Yale, las fincas ganaderas representan el 80 por
ciento de la tierra deforestada en la Amazonía.
Se
han impuesto multas de millones de dólares a las principales
empresas de carne de res y soya por comprar materia prima procedente
de tierras deforestadas de manera ilegal, pero ha resultado difícilhacer cumplir esas reglas.
La
semana pasada, el ministro de Medioambiente, Ricardo Salles, dijo que
el gobierno necesitaba una nueva estrategia para detener la tala
ilegal y la minería, pero no ha esbozado un plan.
Y
a pesar del tono más conciliador adoptado por Salles y algunos
empresarios, como Maggi, Bolsonaro ha vuelto a expresar su visión
sobre la Amazonía: un recurso que puede ser explotado.
La
semana pasada, acusó falsamente al actor Leonardo DiCaprio de
financiar incendios en la Amazonía, y durante meses también negó
las preocupaciones de los pueblos indígenas sobre el aumento de las
invasiones de tierras protegidas por madereros y mineros, incluso
cuando los grupos indígenas han pedido protección al gobierno por
el panorama cada vez más violento.
Muchas
personas ambientalistas han culpado directamente a Bolsonaro por el
aumento de la deforestación. Argumentan que esta crisis ha sido
posible por el despido de funcionarios clave en el principal
regulador ambiental del país -el Instituto Brasileño del
Medioambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama)- y su
negativa a respaldar el combate contra la tala.
“Si
el gobierno federal no cambia profundamente su postura sobre el
tema”, dijo Mauricio Voivodic, director ejecutivo del World Wide
Fund for Nature Brasil, la deforestación “crecerá aún más el
próximo año, lo que hará que el país retroceda treinta años en
términos de protección de la Amazonía”.
El
futuro de la Amazonía puede depender de si eso sucede, con serias
implicaciones para el calentamiento global.
El
bosque tropical almacena un gran porcentaje de dióxido de carbono,
que se libera a través de los incendios. De enero a julio, la
deforestación y los incendios en la Amazonía brasileña liberaron
entre 115 y 155 millones de toneladas de emisiones de dióxido de
carbono, una cantidad casi igual a las emisiones totales para el
estado de Carolina del Norte, en Estados Unidos, según un análisis
del Woods Hole Research Center y el IPAM-Amazônia.
“Los
datos de deforestación de los últimos tres meses también muestran
un aumento muy fuerte”, dijo Nobre, el climatólogo.
Los
científicos también advierten que tantas décadas de destrucción
han llevado al bosque muy próximo a un punto de no retorno, en el
que temporadas más fugaces de lluvias y sequías más prolongadas
convertirían la mayor parte del bosque tropical en una sabana.
De
acuerdo con las investigaciones de Nobre, el punto de no retorno se
podría alcanzar cuando la deforestación en la cuenca del Amazonas
aumente a un 20 a 25 por ciento, o incluso antes. No existe un
porcentaje preciso de deforestación actual en los nueve países que
contienen la Amazonía, pero muchos investigadores creen que ya se ha
perdido alrededor del 17 por ciento del bosque.
En
una conversación con periodistas el mes pasado, Bolsonaro predijo
que el humo volverá. “La deforestación y los incendios nunca
terminarán”, dijo. “Es cultural”.
Fuente:
Matt Sandy, ‘En la Amazonía no hay ley’: el bosque tropical en el primer año de Jair Bolsonaro, 6 diciembre 2019, The New York Times. Consultado 13 diciembre 2019.
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