En
el norte cordobés, los vecinos bloquean las máquinas que fumigan
fuera de norma. Es en Sebastián Elcano. Desde hace dos meses,
montaron una carpa para exigir una ley que aleje las fumigaciones del
pueblo.
por
Leonardo Rossi
Desde
Córdoba
Más
de 65 días de acampe. Un movimiento comunitario para garantizar la
salud colectiva. Guardias comunales sostenidas principalmente por
mujeres para frenar o echar a las máquinas pulverizadoras del casco
urbano y campos aledaños. Un colectivo organizado y varias
propuestas para hacer del espacio habitado un espacio habitable: una
legislación que aleje las fumigaciones del pueblo, un relevamiento
socio-sanitario, y una férrea promoción de la agroecología. Esa es
la pintura de este tiempo en Sebastián Elcano, localidad del norte
cordobés. “Vamos a sostener esta lucha hasta que cambie esta
situación, y la comunidad está muy convencida de lo que quiere”,
apunta Mónica Ponce, de la Federación de Organizaciones de Base
(FOB), espacio que apuntala esta digna lucha.
Sebastián
Elcano está a más de 180 kilómetros al noreste de la ciudad de
Córdoba, en cercanías del Cerro Colorado. Área que fue
históricamente campesina y que pasó en las últimas décadas a ser
parte del llamado ‘corrimiento de la frontera agrícola’ o
‘pampeanización’. En los hechos, la zona sucumbió al ingreso a
gran escala de monocultivos de exportación -soja y maíz
transgénicos-, uso masivo de plaguicidas, desmontes y desalojos
campesinos. La resistencia de la abuela Ramona Bustamante es un
emblema de esta área, un caso que llegó a ser conocido en otras
partes del mundo.
La
cartografía del poblado, donde desde hace más de dos décadas
gobierna el radical Pedro Bonaldi, se vio alterada en los últimos
dos meses a partir de la instalación de una carpa en el espacio
público. Un nuevo eje de energía política de desplegó para
disputar sentidos, prácticas que parecían intocables, y en
definitiva, para cambiar la forma de concebir el territorio.
Reuniones multitudinarias y acciones directas son los frutos de un
reclamo que se fraguó a fuerza de dolores y hastío a lo largo de
años. “Paren de fumigar el pueblo”, se escucha en las calles,
las casas, y en la escuela.
“En
un plenario de la organización, las madres pusieron como tema
principal de preocupación las constantes fumigaciones, y la
situación de salud de la población vinculada a estas prácticas.
Entonces nos planteamos ponernos firmes, porque ya el año pasado
presentamos una propuesta de ordenanza pero no pasó nada”, apunta
la miembro de la FOB. En concreto, el colectivo reclama que se aleje
todo tipo de aplicación de agroquímicos a 1500 metros del límite
del casco urbano cuando se haga con maquinaria terrestre, y a 3000
metros cuando se trate de aplicaciones aéreas. La actual legislación
provincial permite por ejemplo liberar glifosato con máquinas
terrestres en el propio borde urbano. Desde el acampe solicitan
también que se erradiquen de la zona poblada los depósitos de
acopio de los químicos, y los galpones donde se guardan las máquinas
aplicadoras.
Patricio,
un vecino que adhiere a la causa, plantea que “realmente es muy
difícil avanzar en acuerdos con sectores que durante más de veinte
años hicieron este tipo de producción, nunca nadie les dijo nada, y
todo fue avalado por el poder político, entonces hay como mucha
prepotencia”. En ese contexto, siente que “es admirable lo que
comenzaron las mujeres porque se parte desde ese escenario, donde la
comunidad tenía como normal que a toda hora en cualquier parte del
pueblo hay que estar respirando venenos”. “Lo que vino a hacer
esta lucha es romper toda esta normalidad”, enfatiza este docente.
Cuidado
comunal como acción política
Sin
quedarse estáticas frente a la falta de respuestas de las
autoridades, las mujeres organizadas, junto a sus compañeros,
decidieron no sólo montar la carpa sino darse una forma de control
comunal de las aplicaciones. Una y otra vez salen a la búsqueda de
las máquinas fumigadoras que ingresas por el centro del pueblo o de
aquellas que están aplicando venenos a la vera de las casas, a veces
incluso de noche y a escondidas. “Estamos alertas en varios
barrios, paramos los ‘mosquitos’ (máquinas fumigadoras
terrestres), y en algunos casos bloqueamos la salida de los campos
porque se querían escapar, sabiendo que no estaban haciendo las
cosas bien”, describe sobre el accionar comunitario, Mónica Ponce.
Ante estas situaciones, las vecinas y los vecinos organizados
retienen la maquinaria, llaman a la policía y solicitan que se
labren actas que constaten que las aplicaciones de agroquímicos se
realizan fuera de toda normativa. Así, asegura Mónica “ya se
lograron más de veinte intervenciones”. “Un problema que tenemos
es que la policía labra el acta, pero no puede secuestrar los
mosquitos porque no tienen dónde dejarlo que no sea en el propio
centro”. En algunos casos, la propia comunidad escolta a las
máquinas en caravana, a bocinazos, hasta que las echa del pueblo.
Este
modo de actuar del colectivo local no puede entenderse sin dar cuenta
de “la crítica situación sanitaria que tiene la zona, donde hay
muchos niños con enfermedades respiratorias, y muertes por cáncer
en cantidad que llaman la atención”, explica esta mujer. Como
complemento, Patricio señala que “la situación sanitaria es
bastante desastrosa por la absoluta falta de control sobre el tema,
porque se fumiga con viento, con cualquier temperatura, en cualquier
lugar”. Luego de un reciente encuentro con las Madres de Barrio
Ituzaingó Anexo de la ciudad de Córdoba, organización referente en
la lucha contra las fumigaciones y emblema del armado de relevamiento
sanitario populares, desde el acampe se proponen iniciar un mapeo de
la situación de la salud colectiva del pueblo. “Las madres de
Ituzaingó nos enseñaron de su historia, y ya que desde el Estado no
se nos acompaña vamos a relevar nosotras las causas de muerte y las
distintas enfermedades que hubo en los últimos años, según cada
barrio”, agrega esta mujer, decidida a transformar el territorio
que habita en un espacio más digno para la vida. Desde el acampe,
Mónica dice con total claridad: “vamos a levantar la carpa cuando
se cumplan los pedidos, cuando esto verdaderamente cambie, no tenemos
una fecha para irnos porque todas las compañeras estamos muy
convencidas de la lucha que estamos dando, que es por la salud de la
comunidad y por un pueblo sin venenos”.
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Fuente:
Leonardo Rossi, El pueblo que hace guardia contra los agroquímicos, 2 diciembre 2019, Página/12. Consultado 2 diciembre 2019.
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