por
Leandro Vesco
MAPIS,
Provincia de Buenos Aires.- "No tengo horarios, recorro los
molinos, ando a caballo, y a veces me hago un asado", cuenta
Anibal Zorn, el único habitante estable de Mapis, un pueblo mínimo
en la frontera del Distrito de Olavarría, en el centro de la
provincia de Buenos Aires. Aquí no hay luz eléctrica, Internet ni
señal telefónica. Un viejo generador lo abastece durante algunas
horas de luz artificial.
"Tenía
un televisor, pero ningún programa me gustó y lo regalé",
afirma este hombre solitario de 70 años, que vive en una vieja casa
ferroviaria, al costado de las vías. Hasta hace tres años,
compartía su silencio con Rodolfo Silvestre, quien atendía el
almacén de ramos generales del pueblo, pero su edad avanzada lo
obligó a cerrar. Desde entonces en Mapis no existe ningún comercio.
"Iba todos los días, extraño mucho eso, pero me acostumbré a
estar solo", sostiene. Por las noches, la oscuridad es total.
Mapis se convierte en un pueblo invisible. "Espero las noches de
luna llena, porque es como si estuviera el sol", confiesa.
Mapis
es un lugar al que cuesta llegar. Está 120 kilómetros al norte de
la ciudad cabecera, Olavarría. "Kilómetro 360 de la ruta 226,
puente Blancagrande, doblar a la izquierda", son las
referencias. De esos, 60 kilómetros son de tierra, dura, áspera.
Por lo general, es una zona de nieblas hacia al comienzo del día.
Hace dos meses que no llueve, el polvo se ve hasta en las hojas de
los pocos árboles, cada auto que transita la huella deja una estela
interminable. Los postes de la luz, los que quedan en pie, tienen los
cables caídos. "Las cotorras han sido siempre un gran problema,
los comen", cuenta Anibal. "Me gusta la vida en soledad,
uno se va acostumbrando a la oscuridad", asegura.
El
pueblo tiene solo una calle de tierra y en la entrada está la
escuela, donde asisten 12 alumnos. Las dos maestras viven allí
durante la semana, una de ellas, con sus dos hijos. Su cuarto es el
archivo. Bajo las estanterías repletas de biblioratos, cuatro
pequeñas camas permiten que ambas docentes puedan seguir con el
cargo, y que esta localidad olvidada, se mantenga viva. El viernes
vuelven a su casa en Olavarría.
Museo
La
estación de tren es hoy un museo (fue recuperada gracias a la
escuela), y también funciona allí una sala sanitaria, aunque hace
meses que el médico -que visitaba el pueblo una vez a la semana- no
llega. La ambulancia que lo traía volcó. El club tiene un salón
con techo y otro abandonado. El almacén de ramos generales, hoy
cerrado, es una inmensa construcción de ladrillo que desafía al
olvido. Quieren reabrirlo para que las madres de los alumnos, que
deben quedarse cuatro horas esperando que sus hijos salgan de la
escuela, puedan tener un lugar donde quedarse y buscar provisiones.
El actual propietario se niega. "Igual que la escuela, el
almacén fue un punto de encuentro, un núcleo del pueblo",
recuerda Silvana Arnaudo, directora de la escuela N° 35 José Lamas.
Una
anécdota -entre tantas- hace especial a Mapis. Un joven Juan Carlos
Castagnino, de 18 años, era amigo del jefe de Estación, de apellido
Moracci. Lo visitó unos días. Corrían los años 20. Este empleado
ferroviario, al ver que a su amigo le gustaba pintar, le dio algunos
cartones de unas encomiendas. En uno de ellos el que iba a ser uno de
los más grandes artistas plásticos argentinos pintó una naturaleza
muerta. La firmó y se la regaló.
Castagnino
volvió a Buenos Aires y su amigo, pícaro, le borró la firma del
maestro y la exhibía como una obra suya. "Nosotros en Mapis,
tenemos un Castagnino, pero de Moracci", afirma María Marta
Mallea, de 61 años, quien tiene su estancia a menos de diez
kilómetros del pueblo, engrosando la activa población rural de
Mapis. "Hicimos el último censo en los campos, somos 143",
confirma Silvana.
Sin
luz
Vivir
sin luz es una realidad que se asume con resignación. "A veces
hago estirar un litro y dura tres horas", cuenta Aníbal
refiriéndose al consumo del generador. La luz solar es aprovechaba
al máximo. De noche, además de los ruidos propios del campo, los
generadores quiebran un rato la paz rural. La posibilidad más
cercana de comprar nafta es ir a Recalde, a 30 kilómetros. "Pero
sale 60 pesos el litro, y prefiero estar sin luz", afirma
Aníbal, jubilado. Lo importante es que el freezer conserve el frío.
"Necesitamos
luz, buenos caminos y conectividad", sostiene María Marta,
quien en la estancia tampoco tiene este servicio. "Te
acostumbras a tener un generador que se prende algunas horas",
cuenta. Lavarropas, tv, carga de celulares, todo se debe aprovechar
en ese rato. Se ha estudiado la posibilidad de instalar energía
eólica, pero los vientos no son suficientes. "Necesitamos
muchas baterías para abastecer la casa con energía solar, es
costoso", afirma. Tiene heladera a gas, como casi todos los que
viven aquí. "Pero en invierno congela, y en verano no enfría.
Pasa a ser un mueble", confiesa. "Para nosotros, la luz
eléctrica es algo que aparece de noche", resume.
El
pueblo fue testigo de algunos hechos que lo marcaron. El tren de
pasajeros dejó de pasar en la década del 80. El de carga aguantó
un par de años más y, luego, el olvido. Las vías hoy están bajo
tierra. La distancia y el éxodo que sufrió el pueblo hicieron que
los cables de la luz caídos, ya no se repusieran. "La
cosechadora automática arruinó todo", dice Anibal. Cuando el
cereal se embolsaba a mano, cada cosechadora necesitaba hasta cuatro
operarios. "El pueblo se llenaba de bolseros, duraba un mes y
medio la cosecha", recuerda. En 1930, con la crisis mundial, el
almacén cerró y a su dueño lo despidieron en la estación. Volvió
a abrir unos años más tarde y hasta el 2017 estuvo abierto.
"Me
fui quedando solo, pero me gusta vivir así", reafirma Aníbal
desde su casa en las márgenes del pueblo. Tiene dos autos, un
Rastrojero y un Jeep Ika, que se ve deteriorado detrás del pastizal.
"Pero anda muy bien de motor", aclara. Las provisiones las
compra en Recalde o, una vez por semana en Olavarría, cuando los
domingos va a ver "fútbol de campaña", una liga rural en
la que juegan equipos de los pueblos.
"Acompaño
mucho a las chicas, las maestras", comenta. "Cuando nos
vamos, él nos cuida los tanques de agua", cuenta Silvana.
"Sabemos que contamos con él", agrega. Un hermano de
Aníbal vive en un hogar de ancianos en Arboledas, un pueblo que
queda a 40 kilómetros por camino de tierra . Lo visita cada dos
semanas. "Me gusta el invierno, pero las vacaciones de verano
son muy largas, no queda nadie en el pueblo", advierte. La
escuela cerrada le quita la única compañía y distracción.
La
escuela
"Este
es un pedazo de la Argentina que nadie ve, vivimos de la naturaleza.
Lo más importante es la escuela rural. Es el polo de desarrollo, de
arraigo", sentencia María Marta. La Escuela recibió en 2018 el
primer premio nacional de Maestros Argentinos por un proyecto para
erradicar la hidatidosis. En el año 2013, la Fundación La Nación
le otorgó una mención por el proyecto de recuperar la estación
ferroviaria, hoy flamante museo. La escuela también fue responsable
de alfabetizar a 18 adultos, padres de alumnos que terminaron la
secundaria. "Eso te cambia la vida, hacían la tarea junto a sus
hijos", afirma. "Terminaban su día laboral, se bajaban del
caballo y asistían a clases", completa. "Hay alumnos que
llegan desde 20 kilómetros, muchos a caballo, otros en tractor",
explica Silvana. Desde la escuela han salido todos los proyectos que
mantienen a Mapis vivo.
Paz
Criante es la maestra de jardín de infantes, tiene 23 años y se
recibió en abril de este año. Dos semanas después, aceptó el
cargo vacante en Mapis. "No quería venir nadie", cuenta al
recordar la tarde que apareció con unos bolsos y un colchón. Tiene
seis alumnos. "Los de primaria juegan con los más chicos, nunca
se pelean, son divinos", afirma. "No me veo yéndome, amo
estar en este lugar, que no tiene luz, pero tenemos muchos sueños",
resume Paz. Abrir un restaurante de campo en el galpón ferroviario y
ver abierto nuevamente el viejo almacén son algunos de ellos.
Compran
comida y agua (en Mapis el agua es salobre) los fines de semana para
traer los lunes para su estadía, pero también para los alumnos.
"Ese viaje lo aprovechamos para buscar las meriendas y el pan,
que tiene que durar toda la semana para la escuela", completa.
Es una vida dura. "Me da miedo abrir la ventana, no se ve nada",
confiesa Paz, cuando se acerca la noche y la oscuridad es plena.
La
ausencia de luz eléctrica no es el único servicio del que carece
Mapis. Ninguna compañía de telefonía celular ofrece señal. Aníbal
tiene un viejo teléfono móvil que no sabe usar, pero cuando sale
del pueblo lo lleva. "A veces nos viene a pedir ayuda para
encontrar un contacto y llamar", explica Silvana. El recuerdo de
su experiencia con el televisor lo describe en su totalidad. Pensó
que podría entretenerse, compró un aparato e instaló la antena,
pero descubrió que no le interesaba la programación de los canales
que captaba. "Me aburría", critica. Se la regaló a un
puestero. "Me quedo con la radio, es mi compañera, además me
avisa cuando están feos los caminos", concluye.
Fuente:
Leandro Vesco, "Tenía un televisor, pero ningún programa me gustó y lo regalé", dice el único habitante de un pueblo bonaerense, 20 septiembre 2019, La Nación.
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