por
Alejandra Martins
La
bióloga argentina Sandra Myrna Díaz es una de las grandes
referencias en temas de biodiversidad a nivel mundial.
Pero
esta científica también se destaca por ir más allá, y hacer una
conexión clara entre la preservación de la naturaleza y los modelos
económicos y sociales que, en su opinión, la amenazan gravemente.
Díaz
recibe este viernes, junto a otra bióloga también especializada en
plantas, la estadounidense Joanne Chory, el Premio Princesa de
Asturias de Investigación Científica y Técnica 2019.
La
científica fue la autora principal del informe internacional que en
mayo alertó sobre un millón de especies en peligro y es profesora
de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina.
Entre
otros logros, el Premio Princesa de Asturias destaca que Díaz
contribuyó al desarrollo de "una herramienta metodológica para
cuantificar los efectos y beneficios de la biodiversidad de las
plantas" y "el papel de la biodiversidad para contrarrestar
el calentamiento global".
Díaz
habló con BBC Mundo sobre por qué en América Latina "estamos
quemando nuestra casa", los costos ambientales reales de la
agroindustria y la minería, y qué pueden hacer los lectores para
ayudar a proteger lo que llama "el tapiz de la vida".
Ha
hablado sobre la necesidad de incorporar en los precios los costos
ambientales reales. ¿Qué significa esto?
Hoy
en día muchas actividades económicas son rentables porque quienes
se benefician de ellas tanto produciéndolas como intercambiándolas
o consumiéndolas no están pagando los costos reales.
Es
como una fiesta donde los que disfrutan de la comida y la bebida y la
música no son los que están pagando los gastos de producir la
comida, la electricidad, los platos rotos o la recolección de
basura.
Hay
muchas cosas que convierten y se trasladan en el mundo en grandes
cantidades porque son muy baratas, y son muy baratas para el que
vende porque no está pagando lo que realmente cuesta, no están
pagando el sufrimiento humano y el daño ambiental.
¿Que
cosas por ejemplo?
En
muchos lugares del mundo las mineras tienen enormes subsidios del
Estado. Pero los controles que se ejerce sobre lo que contaminan, lo
que marginan socialmente, los costos que pagan son irrisorios y
simbólicos.
En
muchas zonas del mundo, incluida la mía, se subsidian muy
fuertemente los combustibles fósiles y todo lo que es transporte
privado, para que toda la gente tenga un 0 km, que se hagan
autopistas, y todo ese dinero se deja de invertir en el transporte
público que causa muchísimo menos daño ambiental.
O
un ejemplo que usamos mucho: en toda la zona agrícola relacionada
con el golfo de México hay grandes subsidios a los fertilizantes,
entonces a los productores les resulta muy barato poner enormes
cantidades, mucho más de lo que necesitan.
Y
todo ese excedente de fertilizante termina en el golfo de México y
crea esas zonas que nosotros técnicamente llamamos hipóxicas.
Hay
explosiones de algas y microorganismos que agotan el oxígeno y se
muere todo el resto de la cadena trófica.
Entonces,
desde el punto de vista pesquero, alimenticio, turístico etcétera,
son un desastre.
Cuando
hablamos en el pasado me dijo que en América Latina, con el modelo
agroindustrial, estamos "quemando nuestra casa". ¿A qué
se refiere?
Significa
que en nuestro sector del mundo la agricultura industrial de
exportación no regulada no está incluyendo todos estos costos
ambientales de salud humana y social de los que hablé en la pregunta
anterior.
No
incluye las externalidades asociadas con la limitación del acceso al
agua, con el agotamiento y erosión de los suelos, y esto lo va a
heredar la próxima generación. Lleva miles de años formar un suelo
fértil.
Tampoco
se consideran los efectos sobre el cambio climático, los efectos
agrotóxicos sobre la salud humana y de la fauna y la flora.
Estamos
quemando la casa, y ni siquiera es para dar de comer a otros.
Mi
país es un buen ejemplo.
De
las 137 millones de toneladas de granos que producimos todos los
años, más o menos dos terceras partes de esos granos son soja y
maíz producidos con un modelo claramente agroindustrial.
La
gran mayoría de eso se exporta, y con esos granos no es precisamente
que estemos alimentando los hambrientos del mundo.
Una
parte importante va a biocombustibles y otra a alimentar cerdos y
vacas que, precisamente, están producidos a través de un modelo
industrial que fundamentalmente cumple con las demandas de las
poblaciones de mayores recursos.
Los
hambrientos del mundo no se alimentan con nuestra soja y nuestro
maíz.
No
es que estamos hipotecando nuestro patrimonio natural, pero al menos
todo el mundo come bien en Argentina. No es el caso.
Hay
estudios nuevos que muestran que alrededor de la mitad de los chicos
son pobres y no tienen sus necesidades nutricionales bien completas.
¿Cuál
es el mensaje básico que daría?
Que
el modelo que estamos usando es un beneficio inmediato
desproporcionado para muy pocos y produce daños muy grandes en
derechos esenciales de muchos.
Por
ejemplo, hoy en día en Argentina tenemos una gran cantidad de
pueblos de la zona tradicionalmente agropecuaria que han quedado
sumergidos en un mar de cultivos industriales que son constantemente
pulverizados con agrotóxicos.
Estamos
hipotecando el futuro con cosas que no las podemos reponer.
Yo
les cuento de mi país, que es un caso puntual, porque lo conozco
mejor.
Pero
me parece que es un modelo que ocurre en muchos países de lo que se
llama el sur global.
Es
un modelo que tiene que ver con la obtención máxima de provecho por
unos pocos inmediatamente, y la fiesta la paga el que pueda, "pero
yo no".
Cuando
se anunció el premio, usted habló de la "trama de la vida".
¿Por qué prefiere hablar de trama de la vida en lugar de
biodiversidad?
Me
gusta la metáfora. Más que trama de la vida me gusta hablar del
tapiz de la vida.
Esta
metáfora me ayuda a reflejar el hecho de que todos los seres vivos,
incluyendo la gente, estamos profundamente entretejidos y también
con el mundo no vivo.
Me
ayuda a reflejar eso, ese íntimo contacto, esa interdependencia y
ese entretejimiento.
Obviamente,
la palabra biodiversidad es válida y la usamos en toda la
comunicación científica.
Pero
no refleja que no es solo un montón de plantas y animales que están
afuera, sino que nos incluyen a nosotros y están íntimamente
conectados con nosotros.
Usted
participó en algunos de los informes del Panel Intergubernamental de
Cambio Climático (IPCC). ¿Cómo explica que aún haya sectores que
minimizan la importancia del cambio climático?
Yo
creo que tiene que ver fundamentalmente con intereses económicos.
La
estrategia usada es primero negar hasta que resulta insostenible.
Luego,
cuando ya no se puede negar más, se siembra la duda, se cuestiona la
evidencia.
Lo
hizo la industria tabacalera en su momento, lo están haciendo con el
cambio climático y lo han empezado a hacer con la biodiversidad y
los ecosistemas.
Por
ejemplo, cuando presentamos nuestro informe global sobre la
biodiversidad en mayo, hubo ataques de medios muy prominentes sobre
nuestras estimaciones, sobre el numero de especies amenazadas con la
extinción.
Y
fue muy interesante que algunas de las caras visibles de esto eran
las mismas eran las misma que aparecieron como escépticas del cambio
climático.
Que
los que supuestamente disienten de todos estos temas -que son muy
diferente y requieren experticia muy diferente- sean los mismos
indica que lo que los mueve no es la evidencia.
(Los
mueve) una clara intención de ellos o quienes les pagan de mantener
privilegios económicos y políticos.
Pero
la gente se va dando cuenta a la larga.
A
mí me pareció extremadamente interesante que el muy prestigioso
diario británico The Guardian actualizó públicamente su manual de
estilo y sugiere ya no hablar de los escépticos del clima.
Porque
escepticismo habla de alguien que tiene una actitud honesta de duda
ante la evidencia, una actitud que es totalmente saludable en el
marco de la ciencia.
The
Guardian ahora no los llama los escépticos del clima, sino los
negadores del clima.
Me
parece que es un paso muy positivo para desenmascarar a estos
negacionismos.
¿Por
qué sostiene que hay una conexión entre la protección de la
biodiversidad y la reducción de la pobreza, y que a veces la
naturaleza acaba siendo privilegio de los ricos?
Hay
dos o tres narrativas -como mínimo- que no son más que distintas
caras de la misma moneda destructiva.
Por
un lado, se dice que no se puede "tener una buena relación con
la naturaleza y desarrollarse".
Eso
no es cierto. Hay ciertos modelos que te hacen elegir, pero cada vez
hay mas evidencia de que se puede tener una relación estrecha y
enriquecedora con la naturaleza y además tener todo lo que uno
necesita para una vida plena.
La
otra narrativa es que, como somos pobres, nos tenemos que desarrollar
y la naturaleza se tiene que ir al tacho.
Y
otra narrativa, que es terrible, es que los pobres degradan.
En
mi país esta narrativa -"los pobres erosionan, matan la
biodiversidad, sobrepastorean"- es común, y es maligna.
Seguro
que hay mucha gente que se ve forzada a cruzar algunas barreras
ecológicas por la situación en la que vive.
Pero
si uno analiza los casos en detalle, claramente ve que que la huella
ecológica de los ricos es mucho mayor que la basura que producen los
pobres.
Lo
que pasa es que los pobres se ven forzados a vivir a unos metros de
su basura y la de los ricos, mientras que los ricos hacen que su
basura desaparezca.
Para
mí no son los pobres los que están destruyendo el mundo.
Otra
narrativa que me parece que es muy mala y que nos ha hecho mucho daño
en nuestra región es que la naturaleza es un lujo, no un derecho.
Y
como es un lujo, es algo que los ricos se pueden permitir pero los
pobres y el gran común de la gente no. Se tienen que contentar con
el parquecito urbano y con el programa de naturaleza que ven en la
TV.
Me
parece que esa es una narrativa terrible, y la gente tiene que
recuperar la idea de que la naturaleza es un derecho de todos.
Volviendo
al informe IPBES de mayo que alertó sobre un millón de especies en
peligro, y del que fue una de las autoras principales, ¿qué medidas
concretas deben tomarse para evitar que se extingan?
Es
muy importante que se entienda que no estamos diciendo que
inevitablemente se van a extinguir.
Estamos
diciendo que esas especies de plantas y animales están en peligro, y
eso quiere decir que depende de nosotros si se extinguen o no.
Una
medida que se aplique para todas las especies es absolutamente
imposible.
En
la gran mayoría de los casos uno puede decir que proteger los
ecosistemas donde viven esas especies es bastante seguro.
Pero
lo que funciona a largo plazo es trabajar con los sectores de la
economía local o mundial que están dañando la especie, directa o
indirectamente.
Por
ejemplo, no importa cuantas reservas declaremos.
Si
hay una fuerte demanda económica por una especie rara, no la vamos a
salvar.
Hay
muchas especies que están amenazadas porque se las caza
selectivamente para producir algún producto de lujo, como el marfil
o el cuerno de los rinocerontes.
En
otros casos las especies están amenazadas por la destrucción o
contaminación del hábitat en el que viven. No hay un interés
especial en la especie, sino que son daño colateral.
Esto
sucede con la gran mayoría de la fauna nativa del Gran Chaco
Americano, que se extiende por Argentina, Paraguay y parte de Bolivia
y Brasil.
Las
especies allí son daño colateral del desmonte y la agricultura
industrial.
Para
saber cómo salvar una especie hay que atacar siempre donde se genera
la demanda, más que poner una especie en una campana de cristal.
Aunque
en algunos caso además hay que ponerla en esa campana, porque sino
la perdemos.
Tal
vez algunos lectores se sientan desbordados ante la inmensidad del
desafío de proteger la biodiversidad. ¿Qué consejo les daría para
ayudar a preservar el "tapiz de la vida"?
Yo
creo que lo primero que tienen que hacer es tomar conciencia de que
su derecho a una relación estrecha, enriquecedora y cotidiana con el
tapiz vivo.
Y
cuando digo tapiz vivo no me refiero al gorila o al orangután que
está en Borneo y alguien de nuestras ciudades latinoamericanas nunca
en su vida va poder ir a ver.
Me
refiero a los espacios verdes urbanos, los parques, la
agrobiodiversidad, todo esto vivo que nos rodea todos los días.
Ellos
tienen derecho a eso y lo primero es darse cuenta y exigirlo
socialmente, involucrarse en movimientos sociales a distintas
escalas, protestas a nivel de legislación, medios, redes.
Y
también preguntarse todos los días si uno lo que está consumiendo
realmente lo necesita o no.
Cuando
uno compra algo lindo y baratísimo debe preguntarse cuál fue el
costo real de producirlo.
Si
se hizo a costa del sufrimiento de qué seres vivos, qué personas, y
qué va a pasar con esto cuando ya no lo quiera más.
Debemos
preguntarnos cuál es el daño y el sufrimiento que de alguna manera
está empapando ese producto que vemos lindo, barato y glamoroso.
Fuente:
Alejandra Martins, Sandra Myrna Díaz, Premio Princesa de Asturias: "En América Latina estamos hipotecando nuestro patrimonio natural y ni siquiera damos decomer a todos", 18 octubre 2019, BBC Mundo. Consultado 19 octubre 2019.
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