Cada
dos o tres años, Palmira Peralta y su esposo Cecilio Bauroro
renovaban su choza usando las resistentes hojas de un árbol conocido
como motacú.
por
Boris Miranda
Vivían
en medio de sus sembradíos que trabajaban todos los días y cerca de
los animales que criaban en la comunidad de El Peñiel, en medio de
los bosques chiquitanos delsudeste Bolivia (en el departamento de
Santa Cruz).
Les
tomó 16 años llegar a tener plantaciones de limón, maíz y yuca,
entre otros cultivos, y acumular unas cuantas gallinas y cerdos para
vender.
El
fuego que les quitó todo eso se demoró menos de 16 horas.
Fue
el 16 de agosto pasado, cuando los incendios que desde entonces ya
afectan a medio millón de hectáreas de la Chiquitanía alcanzaron
su terreno.
"Las
llamas tenían el tamaño de una casa. Yo no sabía qué hacer. Logré
salir cubriéndome con un sombrero para que no se me queme la
cabeza", relata Palmira a BBC Mundo, parada sobre las cenizas de
lo que era su potrero.
La
mujer, de 51 años, y su esposo, de 60, ahora viven provisionalmente
en la casita de la hija de ambos, ya que de la choza apenas quedaron
cenizas y los escombros calcinados de las pocas cosas que tenían.
El
día del horror
Palmira
sabía que el fuego estaba cerca y por eso trasladó en una
carretilla toda el agua que pudo para defender sus sembradíos.
Lo
que ella no imaginaba era la velocidad con la que las llamas se
expandieron desde diferentes puntos dejándola rodeada.
En
medio del incandescente clima y con cada vez más humo alrededor,
poco pudieron hacer sus cubos con agua.
"Ya
no pude salvar mis cosas ni mover nada porque ahí mismo yo me
quemaba", relata con tristeza.
Mientras
intentaba escapar, escuchó unos gritos y vio cómo el último de los
cerditos que tenía no logró salvarse del fuego.
Cuando
logró llegar a la carretera y ponerse a salvo, lo primero que hizo
fue buscar a sus sobrinos y a su hija, que también viven en la zona
y que también podrían correr peligro.
Junto
a ellos, contempló a la distancia que el fuego no perdonó ni un
metro cuadrado de su terrenito.
Caminar
sobre los escombros
Dos
semanas después del paso del fuego, Palmira todavía reconoce lo que
fueron sus pertenencias.
En
el lugar donde estaba su choza, que literalmente desapareció,
escarba entre las cenizas para mostrar los restos de un machete y un
rastrillo con el que araba la tierra.
La
radio, que escuchaba durante horas junto a su esposo, quedó
convertida en un pedazo de plástico inservible sin forma.
Más
adelante está su pozo artesanal, completamente seco, y sus
utensilios de plástico derretidos.
Del
potrero de su terreno apenas quedaron unos troncos chamuscados que ya
no sirven de nada y sus árboles de motacú tienen el color del
carbón.
Al
caminar por lo que fueron sus sembradíos hay que tener cuidado con
los alambres de púas que quedaron regados después de que el
incendio acabara con los postes de las cercas.
Las
plantas de limón ahora tienen un tono amarillento y las pocas hojas
que quedaron están secas y sin vida, unos cuantos limones muy
pequeños todavía quedan tirados en el piso.
"No
me quedó nada", repite Palmira, mientras avanza y muestra su
terreno destruido.
Señala
que van a necesitar mucha ayuda para reponerse.
"Algunas
de nuestras plantaciones van a tardar siete años en volver a crecer
y dar fruto. ¿De qué vamos a vivir hasta entonces?".
Ella
cuenta que pasó 16 años regando y cuidando sus sembradíos.
"No
sabe lo que hemos sufrido tantos años. No es justo que paguemos por
los pecados de otros".
Un
puñado de limones
Un
puñado de limones es lo que pudo rescatar Gregorio Guerra de su
terreno de 30 hectáreas consumido por el fuego.
De
los pastizales para su ganado y de sus árboles apenas quedan
rastros.
"El
viento hacía volar las chispas del fuego. (…) Intentamos apagar,
pero nos íbamos a quemar nosotros también", indica Gregorio a
BBC Mundo.
Al
igual que Palmira, Gregorio es uno de las decenas de miles de
inmigrantes bolivianos que desde hace décadas se asentaron en el
oriente de Bolivia con la esperanza de vivir de la agricultura.
30
años después, el agricultor echó raíces en la comunidad El
Peñiel, se casó y tuvo cuatro hijos.
"Vamos
a tener que empezar todo de nuevo, de cero, porque tenemos familias y
no nos podemos rendir", afirma.
Uno
de los reclamos que en Bolivia le hacen al presidente del país, Evo
Morales, es la paulatina ampliación de la frontera agrícola para la
producción a grandes escalas de alimentos y de ganado bovino para
exportación.
Políticos
y analistas sostienen que grandes agroindustriales han sido
favorecidos por estas políticas del gobierno actual.
Sin
embargo, tanto Gregorio como Palmira están muy lejos de aquella
realidad.
Gregorio
llevaba sus limones para vender y sus pocas cabezas de ganado le
servían para hacer un poco de dinero extra.
Palmira
y su esposo Cecilio se alimentaban la mayor parte del tiempo de lo
que sembraban, y conseguían efectivo con la venta de sus cerdos.
El
gobierno de Bolivia anunció este jueves que los focos de incendio se
redujeron de más de 8.000 a menos de 300 en estas dos semanas.
Pero
para Palmira y Gregorio, y otros cientos de afectados por los
incendios de agosto, no es gran consuelo.
Ya
es demasiado tarde.
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Fuente:
Boris Miranda @ivanbor, Incendios en el Amazonas: "Las llamas tenían el tamaño de una casa, no pude salvar nada", el drama de la mujer que lo perdió todo en los incendios de Bolivia, 30 agosto 2019, BBC Mundo. Consultado 4 septiembre 2019.
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