miércoles, 4 de septiembre de 2019

Incendios en el Amazonas: "Las llamas tenían el tamaño de una casa, no pude salvar nada", el drama de la mujer que lo perdió todo en los incendios de Bolivia

Cada dos o tres años, Palmira Peralta y su esposo Cecilio Bauroro renovaban su choza usando las resistentes hojas de un árbol conocido como motacú.

por Boris Miranda

Vivían en medio de sus sembradíos que trabajaban todos los días y cerca de los animales que criaban en la comunidad de El Peñiel, en medio de los bosques chiquitanos delsudeste Bolivia (en el departamento de Santa Cruz).

Les tomó 16 años llegar a tener plantaciones de limón, maíz y yuca, entre otros cultivos, y acumular unas cuantas gallinas y cerdos para vender.

El fuego que les quitó todo eso se demoró menos de 16 horas.

Fue el 16 de agosto pasado, cuando los incendios que desde entonces ya afectan a medio millón de hectáreas de la Chiquitanía alcanzaron su terreno.

"Las llamas tenían el tamaño de una casa. Yo no sabía qué hacer. Logré salir cubriéndome con un sombrero para que no se me queme la cabeza", relata Palmira a BBC Mundo, parada sobre las cenizas de lo que era su potrero.

La mujer, de 51 años, y su esposo, de 60, ahora viven provisionalmente en la casita de la hija de ambos, ya que de la choza apenas quedaron cenizas y los escombros calcinados de las pocas cosas que tenían.

El día del horror

Palmira sabía que el fuego estaba cerca y por eso trasladó en una carretilla toda el agua que pudo para defender sus sembradíos.

Lo que ella no imaginaba era la velocidad con la que las llamas se expandieron desde diferentes puntos dejándola rodeada.

En medio del incandescente clima y con cada vez más humo alrededor, poco pudieron hacer sus cubos con agua.

"Ya no pude salvar mis cosas ni mover nada porque ahí mismo yo me quemaba", relata con tristeza.

Mientras intentaba escapar, escuchó unos gritos y vio cómo el último de los cerditos que tenía no logró salvarse del fuego.

Cuando logró llegar a la carretera y ponerse a salvo, lo primero que hizo fue buscar a sus sobrinos y a su hija, que también viven en la zona y que también podrían correr peligro.

Junto a ellos, contempló a la distancia que el fuego no perdonó ni un metro cuadrado de su terrenito.

Caminar sobre los escombros

Dos semanas después del paso del fuego, Palmira todavía reconoce lo que fueron sus pertenencias.

En el lugar donde estaba su choza, que literalmente desapareció, escarba entre las cenizas para mostrar los restos de un machete y un rastrillo con el que araba la tierra.

La radio, que escuchaba durante horas junto a su esposo, quedó convertida en un pedazo de plástico inservible sin forma.

Más adelante está su pozo artesanal, completamente seco, y sus utensilios de plástico derretidos.

Del potrero de su terreno apenas quedaron unos troncos chamuscados que ya no sirven de nada y sus árboles de motacú tienen el color del carbón.

Al caminar por lo que fueron sus sembradíos hay que tener cuidado con los alambres de púas que quedaron regados después de que el incendio acabara con los postes de las cercas.

Las plantas de limón ahora tienen un tono amarillento y las pocas hojas que quedaron están secas y sin vida, unos cuantos limones muy pequeños todavía quedan tirados en el piso.

"No me quedó nada", repite Palmira, mientras avanza y muestra su terreno destruido.

Señala que van a necesitar mucha ayuda para reponerse.

"Algunas de nuestras plantaciones van a tardar siete años en volver a crecer y dar fruto. ¿De qué vamos a vivir hasta entonces?".

Ella cuenta que pasó 16 años regando y cuidando sus sembradíos.

"No sabe lo que hemos sufrido tantos años. No es justo que paguemos por los pecados de otros".

Un puñado de limones

Un puñado de limones es lo que pudo rescatar Gregorio Guerra de su terreno de 30 hectáreas consumido por el fuego.

De los pastizales para su ganado y de sus árboles apenas quedan rastros.

"El viento hacía volar las chispas del fuego. (…) Intentamos apagar, pero nos íbamos a quemar nosotros también", indica Gregorio a BBC Mundo.

Al igual que Palmira, Gregorio es uno de las decenas de miles de inmigrantes bolivianos que desde hace décadas se asentaron en el oriente de Bolivia con la esperanza de vivir de la agricultura.

30 años después, el agricultor echó raíces en la comunidad El Peñiel, se casó y tuvo cuatro hijos.

"Vamos a tener que empezar todo de nuevo, de cero, porque tenemos familias y no nos podemos rendir", afirma.

Uno de los reclamos que en Bolivia le hacen al presidente del país, Evo Morales, es la paulatina ampliación de la frontera agrícola para la producción a grandes escalas de alimentos y de ganado bovino para exportación.

Políticos y analistas sostienen que grandes agroindustriales han sido favorecidos por estas políticas del gobierno actual.

Sin embargo, tanto Gregorio como Palmira están muy lejos de aquella realidad.

Gregorio llevaba sus limones para vender y sus pocas cabezas de ganado le servían para hacer un poco de dinero extra.

Palmira y su esposo Cecilio se alimentaban la mayor parte del tiempo de lo que sembraban, y conseguían efectivo con la venta de sus cerdos.

El gobierno de Bolivia anunció este jueves que los focos de incendio se redujeron de más de 8.000 a menos de 300 en estas dos semanas.

Pero para Palmira y Gregorio, y otros cientos de afectados por los incendios de agosto, no es gran consuelo.

Ya es demasiado tarde.
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