Incendios ardiendo en las cercanías de Novo Progresso en el estado brasileño de Pará, el 19 de agosto de 2019. Foto: NASA Earth Observatory. |
La selva se está quemando por una mezcla de ignorancia e intereses truculentos. Es necesario reaccionar ante esta barbarie ambiental para evitar que lleguemos a un lugar sin retorno. Declárese a Brasil en estado de emergencia ambiental.
por
Marina Silva
Cuando,
a las tres de la tarde, la noche cayó sobre la ciudad de São Paulo
-una de las posibles causas fue el encuentro de un frente frío con
el humo de los incendios-, mucha gente se asustó con lo que parecía
un anuncio del fin de los tiempos. Era algo parecido, si recuperamos
el sentido original de la palabra, a un holocausto: “todo quemado”,
en el sacrificio entre hebreo. Con dos diferencias: una, que la holah
del sacrificio judaico tenía el sentido de reparación, buscaba una
expiación general de los pecados; otra, que después de que el
nazismo sacrificara a millones de judíos, dicha palabra adquirió un
significado más siniestro y pasó a emplearse para cualquier
destrucción grande y sistemática -sin importar la causa- hasta el
exterminio. Y eso es lo que sucede hoy: el holocausto de la Amazonia.
Desde
muy joven me dediqué a pensar en el significado de la selva, más
allá de la economía y de las dimensiones materiales. El 15 de julio
de 2008, al volver al Senado nada más dejar el Ministerio de Medio
Ambiente, publiqué un artículo titulado Tras una mariposa azul, en
el que recordé mi identificación irreductible con las millones de
personas que nacen y viven en la selva. Decía: “Los bosques no son
solo estadísticas. Ni meros objetos de negociaciones, de disputa
política, de tesis, de ambiciones, de llanto. Antes que nada, son
bosques, un sistema de vida complejo y creativo. Tienen cultura,
espiritualidad, economía, infraestructura, pueblos, leyes, ciencia y
tecnología. Es una identidad tan fuerte que permanece como una
especie de radar impregnado en las percepciones, en la mirada, en los
sentimientos, por más lejos que uno vaya, por más que uno aprenda,
conozca y admire las cosas del resto del mundo”. Ha pasado más de
una década, pero mantengo el mismo sentimiento.
Ahora
veo nuevamente el fuego matando la belleza de la Amazonia y
destruyendo la perfección de su naturaleza. Lamento la pérdida de
cada olor, cada color, cada raíz, cada animal, cada planta, cada
textura que nunca más volverá. Y, aunque no espere sensibilidad de
quien desconoce la riqueza que se pierde, siento que es necesario
alertar a todos y protestar contra un Gobierno que da vía libre a la
destrucción, lo que provoca una devastación descontrolada y enormes
daños a todos.
Estamos
viviendo un momento de barbarie ambiental en Brasil, promovida por el
Gobierno de Bolsonaro. Por más que se alerte, por más que se
muestren pruebas, por más que se clame por evitar el caos ambiental,
económico, político, social, el Gobierno no da muestras de
preocupación, sino de complicidad con la destrucción.
Con
lo cual, es necesario enfrentar la emergencia ambiental en Brasil con
el valor y el sentido de urgencia que la situación nos impone, para
evitar que lleguemos a un lugar sin retorno, al que bajo ningún
concepto debemos llegar: el de la inviabilidad sistémica de la selva
amazónica por las acciones predatorias que desequilibran las
condiciones de su existencia. Es necesaria la movilización de todos
los que no quieren tener, en sus genealogías, el ADN de la barbarie:
academia, movimientos sociales y ambientales, empresariado, Gobiernos
estatales y municipales, juventudes, líderes políticos. De forma
plural y suprapartidista, sin politiqueo que valga, hace falta decir
basta ya de una vez por todas. A la extracción predatoria y
clandestina de minerales, a las apropiaciones ilegales de tierras
públicas, al robo de madera, a las talas y a las quemas, a la
violencia contra los indígenas y pueblos locales, a los perjuicios
económicos, políticos y sociales que ya estamos sufriendo, dentro y
fuera de Brasil.
El
Amazonas se está quemando por una mezcla de ignorancia e intereses
truculentos. El Gobierno está inaugurando un tiempo de libre
delincuencia, donde uno puede agredir a la naturaleza y a las
comunidades sin temor a un castigo. No desoigamos el prenuncio, como
en el pasado, ya que lo que amenaza rehacerse es, tanto por el
resultado, “todo quemado”, como por el carácter sistemático de
la destrucción, la tragedia de las tragedias: el Holocausto.
El
pueblo brasileño, su núcleo sensible y consciente, debe responder
en nombre de los pueblos antiguos y de las generaciones futuras, de
la Amazonia y de toda la Naturaleza. Atendiendo a los legítimos
intereses de la sociedad, de la economía y de la civilización
humana, declárese a Brasil en estado de emergencia ambiental.
Fuente:
Marina Silva, El holocausto de la Amazonia pone a la civilización en alerta, 24 agosto 2019, El País.
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