jueves, 4 de julio de 2019

Memorias de un liquidador de Chernóbil: "Cuando me sacaron me estaba ahogando en mi propia sangre"



Muchos soldados enviados a limpiar la central nuclear soñaban con volver a la guerra. "Fuimos 600.000 y quedamos vivos 105.000", cuenta uno de ellos. El Gobierno decidió que para preservar la salud de miles, cientos morirían.

por Xavier Colás

Un detalle de lo duro que fue hacer frente al desastre de Chernóbil es que los soldados allí desplazados soñaban con volver a la guerra. "Lo más difícil de trabajar en la zona de exclusión era pasar por aquellos lugares vacíos", cuenta uno de ellos, Oleg Revrov. "Recuerdo las ventanas y las puertas abiertas de par en par. Vi gatos y perros sin pelo, confundidos, corriendo salvajes por una tierra muerta. Era una película de terror, porque en la guerra yo había estado y puedo con ello. Hay tiros, lucha... Ok. Pero ahí en Chernóbil no había nada, la ropa tendida en las casas se volvió amarilla, y todo estaba vacío, sin alma".

Oleg camina por Kiev con la salud quebrada y la cabeza alta. Luce barba blanca de capitán de barco, y aprieta la mandíbula al recordar aquel tejado junto al reactor número cuatro: "Cuando me sacaron de la cubierta me estaba ahogando con mi propia sangre, claro que sabía dónde me habían enviado y dónde estaba". Aquellos días en los que en los despachos soviéticos se atragantaban con las malas noticias decidieron llamarlos likvidatory: liquidadores. «De mi grupo no queda nadie», dice.

Su compañero Andrei Fulchenski, veterano de la guerra de Afganistán, pasó tres meses sobrevolando el reactor: "A ese lugar fuimos 600.000 liquidadores y quedamos vivos 105.000". Bogdan Vasik era conductor: "Los vehículos que usamos se quedaron ahí, porque estaban contaminados 12 veces por encima de la norma". Ninguno ha visto la nueva serie Chernobyl: «No necesitamos que nadie nos lo cuente».

Tras la explosión del reactor un cúmulo de circunstancias hizo que se contaminara con radiactividad un territorio que comprende algunas zonas muy pobladas en lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Pero para que los efectos de este desastroso evento no fuesen mayores hubo que «hacer cuentas con las vidas». Es el término con el que sus asesores le dijeron al ministro de Energía, Anatoli Maiorets, que para preservar la salud de miles, cientos perderían la suya.

Sentados en una mesa, usando una calculadora solar que tenían que acercar a la bombilla subidos a una silla, apuntaron sobre un papel unas sumas y restas crueles pero necesarias: "Recoger el combustible y el grafito en aquel punto, tres vidas. Cerrar estás válvulas de allá, una vida", recordaría en sus memorias Grigori Medvedev, ingeniero nuclear desplazado a la zona. Más de medio millón de personas fueron movilizadas a través del aparato del Partido Comunista, organismos estatales y, sobre todo, del ejército soviético y sus reservistas. Algunos fueron reclutados en sus puestos de trabajo, sin tiempo para despedirse de sus familias.

Esos días, por los accesos a Pripyat y Chernóbil se vieron las dos caras de la Unión Soviética de entonces: cerdos, vacas y demás ganado se cruzaban en su evacuación con grúas y vehículos militares rumbo al foco de la radiación. La URSS repitió el patrón de comportamiento que exhibió al verse sorprendida por la invasión nazi en 1941: ineptitud para prevenir el desastre y gran capacidad para movilizar los recursos necesarios para afrontar los efectos de la tragedia. Hoy los liquidadores se quejan de la falta de ayudas sociales. El mundo está fascinado con la nueva serie de HBO, y ellos sienten que el Gobierno se ha olvidado de ellos.

"Cumplíamos las órdenes sin preguntar aunque algunos se libraron de ir con dinero o buenos contactos", recuerda Revrov. Pensó en darse la vuelta, "pero qué pasaría si el viento cambiaba, mi familia quedaría expuesta a toda la reacción, ¿quién nos protegería? Nadie".

A la zona de exclusión llegó gente de todo el país. El diario oficial Pravda publicó relatos heroicos de liquidadores, hablando de valores soviéticos como la "amistad de los pueblos": vecinos de Leningrado sirviendo de cortafuegos para sus camaradas en Kiev. La carne de esas zonas contaminadas fue troceada y mezclada con la de otros sitios no contaminados y repartida por todo el país salvo a Moscú, donde residía la élite soviética y sus familias: aquella fraternidad tenía sus límites. Y sobre todo llegaba tarde. Chernóbil fue producto de muchas cosas: el secretismo y la compartimentación de la información que operaban en los años 30 resultaban obsoletos en medio de la complejidad científica de los 80. La información de incidentes nucleares anteriores no estaba al alcance de los que lidiaron con la tragedia, que en un primer momento tuvieron más miedo de dar malas noticias a Moscú que de las consecuencias de lo que había pasado. A Mijail Gorbachov le habían dicho que un reactor como el de Chernóbil "podría estar instalado en medio de la Plaza Roja sin riesgo".

Desde primera hora se aplicó el manual, pero lo sucedido estaba ya fuera del manual. «Ahí nos encontrábamos con los mismos carteles de Peligro, radiación en cada esquina», recuerda Bogdan, de 66 años, procedente de Sambir, en Ucrania. "De mi ciudad fuimos a Chernóbil 1.837, quedamos 300, todos los demás han muerto".

Nunca ha fumado ni ha bebido "pero cada seis meses me ingresan una semana por culpa de la tensión". El cáncer que padecen hoy muchos de ellos es similar al que en aquel difícil 1986 le fue detectado a la URSS: para los soviéticos fue el fin de lo que llamaban la presunción de inocencia del sistema, la biopsia política que certificó que sin cambios la supervivencia del régimen era imposible.

Fuentes:
Xavier Colás, Memorias de un liquidador de Chernóbil: "Cuando me sacaron me estaba ahogando en mi propia sangre", 3 julio 2019, El Mundo. Consultado 4 julio 2019.
La obra de arte que ilustra esta entrada es “Chernobyl. Last day of Pripyat” del artista Alexey Akimov.

No hay comentarios:

Publicar un comentario