Muchos soldados enviados a limpiar la central nuclear soñaban con volver a la guerra. "Fuimos 600.000 y quedamos vivos 105.000", cuenta uno de ellos. El Gobierno decidió que para preservar la salud de miles, cientos morirían.
por
Xavier Colás
Un
detalle de lo duro que fue hacer frente al desastre de Chernóbil es
que los soldados allí desplazados soñaban con volver a la guerra.
"Lo más difícil de trabajar en la zona de exclusión era pasar
por aquellos lugares vacíos", cuenta uno de ellos, Oleg Revrov.
"Recuerdo las ventanas y las puertas abiertas de par en par. Vi
gatos y perros sin pelo, confundidos, corriendo salvajes por una
tierra muerta. Era una película de terror, porque en la guerra yo
había estado y puedo con ello. Hay tiros, lucha... Ok. Pero ahí en
Chernóbil no había nada, la ropa tendida en las casas se volvió
amarilla, y todo estaba vacío, sin alma".
Oleg
camina por Kiev con la salud quebrada y la cabeza alta. Luce barba
blanca de capitán de barco, y aprieta la mandíbula al recordar
aquel tejado junto al reactor número cuatro: "Cuando me sacaron
de la cubierta me estaba ahogando con mi propia sangre, claro que
sabía dónde me habían enviado y dónde estaba". Aquellos días
en los que en los despachos soviéticos se atragantaban con las malas
noticias decidieron llamarlos likvidatory: liquidadores. «De mi
grupo no queda nadie», dice.
Su
compañero Andrei Fulchenski, veterano de la guerra de Afganistán,
pasó tres meses sobrevolando el reactor: "A ese lugar fuimos
600.000 liquidadores y quedamos vivos 105.000". Bogdan Vasik era
conductor: "Los vehículos que usamos se quedaron ahí, porque
estaban contaminados 12 veces por encima de la norma". Ninguno
ha visto la nueva serie Chernobyl: «No necesitamos que nadie nos lo
cuente».
Tras
la explosión del reactor un cúmulo de circunstancias hizo que se
contaminara con radiactividad un territorio que comprende algunas
zonas muy pobladas en lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania y Rusia.
Pero para que los efectos de este desastroso evento no fuesen mayores
hubo que «hacer cuentas con las vidas». Es el término con el que
sus asesores le dijeron al ministro de Energía, Anatoli Maiorets,
que para preservar la salud de miles, cientos perderían la suya.
Sentados
en una mesa, usando una calculadora solar que tenían que acercar a
la bombilla subidos a una silla, apuntaron sobre un papel unas sumas
y restas crueles pero necesarias: "Recoger el combustible y el
grafito en aquel punto, tres vidas. Cerrar estás válvulas de allá,
una vida", recordaría en sus memorias Grigori Medvedev,
ingeniero nuclear desplazado a la zona. Más de medio millón de
personas fueron movilizadas a través del aparato del Partido
Comunista, organismos estatales y, sobre todo, del ejército
soviético y sus reservistas. Algunos fueron reclutados en sus
puestos de trabajo, sin tiempo para despedirse de sus familias.
Esos
días, por los accesos a Pripyat y Chernóbil se vieron las dos caras
de la Unión Soviética de entonces: cerdos, vacas y demás ganado se
cruzaban en su evacuación con grúas y vehículos militares rumbo al
foco de la radiación. La URSS repitió el patrón de comportamiento
que exhibió al verse sorprendida por la invasión nazi en 1941:
ineptitud para prevenir el desastre y gran capacidad para movilizar
los recursos necesarios para afrontar los efectos de la tragedia. Hoy
los liquidadores se quejan de la falta de ayudas sociales. El mundo
está fascinado con la nueva serie de HBO, y ellos sienten que el
Gobierno se ha olvidado de ellos.
"Cumplíamos
las órdenes sin preguntar aunque algunos se libraron de ir con
dinero o buenos contactos", recuerda Revrov. Pensó en darse la
vuelta, "pero qué pasaría si el viento cambiaba, mi familia
quedaría expuesta a toda la reacción, ¿quién nos protegería?
Nadie".
A
la zona de exclusión llegó gente de todo el país. El diario
oficial Pravda publicó relatos heroicos de liquidadores, hablando de
valores soviéticos como la "amistad de los pueblos":
vecinos de Leningrado sirviendo de cortafuegos para sus camaradas en
Kiev. La carne de esas zonas contaminadas fue troceada y mezclada con
la de otros sitios no contaminados y repartida por todo el país
salvo a Moscú, donde residía la élite soviética y sus familias:
aquella fraternidad tenía sus límites. Y sobre todo llegaba tarde.
Chernóbil fue producto de muchas cosas: el secretismo y la
compartimentación de la información que operaban en los años 30
resultaban obsoletos en medio de la complejidad científica de los
80. La información de incidentes nucleares anteriores no estaba al
alcance de los que lidiaron con la tragedia, que en un primer momento
tuvieron más miedo de dar malas noticias a Moscú que de las
consecuencias de lo que había pasado. A Mijail Gorbachov le habían
dicho que un reactor como el de Chernóbil "podría estar
instalado en medio de la Plaza Roja sin riesgo".
Desde
primera hora se aplicó el manual, pero lo sucedido estaba ya fuera
del manual. «Ahí nos encontrábamos con los mismos carteles de
Peligro, radiación en cada esquina», recuerda Bogdan, de 66 años,
procedente de Sambir, en Ucrania. "De mi ciudad fuimos a
Chernóbil 1.837, quedamos 300, todos los demás han muerto".
Nunca
ha fumado ni ha bebido "pero cada seis meses me ingresan una
semana por culpa de la tensión". El cáncer que padecen hoy
muchos de ellos es similar al que en aquel difícil 1986 le fue
detectado a la URSS: para los soviéticos fue el fin de lo que
llamaban la presunción de inocencia del sistema, la biopsia política
que certificó que sin cambios la supervivencia del régimen era
imposible.
Fuentes:
Xavier Colás, Memorias de un liquidador de Chernóbil: "Cuando me sacaron me estaba ahogando en mi propia sangre", 3 julio 2019, El Mundo. Consultado 4 julio 2019.
La obra de arte que ilustra esta entrada es “Chernobyl. Last day of Pripyat” del artista Alexey Akimov.
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