lunes, 8 de julio de 2019

El Chernóbil de HBO está en Lituania (y también es una historia de terror)

Los reactores de la central nuclear de Ignalina aún tienen que ser desmantelados. El calendario estipula que esta zona estará libre de conaminación en 2038. Foto: Carlos Rosillo / El País.

El periodista que visitó Ignalina en 2009 regresa a la central nuclear donde se ha rodado ahora la serie más aclamada. Y a la ciudad inventada por el Kremlin para alojar a sus trabajadores, que, como la ucraniana, casi se convirtió en fantasma.

por Ferran Barber

Grápense la autorización a la altura del pecho. Quítense todas las prendas que traigan de la calle y entreguen el móvil y la cámara. Les recomendamos no tocar las manijas de las puertas y en ningún caso coman, beban o fumen dentro de la zona controlada», advierte un empleado al pequeño grupo de turistas del desastre que acaban de franquear la puerta principal de acceso de la central lituana de Ignalina, en la ciudad de Visaginas. «¡Eh!, ¡el chicle! ¡No está permitido tampoco mascar chicle!», añade.

Y el muchacho protesta con un sonoro «pffffffff»... que hace reír al resto del grupo. «Es por tu seguridad», aclara el guía, con un fuerte acento ruso, para añadir a modo de consuelo: «El equipo de producción y actores de HBO que grabó la serie Chernobyl también tuvo que pasar por esto el verano pasado». Y al escuchar eso, el grupo entero asiente mientras esboza una sonrisa. Entre ellos hay curiosos, turistas del desastre y alguno de esos supervivencialistas interesados en los apocalipsis radiactivos.

Hasta dos meses han aguardado algunos hasta conseguir poner los pies en la central. Suele pagarse entre 100 y 200 euros por una visita de tres horas. Acostumbra a convenirse que los vale. Gracias al éxito de esa ficción que recrea el desastre de Chernóbil, se han multiplicado las reservas. Nadie podía anticipar el interés que iba a suscitar. La emisión de su primer capítulo generó más expectación que la archipopular Juego de Tronos.

Sus productores no eligieron al azar este escenario. ¿Para qué crear una réplica si junto a la ciudad lituana de Visaginas existía una central construida por los apparatchik comunistas de Moscú a imagen y semejanza de la ucraniana? También en Vilnius y Kaunas (ambas en Lituania) y Kiev (Ucrania) se grabaron algunas de las escenas urbanas. Al fin y al cabo, todas las ciudades de la URSS tenían el mismo diseño estereotipado que conferían las clásicas construcciones soviéticas -stalinkas, jrusovas y breznevas-. Y además, no podían grabar en Pripyat porque necesitaban un lugar lleno de vida y el asentamiento-dormitorio original de los trabajadores de Chernóbil es hoy un ectoplasma de cascotes de hormigón donde sólo habitan los espectros. Únicamente las escenas de la quema del reactor se recrearon en un estudio.

Ni siquiera los productores podían imaginar el modo en que su serie contribuiría a poner en el mapa de los destinos turísticos a Visaginas. Cinco días estuvieron los actores y los técnicos de HBO en ella. Y entre el equipo de 50 personas que se trasladó hasta la ciudad, no faltaron sus protagonistas Jared Harris y Stellan Skarsgård.

Los bomberos dirigiéndose a extinguir el fuego; los buzos aproximándose a las tuberías; los mineros disponiéndose a cavar... Todas las escenas de la central nuclear que incluye la serie han sido filmadas en Ignalina y sus aledaños, a excepción de aquellas en las que aparecen las ruinas.

Tanto actores como técnicos iban provistos todo el tiempo de un medidor personal de radiactividad, acompañados por un experto en seguridad y enfundados en prendas protectoras, que reemplazaban por las suyas tan pronto como accedían a las instalaciones. Estos no son ya los tiempos de El conquistador de Mongolia (1955), la película maldita filmada en las proximidades del desierto de Utah que expuso a John Wayne y Susan Hayward al polvo radiactivo residual Zuccini durante 13 semanas y sin ninguna protección.

«Yo no diría que estemos sepultados por una avalancha de turistas porque los episodios acaban de estrenarse. Además, el número de visitantes autorizados a ver la central está restringido a grupos de 15 o 20 personas. Pero es verdad que el interés ahora ha explotado», nos dice Marat Valeyev, un empresario de eventos, de 23 años, nacido y criado en Visaginas. Pese a su juventud, se ha metido en política, en el Partido Liberal.

La clausura de la planta

Tras el cierre de Ignalina, su padre tuvo que salir corriendo a Bielorrusia a trabajar en una central muy semejante a la que dejaba atrás. Apenas recuerda aquellos días. Claro que Marat tenía sólo 13 años cuando la UE obligó a Lituania a clausurar el segundo y único reactor operativo. Vilnius, a regañadientes, obedeció y Visaginas estuvo a punto de convertirse en una ciudad fantasma cuando no había cumplido 40 años de existencia.

Sus trabajadores y sus responsables técnicos se opusieron al cierre hasta el último momento. «Los estándares de seguridad de los reactores RMBK-155 han sido modernizados y perfeccionados desde el colapso de la Unión Soviética», nos dijo el último director de la central, Víctor Sevaldin, el mismo día en que fue clausurado el último bloque, el 31 de diciembre de 2009. Hubo celebraciones ese final de año, pero con el ambiente de un funeral de estado. Parecía la clase de reunión que uno organiza cuando acaba de enterrar a un padre.

Los dos bloques que entraron en funcionamiento en Visaginas habían sido concebidos partiendo de un diseño ruso de los años 50 idéntico al de Chernóbil. El segundo de los reactores de Visaginas comenzó a operar un año después de la tragedia acaecida en Ucrania. De hecho, su puesta en marcha se demoró un año como consecuencia del incidente. El propio Gobierno de Moscú ordenó paralizar la construcción del tercer bloque en 1988 y anular la del cuarto. Aquello fue un apocalipsis social para Visaginas, sin incidentes nucleares precedentes. Era la resaca socioeconómica menos conocida del desastre de Chernóbil, la nube de desintegración de una ciudad más tóxica y desconocida de la historia europea reciente.

Tan exclusivamente dependiente del monocultivo de energía nuclear era la ciudad que después del cierre de los reactores, su población cayó hasta los 20.000 habitantes -alrededor de la mitad de los que llegó a tener en sus momentos de esplendor- mientras crecía desaforadamente la tasa de drogadicción, violencia y suicidios. Dos de los 4.000 o 5.000 empleados que llegó a tener su plantilla todavía trabajan en el sellado de los materiales radiactivos, el traslado de estructuras y la seguridad de las instalaciones, lo que ha impedido que definitivamente se convierta en una ciudad fantasma.

Muchos de los trabajadores despedidos emigraron a Occidente o a Vilnius; otros regresaron a Ucrania, Rusia o Bielorrusia, desde donde Moscú los había traído con el fin de eslavizar el territorio báltico. Los lituanos tenían prohibido trabajar en la central y, por lo tanto, acceder al resto de los privilegios que poseían los empleados de Ignalina.

Marat no se marchó

A la postre, Visaginas (originalmente llamada Snieckus, en atención al secretario general del Partido Comunista de Lituania) se convirtió en un enclave ruso en territorio báltico. Y así hasta el día de hoy, en el que la mayor parte de la población, al igual que Marat Valeyev, hablan, sienten y piensan como rusos. Su familia entera se marchó, y algo más tarde, la mayoría de sus amigos. Pero Marat no.

«Yo decidí quedarme aquí. Mi misión es tratar de ayudar a mis conciudadanos a tener una vida mejor», dice. Está hablando el político que lleva dentro. Aunque sea nuevo en el Partido Liberal, ha aprendido a zafarse de los filos mellados que acompañan siempre las preguntas de los periodistas. «Pero sí, tienes razón», nos concede. «Tras el cierre, Visaginas vivió tiempos muy duros de los que se está recuperando poco a poco gracias a la llegada de nuevos inversores y a todo este asunto del turismo, que es anterior a la emisión de la serie, y que tiene que ver no sólo con la central de Ignalina, sino con la ciudad entera y su bellísima arquitectura soviética».

Del mismo modo que la polaca Nova Huta, Visaginas se concibió como un escaparate urbano donde regodearse en el triunfo de la utopía socialista. Ni una cabaña de madera podía acreditar siquiera un pequeño rastro de presencia humana anterior a ese día de 1975 en que el Kremlin decidió inventarse una ciudad para alojar a los trabajadores de Ignalina. Ocho años después, comenzó a funcionar el primero de sus reactores. Los arquitectos soviéticos que pergeñaron los planos de la urbe -Akulin y Bely-, la concibieron como una gran mariposa con las alas desplegadas entre bosques de coníferas, parques infantiles e idílicos jardines. Tras la cancelación de los proyectos del tercer y cuarto reactor, la mariposa sólo logró llegar a desplegar una de sus alas. Una pizzería situada en el centro de la ciudad llamada Tercer Blokas aún conmemora con nostalgia la paralización de ese proyecto.

Desde su apertura al público, en 1995, 100.000 personas han visitado la central. Gracias a los tours que ofrecen algunas compañías lituanas es posible visitar la sala del reactor, la de turbinas y el panel de control del bloque. Por siete u ocho euros más, es posible también asistir a la simulación de una crisis nuclear en una réplica de la sala de mandos de la central situada en Visaginas, a algunos kilómetros de la central. También estas instalaciones fueron utilizadas por el equipo de la producción de HBO como escenario.

Otros viajes organizados desde Vilnius ofrecen un tour muy requerido de «visita a la ciudad soviética de Visaginas» que ofrece una visión muy ajustada de lo que podía ser la vida en el tiempo de los Soviets. «Tiene sólo 14 calles y ni un solo semáforo», suele repetir el guía. Se rumorea que se diseñó el trazado de esa forma por si había que salir corriendo. Realismo socialista.
Fuente:
Ferran Barber @ferranbarber, El Chernóbil de HBO está en Lituania (y también es una historia de terror), 5 julio 2019, El Mundo. Consultado 8 julio 2019.

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