Los reactores de la central nuclear de Ignalina aún tienen que ser desmantelados. El calendario estipula que esta zona estará libre de conaminación en 2038. Foto: Carlos Rosillo / El País. |
El periodista que visitó Ignalina en 2009 regresa a la central nuclear donde se ha rodado ahora la serie más aclamada. Y a la ciudad inventada por el Kremlin para alojar a sus trabajadores, que, como la ucraniana, casi se convirtió en fantasma.
por
Ferran Barber
Grápense
la autorización a la altura del pecho. Quítense todas las prendas
que traigan de la calle y entreguen el móvil y la cámara. Les
recomendamos no tocar las manijas de las puertas y en ningún caso
coman, beban o fumen dentro de la zona controlada», advierte un
empleado al pequeño grupo de turistas del desastre que acaban de
franquear la puerta principal de acceso de la central lituana de
Ignalina, en la ciudad de Visaginas. «¡Eh!, ¡el chicle! ¡No está
permitido tampoco mascar chicle!», añade.
Y
el muchacho protesta con un sonoro «pffffffff»... que hace reír al
resto del grupo. «Es por tu seguridad», aclara el guía, con un
fuerte acento ruso, para añadir a modo de consuelo: «El equipo de
producción y actores de HBO que grabó la serie Chernobyl también
tuvo que pasar por esto el verano pasado». Y al escuchar eso, el
grupo entero asiente mientras esboza una sonrisa. Entre ellos hay
curiosos, turistas del desastre y alguno de esos supervivencialistas
interesados en los apocalipsis radiactivos.
Hasta
dos meses han aguardado algunos hasta conseguir poner los pies en la
central. Suele pagarse entre 100 y 200 euros por una visita de tres
horas. Acostumbra a convenirse que los vale. Gracias al éxito de esa
ficción que recrea el desastre de Chernóbil, se han multiplicado
las reservas. Nadie podía anticipar el interés que iba a suscitar.
La emisión de su primer capítulo generó más expectación que la
archipopular Juego de Tronos.
Sus
productores no eligieron al azar este escenario. ¿Para qué crear
una réplica si junto a la ciudad lituana de Visaginas existía una
central construida por los apparatchik comunistas de Moscú a imagen
y semejanza de la ucraniana? También en Vilnius y Kaunas (ambas en
Lituania) y Kiev (Ucrania) se grabaron algunas de las escenas
urbanas. Al fin y al cabo, todas las ciudades de la URSS tenían el
mismo diseño estereotipado que conferían las clásicas
construcciones soviéticas -stalinkas, jrusovas y breznevas-. Y
además, no podían grabar en Pripyat porque necesitaban un lugar
lleno de vida y el asentamiento-dormitorio original de los
trabajadores de Chernóbil es hoy un ectoplasma de cascotes de
hormigón donde sólo habitan los espectros. Únicamente las escenas
de la quema del reactor se recrearon en un estudio.
Ni
siquiera los productores podían imaginar el modo en que su serie
contribuiría a poner en el mapa de los destinos turísticos a
Visaginas. Cinco días estuvieron los actores y los técnicos de HBO
en ella. Y entre el equipo de 50 personas que se trasladó hasta la
ciudad, no faltaron sus protagonistas Jared Harris y Stellan
Skarsgård.
Los
bomberos dirigiéndose a extinguir el fuego; los buzos aproximándose
a las tuberías; los mineros disponiéndose a cavar... Todas las
escenas de la central nuclear que incluye la serie han sido filmadas
en Ignalina y sus aledaños, a excepción de aquellas en las que
aparecen las ruinas.
Tanto
actores como técnicos iban provistos todo el tiempo de un medidor
personal de radiactividad, acompañados por un experto en seguridad y
enfundados en prendas protectoras, que reemplazaban por las suyas tan
pronto como accedían a las instalaciones. Estos no son ya los
tiempos de El conquistador de Mongolia (1955), la película maldita
filmada en las proximidades del desierto de Utah que expuso a John
Wayne y Susan Hayward al polvo radiactivo residual Zuccini durante 13
semanas y sin ninguna protección.
«Yo
no diría que estemos sepultados por una avalancha de turistas porque
los episodios acaban de estrenarse. Además, el número de visitantes
autorizados a ver la central está restringido a grupos de 15 o 20
personas. Pero es verdad que el interés ahora ha explotado», nos
dice Marat Valeyev, un empresario de eventos, de 23 años, nacido y
criado en Visaginas. Pese a su juventud, se ha metido en política,
en el Partido Liberal.
La
clausura de la planta
Tras
el cierre de Ignalina, su padre tuvo que salir corriendo a
Bielorrusia a trabajar en una central muy semejante a la que dejaba
atrás. Apenas recuerda aquellos días. Claro que Marat tenía sólo
13 años cuando la UE obligó a Lituania a clausurar el segundo y
único reactor operativo. Vilnius, a regañadientes, obedeció y
Visaginas estuvo a punto de convertirse en una ciudad fantasma cuando
no había cumplido 40 años de existencia.
Sus
trabajadores y sus responsables técnicos se opusieron al cierre
hasta el último momento. «Los estándares de seguridad de los
reactores RMBK-155 han sido modernizados y perfeccionados desde el
colapso de la Unión Soviética», nos dijo el último director de la
central, Víctor Sevaldin, el mismo día en que fue clausurado el
último bloque, el 31 de diciembre de 2009. Hubo celebraciones ese
final de año, pero con el ambiente de un funeral de estado. Parecía
la clase de reunión que uno organiza cuando acaba de enterrar a un
padre.
Los
dos bloques que entraron en funcionamiento en Visaginas habían sido
concebidos partiendo de un diseño ruso de los años 50 idéntico al
de Chernóbil. El segundo de los reactores de Visaginas comenzó a
operar un año después de la tragedia acaecida en Ucrania. De hecho,
su puesta en marcha se demoró un año como consecuencia del
incidente. El propio Gobierno de Moscú ordenó paralizar la
construcción del tercer bloque en 1988 y anular la del cuarto.
Aquello fue un apocalipsis social para Visaginas, sin incidentes
nucleares precedentes. Era la resaca socioeconómica menos conocida
del desastre de Chernóbil, la nube de desintegración de una ciudad
más tóxica y desconocida de la historia europea reciente.
Tan
exclusivamente dependiente del monocultivo de energía nuclear era la
ciudad que después del cierre de los reactores, su población cayó
hasta los 20.000 habitantes -alrededor de la mitad de los que llegó
a tener en sus momentos de esplendor- mientras crecía
desaforadamente la tasa de drogadicción, violencia y suicidios. Dos
de los 4.000 o 5.000 empleados que llegó a tener su plantilla
todavía trabajan en el sellado de los materiales radiactivos, el
traslado de estructuras y la seguridad de las instalaciones, lo que
ha impedido que definitivamente se convierta en una ciudad fantasma.
Muchos
de los trabajadores despedidos emigraron a Occidente o a Vilnius;
otros regresaron a Ucrania, Rusia o Bielorrusia, desde donde Moscú
los había traído con el fin de eslavizar el territorio báltico.
Los lituanos tenían prohibido trabajar en la central y, por lo
tanto, acceder al resto de los privilegios que poseían los empleados
de Ignalina.
Marat
no se marchó
A
la postre, Visaginas (originalmente llamada Snieckus, en atención al
secretario general del Partido Comunista de Lituania) se convirtió
en un enclave ruso en territorio báltico. Y así hasta el día de
hoy, en el que la mayor parte de la población, al igual que Marat
Valeyev, hablan, sienten y piensan como rusos. Su familia entera se
marchó, y algo más tarde, la mayoría de sus amigos. Pero Marat no.
«Yo
decidí quedarme aquí. Mi misión es tratar de ayudar a mis
conciudadanos a tener una vida mejor», dice. Está hablando el
político que lleva dentro. Aunque sea nuevo en el Partido Liberal,
ha aprendido a zafarse de los filos mellados que acompañan siempre
las preguntas de los periodistas. «Pero sí, tienes razón», nos
concede. «Tras el cierre, Visaginas vivió tiempos muy duros de los
que se está recuperando poco a poco gracias a la llegada de nuevos
inversores y a todo este asunto del turismo, que es anterior a la
emisión de la serie, y que tiene que ver no sólo con la central de
Ignalina, sino con la ciudad entera y su bellísima arquitectura
soviética».
Del
mismo modo que la polaca Nova Huta, Visaginas se concibió como un
escaparate urbano donde regodearse en el triunfo de la utopía
socialista. Ni una cabaña de madera podía acreditar siquiera un
pequeño rastro de presencia humana anterior a ese día de 1975 en
que el Kremlin decidió inventarse una ciudad para alojar a los
trabajadores de Ignalina. Ocho años después, comenzó a funcionar
el primero de sus reactores. Los arquitectos soviéticos que
pergeñaron los planos de la urbe -Akulin y Bely-, la concibieron
como una gran mariposa con las alas desplegadas entre bosques de
coníferas, parques infantiles e idílicos jardines. Tras la
cancelación de los proyectos del tercer y cuarto reactor, la
mariposa sólo logró llegar a desplegar una de sus alas. Una
pizzería situada en el centro de la ciudad llamada Tercer Blokas aún
conmemora con nostalgia la paralización de ese proyecto.
Desde
su apertura al público, en 1995, 100.000 personas han visitado la
central. Gracias a los tours que ofrecen algunas compañías lituanas
es posible visitar la sala del reactor, la de turbinas y el panel de
control del bloque. Por siete u ocho euros más, es posible también
asistir a la simulación de una crisis nuclear en una réplica de la
sala de mandos de la central situada en Visaginas, a algunos
kilómetros de la central. También estas instalaciones fueron
utilizadas por el equipo de la producción de HBO como escenario.
Otros
viajes organizados desde Vilnius ofrecen un tour muy requerido de
«visita a la ciudad soviética de Visaginas» que ofrece una visión
muy ajustada de lo que podía ser la vida en el tiempo de los
Soviets. «Tiene sólo 14 calles y ni un solo semáforo», suele
repetir el guía. Se rumorea que se diseñó el trazado de esa forma
por si había que salir corriendo. Realismo socialista.
Fuente:
Ferran Barber @ferranbarber, El Chernóbil de HBO está en Lituania (y también es una historia de terror), 5 julio 2019, El Mundo. Consultado 8 julio 2019.
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