por
Facundo Di Genova
Cuando
Osvaldo Rogulich recibió el resplandor azul que lo encegueció como
un flash, supo que su suerte estaba echada.
El
técnico electromecánico se convertía en el único protagonista de
una "excursión de potencia" del reactor nuclear RA-2 del
Centro Atómico Constituyentes.
Duró
menos de un segundo y no sintió ningún dolor, pero Rogulich había
recibido una dosis radiactiva tan grande que lo convertiría en la
primera víctima fatal en la historia del desarrollo nuclear
argentino.
El
evento en el RA-2 sucedió el viernes 23 de septiembre de 1983
pasadas las 16 y desde entonces figura en la bibliografía atómica
mundial como el primer y único accidente nuclear de Sudamérica.
Aún
cuando fue mantenido en el más estricto secreto por los funcionarios
militares que presidían la Comisión Nacional de Energía Atómica
(CNEA), países como Francia y los Estados Unidos fueron informados a
las pocas horas de sucedido.
Eran
los últimos días de la dictadura militar iniciada en 1976 y faltaba
poco para las elecciones generales del 30 de octubre que restaurarían
la democracia, con Raúl Alfonsín como presidente electo. Ni antes,
ni durante, ni después del gobierno democrático, se informó a la
población. Mucho menos a los vecinos que vivían en las cercanías
del Centro Atómico.
En
base a documentos internacionales, al testimonio de compañeros de
trabajo y el de un familiar, La Nación reconstruyó la historia de
Osvaldo Rogulich, cuyo nombre hasta hoy figuraba en las sombras, y
del "accidente de criticidad" que protagonizó en
solitario. Un evento catalogado como de Grado 4 en la Escala
Internacional de Accidentes Nucleares, lo que significa que la
radiactividad liberada proveniente del uranio enriquecido no habría
contaminado medio ambiente ni a la población civil que vivía a
pocos metros del lugar.
Un
poco antes de Chernobyl
Casi
tres años antes del desastre de Chernobyl ocurrido al norte de
Ucrania y a pesar de no haber trascendido nunca en los medios
argentinos, los organismos internacionales fueron informados de una
"excursión de potencia" en un reactor argentino.
Los
informes secretos señalaban que había acontecido "un
incremento accidental de reacciones nucleares en cadena de uranio
enriquecido", dentro del RA-2, un reactor experimental de
investigación construido en 1965 dentro del Centro Atómico
Constituyentes, ubicado en Villa Maipú, partido bonaerense de San
Martín; a muy pocos metros de la Ciudad de Buenos Aires y barrios de
Villa Pueyrredón y Villa Martelli.
La
radiación por neutrones que mató a Rogulich en poco más de 48
horas fue retratada brevemente por el periodista Milton R. Benjamin
en las páginas del Washington Post, una semana después de ocurrida.
"En
un milisegundo comenzó el tipo de reacción de fisión que ocurre al
inicio de una explosión nuclear, pero solo generó la fuerza
explosiva de aproximadamente 5 libras de TNT antes de detenerse",
relató Benjamin el 1º de octubre de 1983.
"Si
bien la Argentina no ha anunciado públicamente el accidente, la
Agencia Internacional de Energía Atómica dijo ayer que había sido
informada de que no se había emitido radiación desde la
instalación. Sin embargo, las fuentes dijeron que el operador del
reactor sufrió una dosis de radiación masiva en una escala de la
experimentada por las víctimas en Hiroshima y que murió dos días
después del accidente".
Un
viernes como cualquier otro
Aquel
viernes de septiembre transcurría de lo más tranquilo, tanto que el
operador jefe del reactor le dijo a su ayudante que ya podía irse de
franco, cerca de las 14 horas, porque no habría trabajo hasta al
final de la jornada, cosa que este hizo enseguida.
Así
fue como Rogulich se quedó solo esperando que se hicieran las 17
horas, momento en el que comenzaría su fin de semana, según relató
a LA NACION un compañero de trabajo que ese día estaba presente en
el Centro Atómico Constituyentes, trabajando en otro reactor, a unos
30 metros del accidente.
Sin
embargo: "Le pidieron que haga una configuración de núcleo de
último momento, pasadas las tres de la tarde, y como él tenía
muchos años de experiencia, decidió hacerla solo".
"A
las 16.10 del 23 de septiembre de 1983 se produjo un accidente de
criticidad inmediata, cuando el operador intentó realizar cambios
centrales sin drenar el agua del moderador", consignó la
Comisión de Regulación Nuclear con sede en Washington, el 7 de
octubre de aquel año.
"El
operador fue reportado consciente durante el primer día después del
incidente, y quedó inconsciente el segundo día. Se observaron
síntomas agudos de enfermedad por radiación, incluyendo trastornos
nerviosos", escribió Edward L. Jordan, director de la División
de Preparación para Emergencias de esa comisión.
Una
cadena de errores
"Fue
un error humano y un accidente muy pequeño, la instalación no tenía
la potencia que represente un peligro en la población civil, solo
podía serlo para un operador que comete una violación a las normas
de seguridad. El error humano a veces tiene que ver con no seguir los
procedimientos de seguridad, lo que se conoce en la industria nuclear
como cultura de la seguridad", le dijo a este diario Alejandro
Álvarez (hijo), profesor de Historia Económica y ex asesor de la
Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación.
Una
comisión especial reunida para investigar el episodio "identificó
errores en la instalación y en los procedimientos, así como en la
forma que se hizo la aprobación y supervisión del experimento.
Debido a que el reactor había estado operando por muchos años sin
incidentes se generó un excesivo grado de confianza en el desarrollo
de las operaciones menores. Además, se dio prioridad a otras
actividades urgentes del programa nuclear", detalló en la
enciclopedia de ciencias ECyT el doctor en física Carlos Solivérez.
Rogulich
recibió 2000 rad de radiación y de 1.700 rad de neutrones, una
dosis ionizante letal, imposible de revertir. "En realidad hubo
grave negligencia -escribió Solivérez-, ya que ninguna de las
personas que estaban en las instalaciones portaba dosímetro, y la
radiación recibida debió ser estimada por métodos indirectos. A
pesar de la gravedad de lo sucedido, la Memoria Anual 1984 (ya en
democracia, durante la gestión del presidente Raúl Alfonsín) no
informa nada sobre el resultado de las tareas antes citadas y la
única mención al reactor es que se continuaban tareas de
"actualización". El RA-2, sin dar las razones, fue
desmantelado entre 1984 y 1989".
Francia
ofrece un hospital
Un
compañero de Rogulich -que entonces era jefe de turno del reactor
RA-3- explicó que se trató de "pico de radiación de menos de
un segundo en un movimiento mal hecho. Es como cuando tenés una
manguera a presión y abrís y cerrás la canilla enseguida: sale un
chorro de golpe, y después se frena".
"Francia
ofreció brindarle tratamiento, porque tenía el único hospital
modelo para accidentes radiactivos, donde podían hacerle un
trasplante de médula, pero cuando vieron el nivel de radiación que
había recibido, lo descartaron", recuerda este testigo que hoy
trabaja en la CNEA.
-.
¿Qué sintió al momento de recibir semejante dosis radiactiva?
-.
En el momento no sentís absolutamente nada, lo único que ves es un
resplandor, como cuando te encienden frente a los ojos una linterna
en plena oscuridad. A los veinte minutos y en función de la dosis
radiactiva, comienzan los síntomas. Se acelera con el tiempo y no
tenés forma de pararlo.
A
los treinta minutos de la irradiación Rogulich experimentó dolor de
cabeza, vómitos y diarrea. Entre las 2 y las 26 horas siguientes del
accidente "se observó la fase de latencia, sin manifestaciones
clínicas generales", describieron en una análisis del
accidente los científicos Dorval, Lestani y Márquez del Instituto
Balseiro en un paper del 2004.
"Yo
lo vi esa noche en el Policlínico Bancario donde estaba internado y
estaba perfectamente lúcido", rememora un operador jubilado que
trabajaba junto con Rogulich, a quien define como la persona que le
enseñó "absolutamente todo".
"Estaba
en el Centro Atómico cuando sonaron las alarmas y tuve la misión de
ir a comunicarle el hecho a su familia", se lamenta este testigo
que también pidió reserva de su nombre.
Un
hombre metódico
Rogulich
era un hombre metódico, cuidadoso y de pocas palabras. Estaba casado
y era padre de tres hijas, vivía en el barrio obrero San José, en
Temperley, en la casa que él mismo construyó.
Le
gustaba ver tenis, llevar a la familia al teatro, escuchar jazz y
música clásica. Había ingresado a la CNEA como técnico
electromecánico y, cuando alguna de sus hijas le preguntaba qué
función cumplía en el reactor RA-2, él contestaba: "Yo doy
vuelta una manija".
A
las pocas horas del accidente radiactivo, el presidente de la CNEA,
el doctor en física y vicealmirante Carlos Castro Madero, visitó a
Rogulich en el Policlínico Bancario, poco antes de que este perdiera
la conciencia. "Los obreros usan el martillo y a veces se dan un
martillazo en un dedo", le dijo el marino al operador irradiado,
a modo de consuelo.
"Las
circunstancias lo llevaron a que cometiera ese error, se salteó una
serie de pasos en el cambio de núcleo, que es una operación muy
complicada. Los núcleos son las cajas combustibles donde está el
uranio, son como un sánguche de uranio envuelto en aluminio y queda
una placa, dentro de esa placa está el uranio enriquecido al 90 %,
que era importado de los Estados Unidos", explica el compañero
de Ragulich.
"Lo
que sostiene el informe que se hizo después, es que durante muchos
años en ese reactor no se respetaron los protocolos de seguridad, y
mi papá hacía su trabajo con responsabilidad, pero en un contexto
de cierta desidia", afirma Marcela Rogulich, artista y docente
de educación plástica. Ella también trabajó en la CNEA y durante
cinco años cargó con el estigma de ser la hija del hombre "que
se había equivocado".
"Lo
de mi papá me recuerda a lo que pasó con el ARA San Juan, cuando
culpan por el hundimiento a los tripulantes, lo mismo dijeron de mi
viejo. Reconozco que fue una falla humana, pero es como el error
forzado del tenis, le mandaron la pelota más difícil".
El
cuadro clínico se agrava
"Mi
papá estuvo internado 48 horas en el Policlínico Bancario de
Caballito donde lo atendieron muy bien; recuerdo que una enfermera
tenía miedo de tocarlo porque pensaba que la podía contaminar, pero
él estaba irradiado, no era radiactivo".
A
partir de las 28 horas del hecho, Rogulich pasó de la fase de
latencia a la aguda, y comenzó nuevamente con los vómitos. Durante
las siguientes 6 horas experimentó ansiedad y exaltación, aunque
seguía lúcido. Luego comenzó el Síndrome Neurológico, síntoma
de las lesiones vasculares provocadas por la radiactividad. Tuvo
convulsiones, sufrió tres paros cardíacos y finalmente murió,
producto de la Enfermedad Aguda de la Radiación, exactamente a las
48 horas y 25 minutos del accidente nuclear en el RA-2.
Otros
ocho empleados que se encontraban en las cercanías del reactor al
momento del accidente se contaminaron con radiación pero en dosis
mínimas que nos les afectó la salud, de acuerdo con la dosimetría
y los seguimientos posteriores.
¿Radiactividad
en el aire?
"En
un accidente como este, siempre la radiación sale hacia el exterior,
pero no hay que confundir radiación con contaminación, que se da
cuando inhalás o estás en contacto con partículas radiactivas",
explica el compañero de Rogulich.
La
comisión investigadora que hizo el informe estableció que el RA-2
no debía seguir funcionando. El reactor fue desmantelado al año
siguiente y recién en 2007 trasladaron sus piezas a Estados Unidos.
Los
restos de Osvaldo Rogulich descansan en el cementerio de Lomas de
Zamora.
Fuente:
Facundo Di Genova, Osvaldo Rogulich, la trágica historia del hombre que protagonizó el único accidente nuclear de la Argentina, 6 junio 2019, La Nación.
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