Investigadores
argentinos tuvieron una participación protagónica en el documento
presentado en París; preocupa la degradación de los ecosistemas
americanos.
por
Nora Bär
El
informe sobre el estado de la biodiversidad que se presentó ayer en
París es demoledor. Después de revisar 15.000 fuentes de referencia
durante tres años, 450 investigadores llegaron a la conclusión de
que, de las 18 clases de beneficios que la naturaleza le brinda al
ser humano, en los últimos 50 años solo tres aumentaron: los
relacionados con bienes de mercado, energía y producción agrícola.
"Todo
el resto se empobreció y eso nos pone en riesgo -destaca Lucas
Garibaldi, director del Instituto de Investigaciones en Recursos
Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural, del Conicet, y
coordinador del grupo de Tendencias del Ipbes-. Las contribuciones
que aumentaron en muchos casos no son sustentables, porque fueron a
costa de la erosión de los suelos de los cuales dependen. Hay una
clara señal de que la capacidad del planeta para sostener la vida
humana se está deteriorando gravemente. Tenemos que cambiar la
relación con nuestra casa".
El
documento de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y
Servicios Ecosistémicos (Ipbes, según sus siglas en inglés)
contiene la mejor evidencia disponible y análisis expertos para
ofrecerles a los tomadores de decisión las herramientas necesarias
para trazar mejores políticas públicas, no para la naturaleza, sino
para los seres humanos.
"A
diferencia de otros, este es un informe de carácter
científico-normativo -explica María Elena Zaccagnini, experta en
biodiversidad, manejo de la vida silvestre y gestión ambiental en
agroecosistemas asociada con el Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (INTA) y copresidenta de la Evaluación de las Américas
del Ipbes-. Es decir, no se limita a alertar sobre el deterioro, sino
que hace recomendaciones y sugiere estrategias de política pública.
Una de ellas es que para superar este dramático cuadro de situación
es imprescindible que haya políticas transministeriales".
Aunque
alberga al 13 % de la población mundial y posee el 40% de la
capacidad de los ecosistemas, América también exhibe el impacto de
la actividad humana. En la evaluación de la región sudamericana,
que coordinó Zaccagnini y elaboraron más de 20 autores, los
científicos observaron una reducción del 65 % de las contribuciones
de la naturaleza y, en el 21 % de ellas, de forma muy marcada.
Cerca
de una cuarta parte de las 14.000 especies de los grupos taxonómicos
están en alto riesgo de extinción. Desde 1960, el 50 % de la
población enfrenta problemas de seguridad del agua, el aumento de la
huella ecológica de la humanidad se duplicó o triplicó, y se
perdió hasta el 25 % de las áreas de bosque en América del Sur y
Mesoamérica. Entre 2014 y 2015 se perdieron un millón y medio de
hectáreas de pastizales, y desde 1970 se perdió más del 50 % de la
cubierta de arrecifes de coral.
"Tenemos
que entender que la biodiversidad no es algo romántico, no es solo
de los 'verdes' o de los ambientalistas -afirma Zaccagnini-. Lo
interesante de este informe es que contempla las contribuciones de la
naturaleza para la gente".
Una
de las principales causas de pérdida de la biodiversidad es el
cambio en los usos del suelo. Según el informe del Ipbes, el impacto
de los métodos de producción agrícola es incluso mayor que el
cambio climático.
"Toda
la estructura agraria de la Argentina está dominada por unos pocos
cultivos y eso implica un gran riesgo -explica Garibaldi-. Los
grandes campos se trabajan con monocultivo y mucho uso de
agroquímicos. Esta modalidad de producción tiene aspectos positivos
(ingresan dólares al país) y negativos, porque existe un consenso
de que están asociados con la pérdida de la biodiversidad,
inundaciones, contaminación del agua. Los economistas llaman a estos
factores 'externalidades negativas'. Nosotros proponemos reducirlas y
transformarlas en positivas".
El
investigador, que trabaja precisamente en este tema, subraya que es
posible optar por la "intensificación ecológica":
producir más por hectárea, pero no con métodos convencionales (más
producción con menos biodiversidad), sino ecológicos (con más
biodiversidad, mayor producción). Con rotación de cultivos, y
conservando el hábitat natural y seminatural en los bordes de las
plantaciones, se promueven los polinizadores y el control biológico
de plagas. "Cada vez hay más mercado para producciones sin
herbicidas -afirma el científico-. De hecho, China está haciendo
una de las transferencias más enérgicas hacia el manejo ecológico
de los campos".
"Los
técnicos de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de
Experimentación Agrícola (Aacrea), que manejan buena parte de la
superficie agrícola del país, están muy interesados. No se trata
de una pelea entre 'buenos' y 'malos', sino de mejorar: incorporar
principios ecológicos a la producción agropecuaria. Se puede
producir más, con menos erosión de suelo, menos condena social,
contaminando menos las aguas, con menos inundaciones. Nosotros lo
demostramos con números concretos. Necesitamos que se ponga en
marcha la voluntad técnica y política para expandir más este
enfoque. Algún día los compradores también van a decir 'bueno,
basta'. No son solo los costos sociales y ambientales: el mundo está
pidiendo otra cosa. Y lo bueno es que tenemos la gente y las
herramientas para hacerlo", amplió.
Tiempo
de descuento
Entre
tantos datos negativos, hay algunos alentadores. Aunque la extinción
de especies y la degradación de los ecosistemas se está acelerando,
según el informe del Ipbes todavía se está a tiempo de dar un
golpe de timón: "No es demasiado tarde si se trabaja en el
nivel local y global, para usar la naturaleza de modo sustentable",
afirman los autores.
"Sí,
estamos a tiempo -dijo en una entrevista al diario El País la
argentina Sandra Díaz, profesora de Ecología de Comunidades y
Ecosistemas e investigadora superior del Conicet en el Instituto
Multidisciplinario de Biología Vegetal, y una de los tres
investigadores que presidieron la elaboración del documento-. Esto
es como un match de fútbol. Estamos muy mal, nos llenaron de goles,
el partido pinta fatal y si seguimos así lo perdemos seguro, pero
todavía no terminó. Si cambiamos profundamente nuestro modo de
hacer las cosas, todavía estamos a tiempo".
Según
Díaz, designada hace unas semanas fellow de la Royal Society y
mencionada en la revista Nature como una de las personas para seguir
de cerca en 2019, hay que empezar por aplicar la legislación con que
ya contamos y avanzar en nuevos modos de producción, de consumo, de
disposición de lo que no usamos para distribuir los costos y
beneficios del uso de la naturaleza entre distintos actores sociales,
entre diferentes países, y entre nosotros y las próximas
generaciones. "La batalla se libra en la política mundial,
regional, nacional y local -subrayó-. Pero también en el interior
de cada uno de los ciudadanos".
Y
más adelante agregó: "Parte de la narrativa que tenemos que
cambiar es esa idea de que la naturaleza es un lujo para los ricos o
para los que tienen la vida resuelta, y que hay que elegir entre
tener una vida digna y suficiente comida o el disfrute de la
naturaleza. No. No podemos tener una existencia digna de ser vivida
si destejemos la trama de la vida".
Garibaldi
coincide: "Además de los beneficios materiales, el planeta nos
ofrece posibilidades culturales, educativas y de regulación del
agua, el aire, los eventos extremos. Está todo vinculado, y podemos
tomar decisiones como consumidores y como personas políticas,
acciones cotidianas que hagan del planeta un lugar donde nosotros y
nuestros hijos podamos vivir. Esta advertencia no es por la
naturaleza, sino por nosotros mismos. Se trata de una evaluación
única en la historia y en la que la Argentina tuvo un rol claro
desde el punto de vista científico".
Fuente:
Nora Bär, Informe sobre biodiversidad: el uso del suelo tiene más impacto que el cambio climático, 7 mayo 2019, La Nación.
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