por
Andrew Higgins
ASBEST,
Rusia - Criticado de manera insidiosa durante décadas por los
defensores de la salud, el insistente y desafiante productor de
asbesto de Rusia -una sustancia prohibida en más de sesenta países
por considerarse mortífera- piensa que es probable que por fin haya
encontrado al personaje perfecto para una campaña destinada a
rehabilitar la imagen profundamente mancillada de su producto: el
presidente estadounidense Donald Trump.
“Trump
está de nuestro lado”, afirmó Vladimir V. Kochelayev, presidente
del consejo de administración de Uralasbest, uno de los pocos
productores de asbesto que quedan en el mundo, al citar lo que dijo
que eran noticias de que el gobierno de Trump estaba flexibilizando
las restricciones al uso de asbesto.
Estados
Unidos dejó de extraer asbesto en 2002, pero el material todavía se
cuela en el mercado mundial desde un enorme orificio en el suelo en
los montes Urales de Rusia.
La
ciudad en sus alrededores, donde casi todas las familias dependen de
una u otra forma de una sustancia que la Organización Mundial de la
Salud califica como un asesino serial, se llama simple y llanamente
Asbest, la palabra en ruso para asbesto.
En
Canadá también hay un pueblo llamado Asbestos (asbesto en inglés),
pero dejó de producir ese material hace años y se ha planteado la
idea de cambiar de nombre a uno que ahuyente menos a la gente. Su
casi homónimo ruso, donde los lugareños rara vez, si no es que
nunca, cuestionan qué tan sabio es extraer asbesto con cargas
explosivas que generan nubes densas de un polvo saturado de fibras de
ese mineral, no ve ninguna razón para hacer algo así.
De
todas formas, la ciudad se ha esforzado por eliminar las asociaciones
entre ese material y el cáncer de pulmón y otras enfermedades al
cambiar el nombre de su producto a “crisotilo”, la anodina y
técnica designación del tipo específico de mineral que
principalmente se obtiene en las minas.
Crisotilo
no solo suena menos aterrador, en realidad lo es, dice Kochelayev.
Insistió
en que es mucho menos peligroso que otras formas de “asbesto”, el
nombre genérico comercial que se usaba para describir distintos
tipos de minerales fibrosos que hasta la década de los setenta se
usaban en todo el mundo como aislantes, en tejas para techos, ropa
resistente al fuego y muchos otros productos.
“No
puedo decir que es totalmente seguro”, dijo Kochelayev sobre el
crisotilo, pero “puede usarse en situaciones controladas sin
peligro”.
Tras
años de observar cómo una campaña mundial contra todas las formas
de asbesto cobraba fuerza ante los crecientes problemas de salud
atribuidos a este material, el año pasado, la empresa de Kochelayev
reaccionó con alegría a las noticias de que la Agencia de
Protección Ambiental del gobierno de Trump anunció que relajaría
las estrictas restricciones para el uso del asbesto en Estados
Unidos.
La
agencia negó haber hecho algo parecido, pero Uralasbest celebró de
todas formas con la publicación en su página de Facebook de una
imagen en la que mostraba paquetes de su asbesto que tenían un sello con el rostro de Trump y las palabras: “Aprobado por Donald Trump,
presidente número 45 de Estados Unidos”.
La
foto fue una estrategia de relaciones públicas y nada del asbesto
vendido por Uralasbest fue estampado con la cara de Trump, pero la
imagen generó una atención generalizada de los medios para una
empresa que anteriormente solo había llegado a la primera plana
cuando era denostada por los activistas antiasbesto.
Brasil
y Canadá solían suministrar la mayoría del asbesto que se usaba en
Estados Unidos, pero ahora que han dejado de producirlo, Rusia
considera que hay una posibilidad en ese mercado para su producto.
Tras años de una producción en declive, el año pasado Uralasbest
aumentó su producción de asbesto de 279.000 a 315.000 toneladas, de
las cuales el 80 por ciento se vendió en el extranjero.
Nadie
en Asbest, a 1448 kilómetros de Moscú, espera que el asbesto se
recupere en su totalidad en el futuro próximo, con o sin ayuda de
Trump.
No
obstante, el cambio de nombre del asbesto a crisotilo ha ayudado a
lentificar el colapso del pilar económico de la ciudad, así como a
mitigar los llamados a la prohibición mundial de toda forma de
asbesto.
Aunque
existen algunas bases científicas para afirmar que el crisotilo,
también conocido como “asbesto blanco”, es menos peligroso que
el asbesto “negro” y el “azul”, el Centro Internacional de
Investigaciones sobre el Cáncer mencionó que “hay suficiente
evidencia en humanos de la carcinogenicidad de todas las formas de
asbesto”, incluido el crisotilo.
Uralasbest
manifiesta que los casos de enfermedad entre sus empleados han
disminuido marcadamente debido a que ha instalado mejores filtros de
aire en su enorme planta procesadora y obligado a los trabajadores a
usar mejores máscaras de protección. No obstante, aunque alardea
sobre sus condiciones mejoradas, la empresa se negó a otorgar acceso
a la fábrica, con el argumento de que es una zona restringida.
La
opinión de muchos residentes de Asbest es que hay tantas otras cosas
por las cuales preocuparse en su región altamente industrializada
(incluyendo una planta de energía nuclear a unos cuantos kilómetros
de ahí, así como una planta de energía eléctrica que funciona con
carbón y que se encuentra todavía más cerca), que el asbesto quizá
sea la menor de sus preocupaciones.
“Todo
es potencialmente peligroso”, comentó Ksyusha Ustinova, una mujer
de 30 años que, ataviada con un abrigo con bordes de piel, llegó
con amigos la semana pasada a echar un vistazo al orificio de 9,6
kilómetros de longitud en las afueras del pueblo donde se extrae el
asbesto. “¿Por qué preocuparse tanto por el asbesto?”, preguntó
la mujer.
Viktor
Stepanov, un jubilado de 88 años que trabajó durante décadas en la
fábrica de asbesto, comentó que su avanzada edad y buen estado de
salud eran prueba de que toda la “histeria” alrededor del asbesto
podía no ser cierta. Explicó que mientras trabajaba en la planta,
bebía una botella de leche diaria, que la compañía les daba a los
empleados de manera gratuita para alejar las enfermedades.
“Todo
es peligroso en cierta medida”, afirmó. “No existe una garantía
al cien por ciento de que algo no es nocivo”, sentenció.
Fuente:
Andrew Higgins, Un cambio de imagen para un mineral mortífero, 10/04/19, The New York Times. Consultado 12/04/18.
No hay comentarios:
Publicar un comentario