viernes, 12 de abril de 2019

Un cambio de imagen para un mineral mortífero

por Andrew Higgins

ASBEST, Rusia - Criticado de manera insidiosa durante décadas por los defensores de la salud, el insistente y desafiante productor de asbesto de Rusia -una sustancia prohibida en más de sesenta países por considerarse mortífera- piensa que es probable que por fin haya encontrado al personaje perfecto para una campaña destinada a rehabilitar la imagen profundamente mancillada de su producto: el presidente estadounidense Donald Trump.

Trump está de nuestro lado”, afirmó Vladimir V. Kochelayev, presidente del consejo de administración de Uralasbest, uno de los pocos productores de asbesto que quedan en el mundo, al citar lo que dijo que eran noticias de que el gobierno de Trump estaba flexibilizando las restricciones al uso de asbesto.

Estados Unidos dejó de extraer asbesto en 2002, pero el material todavía se cuela en el mercado mundial desde un enorme orificio en el suelo en los montes Urales de Rusia.

La ciudad en sus alrededores, donde casi todas las familias dependen de una u otra forma de una sustancia que la Organización Mundial de la Salud califica como un asesino serial, se llama simple y llanamente Asbest, la palabra en ruso para asbesto.

En Canadá también hay un pueblo llamado Asbestos (asbesto en inglés), pero dejó de producir ese material hace años y se ha planteado la idea de cambiar de nombre a uno que ahuyente menos a la gente. Su casi homónimo ruso, donde los lugareños rara vez, si no es que nunca, cuestionan qué tan sabio es extraer asbesto con cargas explosivas que generan nubes densas de un polvo saturado de fibras de ese mineral, no ve ninguna razón para hacer algo así.

De todas formas, la ciudad se ha esforzado por eliminar las asociaciones entre ese material y el cáncer de pulmón y otras enfermedades al cambiar el nombre de su producto a “crisotilo”, la anodina y técnica designación del tipo específico de mineral que principalmente se obtiene en las minas.

Crisotilo no solo suena menos aterrador, en realidad lo es, dice Kochelayev.

Insistió en que es mucho menos peligroso que otras formas de “asbesto”, el nombre genérico comercial que se usaba para describir distintos tipos de minerales fibrosos que hasta la década de los setenta se usaban en todo el mundo como aislantes, en tejas para techos, ropa resistente al fuego y muchos otros productos.

No puedo decir que es totalmente seguro”, dijo Kochelayev sobre el crisotilo, pero “puede usarse en situaciones controladas sin peligro”.

Tras años de observar cómo una campaña mundial contra todas las formas de asbesto cobraba fuerza ante los crecientes problemas de salud atribuidos a este material, el año pasado, la empresa de Kochelayev reaccionó con alegría a las noticias de que la Agencia de Protección Ambiental del gobierno de Trump anunció que relajaría las estrictas restricciones para el uso del asbesto en Estados Unidos.

La agencia negó haber hecho algo parecido, pero Uralasbest celebró de todas formas con la publicación en su página de Facebook de una imagen en la que mostraba paquetes de su asbesto que tenían un sello con el rostro de Trump y las palabras: “Aprobado por Donald Trump, presidente número 45 de Estados Unidos”.

La foto fue una estrategia de relaciones públicas y nada del asbesto vendido por Uralasbest fue estampado con la cara de Trump, pero la imagen generó una atención generalizada de los medios para una empresa que anteriormente solo había llegado a la primera plana cuando era denostada por los activistas antiasbesto.

Brasil y Canadá solían suministrar la mayoría del asbesto que se usaba en Estados Unidos, pero ahora que han dejado de producirlo, Rusia considera que hay una posibilidad en ese mercado para su producto. Tras años de una producción en declive, el año pasado Uralasbest aumentó su producción de asbesto de 279.000 a 315.000 toneladas, de las cuales el 80 por ciento se vendió en el extranjero.

Nadie en Asbest, a 1448 kilómetros de Moscú, espera que el asbesto se recupere en su totalidad en el futuro próximo, con o sin ayuda de Trump.

No obstante, el cambio de nombre del asbesto a crisotilo ha ayudado a lentificar el colapso del pilar económico de la ciudad, así como a mitigar los llamados a la prohibición mundial de toda forma de asbesto.

Aunque existen algunas bases científicas para afirmar que el crisotilo, también conocido como “asbesto blanco”, es menos peligroso que el asbesto “negro” y el “azul”, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer mencionó que “hay suficiente evidencia en humanos de la carcinogenicidad de todas las formas de asbesto”, incluido el crisotilo.

Uralasbest manifiesta que los casos de enfermedad entre sus empleados han disminuido marcadamente debido a que ha instalado mejores filtros de aire en su enorme planta procesadora y obligado a los trabajadores a usar mejores máscaras de protección. No obstante, aunque alardea sobre sus condiciones mejoradas, la empresa se negó a otorgar acceso a la fábrica, con el argumento de que es una zona restringida.

La opinión de muchos residentes de Asbest es que hay tantas otras cosas por las cuales preocuparse en su región altamente industrializada (incluyendo una planta de energía nuclear a unos cuantos kilómetros de ahí, así como una planta de energía eléctrica que funciona con carbón y que se encuentra todavía más cerca), que el asbesto quizá sea la menor de sus preocupaciones.

Todo es potencialmente peligroso”, comentó Ksyusha Ustinova, una mujer de 30 años que, ataviada con un abrigo con bordes de piel, llegó con amigos la semana pasada a echar un vistazo al orificio de 9,6 kilómetros de longitud en las afueras del pueblo donde se extrae el asbesto. “¿Por qué preocuparse tanto por el asbesto?”, preguntó la mujer.

Viktor Stepanov, un jubilado de 88 años que trabajó durante décadas en la fábrica de asbesto, comentó que su avanzada edad y buen estado de salud eran prueba de que toda la “histeria” alrededor del asbesto podía no ser cierta. Explicó que mientras trabajaba en la planta, bebía una botella de leche diaria, que la compañía les daba a los empleados de manera gratuita para alejar las enfermedades.

Todo es peligroso en cierta medida”, afirmó. “No existe una garantía al cien por ciento de que algo no es nocivo”, sentenció.

Fuente:
Andrew Higgins, Un cambio de imagen para un mineral mortífero, 10/04/19, The New York Times. Consultado 12/04/18.

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