En una catástrofe nuclear, como en una guerra, la primera víctima es la verdad: por eso la posición de Japón en el índice internacional de libertad de prensa pasó del puesto 22, en 2011, al 67 en 2018.
por Miguel Muñiz
y Seiko Nishikawa
Recordando hechos
pasados…
Es un dato harto
sabido que hasta el 11 de marzo de 2011, funcionaron 54 reactores
nucleares en Japón. La catástrofe de Chernóbil, iniciada 25 años
atrás, había sido olvidada; y Japón era un país con una larga
historia nuclear. Mucho antes de Chernóbil, en los años 70, se
construyeron 18 reactores; en los 80, otros 16 más, y en los 90,
mientras Chernóbil dispersaba radiación, se añadieron otros 15.
Era evidente el exceso de potencia atómica, pero aún entraron en
funcionamiento cinco reactores más en la década del 2000. En plena
euforia del renacimiento nuclear iniciado en 2001, la gran industria
planificaba su expansión internacional. En 2006, Toshiba adquirió
Westinghouse, la empresa norteamericana de referencia en construcción
de reactores.
Pero todo
finalizó a las 14:46 del 11 de marzo de 2011: la tierra tembló, y
una hora más tarde el tsunami arrasó zonas del país matando más
de 20.000 personas. Se supo que varias nucleares estaban afectadas y
se desató el pánico, no sólo quiénes vivían cerca de la central
de Fukushima Daichi huyeron, dejando todo atrás, también muchas
otras personas conscientes del peligro de un accidente nuclear,
incluso en Tokio, a unos 200 km de distancia. Las embajadas enviaron
mensajes contradictorios a sus residentes en Japón sobre evacuación
y distancias de seguridad. Existen testimonios de trenes y
aeropuertos abarrotados durante los primeros días, incluso se cree
que algunos medios grabaron imágenes. Pero esas imágenes no se
difundieron; en su lugar todos los medios repitieron las consignas
del gobierno: la situación es segura, la radiactividad no llega a
niveles peligrosos, confíen en las autoridades, etc.
En una catástrofe
nuclear, como en una guerra, la primera víctima es la verdad: por
eso la posición de Japón en el índice internacional de libertad de
prensa pasó del puesto 22, en 2011, al 67 en 2018, en una bajada
continua con minúsculas subidas.
Porque no se
trata únicamente de mentir o de censurar; las informaciones se
pueden manipular, ignorar, ser difundidas selectivamente (noticias
sólo en japonés, o sólo en ingles); pero también se pueden
explicar medias verdades, y demorarlas el tiempo necesario para
cocinar los datos en que se basan. Se asume que las informaciones
sobre radiactividad o enfermedades implican alta tecnología en la
obtención y tratamiento de datos; algo que solo TEPCO (la compañía
propietaria de los reactores accidentados) es capaz de gestionar.
Desde el inicio
de la catástrofe hasta hoy, los reactores dañados desprenden un
vapor radiactivo que proviene del agua vertida para intentar apagar
el “fuego nuclear” que continúa activo. Ese vapor es más
visible durante la noche, por eso, en abril de 2011, un periodista
que había observado el fenómeno pidió a TEPCO que calculara la
cantidad de radiactividad que emitía el vapor. El informe final se
presentó el 17 de noviembre, ocho meses más tarde; en su página 12
incluye una gráfica de barras de colores descendentes con ocho
fechas en la base, la gráfica no es proporcional, algo imposible
dadas las cifras que representa, y muestra una progresión que va de
unos 800 trillones de bequerelios por hora (el 15 de marzo), hasta
unos 60 millones (el 1 de noviembre). También incorpora un
comentario “(la cantidad emitida) se ha reducido en una proporción
que va de 13 millones a una sola unidad”.
La combinación
de demora en la información y media verdad es evidente. Teniendo en
cuenta que los primeros datos son del 15 de marzo, TEPCO podía haber
contestado al periodista con los datos disponibles en el momento de
la pregunta, pero no fue así. La gráfica permite tres cosas: 1)
amortiguar el impacto brutal de saber que se emitían 800 trillones
de becquerelios por hora; 2) disimular la enorme dispersión
radiactiva, situándola en un escenario de retroceso y 3), lo más
importante, desviar la atención hacia la reducción de las
emisiones, ocultando que la peligrosidad de una radiación no tiene
nada que ver con la cantidad.
… que marcan
realidades presentes,
Este es sólo un
ejemplo de una pauta informativa que se extiende a casi todos los
campos: los vertidos de agua radiactiva al océano, el nivel de
contaminación de los suelos agrícolas, de los productos
alimenticios, etc. El caso del agua es especialmente llamativo: Japón
es un país húmedo, ríos superficiales y subterráneos discurren
entre las montañas y el mar prácticamente cada día del año. A 24
metros bajo la estructura de Fukushima discurre una corriente que
pasa por las zonas radiactivas, ya que la fisión de los núcleos de
las unidades 1, 2 y 3 hundió los edificios en el suelo; se calcula
en un promedio de 300.000 litros diarios el agua que circula por esa
zona, ¿qué cantidad de radiación transporta ese agua hasta el
océano? La respuesta es sencilla: no hay datos exactos, cada cifra
es contrapuesta con otra cifra que relativiza su importancia.
El 28 de marzo de
2018 el diario Japan Times informó de un estudio que calculaba en 2
billones de becquerelios por día la contaminación que la Unidad 1
enviaba al Océano Pacífico. En la misma noticia se explicaba que
otro estudio, éste del año 2016, de una entidad confusa, Integrated
Environmental Assessment and Management, concluía que “los niveles
de radioactividad en la biota marina cerca de Fukushima fueron más
bajos de lo previsto”. Es digna de mención una referencia tan
rigurosa como “más bajos de lo previsto” para compensar una cifra concreta.
Es una
combinación de estrategias, el 31 de enero de 2018, la Asociación
de ciudadanos y científicos preocupados por las exposiciones a la
radiación interna, una de las entidades que intenta contrarrestar la
desinformación desplegada por el gobierno japonés y la industria
para maquillar la situación existente, ofrecía una relación
detallada de ejemplos documentados.
Ejemplos que iban
desde la creación de páginas web en diversos idiomas que intentan
tranquilizar sobre la contaminación radiactiva y sus efectos en la
salud, a informes que contradicen evidencias documentadas (como la
fisión nuclear aún activa o el fracaso del muro de hielo). El
lenguaje es muy importante, se usan calificaciones genéricas como
“reducidas”, “muy pocos casos”, “seguras”, o el “más
bajo de lo previsto” ya mencionado, para calificar los resultados
de pruebas o análisis, se evitan referencias comparativas numéricas
o datos precisos; se usan analogías carentes de valor científico,
como referencias a la radiación natural, o se realizan afirmaciones
falsas sobre ausencia de incremento de enfermedades, o de la salud de
los alimentos, por parte de políticos o representantes
institucionales, desde un supuesto principio de autoridad.
Estas estrategias
tienen cobertura desde los organismos internacionales que protegen
los intereses de la industria nuclear. La Asociación Internacional
de Energía Atómica (AIEA) es la más conocida, pero hay otras. Los
organismos aplican métodos de probada eficacia, como la reiteración
de informes supuestamente positivos. Así, el 4 de febrero de este
año se informó de los progresos en el desmantelamiento de
Fukushima, en base a un informe de la AIEA de noviembre de 2018, que
ya había sido publicado el 31 de enero. La noticia seguía la pauta
habitual de afirmaciones vagas y genéricas, y eludía el descontrol
que provoca que la fisión siga activa tras casi ocho años. Unos
detalles sobre la reapertura de reactores cerrados complementaban la
información el 5 de febrero. Se trata de fabricar normalidad.
y refuerzan
prácticas sociales de siempre.
Hace unas
semanas, el 20 de febrero, se estrenó la película Fukushima The
Seal of the Sun, una recreación de lo sucedido en torno a la central
en las fechas del terremoto y el tsunami mediante una combinación de
testimonios de personas que participaron realmente y situaciones
dramatizadas. Un actor, con el papel de un periodista de
investigación, actúa de hilo conductor del relato, articula la
trama de ficción y da paso a los protagonistas reales. En la
entrevista realizada al director, Futoshi Sato, con motivo del
estreno, destaca un dato: el 26 de julio de 2016, más de cinco años
después del inicio de la catástrofe, se estrenó una película de
ficción que vinculaba Fukushima con el conocido monstruo japonés
Godzilla (Shin Godzilla, algo así como “El nuevo Godzilla”), la
película tuvo un presupuesto de 13 millones de euros, generó unos
beneficios de más de 64 millones, fue producida por dos potentes
compañías cinematográficas (Toho y Cine Bazar) y distribuida por
todo Japón, y también a nivel internacional.
En contraste,
Fukushima The Seal of the Sun, se proyecta a pequeña escala, en
cines independientes, y con la participación de grupos de ciudadanos
que organizan voluntariamente las proyecciones. Una catástrofe puede
ser una fuente de beneficios considerables, aunque sus víctimas sean
parte de la realidad cotidiana, basta con no mirar.
Febrero ha
supuesto también una generosa promoción y subvención de
actividades culturales y folclóricas en municipios de la prefectura
de Fukushima que se consideran aptos para ser ocupados de nuevo, las
actividades tuvieron una baja participación, porque los evacuados no
se fían y no regresan a sus anteriores residencias.
Todo es parte de
la preparación de un escenario de normalidad, porque los Juegos
Olímpicos de Tokio se aproximan. Mientras tanto, la parte de la
sociedad que es consciente de los peligros existentes intenta, como
puede, dar testimonio de ello en este octavo aniversario, superando
las múltiples barreras que el gobierno y los poderes económicos les
imponen.
Fuentes:
Miguel Muñiz, Seiko Nishikawa, La memoria y el presente, Fukushima 2019, 11/03/19, El Salto Diario. Consultado 11/03/19.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Meltdown in Fukushima", del artista Christian Seebauer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario