Investigadores
argentinos cruzaron datos propios con recientes avances tecnológicos
y comprendieron que en la mañana del 21 de enero de 1954, las tres
legendarias olas que arrasaron tuvieron un origen diferente al que
siempre se dijo.
Tres científicos
argentinos presentaron un trabajo en el que propusieron una hipótesis
para entender qué fue lo que pasó a las 11 del 21 de enero de 1954
en la costa de Mar del Plata, cuando una sucesión de olas gigantes
causó pánico entre los bañistas y dejó un tendal de heridos.
Durante años
aquel episodio fue conocido como un “maremoto” y las últimas
tres generaciones crecieron con alguna referencia familiar. Sin
embargo, el “maremoto” resultó ser un “tsunami” de grado
leve generado por factores meteorológicos.
Rubén Medina,
licenciado en Geología y Geografía; Walter Dragani, licenciado en
Oceanografía, y Roberto Violente, licenciado en Geología,
publicaron un trabajo en la revista Ciencia Hoy titulado “Un
tsunami no reconocido en Mar del Plata”, con fotografías y datos
del diario La Capital, pero con un rigor científico emanado del
cotejo de información de distintas fuentes.
El 21 de enero de
1954 era un día de buena temperatura y un mar calmo. Gran cantidad
bañistas se habían acercado a las playas populares del centro y
también de la zona costera más próxima. Centenares de esas
personas estaban en la Bristol, en cercanías del muelle de
pescadores y en Punta Iglesia. Una lancha de mediano porte navegaba a
menos de 100 metros de la costa. Entonces todo cambió
repentinamente.
En el horizonte
se empezó a ver una ondulación significativa sobre el mar y a
medida que avanzaba hacia la orilla se convertía en una ola robusta
y potente. El primer impacto antecedió a otro de dos olas casi
similares que arrasaron con quienes tenían el agua por las rodillas
o caminaban por la arena húmeda.
Las aves de la
costa segundos antes habían revoloteado nerviosas y huido a destinos
más tranquilos. El terror en los bañistas que se vieron arrastrados
por la crecida fue contagiando a todos. Los gritos y desesperación
ganaron las playas céntricas. El avance de las aguas fue tan
importante que alcanzó las primeras líneas de sombrillas y toldos.
La lancha que navegaba cerca de los pescadores a punto estuvo de
desaparecer en el remolino formado por la diferencia de oleaje.
Cuando el mar
retrocedió, gran cantidad de heridos quejosos, padecientes de
principios de asfixia y magullones, y desorientados perdidos de sus
familiares quedaron sobre la arena aún convulsionada. Las madres de
los niños se desmayaban al no poder localizarlos.
La lista de
heridos oficiales fue integrada por Enrique Gómez (26) -alojado en
el hotel Castelar- José Veiga (40), Humberto Mastronardi (37), José
Piñobelli, Santiago Lanfranco, Juan Carlos Anselmo, un hombre de
apellido Elías, todos ellos en la zona de la Bristol y trasladados
al hospital, aunque luego dados de alta. En Playa Grande atendieron a
Obdulia de Fernández, de 38 años, y otros heridos recibieron
asistencia en el lugar.
El informe de
Prefectura Naval señaló con alguna imprecisión que “a la hora 12
a raíz de una creciente extraordinaria que alcanzó su mayor altura
en la Playa Popular se produjeron once casos de personas
semiasfixiadas que al ser auxiliadas a tiempo quedaron fuera de
peligro. El mar recobró extraordinara placidez y los espacios
reservados a los bañistas se despoblaron casi por completo”.
El encargado del
Mareógrafo Fundamental instalado en el muelle de los pescadores
informó que las condiciones de la marea eran normales y que las
escolleras se vieron cubiertas por el agua.
¿Qué ocurrió?
Medina, de la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y Dragani y
Violante, del Servicio de Hidrografía Naval dependiente del
Ministerio de Defensa, llegaron a la conclusión de que “no fue un
maremoto, según la definición clásica, y que es altamente probable
que haya sido un tsunami provocado por causas meteorológicas”.
De acuerdo a la
publicación construida a partir del análisis de fuentes científicas
se cree que aquella mañana se produjo un tsunami grado 2, en una
escala de 1 al 6. Aunque es una categoría “suave” de tsunami,
las características singulares del mar ese día (muy calmo, casi con
inexistencia de rompiente) provocaron un contraste determinante.
“Ni el
Instituto Nacional de Previsión Sísmica ni el USGS registraron
sismos submarinos significativos ese día, lo que descarta la
hipótesis del terremoto submarino”, dijeron los científicos.
Tampoco hubo erupciones volcánicas explosivas ni caídas de
meteoritos.
Para achicar la
búsqueda los tres investigadores analizaron la agenda de ensayos
nucleares en el océano aquel día y no encontraron ninguna
referencia, por lo cual solo quedaban dos posibilidades: un proceso
de remoción en masa o una perturbación atmosférica.
El primero de los
factores asomó como posible pero no probable, con lo cual terminó
imponiéndose la idea del origen atmosférico.
“Ese día, los
datos de presión atmosférica en el nivel del mar brindados por la
National Oceanic and Atmospheric Administration de los Estados Unidos
(NOAA) indican que hubo en la región un sistema frontal de tormenta
propagándose hacia el este. Tanto por observaciones de campo como
por modelado numérico se ha verificado que, asociados con tales
sistemas frontales, se propagan ondas de gravedad atmosféricas sobre
la región costera bonaerense”, dice el informe.
Finalmente se
estableció que “esas ondas, imperceptibles para la gente, se
caracterizan por fluctuaciones de presión atmosférica de entre 2 y
3 hectopascales en lapsos de entre unos pocos minutos y hasta unas
tres horas; estudios numéricos realizados en el Servicio de
Hidrografía Naval establecieron que son capaces de generar
meteotsunamis de varias decenas de centímetros de altura en la
región costera bonaerense”.
El maremoto, un
terremoto submarino con implicancia directa en el oleaje, no fue tal.
Fue un tsunami. El recuerdo de los mayores no se verá afectado, no
obstante, por cuestiones científicas.
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