Thuy Linch padece una malformación genética. Pertenece a la tercera generación de víctimas del agente naranja. Foto: Mathieu Asselin |
Hanói afirma que ya hay afectados de cuarta generación por el agente químico usado en la guerra.
por Macarena Vidal
Liy
Era simplemente
como una neblina, cuentan. No tenía un olor ni un color especial.
Cuando los aviones estadounidenses esparcían la sustancia como agente naranja sobre la jungla para matar la vegetación y privar de
camuflaje al Viet Cong, los soldados norvietnamitas no se sentían
especialmente amenazados, como recuerda el veterano Nguyen Van Phuc,
de 64 años. Pero medio siglo después, y cuando ya las bombas o el
napalm son apenas un mal recuerdo, aquel arma química ha resultado
ser un veneno de efectos perdurables. Debido a él, “Estados Unidos
seguirá matando a vietnamitas durante generaciones”, se lamenta
Nguyen, de 64 años, paseando por un centro de acogida para víctimas
de ese gas en las afueras de Hanói.
Su amigo Nguyen
Van Thuc, de 79 años, asiente. Este veterano que aún hoy sigue
llevando su gastado uniforme de las tropas de Ho Chi Minh -“estoy
muy orgulloso de él”, presume- combatió contra el ejército
estadounidense en la provincias de Quang Tri y Kom Tum, en el centro
de Vietnam. En esa zona se encontraba la línea divisoria entre el
norte y el sur, y se concentraron la mayor parte de los lanzamientos
del compuesto químico, que recibe su apodo de la banda naranja en
los toneles que lo contenían. Como su compañero, ha sufrido
numerosos problemas de salud toda su vida. Durante la guerra “no
sabíamos nada sobre ese agente tóxico, solo sabíamos que las
plantas se morían cuando se lo echaban encima. Solo después supimos
que también afectaba a los humanos”.
Este enero se
cumplieron 57 años desde que el presidente estadounidense John F.
Kennedy firmó la aprobación oficial para la operación Ranch Hand
(Peón de Rancho), que había comenzado de manera experimental un año
antes. Durante diez años, hasta 1971, Estados Unidos lanzó 76
millones de litros de agente naranja y otros defoliantes vegetales en
20.000 salidas de sus aviones y a una concentración 20 veces
superior a la que recomendaban los fabricantes para matar plantas. Se
calcula que al menos un 20 % de los bosques del sur de Vietnam, un 10 %
del total de la tierra, fueron rociados al menos una vez. Cerca de
20.000 kilómetros cuadrados de bosque y de 2.000 kilómetros
cuadrados de tierra cultivable quedaron gravemente dañados o
destruidos por completo.
Lo que entonces
no sabían los soldados vietnamitas -ni los estadounidenses que
estuvieron en contacto con el químico- es que uno de los
componentes de la mezcla, la dioxina, era una bomba de relojería
tóxica.
A corto plazo, la
sustancia puede causar un oscurecimiento de la piel, problemas de
hígado y de piel. Pero también se la relaciona con diabetes del
tipo 2, problemas nerviosos, musculares, hormonales y del sistema
inmunológico, entre otros. Y la posibilidad de problemas se
multiplica en los fetos.
La primera
generación de víctimas expuestas a la dioxina empezó a sufrir una
incidencia mucho más elevada de lo normal. Pero esas víctimas
tuvieron hijos. Y decenas de miles de ellos llegaron con
malformaciones gravísimas o discapacidades.
Según Vietnam,
4,8 millones de sus ciudadanos se vieron expuestos a la dioxina y
“cientos de miles de víctimas han muerto, mientras que otros
cientos de miles tienen que convivir con enfermedades mortales”. No
solo quienes se vieron expuestos directamente, sino sus hijos y sus
nietos, la segunda y la tercera generación, sufren aún secuelas y
malformaciones. Y el ciclo sigue: según explica el vicepresidente de
la Asociación Vietnamita para las Víctimas del Agente Naranja
(VAVA), Nguyen The Luc, aún quedan 28 lugares en el sur contaminados
con la dioxina. Y se han detectado ya casos de discapacidades en la
cuarta generación, los bisnietos. “Lógicamente, es posible que se
sigan repitiendo casos durante generaciones, a perpetuidad”,
explica Nguyen.
En Friendship
Village, el centro de acogida para víctimas donde descansan los
amigos Nguyen -han sido seleccionados en su provincia para recibir
aquí tratamiento y reposo durante tres meses-, viven también 120
de estos niños, entre los 5 y los más de 20 años. Los menores
reciben terapia y, en la medida de lo posible, una educación que les
permita vivir autónomamente. “Dados sus problemas, no podemos
aspirar a curarles. Pero intentamos que puedan llevar una vida lo más
digna posible”, cuenta el director del centro, Nguyen Thang Long.
Quienes pueden, aprenden a bordar, tejer o a decorar con flores
artificiales.
En la clase de
Thang, de 15 años, él es el alumno aventajado. Es el único que
puede contar hasta veinte, y hacer algunas sumas y restas básicas.
Hoai Nam repite su nombre y señala con orgullo su foto en el árbol
genealógico en la pared. ¿Cómo se dice 'hola' en inglés? "Hello!"
"Hello!!"
Vu Xuan Thong, de
74 años, ha llegado esta mañana con su hija pequeña, de 23, a la
que trae de regreso al centro después de las vacaciones del Tet, el
año nuevo lunar. No volverá a verla hasta dentro de un año.
Acercarse es complicado, explica. Vive lejos, en la provincia costera
de Nam Dinh. “Somos una familia pobre, no tenemos mucho dinero para
el transporte. Mi mujer murió, y mis otros dos hijos también tienen
problemas de discapacidad”, cuenta, mientras sube a la moto-taxi
que le devolverá a su hogar.
Como en el caso
de Vu, muchas familias víctimas tienen varios miembros afectados.
Aunque reciben subsidios gubernamentales, son cantidades
insuficientes para acometer las necesidades económicas y de salud.
Según la VAVA, “son los más pobres de los pobres”.
A ello se suma el
estigma que sufren incluso los familiares no afectados, ante el temor
de que su descendencia pueda heredar discapacidades. “Mi hija no
encuentra un novio que quiera casarse con ella”, se lamenta el
soldado Nguyen Van Phuc.
La compensación
por los daños dejados por el agente naranja es uno de los asuntos
que aún quedan pendientes en la ahora buena relación bilateral
entre Vietnam y Estados Unidos. Entre 2007 y 2018, el Congreso de
Estados Unidos asignó más de 222 millones de dólares en ayuda para solventar
los daños ecológicos y de salud causados por el compuesto. Lamayoría se han destinado a la limpieza del aeropuerto de Danang, en
el centro, una de las principales bases donde se almacenó el
producto, mientras que está en curso la limpieza de Bien Hoa, en el
sur.
Pero Vietnam
considera que la cantidad es insuficiente, el ritmo del desembolso
muy lento, y apenas una cuarta parte tiene como fin atender las
necesidades médicas de los afectados.
“Los tiempos
han cambiado mucho. Esta semana vendrá el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a reunirse con (el líder norcoreano), Kim Jong-un. Está muy bien. Es bienvenido. Nuestros países son amigos.
Pero tienen que aceptar la responsabilidad por lo que han hecho a
nuestras futuras generaciones”, dice el veterano Nguyen Van Phuc.
Desde una terraza, los niños de Friendship Village le miran con
curiosidad.
Todo a punto para
la cumbre
M V L
Este martes
llegan ya los dos protagonistas de la cumbre de Hanói, Kim Jong-un y
Donald Trump. El segundo, a bordo de su avión. El primero, que en la
frontera de China y Vietnam, por cuestiones logísticas, tendrá que
abandonar su tren blindado personal para cubrir los últimos
kilómetros hasta la capital vietnamita en coche.
En las últimas
horas ha ido ganando peso la conjetura de que, quizá, los dos
líderes firmen una declaración que establezca el fin de las
hostilidades entre los dos países, nunca cerradas formalmente desde
la guerra de Corea (1950-1953). "Creo que Estados Unidos y Corea del
Norte podrían alcanzar un acuerdo para declarar el final de la
guerra en alguna medida" explicó el portavoz de la oficina
presidencial surcoreana, Kim Eui-kyeom, según informa EFE.
Esa iniciativa
representaría un primer paso hacia la firma de un tratado de paz,
uno de los principales objetivos, junto al levantamiento de
sanciones, que persigue Pyongyang en las conversaciones sobre
desnuclearización.
Fuente:
Macarena Vidal Liy, El interminable legado del agente naranja en Vietnam, 26/02/19, El País. Consultado 28/02/19.
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