Limoncella, Etna,
Gravenstein. Estas son solo algunas de las variedades de manzanas
tradicionales que los agricultores orgánicos italianos están
cultivando en un intento por salvar el rico patrimonio alimentario.
por Angelo van Schaik
Cristiano del
Toro camina entre olivos y manzanos, plantas de tomate y de frijoles,
que crecen a su antojo. La hierba del terreno fértil crece alta ya
que no se ha cortado desde hace tiempo. El italiano se encoje de
hombros, como disculpándose.
"Eso
demuestra que no he estado aquí desde hace tiempo”, explica,
mientras desciende por la colina hasta su propiedad, en Castiglione
Messer Raimondo, un pequeño pueblo a la sombra de la cumbre más
alta de los Apeninos, el Gran Sasso.
Mientras camina,
señala otra granja al otro lado del valle. "Es una agricultura
anticuada, al igual que la mía. Hay algunos olivos a diestra y
siniestra, pero no en fila como en el campo de al lado”, cuenta del
Toro.
Todo lo que del
Toro cultiva en sus cuatro hectáreas de tierra crece de forma
ecológica y con métodos tradicionales. Es por eso que los árboles
y arbustos aquí están cruzados y no en línea recta, como los
conocemos de las típicas postales de viñedos de Italia y Francia.
El arquitecto
paisajista, convertido en granjero, se dedica a recuperar viejas
formas de agricultura. También es presidente de Civilta Contadina,
una asociación de agricultores de 150 miembros fundada en 1996 para
asegurar la biodiversidad agrícola y promover la soberanía
alimentaria, o la idea de que las comunidades deben tener más
control sobre la forma en que se producen, comercializan y consumen
sus alimentos.
El patrimonio
agrícola perdido de Italia
Los italianos se
toman muy en serio la comida. Según del Toro, la agricultura moderna
y mecanizada ha empobrecido el rico patrimonio agrícola del país,
no solo en el campo, sino también en el plato. Por ejemplo, las
variedades tradicionales de frutas y hortalizas que no son aptas para
la agricultura intensiva han desaparecido en gran medida de la carta.
"Los
frijoles son plantas trepadoras que no se pueden cosechar
mecánicamente”, explica. "Por eso las plantas modernas
tienden a ser arbustos cerca del suelo”.
El abandono de la
agricultura tradicional en Italia, y en otras partes de Europa, se
remonta a finales de la Segunda Guerra Mundial, según Valerio
Tanzarella, un ex abogado que posee una granja orgánica en Puglia,
una región situada en el talón de la bota italiana, junto con su
amigo de la infancia Angelo Giordano.
Para ayudar a
Italia y a Europa a recuperarse de la guerra, se necesitaban
alimentos buenos y baratos a gran escala. Para alcanzar ese objetivo,
la Comunidad Económica Europea (actualmente la Unión Europea)
promovió la rápida industrialización de la agricultura y la
intensificación de los métodos de cultivo en la década de 1950.
Esto dio lugar a un mayor uso de fertilizantes, monocultivos y
paisajes homogéneos.
"Después de
la guerra, la Unión Europea revolucionó el sector agrícola”,
cuenta Tanzarella, que también es miembro de Civilta Contadina. "Su
idea era que la industria agrícola debía centrarse más en el uso
de la química”, explica.
Civilta Contadina
y un número creciente de ecologistas advierten que esta dependencia
de los fertilizantes químicos, herbicidas y pesticidas es
perjudicial para el medio ambiente, reduciendo la fertilidad del
suelo y el número de insectos, y aumentando la contaminación de
ríos y lagos.
Del Toro asemeja
los cultivos modernos a "la gente en cuidados intensivos”. No
pueden absorber el nitrógeno tan bien como los cultivos
tradicionales y son más dependientes de fertilizantes.
"Queremos
demostrar que es posible cultivar alimentos de una manera diferente a
la forma homogénea que se considera moderna y que desgasta la tierra
agrícola”, explica.
Crecimiento
orgánico
Parece que
algunos agricultores y consumidores están adoptando esta forma de
pensar. Con una facturación total de 31.500 millones de euros, la
agricultura sigue siendo el sector económico más importante de
Italia y la agricultura ecológica se está expandiendo rápidamente.
Entre 2010 y 2016, el número de agricultores orgánicos creció un
53 por ciento.
Aún así, esa
cifra solo representa el 4,5 por ciento del mercado total. Tanzarella
es uno de los 64.000 agricultores ecológicos que atienden ese
pequeño mercado. Del Toro, por el contrario, solo produce para su
familia.
"Todo lo que
cultivo lo como o lo cambio por productos que no produzco, como la
carne. No gano dinero, pero ahorro mucho”, aclara.
La Confederación
General de la Agricultura Italiana, Confagricoltura, apoya la misión
de Civilta Contadina. También consideran importante la conservación
del patrimonio agrícola.
"Consideramos
que la recuperación de frutas olvidadas o la cría de especies
porcinas tradicionales es una innovación interesante” dice a DW
Vincenzo Lenucci, director de economía de Confagricoltura. "Ofrece
oportunidades económicas a los agricultores. Crea diversidad y
satisface las demandas de los clientes”, explica.
Sin embargo,
Lenucci admite que no se puede alimentar al mundo de esa manera. "Si
produjéramos alimentos a la antigua usanza, no tendríamos la
cantidad que tenemos ahora, ni al precio actual. En nuestra opinión,
estos dos métodos deben coexistir”, aclara Lenucci.
No se sabe
exactamente cuántos agricultores que practican la agricultura
tradicional, están recuperando antiguas semillas y variedades de
cultivos. Civilta Contadina anima a los agricultores a utilizar esos
cultivos y especies patrimoniales.
Aunque no se
mencione explícitamente en su página web, la asociación podría
considerarse como una forma de protesta contra gigantes como
Monsanto, y lo que Tanzarella llama una preferencia por las "semillas
patentadas creadas por científicos”.
Monsanto no es un
monstruo
No obstante,
señalar con el dedo a productores de semillas como Monsanto es
demasiado fácil, según Lenucci. "Invierten mucho dinero en
mejorar el grano y las semillas”, señala.
"Monsanto no
es un monstruo”, continúa, señalando el uso de un gen de una
bacteria específica que hace que el maíz sea resistente a los
parásitos. Los agricultores orgánicos rocían sus cultivos con las
mismas bacterias para protegerlos. "¿Cuál es la diferencia?”,
se pregunta Lenucci.
En Italia, como
en todas partes, los rendimientos y los ingresos son los factores más
importantes para muchos agricultores a la hora de cultivar ciertas
semillas. Cuanto más alto sea el rendimiento, mejor. Pero esto hace
que los agricultores sean más vulnerables a fenómenos
meteorológicos extremos impredecibles.
"Este olivar
data de los años 90”, cuenta del Toro, señalando hacia un puñado
de árboles al borde de su propiedad. Algunos pertenecen a una
variedad de aceituna local llamada Dritta, cultivada desde hace
siglos en la Región de Abruzos, al este de Roma. Los otros son
toscanos e introducidos en esta zona en los años 70. Producen
"aceitunas más grandes y hermosas” y se pueden cosechar
antes.
La biodiversidad
refuerza la seguridad alimentaria
"Este año
tuvimos un verano húmedo y una helada tardía. Los olivos locales
dieron aceitunas, pero los toscanos importados no lo hicieron. A lo
largo de los siglos, la variedad Dritta se ha adaptado a las
condiciones locales. Eso es biodiversidad”, afirma el arquitecto.
En el extenso
valle verde de los Apeninos, del Toro muestra con orgullo otra prueba
de ello: sus raras variedades de manzanas. Una tiene forma de cabeza
de vaca, otra la pulpa roja.
Su organización
no pretende ser un nostálgico banco de semillas. "La
biodiversidad no se puede almacenar en un refrigerador”, dice,
tomando una de las manzanas y mordiéndola. Es una variedad amarilla
crujiente poco común, que parece un limón. La llaman Limoncella.
"Creo que las semillas deben conservarse en el campo”, afirma.
Fuente:
Angelo van Schaik, Los agricultores ecológicos intentan proteger el patrimonio alimentario de Italia, 20/11/18, Deutsche Welle. Consultado 27/11/18.
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