La costa de
Galicia se sitúa en primer lugar con zonas de máxima peligrosidad.
por Esther Sánchez
Unas normas que
no se cumplen y 1.342 áreas de alto riesgo potencial de inundación,
fluviales y marinas. Es una combinación perfecta para que puedan
ocurrir tragedias como la vivida en Baleares, que se ha cobrado la vida de al menos 12 personas. La costa de Galicia se sitúa en primer
lugar con 210 zonas de máxima peligrosidad, seguida de las cuencas
mediterráneas de Andalucía con 200 y de la del Guadalquivir y
Cantábrico Occidental, cada una con 110.
En Sant Llorenç
la última riada, antes del desastre de esta semana, ocurrió el 22
de noviembre de 2007, sin que se produjeran víctimas mortales. No
era ningún secreto que la avenida torrencial podía sobrevenir a los
10 años porque el área aparece calificada como zona de alto riesgo
en la web del Ministerio para la Transición Ecológica, al igual que
otras 881 zonas fluviales y 461 marinas. Aunque la costa de Galicia
encabeza la clasificación en número de lugares afectados, es la
demarcación hidrográfica del Ebro la que más kilómetros
problemáticos acumula, con 1.468. A continuación, aparece la del Guadiana con 870 kilómetros, las cuencas mediterráneas andaluzas
con 1.000 y el Guadalquivir con 940. Por detrás, los 830 del
Cantábrico occidental o los 630 del Tajo. La información mapeada se
complementa con una abundante reglamentación, que se debería
aplicar para minimizar los riesgos de las recurrentes riadas. Pero
algo no funciona: las inundaciones son la catástrofe natural que
mayores daños generan en España, estimados en una media de 800
millones de euros anuales, indica el ministerio con datos del
Consorcio de Compensación de Seguros y del Instituto Geológico y
Minero de España (IGME).
Usos prohibidos
Andrés Díez
Herrero, investigador científico del IGME, experto en avenidas e
inundaciones fluviales y torrenciales, opina que se falla al aplicar
la legislación. “En diciembre de 2016 se publicó el Real Decreto
638 que recibimos con una gran alegría porque creíamos que se
trataba de la herramienta definitiva debido a que delimitaba los usos
y actividades que no pueden ser autorizadas en territorios
inundables”, cuenta. No ha sido así, añade, como tampoco se
respeta la obligación de incorporar a los planes generales de ordenación urbana un mapa de riesgos naturales para este tipo de
desastres, como obliga la Ley del Suelo reformulada en 2015. Para
Díez el problema se encuentra en que faltan supervisión e
inspección, “porque no es solo incorporar los mapas en los anexos
de los planes de urbanismo de los municipios, sino tener en cuenta lo
que dicen”.
“Lo que tampoco
se puede hacer es expropiar y eliminar todas las edificaciones
construidas con anterioridad en esos tramos, pero sí se pueden ir
adaptando sus usos a la peligrosidad del entorno”, explica.
Ecologistas en Acción cifra en 40.000 las construcciones
distribuidas por el conjunto del Estado situadas en cauces y lugares
amenazados por el agua. “La mayoría son viviendas, pero también
hay polideportivos, campings, bares y todo tipo de construcciones. A
lo más que han llegado las administraciones es a identificar estas
zonas, pero lo cierto es que no actúan sobre esas construcciones”,
plantea Santiago Martín Barajas, miembro de esta ONG.
Pero, aunque las
casas permanezcan, se pueden llevar a cabo actuaciones para mitigar
los posibles daños. El investigador Díaz Herrero propone diferentes
medidas. Por ejemplo, si existe una barriada en un punto susceptible
de ser alcanzado por una avenida de agua, el siguiente plan
urbanístico debería prohibir que se sitúen en las plantas bajas viviendas permanentes o dormitorios. Tampoco es recomendable cerrar
con rejas las ventanas de las plantas inferiores, ya que pueden
impedir un rescate, y se debería exigir un acceso al tejado que
posibilite la evacuación por medios aéreos. “Es importante evitar
que las compañías de gas natural o de comunicaciones ubiquen sus
instalaciones subterráneas. Deben ser aéreas, por encima del nivel
previsto de riadas, porque de esa manera los afectados no quedarán
incomunicadas”, señala el investigador del IGME. Díez propugna la
adaptación progresiva a la normativa con planes parciales,
reglamentos municipales o directrices de urbanismo de ámbito local.
Algo que ya se
debería estar aplicando en las diferentes comunidades autónomas a
través de los planes de riesgo de inundación que son obligatorios.
Fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica aseguran que las demarcaciones hidrográficas que dependen del Estado (Cantábrico,
Miño-Sil, Duero, Guadiana, Guadalquivir, Segura, Júcar y Ebro)
cuentan con dicho instrumento de gestión, además de todas las
comunidades autónomas, excepto Canarias, debido a un retraso de
carácter administrativo. El de las islas Baleares se aprobó en
marzo de 2016. Para garantizar que se respeta la normativa de no
construir en los lugares marcados se realiza un informe anual de
seguimiento.
Existen algunas
excepciones a la prohibición de edificar, contempladas en el decreto
638/2016, como, por ejemplo, la que afecta a los territorios en los
que por su morfología “tengan una imposibilidad material para
orientar sus futuros desarrollos hacia zonas no inundables”. En
esos casos se podrán permitir nuevas edificaciones o usos asociados
en la zona de flujo preferente, siempre que cumplan una serie de
requisitos, entre los que se encuentran no incrementar el riesgo de
inundación existente y que no supongan peligro para las personas.
Díez Herreno
lleva más de 16 años buscando soluciones a las inundaciones en el
municipio de Pajares de Pedraza (Segovia) más reconocible como
Sagrillas, el pueblo de la familia Alcántara en la serie Cuéntame.
Los científicos han calculado el coste de una riada con probabilidad
de retorno en 10, 50, 100 y 500 años. “Es muy pequeño -no llega
a los 20 habitantes- y, por lo tanto, de manejo sencillo, conocemos
vivienda por vivienda cuál sería el daño y si merece la pena tomar
unas medidas u otras dependiendo de lo que se obtendría como retorno”, explica. Otro pueblo que utilizan como laboratorio es
Navaluenga (Ávila) que se inunda por desbordamiento del río
Alberche. Han ensayado la opción de construir una presa o reforestar
con pinos para mejorar la infiltración del terreno, además de
estudiar las medidas de autoprotección de los vecinos que tapan con
rasillas o tablas los huecos de las viviendas, “con resultados
bastante buenos”.
La naturaleza,
aliada para mitigar riadas
El investigador
del IGME Andrés Díez Herrero propone una batería de medidas que
van más allá de dragar los ríos, acometer canalizaciones y limpiar
la vegetación, porque, en su opinión, “no son las únicas
soluciones”. Pone de ejemplo lugares con problemas reiterados, como
la desembocadura del Guadalhorce, en Málaga. “Se han acometido
actuaciones estructurales, pero pueden llegar avenidas que las
superen”, advierte. En este momento, Díez Herrero investiga la
forma de mitigar las inundaciones del Duero entre Toro y Zamora, que
pueden afectar a “miles de viviendas del margen izquierdo de la
ciudad, como los barrios de San Frontis o San Ramón, ubicados en
zona inundable con posibilidad de repetición cada 10 años”. Están
estudiando la forma de disminuir el riesgo, pero sin construir presas
aguas arriba, sin encauzar ni dragar, solo colaborando con la
naturaleza. El río cuenta con meandros que ralentizan el agua entre
ambas localidades. Pero en los últimos 100 años los agricultores
han ido cortando y ocupando con cultivos esos meandros. “Estamos
proponiendo recuperar algunas de esas curvas, para hacer al Duero dar
más vueltas y que alcance Zamora a menor velocidad”.
Fuente:
Esther Sánchez, 1.342 áreas en riesgo de inundación en España, a la espera de que se cumpla la ley, 14/10/18, El País. Consultado 16/10/18.
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