Las polémicas
sobre los riesgos y efectos de uno de los herbicidas más usados en
el planeta, el glifosato, no cesan. Cobraron un nuevo empuje al
conocerse el veredicto de culpabilidad contra su más conocido
productor, Monsanto, en un juicio entablado por un jardinero de 46
años que padece cáncer terminal. La corporación deberá pagar US$
289 millones. Hay otras ocho mil demandas en marcha.
En los días
siguientes el valor de mercado de la alemana Bayer, que acaba de
adquirir a Monsanto, se derrumbó a su más bajo valor en cinco años,
con pérdidas por US$ 18 mil millones, y sólo ahora se está
recuperando. Si los próximos juicios siguen el mismo camino, la
empresa deberá enfrentar indemnizaciones por US$ 5 mil millones.
Paralelamente, países como Francia, Alemania e Italia anuncian que
revisarán sus posturas frente al glifosato.
Todo esto también
tuvo efectos en los países de América del Sur que usan
intensivamente el glifosato, especialmente en los monocultivos de
soja transgénica (Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay).
Muchos grupos ciudadanos utilizaron aquel veredicto de Estados Unidos
para reforzar sus críticas a ese herbicida. En esas naciones, el uso
del herbicida y la soja transgénica habían recrudecido por razones
tales como intentar superar los problemas económicos aumentando esas
exportaciones.
Defendiendo el
glifosato
En todos esos
países, las defensas del glifosato parten de un amplio conjunto que
incluye a gobierno y académicos, o agricultores y empresas de
insumos agrícolas. Argumentan que es una sustancia inocua, sin
riesgos si es bien usada, y proclaman que eso es una verdad
“científica”. Agregan que las críticas y advertencias serían
expresiones de charlatanes o ignorantes. Por ejemplo, en Argentina,
el ministro de ciencia y tecnología ha comparado al glifosato con
agua con sal, y en Uruguay desde el Ministerio de Ganadería y
Agricultora se afirma que sería como una aspirina (1).
Desde el bando
académico aparecieron slogans tales como sostener que el glifosato
es menos tóxico que la cafeína, tal como sostiene un biotecnólogo
español desde el suplemento Rural del diario Clarín de Buenos Aires
(2). Esa imagen es poderosa: si el glifosato es como el café, no
debería tener ninguna regulación, justamente como se vende una
aspirina en cualquier farmacia.
De la mano de esa
campaña, los empresarios rurales argentinos lanzan ahora la idea de
la “sustentología” (3). Ese concepto se lo presenta como la
fusión de ciencia, tecnología y sustentabilidad – un término que
evoca el cuidado ambiental. Esta es una estrategia que sigue la misma
lógica que la empleada por las corporaciones mineras con la llamada
“minería sostenible”.
Estamos por lo
tanto frente a dos argumentaciones: una que sostiene que el herbicida
glifosato es inocuo, y que ello está demostrado científicamente; y
la otra, como consecuencia, es posible tener una agricultura
“sostenible”, la “sustentología”, que utilice ese
agroquímico. Es necesario abordar estas concepciones para dejar en
claro que no sólo son falsas, sino que además son peligrosas.
Herbicida y café:
una comparación sin sentido
Las comparaciones
del glifosato con café o aspirina a pesar de ser usada
desaprensivamente por algunos académicos, en realidad no provienen
del ámbito científico sino de las propias corporaciones. Desde hace
años, tanto por Monsanto como los portales que apoya, como Genetic
Literacy Project, han presentado esas comparaciones.
Formalmente es
cierto que el café es más “tóxico” que el glifosato, pero esa
imagen es una simplificación y deformación tan extrema que se
vuelve imposible (4). Aclaremos en primer lugar que el glifosato no
se “sirve” solo, sino que el “herbicida” es realmente un
compuesto que incorpora otras sustancias tales como surfactantes,
cada una con sus riesgos específicos y con efectos complementarios
entre ellas. El estudio de los impactos debe considerar todo ese
conjunto.
Una segunda
cuestión clave, es que la comparación con el café se basa
solamente en la toxicidad aguda y de ese modo desaparecen por un lado
la toxicidad crónica, y por el otro lado la carcinogénesis, o sea,
la responsabilidad de la sustancia en la ocurrencia de cáncer. No
puede extrañar que esas referencias al café o al agua con sal sean
calificadas por algunos toxicólogos como comparaciones “estúpidas”;
es como plantear que el cigarrillo es poco tóxico ya que es muy
difícil morir asfixiado por su humo, ocultando así que aumenta la
incidencia de ciertos carcinomas en el fumador y en quienes le
rodean.
Un tercer error
es la ceguera frente a la diversidad de ámbitos afectados. No sólo
están los efectos directos del herbicida sobre quienes los aplican,
sino que también cuentan los impactos indirectos, como por ejemplo
sobre los vecinos fumigados, y más allá de ellos, lo que sucede con
todas las personas que consumen alimentos o bebidas contaminados por
esos químicos.
Una cuarta
consideración es que tampoco puede excluirse las discusiones sobre
los impactos ecológicos de estos herbicidas, incluyendo la fauna y
la flora.
El mito ante las
alertas científicas
Paralelamente se
insiste en que no existe evidencia científica sólida sobre efectos
crónicos o cancerígenos sobre la salud. Es cierto que algunos
estudios indican eso. Pero no lo que no se dice es que hay muchos
otros reportes científicos que señalan impactos concretos o
posibles en la salud, sean por observaciones directas como por
ensayos en laboratorios. Se indican desde daños renales a
alteraciones en el funcionamiento endócrino y hepático, aunque la
mayor preocupación está en que sea cancerígeno, otros que incluso
plantean que es teratogénico (induce malformaciones en recién
nacidos), y finalmente que algunas consecuencias se expresarán no
necesariamente en el sujeto afectado sino en su descendencia (5).
Por ello, cuando
el biotecnólogo José Mulet afirma en Clarín que “el debate
científico no existe” al defender su inocuidad, está
profundamente errado. La controversia científica es enorme, muy
intensa, y ahora se admite que las regulaciones actuales están
basadas en una ciencia anticuada y que por ellos son necesarios
nuevos estudios epidemiológicos y nuevos estándares (6).
Toda esta
situación se vuelve más complicado al saberse que Monsanto operó
sobre la comunidad científica para defender a su producto,
simultáneamente atacar a las personas y reportes que advertían
sobre sus efectos negativos, y actuar incluso sobre técnicos de la
agencia de protección ambiental de Estados Unidos (EPA por sus
siglas en inglés) (7). Esto debe generar una enorme preocupación en
los países del sur, ya que es común que se tomen como referencia a
las decisiones de la EPA para los propios controles.
Los promotores de
la mitología del glifosato inocuo no son científicos. Ellos no
dudan y lo saben todo, una actitud muy distinta del científico, que
siempre duda. Es por ello una retórica más propia de un tecnólogo
que defiende su herramienta preferida. Eso no puede extrañar ya que
Monsanto al fin de cuentas es una proveedora de tecnologías.
En tanto
promotores tecnológicos tampoco comprenden las implicaciones en las
políticas públicas. Una vez más, la comparación entre café y
glifosato desnuda esa limitación. Es que al fin de cuentas, la
decisión de tomar café siempre es personal, y la cantidad de tazas
que se tomen determinarán las consecuencias tóxicas en el propio
cuerpo. Pero en el sector agroalimentario, las empresas y los
gobiernos no han despojado de esa capacidad de decidir a cada uno de
nosotros sobre los tipos de alimento o bebida que preferimos, ya que
casi todo está contaminado por glifosato. Por todo esto, la imagen
que compara glifosato con café o agua con sal, sólo sirve para
calmar a la ciudadanía frente a una imposición autoritaria de una
tecnología que es incapaz de contenerse a sí misma y contamina todo
lo que tiene a su alrededor. Simultáneamente, se erosiona una
ciencia que sirva para alimentar un debate democrático.
Sustentología:
astrología para los agroquímicos
En ese contexto
es que se inserta la idea de la “sustentología”, como síntesis
de la ciencia, tecnología y sustentabilidad. Como ya vimos arriba,
el componente “ciencia” si es tomado en serio, requeriría
retirar al glifosato de la agricultura intensiva. Del mismo modo, las
ideas originales de sustentabilidad provienen de las ciencias
ambientales, incluyendo las tempranas denuncias contra los
agroquímicos por sus impactos en los ecosistemas. Por ello, si ese
componente se toma en serio, se convierte en otra razón para impedir
el uso del glifosato. En cambio, la “sustentología” lanzada
desde Argentina es usada en sentido contrario, para justificar a los
agroquímicos y los monocultivos.
De un modo u
otro, queda en evidencia que estamos ante creencias, que más allá
de las intenciones o sinceridad de cada uno, es casi una religión.
Nos alejamos de la ciencia en sentido estricto pero se la usa en
sentido inverso, asignándole toda la carga de la prueba a aquellos
que perciben los riesgos de ser contaminados por el glifosato u otros
químicos, debiendo demostrar la peligrosidad de esos productos.
Cuando alguno puede hacerlo ya es demasiado tarde, tal como el caso
del jardinero que demandó a Monsanto, quien solo tiene una esperanza
de vida de dos años según los médicos.
El mito del
glifosato más inocuo que el café nos sumerge en un campo que es más
propio de lo que podría ser una astrología agropecuaria
productivista. A esos creyentes, que no dudan en decir que glifosato
rima con aspirina, les respondo que sustentología rima con
astrología.
Notas:
- Sobre el caso argentino ver Ministros de los agrotóxicos, por D. Aranda, Página 12, Buenos Aires, 6 agosto 2018; sobre el de Uruguay Agroquímicos como aspirinas: maniobrando contra la agroecología, por E. Gudynas, Montevideo Portal, 15 julio 2018.
- El glifosato es seguro, por José M. Mulet, Clarín Rural, Buenos Aires, 23 mayo 2018. El autor es profesor en la Universidad de Valencia, y según los registros públicos patenta productos con la corporación BASF (disponibles en https://patents.justia.com/inventor/jose-miguel-mulet-salort).
- El XXVI Congreso de Aapresid. La Nación, Buenos Aires, 18 agosto.
- Aclaro que no tengo nada en contra de usar imágenes, metáforas e incluso slogans, y de hecho las aprovecho para denunciar problemas ambientales. Pero ese recurso debe servir para brindar nueva información y no para ocultarla, debe desentrañar complejidades y no simplificar, y debe alentar a un pensamiento crítico propio y no a una aceptación pasiva.
- Tan sólo como ejemplo ver Teratogenic effects of glyphosate-based herbicides: divergence of regulatory decisions from scientific evidence, por M. Antonious y colaboradores, Environmental Analytical Toxicology S4, 2012.
- Concerns over use of glyphosate-based herbicides and risks associated with exposures: a consensus statement, por J.P. Myers y colaboradores, Environmental Heatl, 15, 2016.
- Estas y otras acciones de Monsanto sobre académicos, sus instituciones y sus revistas, se ilustran en los Monsanto Papers; una selección en castellano disponible en el sitio web http://monsantopapers.lavaca.org/
Eduardo Gudynas.
Investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social
(CLAES), en Montevideo. Más informaciones sobre esta polémica en
http://www.agropecuaria.org
Twitter: @EGudynas
Fuente:
Eduardo Gudynas, El mito de agroquímicos inocuos, 28/08/18, América Latina en Movimiento.
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