por Antonio Elio
Brailovsky
Queridos amigos:
Como ustedes
saben, estamos sometidos a continuas presiones para que olvidemos
nuestros vínculos con el medio natural. Pero nada de lo que ocurre
en el ámbito de la cultura masiva es casual. La depredación de
nuestro ambiente ha sido posible por la inacción de muchas personas,
que creyeron que gracias a la ciencia y la técnica ya no
necesitábamos del aire puro y del agua limpia.
Por eso, la
permanente insistencia en tener presentes los ritmos de las
estaciones, como una manera de recordar nuestra pertenencia al mundo
natural.
Este olvido de
nuestro componente natural es el que permite la escasa atención que
se presta a los problemas vinculados con el agua. El agua es el hilo
conductor de la vida sobre la Tierra, forma las dos terceras partes
de nuestro cuerpo y las políticas públicas vinculadas con el agua
deberían ser la máxima prioridad para cualquier sociedad humana que
intente sobrevivir.
Basta comparar la
atención que le prestamos a las cuencas hídricas con la que le
dedicamos al dólar para darnos cuenta del modo perverso en que han
condicionado nuestros pensamientos.
Hay dos
reflexiones que quiero compartir con ustedes sobre este tema
esencial:
Uno de ellos es
la síntesis de una información sobre el aumento de las grandes
inundaciones en la cuenca del Amazonas y los desastres que pueden
producirse cuando ocurre una crecida, para muchos de nosotros
inimaginable, de 20 metros de altura. El Amazonas está vinculado a
los sistemas climáticos del Pacífico (donde se originan gran parte
de las lluvias que lo alimentan) y del Atlántico (donde desemboca).
Nuestras sociedades se encuentran en continuo riesgo de desastres,
debido a las conductas irresponsables que provocaron cambios en el
clima del mundo y que muchos dirigentes políticos se niegan a
reconocer. Pueden leer la reseña periodística del informe
científico y encontrar el enlace para ese informe científico en:
https://elpais.com/elpais/2018/09/19/ciencia/1537369024_964822.html?id_externo_rsoc=FB_CC
Por contraste,
tenemos cada vez más sequías en las zonas áridas. Los caudales de
los ríos de Mendoza, están afectados por una larga sequía.
Comparen las cifras actuales con los promedios históricos para ver
la magnitud de la emergencia. Por ejemplo, el río Mendoza tenía un
caudal promedio histórico de 22 metros cúbicos por segundo y acaba
de tener sólo 13. Con los demás ríos pasa lo mismo.
Pueden analizar
las estadísticas detalladas en:
Sin embargo, a
pesar de eso, se insiste en entregar la escasa agua de la Provincia a
las petroleras para que extraigan hidrocarburos mediante el fracking.
Como se ve en el cuadro de arriba, la zona más afectada por la
sequía (es decir, la zona donde el caudal del río bajó más) es la
de Malargüe, que es precisamente donde se hace esa extracción
petrolera.
Se trata de una
actividad sorprendentemente irracional, ya que las empresas que lo
hacen son subsidiadas con miles de millones de dólares y con el agua
que necesitan personal y cultivos. Existe el riesgo muy elevado de
que causen una contaminación irreversible. Es decir, que a cambio de
unos pocos años de petróleo, nos quedaríamos sin agua potable
durante muchas generaciones. Agregamos que existe una tecnología
para extraer petróleo por fracking pero que en el mundo no se ha
desarrollado ninguna tecnología para controlarlo.
En esta entrega
ustedes reciben:
Un texto de Juan José Saer, sobre el florecimiento de los árboles de la Ciudad de Buenos Aires en esta estación. Los utilicé en mi libro “Historia Ecológica de la Ciudad de Buenos Aires”, publicado por Maipué, del cual les agrego la referencia y el contacto con el editor.
La obra de arte que acompaña esta entrega tiene un título que tal vez nos suene a ironía en los difíciles tiempos que vivimos: “El año en primavera, todo anda bien en el mundo” del inglés victoriano Lawrence Alma Tadema.
Quiero saludarlos
en el comienzo de la primavera (y del otoño para los amigos del
Hemisferio Norte),
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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A diferencia de
otras etapas históricas, el ambiente de la Buenos Aires de la
globalización parece inspirar menos a los escritores que los
ambientes de épocas anteriores. Su reflejo en las obras literarias
ha sido, hasta ahora, más reducido. El siguiente texto de Juan José
Saer, referido a los palos borrachos de la avenida 9 de Julio,
transmite algunas vivencias del encuentro con esa naturaleza escasa
en la ciudad:
“Esa mañana,
mi intención era dejar atrás el centro para inaugurar mi estadía
con una visita al río, de modo que, bajando hacia el este por la
avenida Belgrano, el taxi dobló por la avenida 9 de Julio y empezó
a rodar hacia el norte.
El inmenso
obelisco de cemento que la adorna en la intersección de la avenida
Corrientes no constituye para mí su atracción principal, sino los
palos borrachos, con sus troncos inflados y espinosos de un verde
claro, árboles de los que no he podido todavía, mediante la
observación directa, deducir el ciclo de floración, ya que he visto
ejemplares florecidos en diferentes épocas del año, junto a otros
completamente pelados, como si existiese un individualismo en el
reino vegetal.
En las ciudades
del litoral, tres grandes árboles se disputan el estrellato estético
cuando avanza la primavera, y florecen en este orden: el lapacho, la
acacia amarilla, lo bastante frecuente en Europa como para que el
nombre latino que la identifica merezca ser mencionado, y el
Jacaranda, llenando, sucesivamente, los parques, las plazas y las
avenidas, de flores rosa fuerte, amarillas o lilas que cubren no
solamente las copas de los árboles, en los que a veces ni siquiera
hay hojas, sino sobre todo el suelo, de modo que en ciertas calles
estrechas y arboladas se camina literalmente sobre una alfombra, de
uno de esos colores, o a veces bicolor, ya que la floración de las
acacias y de los jacarandáes es más o menos simultánea. En
Caballito, las enormes acacias de la calle Pedro Goyena -a mi juicio,
una de las más lindas de Buenos Aires- llenan la vereda y la calle,
durante medio kilómetro, de una capa amarillo vivo, en tanto que la
transversal que la corta, Del Barco Centenera -el primer poeta que
cantó a la Argentina- opta, con abundancia idéntica, por el lila de
los jacarandáes”.
Saer, Juan José:
“El río sin orilla”, Buenos Aires, Alianza, 1991.
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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, El agua y los ritmos de la naturaleza - La Primavera, 23/09/18, Defensoría Ecológica.
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