por Mario Osava
RÍO DE JANEIRO,
20 sep 2018 (IPS) - En cifras, no hay dudas del éxito. La soja, casi
desconocida hace cinco décadas en Brasil, se convirtió en su
principal producto de exportación. Pero su cultivo enfrenta un
desafío crucial, su dependencia de agroquímicos bajo sospecha de
provocar cáncer.
Sin el glifosato,
un herbicida de Monsanto, el gigante estadounidense de la
biotecnología y líder mundial en semillas transgénicas, no habrá
siembra de soja, admitió el ministro brasileño de Agricultura,
Blairo Maggi, cuya familia está entre los mayores productores de la
oleaginosa del mundo.
La amenaza se
debió a una decisión judicial del 3 de agosto que suspendió
permisos para el uso de agroquímicos con glifosato, ante la demora
de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria en realizar
evaluaciones toxicológicas en esos insumos agrícolas.
La incertidumbre
se despejó un mes después, cuando el tribunal de apelación de
Brasilia revocó la suspensión. El glifosato es el herbicida más
usado, se aplica en más de 95 por ciento de las siembras de soja,
maíz y algodón en Brasil, según el ministro.
Pero los riesgos
son mundiales. La Monsanto fue condenada el 10 de agosto por un
tribunal de California, en Estados Unidos, a pagar una indemnización
de 289 millones de dólares a Dewaine Johnson, un jardinero escolar
de San Francisco, que tiene cáncer atribuido al uso de herbicida con
glifosato.
“Es una batalla
similar a la del tabaco, que duró décadas reduciendo el consumo.
Las empresas usan su poder económico para comprar científicos,
presionar el gobierno, órganos reguladores y los medios de
comunicación”, resumió a IPS el biólogo Fernando Carneiro,
coautor del dossier sobre agroquímicos de la Asociación Brasileña
de Salud Colectiva (Abrasco).
Fue importante
que la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer
(IARC, en inglés), de la Organización Mundial de Salud, considerar
el glifosato como “probablemente carcinogénico para seres humanos”
y con “suficiente evidencia” de ese daño en animales, en
evaluación de 2015 sobre cinco agroquímicos, acotó.
El fallo judicial
en Estados Unidos “abre nuevas perspectivas” en el avance de la
lucha contra los agroquímicos en defensa de la salud pública,
reconoció Carneiro.
“El glifosato
es seguro, se usa en todo el mundo, hay muchos estudios y ninguno
comprobó que provoca cáncer”, sostuvo Mauricio Buffon, presidente
de la Asociación de Productores de Soja (Aprosoja) en el estado
central de Tocantins, una de las áreas de actual expansión del
cultivo en el país.
“Además las
alternativas son mucho peores, exigen cantidades mayores y son menos
eficientes. No se vislumbran sustitutos más seguros en los próximos
diez años”, arguyó, sospechando del “sesgo ideológico” de
las denuncias y juicios contra el herbicida de Monsanto.
Dos litros de
glifosato por hectárea son suficientes para proteger las siembras,
mientras otros herbicidas exigen cuatro o cinco litros en cada
hectárea, precisó.
En el caso
estadounidense, ganó el juicio “un jardinero, no agricultor”, su
área de cuidados se mide en metros cuadrados, no en hectáreas, y
“posiblemente fue víctima de alta sobredosis”, matizó.
De todos modos,
la polémica no se limita a Johnson, hay miles de procesos judiciales
contra Monsanto en Estados Unidos.
Además los
posibles efectos de los productos agroquímicos no se limitan a la
salud, comprenden también “daños a ecosistemas, al suelo y la
biodiversidad, promueven la concentración de la propiedad de la
tierra, acaparan investigaciones científicas”, amplió Carneiro.
Están vinculados
a un modelo de agricultura que enfrenta variadas resistencias, por
cuestiones de salud, ambiente, seguridad alimentaria, desigualdades
sociales e incluso de política, al concentrar poder en manos de los
grandes agricultores, representados en el legislativo Congreso
brasileño por la “bancada ruralista”, con más de 200 diputados
de un total de 513.
Ese poder amenaza
la legislación “que es insuficiente pero tiene puntos positivos
para contener abusos” en el uso de venenos agrícolas. Eso “puede
empeorar” si se aprueba una propuesta del ministro Maggi de una
nueva ley ablandando normas, advirtió a IPS la agrónoma Flavia
Londres, dirigente de la Articulación Nacional de Agroecología
(ANA).
El “paquete del
veneno”, como lo llaman los activistas contrarios a su uso, avanza
en la Cámara de Diputados con apoyo de los ruralistas y rechazo de
órganos de control sanitario y ambiental, del Ministerio Público
(fiscalía), organizaciones sociales y de salud pública.
Para
contraponerse a esa ofensiva, ambientalistas, Abrasco, el movimiento
campesino e investigadores se movilizaron y propusieron una Política
Nacional de Reducción de Agroquímicos (PNaRA), un proyecto de
iniciativa popular respaldado por más de 1,6 millones de firmas.
Se trata de
fortalecer los órganos de control y las normas, eliminar los
actuales subsidios al uso de productos fitosanitarios y gravarlos más
duramente cuanto más tóxicos sean, reorientar el crédito y las
investigaciones tecnológicas, fomentando la agroecología y la
producción orgánica, explicó Londres.
La propuesta
comprende “medidas integradas” para transformar un sistema que
estimula el creciente consumo de agroquímicos, no solo glifosato,
acotó. Pero traba una batalla parlamentaria desfavorable, contra la
“bancada ruralista” que debe mantener su fuerza en las elecciones
de octubre, presidenciales y parlamentarias.
“Las plantas
transgénicas fueron el gran factor del reciente auge”, sostuvo.
Brasil ya era gran productor de soja, antes de la introducción de
sus semillas genéticamente modificadas, que tuvieron sus primeras
siembras ilegales detectadas en 1998 en el sur del país.
Eran las semillas
denominadas Roundup Ready, de Monsanto. Como resisten al glifosato,
la aspersión de ese herbicida elimina matorrales, preservando la
soja y abaratando la limpieza de la tierra.
La diseminación
de los transgénicos legales e ilegales fue rápida, alcanzando casi
toda la producción de soja, maíz y algodón. Los monocultivos
quedaron dependientes tanto de las semillas como de los
fitosanitarios vendidos por la Monsanto y otras transnacionales del
sector.
De esa forma, la
exitosa expansión del llamado agronegocio, de las grandes haciendas
de monocultivo, puede convertirse en una trampa si estalla un
escándalo, como la multiplicación de condenas al glifosato como
causa de cáncer.
Las acciones
judiciales contra la Monsanto pasaron de 5.200 a más de 8.000 en
Estados Unidos, tras la sentencia favorable a Johnson, admitió la
corporación transnacional Bayer, grupo químico alemán que adquirió
la empresa estadounidense en 2016.
Brasil tiene
especial interés en ese proceso, que amenaza su fulminante carrera
de productor de soja que se apresta a ocupar el primer lugar mundial.
Su cosecha anual,
marginal hasta 50 años atrás, decuplicó en la década de los 70,
dobló en las siguientes y triplicó desde 2001, para alcanzar 116,8
millones de toneladas en este año, emparejándose con la producción
de Estados Unidos.
Los 68 millones
de toneladas exportadas en 2017 le rindieron 31.700 millones de
dólares, según datos oficiales. China es su principal comprador.
Localmente, la
soja se usa principalmente como insumo de alimentación animal y en
pequeña parte al consumo humano. De su procesamiento se produce el
salvado, básicamente para ganadería y avicultura, y el aceite que
se convierte en biodiesel, representando 80 por ciento de su materia
prima en Brasil.
El Departamento
de Agricultura de Estados Unidos pronosticó en julio que la
producción brasileña de soja sería este año superior a la
interna, de 116,4 millones de toneladas, aunque un mes después la
elevó a 124,8 millones de toneladas, con lo que volvería a
aventajar ligeramente a la de Brasil.
Para Londres el
problema es con la soja “no se producen alimentos, sino
principalmente materia prima para producir alimentación de
ganadería”, no contribuye a la seguridad alimentaria de los
brasileños.
Es un modelo de
producción que se opone la agroecología y cuyo intenso uso de
agroquímicos “afecta toda la población, particularmente a las
mujeres en por el impacto de alimentos envenenados en la
reproducción”, añadió.
Abortos
espontáneos, mala formación fetal y la presencia de esos venenos en
la leche materna en las regiones productoras fueron algunos problemas
identificados.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, Batalla contra glifosato amenaza la explosión de la soja en Brasil, 20/09/18, Inter Press Service.
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