Un estudio
muestra los estragos en la flora noruega que provocó la niebla
artificial que usó el buque nazi ‘Tirpitz’ para camuflarse.
por Kristin Suleng
Los estragos de
la II Guerra Mundial pueden observarse aún en los lugares más
insospechados. Por ejemplo, en el extraño comportamiento de pinos y
abedules en Noruega, justo en los lugares por donde pasó el
acorazado Tirpitz. El buque, uno de los mayores de la Armada nazi,
patrullaba el territorio escandinavo que ocupaban los alemanes desde
1940 para impedir un contragolpe aliado.
Un equipo de
jóvenes investigadores de la Universidad Johannes Gutenberg de
Maguncia (Alemania) acaba de anunciar, en el encuentro anual de la
Unión de Geofísicos Europeos, los sorprendentes resultados de su
investigación sobre los anillos de crecimiento de los árboles de la
zona. “Nos dimos cuenta de que había una disminución inusual en
los anillos en 1945 que no se había dado en ningún otro sitio del
norte de Escandinavia. Alrededor del 60 % de los árboles no crecieron
aquel año”, relata la dendrocronóloga Claudia Hartl-Meier,
investigadora principal del estudio. “Eso solo podía significar
que habían sufrido un fuerte impacto ambiental. Entonces pensé que
podría tener relación con la II Guerra Mundial”. Nunca antes
había observado un decrecimiento similar.
Hartl-Meier
comenzó hace tres años unas excursiones estivales con estudiantes
de Geografía por Suecia y Noruega para estudiar los efectos del
cambio climático en los bosques boreales. Poco podía imaginar
entonces que las muestras recogidas en 2016, procedentes de unos
troncos cerca de Kåfjord, un pueblo de poco más de 2.000
habitantes, le llevaría a rememorar una de las épocas más
aberrantes de la historia.
La confirmación
llegó gracias a un colega noruego de Tromsø, Andreas Kirchhefer,
que puso al equipo alemán sobre la pista del Tirpitz. “Al
principio pensé que la causa podía deberse a los incendios y las
evacuaciones de la zona de Finnmark, la más septentrional de
Noruega. O quizá a que esa área sirvió de campo de tiro durante la
ocupación”, cuenta Kirchhefer, que decidió recabar más
información con el historiador local Arvid Petterson. “Él me
explicó que con el fin de proteger al acorazado de las bombas
aliadas, los alemanes emplearon humo artificial para ocultarlo
mientras estuvo en el fiordo, cerca de Kåfjord, en 1943 y 1944.
Instalaron tuberías de niebla artificial por todo el fiordo. Aún
quedan algunos restos. La gente se quejaba de que no podía
respirar”.
Aquella niebla
química contenía un compuesto muy corrosivo, el ácido
clorosulfúrico, un material capaz de quitar la pintura de los barcos
y de impedir que la gente pudiera estar cerca. “Cuando volvimos a
la zona en 2017 a recoger más muestras, vimos que los árboles que
perdían anillos de crecimiento se extendían en un área de hasta
cuatro kilómetros de distancia de donde estuvo anclado el Tirpitz”,
señala Hartl. Tuvieron que pasar doce años para que los árboles de
la zona más cercana al acorazado pudieran recuperarse de aquel
impacto ambiental.
El Tirpitz fue
hundido por los bombarderos británicos en 1944. “Un árbol no
creció durante los nueve años siguientes. Pero sobrevivió. Me ha
sorprendido mucho su resiliencia”, confiesa esta investigadora.
Scott St. George,
investigador de la Universidad de Minnesota y colaborador del
estudio, comenta: “Este proyecto ayuda a evaluar el coste a lo
largo del tiempo de un conflicto. Más de setenta años después, la
guerra puede haber empezado a desaparecer de nuestra memoria, pero en
Kåfjord los árboles todavía la recuerdan muy bien”, concluye.
El “gemelo”
del Bismarck
Con una
tripulación superior a 2.600 hombres, 250 metros de eslora y 41.000
toneladas de peso, el Tirpitz era, junto con su hermano gemelo
Bismarck, el mayor acorazado de la Marina de guerra del Tercer Reich.
Hundir a este gran buque de guerra se convirtió en la obsesión del
primer ministro británico Wiston Churchill, quien llamaría “la
Bestia” al acorazado, dado que su presencia en la costa noruega
comprometía toda la estrategia marítima en el Atlántico y el Mar
del Norte desatendiendo los escenarios del Pacífico y el
Mediterráneo. Tras varios ataques por aire y por mar, con
minisubmarinos, el 12 de noviembre de 1944 “la Reina solitaria del
Norte” -como apodaron al Tirpitz los marinos noruegos- sucumbió
a los bombardeos aéreos de la Fuerza Aérea Real británica cerca de
Tromsø.
Los restos del
Tirpitz no solo reposan en museos militares de Reino Unido y
Alemania. En las calles de Oslo, según informaba la prensa noruega,
todavía es posible encontrar algún fragmento de aquel gigante del
mar. También en Noruega, otro espacio que alberga recuerdos de la
tripulación del gran acorazado alemán se ubica desde 2005 en el
museo del Tirpitz en Kåfjord, la localidad donde la nave estuvo
anclada y donde se han estudiado los árboles contaminados por la
niebla artificial.
El gerente del
museo, Even Blomkvist, nieto de combatientes en Narvik, recuerda que
empezó a interesarle la historia del Tirpitz a través de Harry
Pettersen, un héroe local de guerra. “Él fue el conductor de
autobús que nos llevaba todos los días a la escuela, pero también
había sido uno de los agentes que espiaban al Tirpitz en Kåfjord y
que envían mensajes a la inteligencia británica”, explica a este
diario Blomkvist, al recordar que la inauguración del museo convocó
a los veteranos alemanes y británicos que, antiguos enemigos, se
renconciliaron en aquel encuentro.
La flota de
Hilter jugó un papel clave en el desarrollo de la guerra, recuerda
el periodista y escritor Alf R. Jacobsen, autor de obras sobre la
Segunda Guerra Mundial como Konges nei,en la que se basó la película
La decisión del Rey. Procedente de Hammerfest, la ciudad más
septentrional del mundo, Jacobsen también noveló el ataque
británico al Tirpitz, inspirado en los recuerdos de su madre, que le
hablaba del barco gigante que navegaba amenazante y oscuro por la
costa noruega.
“Desde que
Hilter intentó presionar a Franco para establecer una base naval
atlántica en el norte de España en 1941 hasta su traslado al norte
de Noruega, la Marina alemana siempre ha fascinado a las personas
interesadas en la historia marítima. El Tirpitz fue uno de los más
importantes símbolos del poder tirano de los nazis. Hoy tenemos que
recordarlo por vivir un momento en el que el totalitarismo está
avanzando de nuevo, y tenemos que estar dispuestos a defender las
libertades fundamentales”, anhela el conocido escritor noruego.
Fuente:
Kristin Suleng, Los árboles no olvidan la guerra, 19/04/18, El País. Consultado 02/05/18.
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