por Mauro
Fernández
La argumentación
del Ministerio de Energía y Minería, a cargo del ex directivo de
Shell Juan José Aranguren, que justifica el incremento en las
tarifas por razones ambientales es, como mínimo, malintencionada y
falaz. Si bien es razonable evaluar que la estructura tarifaria de
hace unos años estaba disociada de los verdaderos costos de la
energía -motivo por el cual Greenpeace renunció a los subsidios en
cuanto la expresidenta Fernández de Kirchner habilitó esa
posibilidad-, lo cierto es que el gobierno actual está abordando el
problema desde el lado equivocado. Mientras las tarifas de luz y gas
le cuestan hoy al usuario residencial entre 1600 y 1000 por ciento
más que hace dos años, las erogaciones a las grandes petroleras
continuaron. Según datos oficiales a los que accedió la Fundación
Ambiente y Recursos Naturales (FARN), en 2017 las corporaciones
energéticas recibieron 20 mil millones de pesos directos del Estado
Nacional. Y sólo en lo que va de 2018, YPF recibió casi 1700
millones de pesos, Shell 375 millones y Axion 180 millones, según
información oficial de ejecución presupuestaria del gobierno.
En 2015, antes
del triunfo de Cambiemos en las elecciones, Aranguren dijo en un
artículo publicado en el diario inglés The Guardian que “subsidiar
la producción de hidrocarburos no sigue siendo una medida
racional”. [1] [2] Hoy está en el camino contrario; a pesar de que
el gobierno que lidera Mauricio Macri busca alinear su discurso con
las recomendaciones de la OCDE, el selecto club de países al que
Argentina quiere acceder en los próximos años, el Banco Mundial y
el FMI, que llaman a cortar los subsidios a los fósiles. No
consideran, sin embargo, la incoherencia de brindar apoyo económico
del Estado a las empresas que extraen y comercializan hidrocarburos,
mientras los consumidores pagan la cuenta.
En esta
dirección, a fines de 2017, cuarenta países miembro de la
Organización Mundial de Comercio (OMC), firmaron en Buenos Aires una
declaración para abandonar los subsidios a los combustibles fósiles.
Argentina no la acompañó, fundamentalmente para continuar
subsidiando el desarrollo de la segunda reserva de gas no
convencional del mundo, que se encuentra en su territorio: Vaca
Muerta. Incluso, a pesar de haber incluido un impuesto a la emisión
de dióxido de carbono (CO2) en la reforma tributaria de fines del
año pasado, exceptuó del pago a los proyectos de producción de gas
mediante la técnica del fracking que debe utilizarse en ese
megaproyecto.
En la arena
internacional, el Acuerdo de París firmado en 2015 establece que el
aumento de la temperatura en comparación con la era preindustrial
esté bien por debajo de los 2°C, y limitarlo en 1,5°C. De acuerdo
a la evidencia científica, estos números hacen la diferencia para
evitar los peores impactos del cambio climático. Esto implicaría
dejar bajo tierra un 80 % de las reservas fósiles descubiertas y
avanzar drásticamente hacia una matriz energética global
proveniente en su totalidad de energías renovables para 2050. Vaca
Muerta supone una bomba de gases de efecto invernadero que podrían
ser liberados al ambiente, haciendo virtualmente imposible el
cumplimiento del objetivo más ambicioso del acuerdo climático.
Defender el incremento de tarifas a la población mientras se
sostiene el desarrollo de una fuente sucia y contaminante, parece una
tomada de pelo para los afectados por la “actualización”
tarifaria.
Ejemplo de esto
son las declaraciones de Christiana Figueres, ex-secretaria general
de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático
(CMNUCC) y una de las principales arquitectas del Acuerdo de París:
“El FMI provee cinco trillones de razones para actuar sobre los
subsidios a los combustibles fósiles; para abandonarlos es crucial
proteger a los más pobres y vulnerables, considerando los beneficios
ambientales, económicos y sociales que habrá a futuro”.
Incluso teniendo
la presidencia del G20 durante el transcurso de este año, Argentina
puede trabajar para continuar los pasos del G7 que en 2016 se
comprometió a abandonar estas subvenciones a los fósiles. ¿Cuál
es la posición oficial? Dejarlos como están, argumentando que no
hay consenso, producto de la presión del gobierno de Donald Trump
para bajar la ambición climática al mínimo común denominador.
Cuando tantas señales van en el sentido contrario, justificar una
política de alto impacto en el bolsillo de la gente por cuestiones
ambientales sólo puede leerse como una más de las estrategias del
gobierno para retroceder en materia ambiental como están haciendo al
querer modificar la ley de glaciares a nivel nacional, la ley de
Basura Cero en la ciudad de Buenos Aires habilitando la incineración,
o con los desmontes ilegales que se realizan en el norte del país,
principalmente en la provincia de Salta.
Si Aranguren está
realmente preocupado por alinear las políticas energéticas con el
cuidado del medio ambiente, desde Greenpeace le sugerimos que: 1.
Abandone la explotación de Vaca Muerta, 2. Corte los subsidios a la
producción de combustibles fósiles e impulse su adopción en el
marco del G20, 3. Presente una Estrategia de Desarrollo a largo plazo
este año, coherente con el Acuerdo de París que requeriría tener
un 100 % energías renovables para 2050.
Ese sería el
único guiño que desde Greenpeace podríamos ver con buena cara.
Mauro Fernández es responsable de política climática y energética, Greenpeace en Argentina
Fuente:
Mauro Fernández, Greenpeace desmiente a Aranguren: el ambiente no justifica el tarifazo, 08/05/18, Greenpeace Argentina.
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