Los Varalinotti
estaban dormidos cuando de repente, en la mitad de la noche, el
sonido estridente del reventón de las ventanas los despertó.
por Daniel Pardo
"Sabíamos
que no eran ladrones porque eso no pasa acá, pero nos asustamos",
recuerda Odel Varalinotti, padre de la familia.
Luego se
enteraron de que lo que para ellos sonó como un "estampido"
se debía a que Colazo, un pueblo de 1.500 habitantes en la provincia
argentina de Córdoba, se está hundiendo.
El techo de la
casa, donde tienen un negocio familiar, llevaba al menos una década
bajando lentamente, hasta que hace un año, cuando la crisis del
pueblo tuvo su peor momento, hizo reventar las ventanas.
Hoy, en lugar de
vidrios hay unas persianas que impiden ver dentro del negocio de los
Varalinotti, que ofrece juguetes, ropa y electrodomésticos.
"Y yo soy
una excepción, ¿eh?", añade Odel, consciente de sus
privilegios.
"Porque
tuvimos la suerte de conseguir la guita (el dinero) para poner los
pilotes", explica, en referencia a unas columnas que se
entierran bajo la edificación para mitigar la inmersión.
Así como en la
casa de los Varalinotti -que está llena de grietas en las paredes,
los pisos desnivelados y las puertas atoradas- la mitad de las casi
600 viviendas de Colazo están afectadas por el hundimiento del
pueblo.
Solo una
veintena, sin embargo, han podido defenderse del naufragio con la
costosa instalación de pilotes.
Tierra prodigiosa
Rubén Sambucetti
practicaba karate y se dedicaba a la ganadería hasta que se
convirtió en el intendente de Colazo, un cargo que, dice, lo engordó
y lo volvió adicto al cigarrillo.
Su mayor reto en
10 años de gobierno ha sido esta sumersión de los inmuebles más
viejos, entre ellos la Iglesia, la Municipalidad y el Consejo, todas
edificaciones agrietadas y descascaradas.
La radio local
antes trasmitía hasta 80 kilómetros a la redonda, pero para que no
se hundiera la antena, le cortaron 25 metros. Ahora la radio solo
entra a 6 kilómetros de distancia.
"Antes
decíamos que esto (el hundimiento) era una conspiración, pero la
naturaleza nos ha mostrado que era real", le dice Sambucetti a
BBC Mundo, mientras recorremos las enormes planicies que rodean a
Colazo y hospedan la mayor industria sojera del mundo.
Esta zona de
Córdoba, al sur de la provincia, es parte de la pampa húmeda que
hace de Argentina una de las tierras más fértiles del planeta.
"200 metros
abajo de este suelo", señala Sambucetti, "está nada más
que la cuenca amazónica".
Pero en esta
tierra prodigiosa la industria millonaria de la soja ha producido
cambios en el suelo.
"Acá ya no
hay animales, no hay árboles, los molinos con los que sacaban agua
para las vacas están solo de decoración; en los (años) 90 yo
atendía 50 fincas de producción lechera, hoy no hay nada de eso",
se queja Sambucetti.
Casi la mitad de las viviendas quedaron destruidas por la presión del agua en los cimientos. Foto: Comuna de Colazo |
Hace 100 años,
el 70 % del territorio cordobés era monte. Hoy es el 10 %, del cual
solo un cuarto es flora similar a la original, según cifras de la
Universidad Nacional de Río Cuarto, en Córdoba.
El resto, sobro
todo en esta área, es soja. O maíz.
"Como si la
tierra se estuviera derritiendo"
De acuerdo a los
geólogos que han trabajado el caso de Colazo, las transformaciones
en el medio ambiente han producido el ascenso de las capas de agua
debajo de la tierra -es decir: de las napas- que están hundiendo a
Colazo y otros pueblos de la zona.
"Los cambios
en el uso de las tierras favorecen el asenso de las napas", dice
Juan José Gaitán, analista del departamento de suelos del Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria.
"El monte
consume más agua que un cultivo anual (de soja), y al remplazarse
uno por el otro el agua se acumula en el perfil del suelo (justo
debajo de la superficie) y hace que las napas suban".
El problema no es
solo que la tierra ahora absorbe menos, sino que llueve más.
Y algunos suelos,
como el de Colazo, no tienen mucha capacidad de absorción de agua,
porque son arcillosos en lugar de arenosos.
"Eso es
bueno para la agricultura, pero malo para las edificaciones",
apunta Sambucetti.
"Es como si
el suelo de Colazo, con la llegada del agua, se esté derritiendo y
no esté soportando a los edificios viejos", concluye.
La alcaldía
instaló una serie de bombas de extracción en puntos estratégicos
del pueblo para ayudar a la absorción del agua, que de manera
natural puede tomar años.
La inversión,
que costó seis meses del presupuesto municipal, ha mitigado el
hundimiento. Pero no lo ha detenido y las casas que no pusieron
pilotes, la gran mayoría, se siguen agrietando.
Aunque instalaron
bombas, el Estado no ha dado apoyo individual a cada una de las
familias.
"Vamos a
morir aplastados"
Olga Liliana
Chirinos y su esposo, un pequeño agricultor que se jubiló hace unos
años, están viendo cómo su casa se hunde a medida que pasa el
tiempo.
"Cuando
pusieron las bombas (de extracción) se desaceleró el colapso, pero
no se detuvo", dice Chirinos, que atiende a BBC Mundo en la
agrietada sala de su casa.
La pared de
madera que separa los cuartos está encorvada y en cualquier momento
se puede reventar. Las puertas están atascadas. El closet,
inclinado.
"Yo estoy
nerviosa porque un día se puede reventar la pared, porque el techo
es muy pesado", dice Olga Liliana.
Con el típico
gesto de billete que se hace con los dedos, Chirinos asegura que "no
hay esto" para instalar los pilotes y salvar la casa del
hundimiento.
"Claro que
hemos pensando en irnos, pero quién nos va a comprar la casa, quién
va a comprar algo que se está hundiendo…¡nadie!", afirma.
"Y qué
vamos a hacer", se pregunta Chirinos.
"La pensión
de mi esposo es de 7.000 pesos al mes (US$360) y solo un pilote vale
12.000 (US$630)".
"Acá vino
el vendedor de pilotes y nos dijo que vamos a morir aplastados".
"Pero, y qué
vamos a hacer", insiste.
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Fuente:
Daniel Pardo, "Vamos a morir aplastados": cómo se vive en Colazo, el pueblo de Argentina que se está hundiendo, 14/02/18, BBC Mundo.
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