Berlinale:
Fernando Solanas presentó su Viaje a los pueblos fumigados en el
festival. El director de
Memoria del saqueo, premiado con el Oso de Oro a la trayectoria en
2004, volvió al festival alemán donde presentó su nuevo
documental de investigación, esta vez dedicado a los tremendos
efectos de los agrotóxicos.
por Luciano
Monteagudo
Desde Berlín. Si hay un
director argentino que tiene historia en los principales festivales
internacionales, ése es Pino Solanas. Ganador del Gran Premio
Especial del Jurado de la Mostra de Venecia 1985 por Tangos: el
exilio de Gardel y del premio al mejor director en el Festival de
Cannes 1988 por Sur, el realizador de La hora de los hornos -todo
un clásico del cine político, que este año celebra su 50
aniversario- ya había tenido aquí en la Berlinale un
reconocimiento a su carrera, cuando en el 2004 el festival lo
homenajeó con un Oso de Oro, a la vez que exhibía Memoria del
saqueo, un documental hecho al calor de la crisis de comienzos de
siglo en la Argentina y que dio pie a toda una serie films de
investigación que siguen su curso. El octavo y flamante título de
esa larga saga es Viaje a los pueblos fumigados, que ayer domingo
tuvo su estreno mundial, fuera de concurso, en la enorme Haus der
Berliner Festspiele, en presencia del director del festival, Dieter
Kosslick, que asumió un fuerte compromiso político con la película
de Solanas.
En una carta
pública, Kosslick desafió especialmente al ministro Federal de
Alimentación y Agricultura de Alemania, Christian Schmidt, a que
asistiera a la función, a sabiendas de que tres meses atrás Schmidt
votó a favor del uso de glifosato por otros cinco años en la Unión
Europea, provocando una crisis política en el gabinete de la
canciller Angela Merkel. Pese a la invitación, nadie vio ayer al
ministro en la sala.
El nuevo film de
Solanas es un viaje de investigación del autor por siete provincias
argentinas sobre las secuelas sociales y ambientales que deja el
modelo transgénico con agrotóxicos. Argentina siempre fue
considerada uno de los graneros del mundo y producía en suelos y
pasturas naturales. Hoy, para lograr mayor volumen exportador,
produce granos, carnes y alimentos con agrotóxicos y sustancias
químicas. La mayor rentabilidad del agro se hace a costa de
la deforestación, el monocultivo, la destrucción del suelo,
inundaciones y éxodos rurales. La contaminación que produce el
glifosato y las fumigaciones multiplica los casos de cáncer y
malformaciones. El film se desarrolla con historias y
testimonios de sus protagonistas: pobladores, chacareros,
médicos e investigadores.
“Este es mi
octavo largometraje testimonial sobre la Argentina contemporánea o
la crisis socio-cultural y política de nuestro país”, explicó
Solanas al público alemán, al finalizar la proyección. “Empecé
esta serie documental el 20 de diciembre de 2001, cuando vi que la
policía montada arremetía sobre manifestantes pacíficos que
estaban en Plaza de Mayo. Desde entonces vengo denunciando la fuga de
divisas, la destrucción del sistema ferroviario, la expoliación de
la tierra por las multinacionales mineras y ahora me enfoco en la
crisis de la alimentación. En cada alimento que comemos hay
conservantes, saborizantes, colorantes, hormonas. Y si no hay
hormonas, hay antibióticos. La carne que comemos es en un 80 por
ciento de feedlot. Al ganado se le da cualquier porquería mezclada
con hormonas”.
Aunque Viaje a
los pueblos fumigados ataca distintos frentes -desde las
migraciones forzadas de las poblaciones originarias para deforestar y
sojizar sus tierras hasta el seguimiento del proceso de producción
de la cadena alimentaria- el centro del film apunta al cambio de
paradigma de los últimos veinte años, iniciado durante el período
Menem-Cavallo, cuando se abandonó la agricultura tradicional para
abrazar ciegamente la agroindustria. La cantidad y la rentabilidad a
cualquier costo vino a reemplazar a la calidad. El “desierto verde”
de la soja se expandió a niveles insospechados. Y desde entonces la
contaminación con agrotóxicos no sólo viene envenenando la tierra
sino también a todos quienes comemos lo que de ella proviene.
Acompañado por el especialista César Lerena, el propio Solanas se
hace durante el film un análisis muy específico de sangre y orina y
descubre que tiene glifosato en sangre, cuando su única relación
con el campo son las verduras y hortalizas que consume en su dieta
diaria, seguramente no muy distinta de la de cualquier habitante
urbano.
Ni qué decir de
las poblaciones rurales donde los campos de soja llegan hasta el
borde mismo de las casas e incluso de las escuelas, sobre las cuales
sobrevuelan las avionetas fumigadoras. Acompañado de un médico
pediatra de un hospital público, alarmado por el aumento exponencial
de casos de abortos espontáneos y malformación de los fetos,
Solanas visita el barrio de Ituzaingó, en las afueras de la ciudad
de Córdoba, donde en un radio de pocas cuadras se detectaron en los
últimos tiempos más de 300 casos de cáncer, de todo tipo y en
todas las franjas etarias. “La ciencia también está contaminada”,
señala Solanas en la película y lo repitió también en el debate
público que siguió al estreno mundial de anoche en la Berlinale.
“La colonización en la Argentina llegó no sólo a los gobiernos
sino también a muchas universidades e instituciones públicas, que
siguen los modelos impuestos por las metrópolis, por los centros de
poder de Europa y Estados Unidos”.
Alguien del
público quiso saber qué se podía hacer en Europa para revertir esa
situación. Solanas -que acaba de cumplir 82 años aquí en Berlín-
no fue muy optimista al respecto. “Da escalofríos pensar que una
compañía alemana como los laboratorios Bayer es hoy una de las
propietarias de Monsanto, el principal productor de agrotóxicos del
mundo”, respondió el director, provocando más de un suspiro de
sorpresa. La información es pública, pero la desinformación cunde,
en todos lados.
Para Solanas, “el
control sanitario en Argentina es inexistente porque no se examinan
los centros de producción. Tampoco hay programas de investigación
en hospitales y universidades sobre sus efectos en el organismo. Los
testimonios recogidos demuestran que una parte de la población está
contaminada con agrotóxicos, a lo que se suman los efectos nocivos
de alimentos producidos con sustancias químicas: conservantes,
colorantes, antibióticos, hormonas. Hoy se produce con pesticidas no
solo cereales, sino hortalizas y frutas. La más inocente ensalada ha
sido rociada con 10 a 15 pesticidas y no hay control. La publicidad
vende los alimentos por lo que aparentan y no por lo que son, se
compra por lo que se ve y se consume sin saber lo que se come. Aunque
se coma en casa, el peligro de contaminarse existe porque nadie sabe
que está comiendo ni cómo o con que se hizo”.
Según Solanas,
el glifosato es veneno, pero no es el peor. En su película -dedicada
en los títulos al Papa Francisco y su encíclica Laudatio si’,
“sobre el cuidado de la casa común”- da cuenta del
envenenamiento y muerte de dos niños intoxicados por Endosulfán, un
insecticida utilizado en una plantación de tomates cercana y
producido, a la sazón, también por Bayer. El Endosulfán está
prohibido en Argentina desde 2013, pero nadie controla esa
prohibición. “El problema viene de lejos -señaló Solanas-
pero hoy gobierna en la Argentina una coalición que quiere derribar
todas las legislaciones que se interponen en sus negocios. Vivimos en
tiempos difíciles”, concluyó.
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Fuente:
Luciano Monteagudo, “Mientras comemos, nos envenenamos”, 19/02/18, Página/12. Consultado 24/02/18.
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