Cómo se
silencian lo original y lo realmente nuevo en el Brasil actual para
que los discursos manidos puedan mantenerse para ocupar el poder.
Tras la condena
de Luiz Inácio Lula da Silva en segunda instancia, intelectuales
bastante respetables defendieron, desde la izquierda, que, de nuevo,
no era el momento de debatir los 13 años del Partido de los
Trabajadores (PT) en el poder. La justificación es que el momento
exige que la izquierda y la centroizquierda se unan para enfrentarse
a la derecha en nombre de la democracia. A la vez, desde la derecha,
que tampoco está cohesionada, Michel Temer, del Movimiento
Democrático Brasileño (MDB), y las fuerzas que lo mantienen en el
poder a pesar de las denuncias de corrupción (o debido a ellas) se
han inventado una operación militar en Río de Janeiro como lema
popular para tener peso e influencia en las elecciones de 2018.
En un lado, se
presenta una demanda para embargar la memoria. En el otro, se usa el
marketing político para silenciar las realidades, creando un
espectáculo. Al producirse como factoide, como ocurre con la
intervención federal en Río, el acto encubre el hecho. La seguridad
es una cuestión urgente. Pero no se puede enfrentar sin admitir que
la política de "guerra contra las drogas", que ya ha sido
abolida en lugares más serios del planeta, es una parte determinante
del aumento de la violencia.
En vez de eso, al
escoger una operación militar, con soldados y tanques en las favelas
y barrios pobres, la guerra también se consolida como estética. De
espasmo en espasmo, toda la atención y la energía se desplazan
tanto para construir el espectáculo como para deconstruirlo, como se
presenció desde el anuncio de la operación que acaparó la atención
de todo Brasil y la mayor parte de las noticias. Mientras tanto, el
país se arruina un poco más.
No pretendo usar
más párrafos para analizar la intervención federal en el estado de
Río de Janeiro como forma de silenciar las causas reales de una
violencia que está destruyendo la vida de los más pobres, en mayor
número la de los jóvenes negros. Hay una cantidad considerable de
análisis consistentes en circulación, producidos por gente que se
dedica al tema hace muchos años. Mi objetivo en este artículo es
analizar la forma de silenciar que se produce en la izquierda
vinculada a Lula y al PT. Y como estas formas de silenciar, solo
aparentemente polarizadas, se conectan y se confunden.
La reciente
declaración del comandante del Ejército ilumina la cuestión: el
general Eduardo Villas Bôas afirmó, el 19 de febrero, que los
militares que actuarán en la intervención de Río necesitan
"garantías para actuar sin riesgo de que surja una nueva
Comisión de la Verdad". ¿Qué significa esa declaración? ¿Que
habrá torturas, secuestros y asesinatos de civiles en las favelas de
Río de Janeiro como sucedió durante la dictadura civil y militar
(1964-1985)? ¿Que el general quiere "garantías" para que
las tropas puedan torturar, secuestrar y asesinar civiles en nombre
del Estado, en la operación de Río, sin tener que responder por
ello? ¿Que el general quiere incumplir la ley y oficializar el
Estado de excepción?
La crisis de la
democracia es global, pero hay algo de particular en la crisis de
cada país. Ya escribí en un artículo anterior que creo que las
raíces de la actual crisis democrática en Brasil están en el
propio proceso de retomada de la democracia, tras 21 años de
dictadura. Las raíces de la actual crisis brasileña están en el
hecho de haber borrado los crímenes del régimen de excepción y de
que los torturadores y asesinos a sueldo del Estado hayan quedado
impunes.
Al retomar la
democracia sin lidiar con los muertos y los desaparecidos de la
dictadura civil y militar, Brasil siguió adelante sin lidiar con el
trauma. Un país que, para retomar la democracia, necesita esconder
los esqueletos en el armario -o en fosas clandestinas- es un país
con una democracia deformada, en la que los uniformes son siempre un
punto de inestabilidad que acecha la cotidianidad. Una democracia
deformada está abierta a más deformaciones, como la historia
superreciente de Brasil nos muestra con abundancia.
La desmemoria no
es un rasgo banal en la historia de Brasil. Suele defenderse con un
"ahora no toca", "no es el momento", "después
nos encargamos de eso". Así fue con la Ley de Amnistía, de
1979, y todavía hoy algunos grupos de la sociedad luchan para que se
revise con el objetivo de que se responsabilice de manera justa a los
torturadores y asesinos del régimen. El acto más significativo para
lidiar con la memoria del período de excepción fue justamente la
Comisión de la Verdad sobre los crímenes de la dictadura, que tanto
preocupa al general, y la serie de movimientos que se generaron en
torno a ella, como las Clínicas del Testimonio que se abrieron en
todo Brasil.
Sin embargo, ese
proceso de producción y documentación de la memoria sobre la
dictadura fue interrumpido por el gobierno actual. El hecho de que la
democracia en Brasil supere los 30 años sin que se haya lidiado con
el pasado autoritario es un factor fuerte de desestabilización que
suele minimizarse. Los efectos de borrar los hechos están visibles
hoy en las calles.
Brasil carece de
una derecha con una postura responsable y con un proyecto
consistente, capaz de pensar el país más allá de la política
rastrera de beneficios privados y enriquecimientos inmediatos. La
derecha no está cohesionada, pero en ella predomina el discurso
rudo, que tiene lugar en las bancadas del Congreso del buey, la bala
y la biblia, así como en las milicias de internet, su expresión más
ruidosa. La creación de realidades falsas se ha impuesto como forma
de operar, como, por ejemplo, la reciente difusión de que los
espacios artísticos estaban tomados por pedófilos. En el caso de
las milicias, el propio hecho de anunciar que son un grupo liberal es
una falsificación, ya que sus prácticas contradicen los valores
liberales más básicos.
No obstante, en
este momento llama la atención la manera como la izquierda vinculada
a Lula y a parte del PT ha actuado para embargar la memoria. Caminan
en ese sentido los ataques a los que quieren reflexionar sobre los 13
años del PT en el poder, asociado íntimamente al PMDB a partir de
la segunda legislatura del Lula, y el papel que desempeñan el
partido, Lula y Dilma Rousseff en la actual situación de Brasil.
Ningún proyecto
de izquierda o de centroizquierda para el país tiene sentido si,
para mantenerse, tiene que borrar capítulos de la historia. Por
todas las razones y porque no se puede construir un proyecto
responsable de país sin entender dónde se falló, y sin
responsabilizarse en consecuencia por lo que se ocasionó con los
errores cometidos. Hay que pensar en la hipótesis de que, si tantos
no hubieran callado tras la primera denuncia del caso mensalão (caso
de corrupción que implicaba al PT en la compra de votos de
parlamentarios, que surgió en la primera legislatura de Lula y en el
que se condenaron a varios dirigentes del partido) y aplazado la
crítica y la autocrítica hasta un día que nunca llega, los rumbos
podrían haber sido otros también para Lula, Dilma Rousseff y el PT.
La piedra que
obstaculiza la operación de borrar algunos hechos de la biografía
de Lula, Rousseff y el PT se llama Belo Monte, una de las mayores
obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC). No es una
piedra, sino millones de toneladas de acero y cemento en el río
Xingú, en el estado de Pará, bajo las cuales planea la sospecha de
corrupción, investigada en la operación Lava Jato. La forma como la
central eléctrica salió del papel, tras décadas de resistencia de
los pueblos indígenas y de los movimientos sociales de la región,
es claramente sospechosa desde, por lo menos, la subasta pública, en
2010.
Pero, en esta
área, la de la Lava Jato, siempre se puede negar y alegar inocencia
para la opinión pública. La forma y la rapidez con que el proceso
judicial de Lula se ha llevado a cabo, en el caso del tríplex de
Guarujá, la fragilidad de las pruebas y la conducta poco
convencional de los jueces de la primera y segunda instancia, que
opinaron antes de juzgar, conducen a dudas razonables sobre la
legitimidad de las sentencias, confundiendo todavía más el paisaje
ya bastante nebuloso del Brasil actual.
En Belo Monte,
sin embargo, las violaciones contra el medio ambiente y los derechos
humanos, promovidas durante los gobiernos del PT, son literalmente
visibles. Y bastante difíciles de explicar cuando un político y un
partido afirman que defienden al pueblo, y afirman que son
perseguidos por defender al pueblo.
¿Cómo explicar
que miles de familias fueran expulsadas de sus casas, tierras e islas
o "desplazadas forzosamente", sin ningún tipo de
asistencia jurídica, muchas firmando con el dedo papeles que eran
incapaces de leer? ¿Cómo explicar que las huelgas de los
trabajadores de la central, al igual que las manifestaciones contra
Belo Monte promovidas por indígenas, ribeirinhos (ribereños),
pescadores, agricultores y habitantes de Altamira fueran reprimidas
por la Fuerza Nacional durante el período en que el Partido de los
Trabajadores estaba en el poder?
¿Cómo explicar
que el PT permitiera, cuando no apoyara, que la obligatoriedad de
proteger a los pueblos indígenas durante la construcción de la
central y de mitigar sus efectos sobre el río y la selva se
desvirtuara en un flujo de mercancías? ¿Que las aldeas indígenas,
incluso las que habían hecho contacto reciente con el hombre blanco,
recibieran desde televisores hasta colchones, pasando por azúcar y
refrescos, produciendo lo que la Fiscalía denominó "etnocidio"
(muerte cultural), sin mencionar un aumento de más del 100 % en la
desnutrición de niños indígenas entre 2010 y 2012?
¿Cómo explicar
que la violencia urbana se ha disparado, en gran medida por el
proceso de Belo Monte, y Altamira se ha convertido en el municipio
con más de 100.000 habitantes más violento de Brasil, según el
Atlas de la Violencia de 2017, producido por el Instituto Económico
de Investigación Aplicada y por el Foro Nacional de Seguridad
Pública? ¿Cómo explicar que los barrios construidos para albergar
a las familias expulsadas de sus casas no cumplen los requisitos
mínimos determinados durante el proceso de licencia ambiental de la
central y hoy se han convertido en los nuevos territorios de
violencia de Altamira, con casas agrietadas y que se deterioran de
forma acelerada?
¿Cómo
explicarlo?
No es de hoy que
Belo Monte es una cantera entera en el camino del discurso de Lula,
Dilma Rousseff y del PT. Pero parte significativa de la izquierda,
que históricamente lidera la lucha por los derechos humanos en
Brasil, se calló ante lo que sucedía -y sucede- en el Xingú
por imposición de Belo Monte. En lugar de enfrentar las
contradicciones, prefirió callarse ante ellas, callándolas. ¿Cómo
se llama esto desde el punto de vista de la ética?
La derecha, por
su parte, siempre apoyó la construcción de Belo Monte, como gran
obra de infraestructura y oportunidad de negocios. Vale la pena no
olvidar que el ex varias veces ministro de la dictadura Delfim Netto
fue uno de los artífices de la subasta pública de la central. Belo
Monte solo se convirtió en mala noticia para la mayor parte de la
prensa cuando apareció en las delaciones de la operación Lava Jato
y empezó a interesar que se debilitara el PT con vistas al
impeachment de Dilma Rousseff.
Uno de los
últimos actos mediáticos de la expresidenta fue justamente
inaugurar Belo Monte, lo que muestra el tamaño de la convicción que
Dilma tenía en la construcción de la central. "Quiero decir
que este emprendimiento de Belo Monte me enorgullece mucho por todos
los beneficios sociales y ambientales que ha producido",
pronunció. Se cuestiona la hidroeléctrica por violar derechos
humanos y ambientales en 24 demandas de la Fiscalía. Las violaciones
por parte del Estado brasileño en la construcción de la central
están siendo investigadas por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos.
Aun así, Belo
Monte se vende hoy como "hecho consumado". Con frecuencia,
mencionar Belo Monte en espacios de la izquierda vinculada a Lula y
al PT significa oír: "¿Pero todavía este tema? Belo Monte ya
ha pasado". La cuestión es: ¿hecho consumado para quién?
Para los
afectados seguro que no. En este momento, Belo Monte se ha convertido
en una cantera todavía mayor. Será interesante observar cuánto más
tendrá que crecer para que lo que sucedió –y sucede– en el
Xingú se vea finalmente en toda su proporción y significados.
En este momento,
Belo Monte se ha convertido en una cantera mayor también en el
camino del discurso de Lula, porque cada vez es más visible que la
gigantesca obra del PAC produjo un contingente de pobres urbanos. El
período en que el PT ocupó el poder fue decisivo para que una gran
parte de los brasileños, que ya estaban en las periferias, mejoraran
de vida. Es un hecho. Sin embargo, en el Xingú, y en otras regiones
amazónicas, lo que sucedió fue un proceso de conversión de pueblos
tradicionales en pobres urbanos. Esto también es un hecho, que he
documentado desde el inicio del proceso.
De la misma forma
que un hecho sustenta el discurso de Lula, Dilma y del PT, este otro
hecho pone en duda el mismo discurso: ¿cómo "el salvador de
los pobres" produjo pobres?
Al menos 378
familias de ribeirinhos del Xingú reivindican hoy que se cree un
territorio colectivo para que puedan recuperar su forma de vida,
destruida por Belo Monte. La mayoría de esas familias vive en la
pobreza, algunas de ellas en la pobreza extrema. A principios de
febrero, el Consejo Ribeirinho, que reúne a los representantes las
regiones del Xingú donde se produjeron desplazamientos de personas,
estuvo en Brasilia para exigir la creación del territorio y
presentaron un mapa con la propuesta.
Al Consejo
Ribeirinho lo apoyan y asesoran en su reivindicación organizaciones
como Xingú Vivo Para Siempre e Instituto Socioambiental, la Sociedad
Brasileña para el Progreso de la Ciencia, la Fiscalía Federal, la
Defensoría Pública de la Unión y el Consejo Nacional de Derechos
Humanos, entre otros. Dos de los más reputados antropólogos del
país, Manuela Carneiro da Cunha y Mauro de Almeida, mostraron tanto
la legitimidad como la urgencia de que se cree este territorio
colectivo durante un seminario en la Universidad de Brasilia, el 6 de
febrero, en el que también participaron la presidenta del Instituto
Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables,
Suely Araújo, y representantes de la Secretaría del Patrimonio de
la Unión y de la Casa Civil (especie de Gabinete de la Presidencia
de la República).
Norte Energia,
empresa concesionaria de Belo Monte, invitó al antropólogo José
Augusto Laranjeiras Sampaio para que analizara la cuestión, y este
fue enfático al defender que los ribeirinhos tienen derecho a su
forma de vida. El Gobierno y Norte Energia se comprometieron a
estudiar la propuesta y a discutir una primera evaluación de las
áreas en marzo. La empresa también se comprometió a ofrecer a
todas las familias reconocidas por el Consejo Ribeirinho un valor
mensual de unos 900 reales (280 dólares) para garantizar un sustento
mínimo mientras no llega una solución definitiva.
La duda es cómo
va a desarrollarse ese proceso con un consorcio que ha violado
sistemáticamente los derechos humanos y ambientales al construir y
operar la central y un gobierno del (P)MDB que forma parte de la
arquitectura política y económica -y, se sospecha, de sobornos-
que hizo posible la implantación de Belo Monte. Se teme que la
creciente tensión en la región se esté conteniendo solo para que
no genere malas noticias en año de elecciones y para que no aumente
todavía más el pasivo social, ambiental y jurídico de una central
cuya posible venda llegó a anunciarse en la prensa, información que
los socios niegan.
El proyecto de
privatizar Eletrobras, una de las empresas estatales que componen
Norte Energia, también podría pesar en la actual postura
conciliadora. Solo los próximos capítulos van a iluminar si existe
una real disposición de crear un territorio ribeirinho, que depende
tanto de que Norte Energia compre áreas de hacienda como de que la
Unión destine tierras públicas.
Para los
ribeirinhos, no obstante, el ritmo del hambre no es el de la
burocracia. Y la desesperación aumenta día a día. "Quiero
territorio para ser", afirmó la ribeirinha Rita Cavalcante en
Brasilia, con el lenguaje de vastedad que caracteriza a este pueblo
tradicional. Ella destaca así la diferencia entre tierra y
territorio, la tierra vinculada al concepto de mercancía, el
territorio como identidad, como cuerpo, como indicaron los
antropólogos. Destaca también la diferencia entre reasentar y
reterritorializar, como mostró la fiscal de la República en
Altamira, Thais Santi.
Los ribeirinhos
son una cantera tanto en el camino de la derecha como de la izquierda
vinculada a Lula, porque encarnan una forma de vida que se contrapone
a "todo lo que está ahí". No es lo que ellos predican o
defienden. Es otra cosa: ellos encarnan, viven. Uno de los pueblos
menos comprendidos del país, los llamados "ribeirinhos" o
"beiradeiros", palabra que personalmente prefiero,
surgieron en los ríos amazónicos con la explotación del látex
para producir caucho.
La mayoría de
los actuales ribeirinhos desciende de nordestinos pobres que fueron
llevados a la Amazonia a finales del siglo XIX para que se
convirtieran en seringueiros (extractores de látex) y/o soldados del
caucho, reclutados con el objetivo de extraer esa materia prima para
los Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando la
producción de caucho dejó de ser interesante para el mercado, por
una razón u otra, fueron abandonados en la selva. Allí, muchos
formaron familia con mujeres indígenas, algunas robadas de las
aldeas, y crearon una forma de vida diferente. A veces en una margen
del río, a veces en la otra.
Cuando los robos
de tierras públicas por parte de grandes hacendados y empresas,
apoyados por sicarios, se adentraron en la selva, muchos emigraron a
las islas de los ríos amazónicos, el último reducto. Pescan,
cazan, practican agricultura de subsistencia, hacen harina, rompen
castañas, recogen açaí, si interesa vuelven a extraer látex, a
veces buscan oro en los ríos, algunos crían cerdos o gallinas, las
actividades varían con la época del año y también con las
demandas del mercado.
Viven con total
concordia con la selva y el río. He recogido varias definiciones de
pobreza y de riqueza de los ribeirinhos a lo largo de los últimos
años. En síntesis: "ser rico es no necesitar dinero" y
"ser pobre es no tener elección". Y la elección, en este
caso, es bastante amplia, desde qué comer y cuándo trabajar hasta
la libertad de moverse por el río, pescando ahora en un lugar, ahora
en otro, y pudiendo establecer su casa donde quieran. Esta forma de
vida ha sido obstaculizada por las presiones económicas que se
ciernen sobre la selva. Y, en el Xingú, se ha agudizado con Belo
Monte, la catástrofe que literalmente ha obstaculizado el río y la
libertad de ir y venir.
La libertad se ha
enraizado en los ribeirinhos que ya nacieron en la selva, pero que
cargan en el cuerpo una memoria transmitida oralmente que habla de
siglos de yugo. Es común, al definirse como grupo identitario, que
afirmen con orgullo: "Nunca nadie me ha dado órdenes". O:
"Nunca he tenido un empleo". Trabajan mucho, pero con sus
propios términos.
Es fundamental
darse cuenta de que esta forma de vivir es revolucionaria en sí
misma, en la medida que se contrapone a una visión de mundo
dominante, para muchos la única. Y que ese ser/estar en el mundo no
cabe en un partido y en un líder que solo consiguen ver la vida en
los términos del capital y del trabajo.
Para parte de la
izquierda, sería suficiente un trabajo y una vivienda en un complejo
social. Pero para los ribeirinhos, nada de eso tiene sentido. Y, para
la derecha, la gente que no quiere tener ni trabajo ni jefe, pero que
tampoco encaja en los moldes del emprendimiento, es peligrosísima.
Sin caber en
ninguna caja, los ribeirinhos, al igual que otros pueblos
tradicionales, están pagando un precio alto. Al reivindicar un
territorio colectivo en Brasilia como reparación de lo irreparable -la destrucción que Belo Monte ocasionó en sus vidas-, han
provocado un movimiento gigante. Eran pobres, en el sentido que la
mayoría de sus ascendientes eran nordestinos que huían de la
sequía; crearon una vida diferente en la selva cuando los
empleadores se fueron; y hoy se niegan a volver a ser pobres urbanos.
En resumen:
hicieron una revolución entera no contra, sino en los márgenes del
río y al margen del Estado. ¿Cómo el Estado y los campos políticos
van a lidiar con ellos cuando ya no puedan silenciarlos?
Incluso como
grupo identitario, los ribeirinhos encarnan un desafío, en el
sentido que su identidad es justamente ser entre mundos. Muchos son
indígenas, pero también son otra cosa. Son agricultores y no lo son
al mismo tiempo. Son eso y también aquello. Son múltiples. Esa
identidad caleidoscópica y también mutante es extremamente
original. Y, como ninguna otra, responde a los desafíos de un mundo
acechado por el cambio climático.
Toda esa
originalidad creativa y creadora la niegan, cuando no la destruyen,
tanto la derecha como la izquierda. Al colocar en evidencia
contradicciones estructurales y señalar las fisuras en los discursos
y en la producción de la mitología política, los polos se
despolarizan para impedir que la presa se rompa. Pero, aunque Belo
Monte permanezca todavía en pie en el Xingú, esa otra presa ya se
ha roto.
Cualquier
impedimento a la producción de memoria sobre la vida vivida es, ya
en su cierne, autoritario. No se puede afirmar que se defiende la
democracia y, a la vez, defender la suspensión temporal de la
memoria. No se puede aplazar la reflexión sobre los 13 años del PT
en el poder sin tropezar con el límite de la ética, este, sí,
infranqueable. ¿Cómo decirle a un ribeirinho, al que le quemaron o
inundaron la casa y la isla y hoy vive con menos de dos reales (0,62
dólares) al día en la periferia urbana de la ciudad más violenta
del país que su historia, su dolor y su vida no importan, que no
tiene un lugar en la historia, que no es el momento?
Hubo avances
importantes en las políticas públicas en áreas como la sanidad, la
educación y la cultura, se crearon cuotas raciales en las
universidades, se amplió el programa social Bolsa Familia y se
aumentó el salario mínimo interprofesional, entre otras conquistas.
Pero también hubo una visión de desarrollo mediocre y predadora,
que masacró la selva y los pueblos de la selva. Hubo corrupción. Y
hubo Belo Monte, donde se dibujan todas las contradicciones de Lula,
Dilma y el PT en el poder, al igual que el ADN de sus alianzas. No se
puede recordar una parte y borrar la otra. Solo se puede seguir
enfrentando las contradicciones.
Belo Monte es,
cada día más, una cantera insalvable en el camino de quien desea
embargar la memoria, como si fuera posible crear un proyecto de país
sin lidiar con el pasado y con el presente. Los ribeirinhos del Xingú
y de otros ríos amazónicos amenazados por grandes obras de
infraestructura y de minería, por el robo de tierras públicas y por
el avance de la frontera agropecuaria representan hoy, junto con los
movimientos de los sintechos en las grandes ciudades, los pueblos
indígenas y los quilombolas, no solo la potencia de actuar de
Brasil, sino la potencia de ser Brasiles, un país que solo puede
existir en plural. Brasiles como entremundos también.
Eliane Brum es
escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no
ficción Coluna Prestes - O avesso da lenda, A vida que ninguém vê,
O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la
novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail:
elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook:
@brumelianebrum.
Traducción:
Meritxell Almarza.
Fuente:
Eliane Brum, Izquierda, derecha y el embargo de la memoria, 28/02/18, El País. Consultado 28/02/18.
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