por Mariela Jara
HUARO, Perú, 20
feb 2018 (IPS) - “Llegará el día en que la población no tenga
que irse a las ciudades para superar la pobreza”, afirma convencido
Elmer Pinares, alcalde de un municipio altoandino de Cusco, en el sur
de Perú, donde la desnutrición y la falta de apoyo a la agricultura
de subsistencia se encuentran entre sus principales problemas.
“Si yo fuera
presidente del Perú reactivaría la serranía apoyando la pequeña
agricultura y capacitando a mujeres y hombres frente al cambio
climático, para que las comunidades aprovechen sus recursos y las
familias tengan calidad de vida”, declaró a IPS el alcalde de
Huaro, una localidad de 4.500 habitantes y situada a 3.100 metros
sobre el nivel del mar.
Huaro es uno de
los 12 distritos (municipios) de la provincia de Quispicanchi, a su
vez una de las 13 que conforman Cusco, un departamento con altos
índices de desigualdad y pobreza, pese a ser el epicentro turístico
de Perú y la cuna de alimentos de gran valor proteico, como la
quinua, el tarwi (Lupinus mutabilis) y la kiwicha o amaranto
(Amaranthus caudatus).
Estos problemas
se traducen en altos índices de desnutrición y anemia infantil en
las zonas altas de su territorio, cercenando oportunidades a su
población rural desde la más temprana infancia, contó Pinares,
quien tras terminar su mandato trienal está decidido a volver desde
2019 a la docencia en la escuela local.
Unos 38.533 niñas
y niños menores de tres años se encuentran en esa situación en las
llamadas comunidades altoandinas de Cusco, todas de población
mayoritariamente quechua, aseguró.
Perú, con 31,5
millones de habitantes, avanzó en la reducción de la desnutrición
infantil en la última década, pero cifras oficiales muestran que en
esta región de 1,4 millones de personas, se mantiene muy elevada,
con una tasa de 53,1 por ciento, casi 10 puntos por encima de la
media nacional, de 43,5 por ciento.
“Esta es la
realidad en las comunidades de zonas altas de los Andes peruanos y
que el gobierno nacional ignora”, comentó Pinares, quien durante
su mandato ha impulsado el desarrollo de proyectos productivos en
beneficio de las familias, con el soporte de un pequeño equipo
técnico local.
Lo que ocurre en
Huaro, comprobó IPS durante un recorrido por localidades rurales del
área, se repite en los distritos ubicados por encima de los 3.000
metros sobre el nivel del mar y parte del territorio donde se
concentra la pobreza rural peruana.
Según los
últimos datos al respecto del Instituto Nacional de Estadística e Informática, de 2016, la pobreza general en Perú alcanza a 20,7 por
ciento de la población, pero la pobreza rural trepa a 43,8 por
ciento, y de ella, 13,2 por ciento es extrema.
Para ese grupo de
peruanos, la seguridad alimentaria es todavía una meta lejana,
reconoció otro estudio oficial de 2017.
Las comunidades
se sienten solas
En ese contexto
se inscribe la sensación de soledad respecto del poder central que
expresan las autoridades locales de las comunidades más postergadas
del Perú, quienes con limitados recursos intentan promover el
desarrollo en sus territorios.
“En la gestión
apuntamos a combatir la desnutrición crónica infantil y nuestros
esfuerzos se orientan a garantizar la seguridad alimentaria de las
familias en extrema pobreza, después vendrá la comercialización si
es que hay excedentes”, señaló a IPS el gerente municipal del
distrito de Andahuaylillas, Enrique Achahui.
En su localidad,
a casi 3.200 metros de altura, otro nuevo y urgente problema es la
falta de agua, porque los manantiales en la cordillera andina están
reduciéndose debido al cambio climático.
“Aquí la
mayoría de familias se dedica a la pequeña agricultura, de allí
comen, pero sin agua no habrá alimento. Pese a la gravedad de lo que
vivimos no hay una atención prioritaria del gobierno central”,
indicó el funcionario.
Un poco más
arriba, a 3.553 metros sobre el nivel del mar, las autoridades
municipales del distrito de Quiquijana, también en la provincia de
Quispicanchi, están empeñadas en promover el desarrollo económico
con proyectos productivos conducidos por las familias campesinas.
“En las
comunidades altas la desnutrición infantil supera 50 por ciento y
puede aumentar porque con el cambio climático se pierden los
cultivos. Estamos desarrollando capacidades para la siembra y
cosecha de agua, biohuertos orgánicos y crianza de cuyes (roedores
andinos) para la alimentación”, dijo a IPS el funcionario
municipal Efraín Lupo.
Su colega,
Rosmary Challco, agregó que las heladas y granizadas están cayendo
de manera imprevista quemando los cultivos, y poniendo en riesgo
futuras siembras.
“Las familias
no solo pierdan dinero, trabajo, pierden su alimento y esto es muy
grave para quienes viven en las zonas altas. Lamentablemente no hay
iniciativas de cambio desde el gobierno central”, dijo con
desaliento.
La funcionaria
llamó también la atención sobre la necesidad de impulsar políticas
públicas focalizadas en los territorios altoandinos para reforzar la
intervención local y sensibilizar con ella a la población en los
cambios de patrones sociales para mejorar la vida de las comunidades.
“Necesitamos
erradicar el machismo que impide que en las comunidades altas las
niñas y mujeres se eduquen y vivan sin violencia (de género), para
que puedan tener una profesión, se desarrollen y aporten a sus
familias”, explicó.
Precisamente, la
educación fue para Janed Nina la puerta que le abrió las
oportunidades a su realización integral.
Ella cuenta con
el apoyo de su familia para seguir estudios universitarios después
de terminar el colegio (educación media), y hoy, como ingeniera
agrónoma, contribuye al crecimiento de la finca familiar ubicada en
la comunidad de Saclla en el distrito de Calca.
“Sembramos más
de 40 hortalizas y lo que cosechamos enriquece nuestra dieta
alimenticia. Los excedentes lo comercializamos y de esa forma tenemos
un ingreso que ayuda al desarrollo de la finca”, declaró a IPS.
Ella, junto a sus
dos hermanos también ingenieros, se dedica a cultivar la finca
familiar y a compartir sus logros.
“Aquí hacemos
capacitación en agroecología a las mujeres productoras, también
hacen pasantías personas interesadas en aprender”, contó.
Para Nina la
debilidad en la pequeña agricultura tiene que ver con la falta de
visión del gobierno central que no la incluye como un área
estratégica de producción, y con el hecho de que en vez de promover
la capacitación productiva en las comunidades, se limite como Estado
a brindar asistencia social.
“Necesitamos
trabajar y poner manos a la obra para aprovechar nuestros recursos”,
remarcó.
En el distrito de
Cusipata, a 3.100 metros de altura y con unos 4.700 habitantes, la
preocupación central de las autoridades es generar condiciones para
que la población pueda mejorar su seguridad alimentaria y así
reducir los índices de anemia y desnutrición entre la infancia
local.
“Buscamos
trabajar con grupos de mujeres organizadas, se han formado
asociaciones de productoras de flores, de artesanía y de crianza de
cuyes (Cavia porcellus). Pero se necesita sostener la asistencia
técnica para dar sostenibilidad a sus proyectos”, expresó
Vladimir Boza, gerente de desarrollo económico del municipio.
Desde la lejana
Lima, analizó para IPS, el gobierno tiene escasa comprensión de la
realidad en las zonas alto andinas, de allí la debilidad y falta de
eficacia en las intervenciones.
“Por ejemplo
hablan de especializar al productor agrícola para que se dedique a
la agroexportación, y eso no es posible de realizar en las alturas
porque con el cambio climático es inviable plantear los
monocultivos”, dijo.
“Por el
contrario, lo que hay que impulsar es la diversificación”,
sentenció desde la experiencia.
Lo social cae en
presupuestos latinoamericanos
Cerrar las
brechas de desigualdad entre las zonas urbanas y rurales forma parte
de las metas en la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS), para así lograr el ejercicio de derechos sin
distinción de sexo, raza, etnia, origen u otra condición, recuerda
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en
su último Panorama Social para la región.
Pero la agencia
de las Naciones Unidas destaca que en los países de la región se
impuso la cautela del gasto social después del periodo 2000-2015,
cuando hubo un impulso que facilitó que sus países tuviesen en
general un buen cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del
Milenio, precedentes de los ODS.
Es el caso de
Perú, donde los presupuestos de 2015 y 2016 se destinaron 7,1 y 7,0
por ciento del producto interno bruto (PIB) al gasto social, mientras
el año pasado la cifra se redujo a 6,5 por ciento.
La Cepal ha
instado a resguardar el financiamiento para las políticas sociales,
para hacer sostenibles los logros alcanzados, asumir los desafíos
vigentes y avanzar en los 17 ODS.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mariela Jara, A los pobres rurales de Perú, la agenda social les queda lejos, 20/02/18, Inter Press Service. Consultado 22/02/18.
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