Aunque volar es
más popular que nunca, la gran mayoría de la gente nunca lo ha
hecho. No obstante, la minoría que vuela regularmente está causando
daños considerables al medio ambiente. ¿Cuál es la solución?
por Arthur Sullivan
¿Cuándo voló
por última vez? Tan sólo el tres por ciento de la población
mundial viajó en avión en 2017 y sólo el 18 por ciento ha volado
alguna vez. Sin embargo, eso está cambiando.
Según
estimaciones de la Organización de Aviación Civil Internacional
(OACI), en 2016 hubo 3.700 millones de pasajeros aéreos en todo el
mundo y todos los años, desde 2009, se ha alcanzado un récord sin
precedentes. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA)
prevé que esa cifra se duplique en torno a los 7.200 millones para
2035. Al igual que los aviones, los números siguen subiendo y
considerando el daño que el transporte aéreo causa al planeta, eso
debería de ser motivo de reflexión.
No se trata sólo
del CO2
Se calcula que la
aviación representa algo más del dos por ciento de las emisiones
mundiales de CO2. En gran medida, esa es la cifra que reconoce la
propia industria. No obstante, según Stefan Gössling, profesor de
las universidades suecas de Lund y Linneo y coeditor del libro
'Aviación y cambio climático: hechos, desafíos y soluciones': "Esa
es sólo la mitad de la verdad”.
Otras emisiones
de la aviación como los óxidos de nitrógeno (NOx), el vapor de
agua, las partículas, las estelas de condensación y los cambios en
las nubes de cirro tienen efectos de calentamiento adicionales.
"La
contribución del sector al calentamiento global es por lo menos el
doble que la del CO2”, afirma Gössling a DW. Él estima que la
contribución total al cambio climático es "como mínimo” del
cinco por ciento. Pero el portavoz de la IATA, Chris Goater, responde
a la DW que la base científica de este llamado forzamiento
radioactivo "no está probado”.
Pero incluso si
aceptamos la cifra del dos por ciento de las emisiones como valor
final, si sólo el tres por ciento de la población mundial voló el
año pasado, entonces un grupo relativamente pequeño contribuye de
forma desproporcionada a las emisiones globales.
Hace unos años,
Germanwatch, una ONG alemana dedicada a la protección del medio
ambiente, calculó que una persona que toma un vuelo de ida y vuelta
de Alemania al Caribe produce la misma cantidad de emisiones
perjudiciales, alrededor de 4 toneladas de CO2, que una media de 80
residentes de Tanzania durante un año entero.
"Individualmente,
no hay ninguna otra actividad humana que provoque tantas emisiones en
tan poco tiempo como la aviación, ya que es muy intensa
energéticamente”, aclara Gössling.
La calculadora de
la huella de carbono del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por
sus siglas en inglés) es muy instructiva a este respecto. Aún
siendo el mayor ecologista del mundo, como por ejemplo un vegano
entusiasta de los paneles solares, que viaja en bicicleta al trabajo,
una persona que toma un vuelo de vez en cuando, dejaría de ser tan
verde en términos ecológicos. Incluso con un comportamiento
ejemplar, tan sólo dos hipotéticos vuelos de corta distancia y un
vuelo de larga distancia al año bastarían para colocar a esa
persona en la zona roja de la huella de carbono de la calculadora.
Las nuevas
tecnologías por sí solas no son la solución
Somos más
conscientes que nunca de la necesidad de reducir nuestra huella de
carbono individual y colectiva para prevenir un desastre climático.
Varias industrias están sometidas a una presión cada vez mayor en
este sentido.
La industria de
la aviación también hizo sus propias promesas: en octubre de 2016,
191 países pactaron un acuerdo de la ONU cuyo objetivo es reducir
las emisiones de carbono a los niveles de 2020 para 2035. Otro
objetivo ambicioso es que la industria aeronáutica logre una
reducción de las emisiones en un 50 por ciento para 2050, en
comparación con los niveles de 2005.
Según Goater hay
cuatro enfoques con los que la industria de la aviación pretende
lograr estas metas: mediante la compensación de carbono a corto
plazo, el desarrollo continuo de aviones más eficientes, una mayor
inversión en combustibles sostenibles, como los biocombustibles, y
el establecimiento de rutas más respetuosas con el clima.
"Básicamente,
el control del tráfico aéreo es muy ineficiente,” explica Goater.
"Provoca un consumo de combustible innecesario, por lo que un
uso más eficiente daría lugar a una reducción del 10 por ciento de
las emisiones”, aclara.
También destaca
que una serie de vuelos comerciales, aunque muy pocos, operan
actualmente con combustible sostenible a diario, a pesar de que el
primer vuelo de este tipo despegó hace menos de una década.
"Eso fue
algo que ocurrió mucho más rápido de lo que nadie esperaba”,
señala. La clave ahora, en su opinión, es que la industria dé
prioridad a la inversión en esta área y que los gobiernos fomenten
la financiación de la misma manera que lo han hecho para la
electromovilidad en la industria del automóvil.
Pero Gössling y
muchos de sus compañeros no están convencidos.
"Creo que
necesitamos una subida de precios”, dice. "Entrevistamos a los
altos directivos de la industria hace unos meses y muchos de ellos
estuvieron de acuerdo con nosotros, fueron sondeos anónimos, en que
los combustibles alternativos nunca prevalecerán a menos que los
combustibles fósiles sean significativamente más caros”.
Daniel Mittler,
director político de Greenpeace, coincide en que deben encarecerse
los combustibles fósiles. "El primer paso es poner fin a todas
las subvenciones a los combustibles fósiles, incluidos los que se
destinan a la aviación, y gravar adecuadamente, con impuestos, a la
industria aeronáutica”, expone a DW.
Para Goater, eso
no es realista. "El combustible es ya una parte significativa de
los costes de una aerolínea”, afirma. "Créame que, si
pudiéramos volar sin petróleo lo haríamos”.
La dura realidad
Entonces, ¿cómo
podemos resolver el problema? Gössling, que ha dedicado más de 20
años de investigación a este tema, sólo ve una solución.
"¿Realmente
necesitamos volar tanto como lo hacemos o la industria nos induce a
ello?”, se pregunta. Además de unos precios artificialmente bajos
de los billetes de avión, la industria también promueve un estilo
de vida, argumenta Gössling.
"Las
campañas publicitarias de las aerolíneas proyectan una imagen donde
se puede formar parte de un grupo de personas jóvenes, urbanas,
viajeras frecuentes, que visitan una ciudad diferente cada pocas
semanas por muy poco dinero”, dice Gössling.
Sin embargo, para
Goater, la idea de dictar quién puede volar y cuándo es tan poco
realista como anticuada.
"La
reducción de emisiones debe equilibrarse con la posibilidad de que
la gente tenga la oportunidad de volar. Creo que es un consenso
establecido entre la corriente dominante durante muchos años”,
dice. "No le corresponde a la gente de una parte del mundo negar
esa posibilidad a la gente de otras partes del mundo”.
Para Mittler,
todo se reduce a la elección individual y cree que volar menos es el
primer paso, aunque la mejora de eficiencia también sea muy
importante.
"Tenemos que
avanzar hacia un estilo de vida más social y empático”, dice,
añadiendo que renunciar al fin de semana de compras en Nueva York
podría ser una de las formas menos dolorosas de contribuir a ello.
"Necesitamos
una prosperidad basada en la comunidad y en una verdadera riqueza de
visión colectiva, más que en un consumo implacable. La aviación es
un símbolo del tipo de consumo que tenemos que descartar”,
concluye.
Fuente:
Arthur Sullivan, ¿Volar o no volar? El coste medioambiental del transporte aéreo, 10/01/18, Deutsche Welle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario