Expertos
recomiendan que los gobiernos alienten la agricultura campesina. Advierten que la
agricultura campesina produce el 70 por ciento de los alimentos del
mundo en el 25 por ciento de la tierra, mientras que el agronegocio,
para producir el 25 por ciento de la comida, recurre al 75 por ciento
de la tierra.
por Darío Aranda
Los campesinos,
indígenas y agricultores familiares producen el 70 por ciento de los
alimentos del mundo, a pesar de contar con sólo el 25 por ciento de
la tierra. En contraposición, las empresas del agronegocio cuentan
con el 75 por ciento de la tierra pero sólo producen el 25 de la
comida. Así lo revela una investigación de la ONG internacional
Grupo ETC, que desarma los mitos de la agricultura industrial y
transgénica. El estudio asegura que si los gobiernos quieren acabar
con el hambre y frenar el cambio climático, deben aplicar políticas
públicas para impulsar la agricultura campesina.
“¿Quién nos
alimentará? ¿La red campesina alimentaria o la cadena
agroindustrial?”, es el nombre de la investigación del Grupo ETC
(Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) que,
en base a 24 preguntas, aporta pruebas de las consecuencias de la
agricultura industrial y de la necesidad de otro modelo.
“Los campesinos
son los principales proveedores de alimentos para más del 70 por
ciento de la población del mundo, y producen esta comida con menos
del 25 por ciento de los recursos -agua, suelo, combustibles-“,
afirma al inicio la investigación. Por contraposición, la cadena
agroindustrial “utiliza el 75 por ciento de los recursos
agropecuarios del mundo, es de las fuentes principales de emisiones
de gases de efecto invernadero y provee de comida a menos del 30 por
ciento de la población mundial”.
A lo largo del
trabajo se precisan 232 citas de otras investigaciones y
publicaciones científicas que son la base documental que da sustento
teórico y argumental al Grupo ETC. En datos monetarios, precisa que
por cada dólar que los consumidores pagan dentro de la cadena
agroindustrial, la sociedad paga otros dos dólares por los daños
ambientales y a la salud que la misma cadena provoca.
Cuando se refiere
a la “cadena agroindustrial” se trata de los eslabones que van
desde los insumos para la producción hasta lo que se consume en los
hogares: empresas de genética vegetal y animal, compañías de
agrotóxicos, medicina veterinaria, y maquinaria agrícola;
transporte y almacenamiento, procesamiento, empacado, venta a granel,
venta minorista y finalmente la entrega a los hogares o restaurantes.
La investigación
del Grupo ETC aborda una crítica sistémica. “La cuestión de
fondo es que al menos 3.900 millones de personas padecen hambre o
mala nutrición porque la cadena agroindustrial es demasiado
complicada, costosa y -después de 70 años de vigencia- ha
demostrado ser incapaz de alimentar al mundo”.
Desde hace
décadas, el trillado argumento de las empresas, científicos del
modelo transgénico, periodistas y funcionarios es que la población
mundial aumenta y se necesita más producción para alimentarla. La
investigación cita decenas de trabajos científicos que exhiben la
falacia detrás del discurso del agronegocio. Ya existen suficientes
alimentos para toda la población, señala, y el problema no es la
producción, sino la injusta distribución. “En un mundo lleno de
comida, más de la mitad de los habitantes no puede acceder a la
comida que necesita. Lo más trágico es que tanto en números duros
como en porcentajes, la proporción de personas mal nutridas va en
aumento”, alerta.
En relación al
ambiente, también existen grandes diferencias entre ambos modelos.
El modelo campesino utiliza sólo el 10 por ciento de la energía
fósil y menos del 20 por ciento del agua que demanda la totalidad de
la producción agrícola, con “prácticamente cero devastación de
suelos y bosques”. En tanto, la cadena agroindustrial destruye
anualmente 75.000 millones de toneladas de capa de suelo arable y
desmonta 7,5 millones de hectáreas de bosque. También es
responsable del consumo del 90 por ciento de los combustibles fósiles
que se usan en la agricultura.
El modelo
agroindustrial es el principal responsable del desperdicio de
alimentos. Según el Grupo ETC, de los 4.000 millones de toneladas de
alimentos que produce la cadena agroindustrial anualmente, entre 33 y
el 50 por ciento se desperdicia a lo largo de las etapas de su
procesamiento o transporte y almacenamiento.
Entre los
ganadores del modelo están las empresas de insumos agrícolas, que
también son grandes promotoras y aliadas de medios de comunicación,
universidades y gobiernos. En el mercado de semillas, negocio de
41.000 millones de dólares, sólo tres empresas (Monsanto, DuPont y
Syngenta) controlan el 55 por ciento del sector. El modelo
agroindustrial es dependiente de los agrotóxicos. Tres compañías
(Syngenta, Basf y Bayer) controlan el 51 por ciento de un mercado de
63.000 millones de dólares. “Desde que se introdujeron las
semillas transgénicas hace 20 años han ocurrido más de 200
adquisiciones de pequeñas empresas semilleras. Y, si las
megafusiones corporativas que actualmente se están negociando
prosperan, solamente tres nuevas empresas monopolizarán el 60 por
ciento del mercado comercial de semillas y el 71 por ciento del
mercado de agrotóxicos”, advierte la investigación.
El estudio
asegura que, con las políticas adecuadas, el modelo
campesino-agroecológico podría triplicar el empleo en el campo,
reducir sustancialmente la presión sobre las ciudades ejercida por
la migración, mejorar la calidad nutricional de los alimentos y
eliminar el hambre.
Otro modelo para
otro futuro
Por Darío Aranda
Los pueblos
originarios descubrieron, protegieron, domesticaron, criaron y
reprodujeron cada una de las especies comestibles que se utilizan en
la actualidad. Hoy, junto con los campesinos entienden “la
diversidad cultural como inherente a la agricultura y garante de la
estabilidad ambiental”. Por eso, el estudio afirma que el modelo de
producción campesino-indígena “asegura más posibilidades para
alimentar a la población, a diferencia de la uniformidad que impone
la agroindustria”.
La investigación
impulsa un modelo basado en la “soberanía alimentaria”, donde
los pueblos decidan qué y cómo producir, y no las trasnacionales.
Así, el protagonismo pasa por campesinos, indígenas, pequeños
productores y alimentos sanos, sin transgénicos ni agrotóxicos.
“Apoyar a la red campesina es la única opción realista que
tenemos para acabar con el hambre y frenar el cambio climático”,
afirma el Grupo ETC.
Fuentes:
Darío Aranda, Un problema de distribución, 18/01/18, Página/12. Consultado 18/01/18.
Darío Aranda, Otro modelo para otro futuro, 18/01/18, Página/12. Consultado 18/01/18.
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