Poca gente pasa
por este majestuoso boulevard, atravesado por 12 enormes palmeras y
bordeado por frondosos naranjos e imponentes edificios construidos en
el siglo XIX.
por Daniel Pardo
En este pueblo de
Ernestina, en la provincia de Buenos Aires, en Argentina, hay menos
habitantes que sillas en la iglesia; una iglesia neogótica con
vitrales y techo bañado en bronce que los sábados recibe una decena
de fieles y cada tanto, cada vez menos, alberga un matrimonio.
La humedad está
acabando con el teatro, donde avisos que dicen "el que escupe en
el suelo es un maleducado" dan fe de un pasado de galanura, de
realeza.
Por acá pasó en
1925 el príncipe de Gales Eduardo VIII, quien durante un trayecto en
tren hacia la estancia Huetel, una de las más suntuosas del país,
paró en la estación de Ernestina y –se cree– visitó las cuatro
cuadras que forman el pueblo.
Pero hoy de ese
pasado no quedan ni la panadería ni la carnicería ni la farmacia,
cuyos vistosos edificios están a la deriva del tiempo.
"Pero
nosotros no somos fantasmas", asevera Noemí Rissitelli, una
lugareña de 68 años que responde con vehemencia a quienes han
graduado a su tierra natal de "pueblo fantasma".
"Los que
estamos acá decidimos quedarnos, nos gusta la tranquilidad, queremos
el pueblo y estamos felices", afirma.
2.500 pueblos
Argentina está
repleta de pueblos rurales como Ernestina que parecen haber sido
abandonados por un sistema que desde los años 50 concentró sus
esfuerzos en las ciudades, donde hoy vive el 92 % de la población.
La ONG Responde,
que incentiva la recuperación de estos pueblos, estima que hay casi
2.500 localidades rurales alrededor del país, de los cuales 625
tienen una caída importante del número de residentes.
En Ernestina el
censo contabilizó 2.000 habitantes en 1960, pero ahora son 150. Y la
mitad de ellos, jubilados.
"Tres cosas
se conjugan para dar con este éxodo", dice Leandro Vesco,
periodista del portal bonaerense El Federal y presidente de Proyecto
Pulpería, una ONG que trabaja en estos pueblos.
"Primero
está la caída de los ramales ferroviarios, luego la caída o la
tecnificación de la actividad agrícola y por último el mal trazado
de las vías para autos, que no tuvieron en cuenta los caminos reales
que conectaban a estos pueblos", explica.
Rissitelli, que
crió a sus hijos en Ernestina, añade: "Los jóvenes se tienen
que ir para estudiar la facultad, acá no tienen nada, no tienen en
qué trabajar".
Sin trabajo
Sentado en el
Club Atlético Ernestina, uno de los dos establecimientos sociales
del pueblo, el excampesino Luis Amichetti le explica BBC Mundo por
qué, según él, "acá ya no hay nadie".
"Hace 25
años usábamos las manos para limpiar la maleza, juntar la
producción y empacarla, pero ahora eso lo hace una máquina más
rápido y con más eficiencia", explica.
Amichetti es el
único cliente del club en el momento. No consume ni un vaso de agua.
Y ve los resultados de la lotería pese a no haber apostado.
Rodeado de mesas
vacías, una mesa de billar polvorienta y los cachos de un toro
colgados de la pared, el hoy barrendero del pueblo remata: "Las
máquinas nos quitaron la mano de obra".
Argentina ya no
es ni el granero ni la despensa del mundo, pero sigue siendo un
importante productor agrícola.
La industria, sin
embargo, está cada vez más tecnificada y automatizada y el cultivo
de soja, que se convirtió en el primer producto exportador del país,
prácticamente no necesita mano de obra.
Sin tren
El delegado de
Ernestina, Guillermo Cavallero, ahonda en los efectos del cierre de
las ferrovías.
"Luego de
que cerraron, se volvió muy costoso viajar a capital (la ciudad de
Buenos Aires, a 180 kilómetros). Necesitas 1.000 pesos (US$62) para
llegar", explica.
Durante la
segunda mitad del siglo XX, el Estado argentino poco a poco fue
desmantelando el sistema ferroviario que conectaba a este extenso
país.
Este proceso se
aceleró en la década de los 90 durante el gobierno de Carlos Menem,
y las mercaderías comenzaron a transportarse en camiones por las
rutas.
Los pueblos cuya
actividad económica y social giraba en torno a la estación quedaron
relegados, sobre todo en planicies extensas como la provincia de
Buenos Aires, un territorio tan grande como Ecuador.
El gobierno de
Mauricio Macri, en alianza con el de Buenos Aires, inauguró la
semana pasada el trazado de tren que irá de la capital a Mar del
Plata, una ciudad costera a 400 kilómetros.
La idea del
gobierno es reactivar los trenes de todo el país, algo que también
había intentado a gestión anterior de Cristina Fernández de
Kirchner.
Los ingleses,
interesados en las materias primas y el comercio, fueron los mayores
artífices de una red ferroviaria que, con casi 50.000 kilómetros de
vías, era una de las más grandes del mundo. Todas las líneas
confluían en el puerto de Buenos Aires.
El fundador de
Ernestina, Enrique Agustín Keen, era descendiente de inmigrantes
ingleses. Y la estación del pueblo fue la primera en erigirse en la
zona.
Hoy de los Keen
sólo queda el recuerdo de una acaudalada familia que mantuvo por
cinco generaciones su propiedad de 10.000 hectáreas en la zona.
Hasta que vendieron y se fueron.
Y la estación,
que por su estilo bien podría estar en cualquier pueblo de
Inglaterra, es la sede de las autoridades: un policía y un delegado
municipal que vienen por las mañanas, porque residen en otras
localidades.
Por un futuro
distinto
Hasta hace 2 años
Ernestina estaba literalmente abandonado, asegura el delegado.
"Era una
coordinación dependiente del pueblo de al lado, Pedernales, y ahora
es una delegación, que tiene un grado más de autonomía",
explica.
Su intención de
que el pueblo crezca turísticamente coincide con la de otras
organizaciones como Proyecto Pulpería o Naturalmente Las Flores que
quieren reimpulsar estas "cáscaras del pasado", como las
describe Vesco.
El Colegio de
Monjas de Ernestina, por ejemplo, está abandonado. El patio, forrado
en hojas otoñales que nadie barre y con un parque de juegos oxidado
y desteñido, parece la escena de una película de terror. El
pintoresco carrusel blanco y rojo está lleno de goteras.
Pero Cavallero
quiere convertirlo en un centro cultural, donde haya ferias,
exposiciones y emprendimientos.
El Colegio, que
es uno de los edificios que bordean el gran boulevard San Martín, ha
estado envuelto a un complejo conflicto de propiedad y lleva décadas
sin uso.
"A pueblo
pequeño, tragedia grande", dicen los lugareños.
Pero Cavallero
está empeñado en tomarse el Colegio para renovarlo. "Y
empezaremos por limpiar esas hojas".
Fuente:
Daniel Pardo, "Acá ya no hay nadie": la tragedia de los pueblos abandonados de Argentina que vivieron años de esplendor gracias a sus estaciones de tren, 11/07/18, BBC Mundo.
La maravilla de los pueblos abandonados a su suerte, en gran parte se la debemos a Carlos Menem.
ResponderEliminarArgentinos, no olviden a los delincuentes de la Patria