por Antonio Elio Brailovsky
Queridos amigos:
En Argentina
acaba de aprobarse una reforma previsional, diseñada para ahorrar
dinero en el pago de las jubilaciones. Para justificarla, dijeron que
el Estado gastaría menos pero que los jubilados ganarían más.
Cuando la contradicción fue demasiado evidente, agregaron que no
había dinero porque los Gobiernos anteriores se habían robado todo.
Suponiendo que eso sea cierto, lo que correspondería era aumentar
los impuestos para compensar el dinero que faltaba.
Sin embargo,
hicieron exactamente lo contrario: una reforma tributaria para que el
Estado cobre menos impuestos a las empresas y más a las personas que
trabajan. Como va a haber menos dinero, necesitan reducir las
jubilaciones.
La reforma se
hace de este modo:
- Bajan impuesto a las ganancias y otros impuestos a las empresas.
- Reducen los aportes patronales a la seguridad social.
- Cobran impuesto a las ganancias a los trabajadores por las indemnizaciones por despido.
- Se agrega un impuesto a la renta financiera, pero solamente para los bonos en dólares que estén bajo legislación argentina. "De la norma quedarían exceptuados los títulos públicos emitidos por el Estado nacional bajo legislación extranjera". Como los bonos del Estado emitidos bajo legislación argentina van a pagar impuestos pero los que se emitan bajo legislación extranjera no van a pagar nada, los inversores van a elegir los bonos del Gobierno argentino que se emitan bajo legislación norteamericana o de otros países.
Parece que una
forma de "ingresar al mundo" es someter la política
financiera a las leyes de los centros financieros internacionales.
¿Alguien me puede recordar qué significaba la palabra "soberanía",
que me olvidé?
Presten atención
a las cifras: en la misma Cámara de Diputados y con pocas horas de
diferencia los mismos Diputados aprueban la reforma previsional con
128 votos y la reforma tributaria con 147 votos. Sin embargo, son dos
caras de la misma moneda: en la reforma tributaria se les bajan los
impuestos a las empresas. Eso hace que el Estado tenga menos dinero
para pagar las jubilaciones. ¿Por qué esa diferencia de votos ante
lo mismo? Porque todo el mundo sabe que bajar las jubilaciones es
antipopular, pero hay menos gente que sabe que si se quitan impuestos
a las empresas habrá menos dinero para pagar a los jubilados.
Ya había un par
de aspectos anteriores para mencionar: se redujeron las retenciones a
las exportaciones mineras y de soja y además se autorizó a que los
exportadores no liquidaran las divisas en el país, lo que es una
invitación a invertir en el exterior. Tal vez en los mismos paraísos
fiscales en los que el Presidente y varios de sus Ministros tienen su
dinero. No imagino a ningún inversor del mundo dispuesto a poner
dinero en un país cuyo Presidente y su gabinete tienen sus fortunas
en el exterior.
A esta altura es
anecdótico decir que las empresas de juegos de azar (como los
bingos) no pagan impuestos, mientras que los alimentos de primera
necesidad sí lo hacen.
Insisto: si creés
que las cuestiones de economía no te interesan, es probable que usen
ese desinterés para engañarte.
Lamentablemente,
no se trata de un invento argentino. La escritora Naomí Klein
documentó innumerables situaciones en todo el mundo, en las que se
aprovechan situaciones de emergencia, inundaciones, terremotos,
episodios de violencia o ingenuidad electoral para imponer reformas
privatizadoras, que concentran la riqueza y perjudican a quienes
tienen menos.
El libro de Klein
se llama “La doctrina del shock” y muestra una estrategia
coherente que se aplica en todo el mundo para empobrecer a los pobres
y enriquecer a los ricos.
Ese conjunto de
medidas suelen ir asociadas a una presión cultural para olvidar
nuestra pertenencia a la naturaleza. Los mismos sectores económicos
interesados en reducir salarios, jubilaciones y, en general, eliminar
derechos laborales, son los que lucran con la destrucción del medio
natural que nos sustenta.
Por eso mi
insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza, que están en la
base de todas las culturas humanas, menos las dominadas por los
grandes capitales.
En esta entrega,
ustedes reciben:
Un fragmento de la novela “Los ríos profundos”, del gran escritor peruano José María Arguedas. Es un recuerdo infantil. Él es un niño que acompaña a su padre a principios del siglo XX a la ciudad de Cuzco, mucho antes de que el turismo internacional empezara a quemarle el alma. Allí ve por primera vez en su vida un muro incaico y siente que esas piedras se mueven con una fuerza semejante a la de los profundos torrentes del deshielo de verano que dan nombre a la obra.
Un artículo académico en el que se comenta el mencionado libro de Naomi Klein, para que no vuelvan a engañarnos con el argumento de que lo mejor que se puede hacer es seguir enriqueciendo a los ricos.
Los que tengan interés en el texto completo de Klein, pueden bajar gratuitamente el libro de este enlace:
La obra de arte que acompaña esta entrega es: “Regatta”, un óleo del norteamericano Edward Cucuel, del año 1920. La concepción implícita de la mujer refleja la etapa de decadencia de la llamada Belle Époque, que se derrumbaría brutalmente con la crisis de la década de 1930 y el ascenso de los fascismos.
Quiero saludarlos
en el comienzo del verano. Y del invierno para los amigos del
Hemisferio Norte.
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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"Cuando
llegamos a las calles angostas, mi padre marchó detrás de mí y de
los cargadores que llevaban nuestro equipaje. Aparecieron los
balcones tallados, las portadas imponentes y armoniosas, la
perspectiva de las calles ondulantes, en la ladera de la montaña.
Pero ¡ni un muro antiguo!"
Esos balcones
salientes, las portadas de piedra y los zaguanes tallados, los
grandes patios con arcos, los conocía. Los había visto bajo el sol
de Huamanga. Yo escudriñaba las calles buscando muros incaicos.
- ¡Mira al
frente! -me dijo mi padre-. Fue el palacio de un inca.
Cuando mi padre
señaló el muro, me detuve. Era oscuro, áspero; atraía con su faz
recostada. La pared blanca del segundo piso empezaba en línea recta
sobre el muro.
Corrí a ver el
muro. Formaba esquina. Avanzaba a lo largo de una calle ancha y
continuaba en otra angosta y más oscura, que olía a orines. Esa
angosta calle escalaba la ladera. Caminé frente al muro, piedra tras
piedra. Me alejaba unos pasos, lo contemplaba y volvía a acercarme.
Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante,
imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques
deroca. En la oscura calle, en el silencio, el muro parecía vivo;
sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que
había tocado.
No pasó nadie
por esa calle, durante largo rato. No perturbó su paso el examen que
hacía del muro, la corriente que entre él y yo iba formándose. Mi
padre me había hablado de su ciudad nativa, de los palacios y
templos, y de las plazas, durante los viajes que hicimos, cruzando el
Perú de los Andes, de oriente a occidente y de sur a norte. Yo había
crecido en esos viajes.
Cuando mi padre
hacía frente a sus enemigos, y más, cuando contemplaba de pie las
montañas, desde las plazas de los pueblos, y parecía que de sus
ojos azules iban a brotar ríos de lágrimas que él contenía
siempre, como con una máscara, yo meditaba en el Cuzco. Sabía que
al fin llegaríamos a la gran ciudad. ¡Será para un bien eterno!",
exclamó mi padre una tarde, en Pampas, donde estuvimos cercados por
el odio.
Eran más grandes
y extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro incaico;
bullían bajo el segundo piso encalado, que por el lado de la calle
angosta, era ciego. Me acordé, entonces, de las canciones quechuas
que repiten una frase patética constante: "yawar mayu",
río de sangre; "yawar unu", agua sangrienta; "puk-tik'
yawar k'ocha", lago de sangre que hierve; "yawar wek'e",
lágrimas de sangre. ¿Acaso no podría decirse "yawar rumi",
piedra de sangre, o "puk'tik yawar ru mi", piedra de sangre
hirviente? Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas
y la superficie era cambiante, como la de los ríos en el verano, que
tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona
temible, la más poderosa. Los indios llaman "yawar mayu" a
esos ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en
movimiento, semejante al de la sangre. También llaman "yawar
mayu" al tiempo violento de las danzas guerreras, al momento en
que los bailarines luchan.
- ¡Puk'tik,
yawar rumi! - exclamé frente al muro, en voz alta.
Y como la calle
seguía en silencio, repetí la frase varias veces.
Mi padre llegó
en ese instante a la esquina. Oyó mi voz y avanzó por la calle
angosta. La construcción colonial, suspendida sobre la muralla,
tenía la apariencia de un segundo piso. Me había olvidado de ella.
En la calle angosta, la pared española, blanqueada, no parecía
servir sino para dar luz al muro.
- Papá -le
dije-. Cada piedra habla. Esperemos un instante.
- No oiremos
nada. No es que hablan. Estás confundido. Se trasladan a tu mente y
desde allí te inquietan.
- Cada piedra es
diferente. No están cortadas. Se están moviendo.
Me tomó del
brazo.
- Dan la
impresión de moverse porque son desiguales, más que las piedras de
los campos. Es que los incas convertían en barro la piedra. Te lo
dije muchas veces.
- Papá, parece
que caminan, que se revuelven, y están quietas.
Abracé a mi
padre. Apoyándome en su pecho contemplé nuevamente el muro.
- ¿Viven
adentro del palacio? -volví a preguntarle.
- Una familia
noble.
- ¿Lo permite
el Inca?
- Los incas
están muertos.
- Pero no este
muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro puede
caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del
mundo y volver. ¿No temen quienes viven adentro?
- Hijo, la
catedral está cerca. El viejo nos ha trastornado. Vamos a rezar."
José María
Arguedas: “Los ríos profundos”, 1958.
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Lange Valdés, C.
(2010). La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre.
Revista INVI, 25(70). Como citar este artículo
doi
10.4067/S0718-83582010000300007
Naomi Klein.
La Doctrina del
Shock. El auge del capitalismo del desastre
Paidós
Ediciones, 2010, 701 pp. [Toronto: A. Knopf Ed., 2007]. ISBN
978-84-493-2345-4.
Comentario:
Carlos Lange V.1
1 Chile.
Licenciado en Antropología, Mg. en Desarrollo Urbano. Doctorando en
Ciencias Sociales y Comunicación, U. de Deusto. Académico Instituto
de la Vivienda, U. de Chile.
¿Qué tienen en
común experiencias tan traumáticas como la invasión y posterior
ocupación de Irak realizada por las tropas estadounidenses y sus
aliados desde principios del 2003, el devastador tsunami que azotó
las costas de Sri Lanka el año 2004 o la destrucción de Nueva
Orleáns por el Huracán Katrina en 2005?
En su libro La
Doctrina del Shock. El Auge del Capitalismo del Desastre, la
periodista canadiense Naomi Klein postula que estas “traumáticas”
experiencias, así como también otras durante los últimos 30 años,
han sido aprovechadas para instaurar lo que ha denominado como el
“capitalismo del desastre”, una doctrina formada bajo los
presupuestos políticos, económicos y sociales desarrollados por el
padre de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, y cuyo principal
objetivo es desmantelar los restos del Estado de Bienestar y promover
a nivel global el modelo de desarrollo neoliberal.
A juicio de la
autora, para los seguidores de Friedman, caracterizados por su
marcado carácter neoconservador, las fuerzas económicas del mercado
como la oferta y la demanda, la inflación y el desempleo,
constituyen fuerzas naturales, fijas e inmutables, a las cuales es
necesario volver borrando todo rastro de intervención estatal que
impida la consecución del libre mercado, entendido como “utopía
de los emprendedores”. En este sentido, el “capitalismo del
desastre” postula que detrás de toda “tragedia” es posible ver
una “oportunidad”, como es la de aprovechar el trauma colectivo
para promover e implementar reformas económicas y sociales de
carácter radical sustentadas en los principios básicos del
corporativismo como son la eliminación del rol público del Estado,
la absoluta libertad de movimientos de las empresas privadas y un
gasto social prácticamente nulo.
La implementación
de este modelo debe su éxito a una estrategia política denominada
como “la doctrina del shock”, la cual orienta los procesos de
reconstrucción implementados como respuesta tanto a los efectos de
intervenciones militares como a desastres naturales de distinto tipo,
abriendo “apetitosas oportunidades de negocio” a los agentes,
defensores y promotores del “capitalismo del desastre”.
Más que un
estudio estrictamente académico, el libro de Klein constituye una
documentada investigación periodística que recrea de manera
detallada el largo e intrincado itinerario de maduración y
reproducción del modelo propuesto por Friedman con posterioridad a
la Gran Depresión del año ’29, constituyéndose como una reacción
crítica al éxito alcanzado por las propuestas keynesianas en EEUU,
las propuestas socialdemócratas en Europa y las teorías
desarrollistas en América Latina. Derivado de lo anterior, el libro
analiza también la conformación de una clase política y
empresarial formada bajo su ideario y agrupada en torno a la Escuela
de Chicago, desde donde ha desarrollado una importante expansión
hacia distintas regiones del mundo desde mediados del siglo XX hasta
hoy.
Junto con lo
anterior, la autora da cuenta pormenorizada de la manera como “la
doctrina del shock” ha sido aplicada en distintos momentos
históricos y en distintas regiones del mundo, con el objeto de
imponer sus postulados de libre mercado. Dentro de dichas
experiencias destaca, por ejemplo, el decisivo papel jugado por el
gobierno estadounidense y la CIA en la desestabilización del
gobierno socialista de Salvador Allende y el activo papel que los
“Chicago Boys” jugaron para convertir a Chile en el laboratorio
de su modelo político y económico, amparados bajo el terror y la
coerción impuestas por la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Asimismo, la autora da cuenta también de las experiencias de shock
desarrolladas bajo los gobiernos de Margareth Thatcher en el Reino
Unido y de Ronald Reagan en el mismo EEUU durante la década de los
‘80s, de las transformaciones implementadas en Polonia, Rusia y
Sudáfrica durante la década de los ‘90s, o la misma experiencia
desarrollada en Irak tras la invasión del año 2003, y que tan
ventajosa ha resultado en términos económicos para las empresas de
servicios que han logrado adjudicarse las concesiones contempladas
bajo el proceso de “reconstrucción” de dicho país.
No obstante su
amplia y profusa distribución mundial desde su fecha de publicación
original hasta nuestros días, el libro de Klein no pierde relevancia
ni actualidad.
Por una parte,
permite comprender el proceso histórico de formación de una nueva
clase dirigente, los denominados “neoconservadores”, y la
evolución de los postulados ideológicos que sustentan su
conformación, así como también sus estrategias de expansión e
implementación en distintas regiones del mundo.
Por otra,
constituye una invitación para observar de manera atenta, abierta y
crítica los efectos de los planes y programas de reconstrucción
actualmente en ejecución en sociedades afectadas por conflictos
bélicos o desastres naturales, como son actualmente los casos de
Haití, Chile y China, afectados por sendos terremotos, o Pakistán,
India y Brasil, afectados por sendas inundaciones, entre otros. En el
caso de nuestro país adquiere incluso una relevancia particular
considerando su reconocimiento como laboratorio y “modelo exitoso”
de las propuestas de Friedman, la profundidad con que ellas han sido
implementadas por las élites políticas y económicas, y las
transformaciones sociales y culturales que han generado en la
sociedad chilena durante los últimos 30 años.
Por último, el
libro de Klein constituye también un aporte interesante para
comprender las complejidades que atraviesan los procesos de
producción y construcción social del hábitat, principalmente
aquellos caracterizados por altos niveles de pobreza y vulnerabilidad
que afectan a su población y que son experimentados cotidianamente
por sus habitantes. Bajo el entendido que pobreza y vulnerabilidad no
constituyen realidades naturales, del trabajo de Klein se desprende
la importancia fundamental que los actores y agentes económicos
juegan en dicho proceso, de los postulados ideológicos que sustentan
sus propuestas y de las herramientas que utilizan para dichos fines,
enmarcándose fundamentalmente en políticas, programas y proyectos
cuyos alcances no son fácilmente identificables para el conjunto de
la población.
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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza y el despojo a los jubilados, 21/12/17, Defensoría Ecológica.
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