Un bosque en el
que todos sus ejemplares son adultos, en el que no hay árboles
jóvenes, en el que faltan otras formas de vida o éstas tienen
poblaciones anormalmente bajas son ecosistemas que esconden la más
silenciosa de las extinciones, el llamado "síndrome de bosque
vacío".
Son “bosques de
muertos vivientes”, como les han bautizado los biólogos, lugares
donde está “colapsado” el ciclo natural de la regeneración de
una determinada especie porque se ha perdido la interacción con
otros seres vivos necesaria para que ésta tenga lugar.
Y es que las
interacciones de beneficio mutuo entre seres vivos conforman “redes
mutualistas” en la naturaleza que cuando se rompen por la ausencia
o la disminución de alguno de ellos provocan esta silenciosa muerte
conocida como el “síndrome de bosque vacío”.
Condenados a
morir
Son “bosques
con plantas, pero sin animales, condenados a degradarse y desaparecer
en un futuro inmediato víctimas de esa falta de seres vivos que
cumplen en ellos funciones ecológicas fundamentales”, ha explicado
en una entrevista con Efe Pedro Jordano, investigador de la Estación Biológica de Doñana.
De hecho, en
bosques defaunados “se ha documentado la pérdida de hasta tres
cuartas partes de su potencial de almacenamiento de carbono”, es
decir, “los árboles siguen ahí, pero no sus funciones
ecosistémicas”, ha señalado.
“No existe ni
una sola especie en todo el planeta que viva sola, sin
interrelacionarse con otras especies”, ha asegurado Jordano; es el
caso del depredador y la presa o del parásito y el huésped, todos
ellos conforman “la arquitectura de la biodiversidad”.
Por eso, para
este biólogo “se deben tener en cuenta las relaciones ecológicas
o la diversidad de interacción cuando se aborda la pérdida de
biodiversidad de un ecosistema”.
Porque, si bien
hay hábitats que persisten de manera adecuada aunque se pierdan
determinadas especies, en otros casos “esas especies son
fundamentales para el correcto funcionamiento del ecosistema, que sin
ellas colapsa por completo”.
El papel de las
aves
En el caso de las
aves, aunque la mayor parte de ellas son insectívoras, existe un
segundo grupo formado por las frugívoras, que se alimentan de frutos
carnosos, flores, néctar, polen o tubérculos, y que “son las
responsables de diseminar las semillas” a través de sus heces o
por regurgitación, ha explicado Jordano.
“Son las
jardineras del bosque y sin ellas colapsaría por completo la
regeneración natural de muchos de ellos, como los bosques
tropicales”, aunque también en el bosque mediterráneo entre un 50
y un 70 por ciento de las especies leñosas producen frutos carnosos
y dependen de la diseminación por animales frugívoros.
Y cualquier
factor que intervenga en la pérdida de la funcionalidad ecológica
de las especies, ya sea por su extinción o porque su densidad sea
residual, pone en riesgo ese equilibrio; “los lobos están en
Sierra Morena, pero no ejercen una función ecológica en ese
ecosistema”, ha señalado el experto.
Jordano se ha
referido a la alteración del hábitat de las especies frugívoras,
que necesitan áreas grandes de campeo; “si se fragmenta el bosque,
esas especies no podrán subsistir y con ellas el propio bosque”.
“Si disminuye
muy fuertemente la cantidad o abundancia local de aves frugívoras,
el proceso de dispersión de la planta colapsa, los frutos maduros se
secan en ella o se los comen los roedores, los herbívoros matan a la
plántula y no hay un proceso de dispersión de la semilla que sea
efectivo”.
La complejidad
del bosque
Para este
investigador, abordar el problema a escala global “es
desalentador”, porque se trata de sistemas muy complejos de
relaciones entre especies, y el número de especies es muy elevado en
un ecosistema, desde artrópodos e insectos polinizadores, hasta
vertebrados polinizadores o frugívoros.
“Estamos
perdidos si pretendemos enumerar cada interacción, tenemos que
entender la complejidad para enfocar cuáles son las interacciones
más centrales dentro de la propia red, qué grupos de especies no
podemos perder bajo ningún concepto”, ha afirmado.
Y en este
sentido, “ya existen líneas de investigación, ese abordaje ya se
está teniendo, hay frentes que se están abriendo, pero falta su
aplicación”.
Para Pedro
Jordano, el síndrome de bosque vacío es “una forma insidiosa de
extinción, que no es perceptible a no ser que miremos con una lupa;
los árboles pueden estar allí, pueden ser árboles adultos, que
florecen, que dan sus frutos y éstos caen al suelo, pero allí no
germina ni una sola semilla”.
Fuente:
El síndrome de bosque vacío, la más silenciosa de las extinciones, 25/12/17, EFE verde. Consultado 26/12/17.
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