Un
fallo del tribunal de Entre Ríos sentenció que fumigar escuelas es
delito y condenó a empresario fumigador, piloto y productor sojero a
18 meses de prisión.
por Mercedes
“Meche” Méndez
El
fallo del tribunal de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, que
sentenció que fumigar escuelas es delito y condenó a empresario
fumigador, piloto y productor sojero a 18 meses de prisión, ha sido
histórico y una enorme alegría.
Pero
los efectos del modelo transgénico puesto en marcha en 1996 tiene
responsables políticos que en algún momento deberán responder
judicialmente por semejante daño.
Además,
las autoridades sanitarias, los trabajadores de la salud y los
médicos tenemos la responsabilidad ineludible de no mirar para otro
lado ante semejante daño a la salud, de tenderle la mano a los
damnificados, de defenderlos, de cobijarlos, de escucharlos, de
asistirlos, de prevenirlos, de cuidarlos y sobre todo acompañarlos
tamaña agresión.
El
logro de la condena por la fumigación en la Escuela 44 de Santa
Anita parece sólo obra del Poder Judicial, pero está cimentado,
abonado y empujado desde abajo por la dignidad, la terquedad, la
perseverancia de la docente Mariela Leiva, ex directora de la Escuela
que fuera fumigada y responsable de la denuncia por la que se llegó
a juicio. Que no es la excepción: un racimo de docentes en distintos
puntos del país vienen denunciando desde hace años que las escuelas
rurales, con ellas y sus niños dentro, están siendo fumigados y que
tanto docentes como alumnos presentan efectos nocivos agudos o
crónicos en su salud.
Transgénicos
SA
“A
todos los que hemos dicho las cosas como son, nos han catalogado como
locos. Si eso es por mostrar la realidad, no hay que hacerse
problema. Que me digan loco: para mí es un título nobiliario”.
(Rodolfo Páramo, médico-neonatólogo. Malabrigo-Santa Fe)
En el
año ´96 se instala en el país, de la mano de Felipe Sola y Cía.
el modelo de agricultura transgénico que aún padecemos, en base a
semillas genéticamente modificadas y una cantidad inconmensurable de
venenos.
Las
poblaciones afectadas de manera directa con sus inapelables
evidencias a cuestas, vienen denunciando los efectos graves que tanto
sus propios cuerpos, como el medioambiente vienen sufriendo: alergias
dermatológicas y respiratorias, convulsiones, malformaciones varias,
problemas de fertilidad, endocrinos, abortos espontáneos,
enfermedades autoinmunes, aumento de cáncer; desmonte, contaminación
de las aguas, tierra, aire, mortandad de peces y aves, inundaciones,
entre otros.
Los
damnificados sólo han sido escuchados y acompañados desde un
principio por un puñado de médicos, sobre todo de sus respectivas
ciudades y por algunos hombres de ciencia.
A más
de veinte años ya de aquel hecho aberrante del ´96, ha corrido más
que agua -contaminada claro- bajo el puente que indica a las claras
que este sistema impuesto por el Estado de ayer y de hoy de
agricultura tóxica envenena, enferma y mata y que ya NO hace falta
comprobar nada más para exigir que llegue a su fin y, que en todo
caso ellos, sus defensores/auspiciantes deberían comprobar lo
contrario para continuar utilizándolo.
Pero,
como los logros para los de a pie nunca vienen solos, sino que son el
resultado de la lucha, la denuncia, la organización, el reclamo,
sigo entendiendo que en todo este lío hay una pata imprescindible
que nos sigue faltando para continuar la lucha en defensa de la salud
y la vida.
Creo
que en cualquier otro país, no del tercer Mundo como el nuestro
claro, los efectos mencionados más arriba sin duda alguna pasarían
a conformar un grave problema de Salud Pública.
El
Silencio NO es Salud
Me
pregunto: ¿cómo puede ser que en el razonamiento de los médicos -y
digo médicos porque son los profesionales que asisten a pacientes y
formulan los diagnósticos-, sigan sin existir al momento de pensar
en causa de enfermedad, los millones y millones y millones de litros
de tóxicos que se vienen esparciendo en agua, aire, tierra y seres
vivientes (entiéndase incluidas personas), de manera sistemática,
periódica?
Sin
embargo, cuando las víctimas hablan, es común escuchar que los
médicos les han comentado -sotto voce- que el origen de sus
padecimientos debían buscarlos en “los venenos” que esparce el
modelo, tal es el caso de Carla y su mielodisplasia adquirida en
Ayacucho o de Margarita (de Lavalle-Corrientes) y las malformaciones
varias de su bebe Azul, hermana de Celeste quien ya había estado al
borde de la muerte, por vivir y jugar allá al ladito nomás de las
tomateras.
Pero,
con la importancia que significa semejante diagnóstico de situación,
ninguno se atreve luego a repetirlo más allá de las cuatro paredes
donde fueron pronunciados, en voz baja y como al pasar.
¿Cómo
puede ser que cuando hablan de “tóxicos” se hayan quedado casi
en la prehistoria, para los tiempos que corren, y sólo consideren
tabaco, alcohol, cocaína, algunos metales pesados… pero a casi
nadie se le ocurre pensar en agrotóxicos? ¿En qué país están
viviendo? ¿Con la bibliografía dictada por qué ciencia se
actualizan?
¿Cómo
puede ser que no tengan en cuenta que sus pacientes están siendo
intoxicados perversamente de manera aguda en algunos casos, pero
generalmente de manera crónica, más o menos directa, según su
lugar de procedencia?
¿Cómo
puede ser que aún no se tenga en cuenta, a la hora de pensar causas,
riesgos y diagnósticos a esta altura ya del modelo
agro-drogadependiente imperante, el lugar de residencia de los
pacientes, a sabiendas de que esta agresión es mayor en determinadas
zonas del país?.
Me
pregunto si realmente, teniendo en cuenta semejante agresión tóxica,
¿Alguien
puede asegurar con una mano en el corazón, que dicha agresión es
realmente inocua?.
¿Cómo
pueden aún las distintas Sociedades Científicas -Pediatría,
Cáncer, Toxicología, Endocrinología, Neurología- seguir haciendo
como que NO pasara nada? Y lo que es aún peor, en algunos casos
rompen el silencio para sostener lo contrario… ¿Qué
responsabilidad les cabe ante semejante mentira?
¿Cómo
puede ser que las líneas de investigación sean casi masivamente
sólo centradas en la enfermedad, corriendo detrás de una MBE
(Medicina Basada en Evidencia) dictada a nivel mundial? ¿Evidencia
para quién o quiénes, validada por quién/quiénes me pregunto?
¿Cómo
puede ser que siendo un tema que mella la salud pública, no abunden
las líneas que investiguen el corazón del modelo y el daño que
está produciendo a la salud y el medio ambiente?
¿Cómo
puede ser que a nadie le sorprenda e indigne que no existan
laboratorios públicos, gratuitos, accesibles que midan los distintos
tóxicos que cargamos en nuestros cuerpos, más allá de los tóxicos
que marcan los libros de la prehistoria?
¿Será
que saber los valores de los tóxicos “tradicionales”, no molesta
ni compromete a nadie? ¿Pero qué pasaría si a un paciente, a otro
paciente y a otro y a otro y a otro se le hallara glifosato, 2,4D,
atrazina en sus cuerpos? ¿Se podría seguir cómodamente cruzados de
brazos sin actuar?
Es
claro por qué no hay laboratorios: al poder, el mismo que nos
intoxica con sus políticas económicas, no le interesa, pero… a
los médicos, comprometidos con la salud ¿no debería preocuparles
esa falta de instrumento para determinar la posible causa de una
patología y su tratamiento, considerando que ya van más de veinte
años de decidida agresión tóxica para esta parte del mundo?
¿Cómo
puede ser que las maestras nos den clase magistral de cómo se
defiende la salud?
Sin
duda esos venenos no son inocuos y allí donde caen hacen estragos
¿cómo creer que no lo hacen en los cuerpos? ¿Por qué creer que no
están interactuando con los otros fármacos que habitualmente se
administran?
¿Cómo
puede ser que siendo bañados de manera sistemática, por un agente
tóxico carcinogénico como el glifosato, se siga resistiendo aún a
considerarlo probablemente como causal de enfermedad? ¿Cómo puede
ser que no se realice epidemiología alguna al respecto, negando de
manera rotunda lo que está ocurriendo hace más de dos décadas?
¿Con
qué descaro se sigue sosteniendo que la “causa ambiental” no
genera nuevos casos de cáncer? ¿A quién se está haciendo el
juego, negando semejante secreto a voces?
¿Será
correcto que un paciente oncológico sea enviado de regreso, por
descanso o fin de tratamiento a un lugar donde lo fumigan, donde hay
depósitos de venenos dentro de su barrio, al lado de su casa, o
donde los silos tornan el aire irrespirable, hasta para una persona
sana?
Si
regresara a un hogar donde fuman diez personas alrededor de manera
permanente, ¿se le haría alguna sugerencia de manera preventiva?¿Y
si además consideramos que en el caso ambiental la exposición no es
voluntaria, sino totalmente arbitraria? ¿Arriesgaríamos el
tratamiento dejando expuesto al paciente a semejante factor de
riesgo?
¿Pueden
estas sustancias tóxicas, esparcidas como en un experimento a cielo
abierto, estar modificando la presentación de algunas patologías,
no respondiendo así a los tratamientos formalmente establecidos?
Y las
preguntas pueden continuar y continuar.
En el
Garrahan
Trabajo
como enfermera en el Hospital de Pediatría Garrahan e intento desde
mi humilde lugar, concientizar sobre esta situación de gravedad para
que semejante agresión tóxica se comience a tener en cuenta al
momento de elaborar diagnósticos, tratamientos y evaluación del
cuidado de la salud de los niños y sus familias.
Desde
el año 2011 llevo organizados con la Junta Interna de ATE -por
negativa de la Dirección del Hospital a mi propuesta de ser la
Institución la convocante- varios ateneos con prestigiosos
profesionales del interior del país sobre la problemática y también
con víctimas del modelo, como las docentes fumigadas, aunque
lamentablemente con escasa repuesta de los profesionales, en
asistencia y en la práctica profesional.
En el
Hospital se ha asistido a casos agudos de intoxicación por
pesticidas, como dos de los niños de la ciudad de
Lavalle-Corrientes; como niños que provienen de ciudades donde a
diario conviven con los venenos del modelo, aunque se los asiste por
síntomas o patología desarrollada, sin la mínima intención de
asociación alguna con semejante determinante ambiental y amparados
además en “no tenemos dónde realizar los análisis”. Por lo que
las palabras inespecífico, indeterminado y/o idiopático pueden
cerrar casos, causas y dudas.
El
Dr. Damián Marino (UNLP), que ha sido uno de los expositores sobre
esta problemática, ha presentado al hospital Garrahan –dirigida a
la doctora Josefa Rodriguez- una nota firmada por el decano de la
Facultad de Ciencias Exactas el 21 de julio de 2015 ofreciendo la
posibilidad de trabajar en conjunto, procesando las muestras que
puedan acordarse y poniendo a disposición recurso humano para
asistir en la organización -sin costo alguno- de un laboratorio para
medir residuos de plaguicidas en sangre humana…
Después
de más de dos años sin respuesta, se hizo una nueva presentación
ante el presidente del Consejo de Administración, doctor Carlos
Kambourian, el 23 de agosto de 2017. Aún sin respuesta.
No
tengo dudas de que la decisión de tratar esta problemática como
institución, es política y, lamentablemente no creo que las
autoridades lo hagan; pero ¿qué pasa con los compañeros médicos?
A ellos es la apuesta, a ellos -no sólo los del Garrahan- son sobre
todo dirigidos los ateneos, a su pensamiento crítico y a los niños
y sus familias, claro.
Me
sigo preguntando: ¿qué recomendación se debería dar a los padres
y hermanos de un paciente que ya enfermo, si es el ambiente tóxico
lo que probablemente puede haberlo enfermado? ¿No se debería
aconsejar de manera preventiva?
¿Cómo
se explica que se produzcan varios casos de cáncer infantil –algunos
habituales en adultos- por mencionar una de las patologías, en una
pequeña ciudad, con enfermos que son alumnos hasta de la misma
escuela y no se avance más allá del tratamiento de la enfermedad,
sin emitir a las autoridades que correspondan un enérgico
pronunciamiento sobre la situación, sobre la que al menos se debería
sugerir investigar para descartar si hay algún factor de riesgo
ambiental que podría estar enfermando gravemente a la población?
¿Cómo
pueden desconocerse los distintos relevamientos sanitarios realizados
por Universidades como UNR (Rosario), UNLP (La Plata), UNC (Córdoba)
en distintos pueblos del interior que marcaron un fuerte alerta sobre
cómo ha cambiado en estas últimas décadas la forma de enfermar y
morir de las poblaciones más afectadas por el modelo productivo?.
De
silencios y soledades
Las
poblaciones están solas, las víctimas con su salud quebrantada y
aún peor, los familiares de los que han perdido su vida, como
Nicolás, José, Rocío, Joan, más solos todavía, soltados de una
mano que quienes debían defenderlos jamás les tendió y se
encuentran ante un enemigo envalentonado que sigue sosteniendo -donde
sea- que los venenos son casi tan inofensivos como “el agua con
sal” o menos nocivos que el agua caliente del mate mañanero.
Creo
que producida la enfermedad es claro que debe tratarse, pero ante la
profundización -aún más- de un modelo que envenena, enferma y mata
no tengo la menor duda de que debería existir una acción clara y
prioritaria para terminar con este experimento tóxico de una vez por
todas y que el derecho a la salud y a un ambiente sano, debe
prevalecer por sobre la codicia y el dinero.
¿Alguien
cree de manera sensata que esto se controla ocupándonos sólo de la
enfermedad y con la utilización de más y nuevas drogas, en muchos
casos elaboradas por los mismos laboratorios que fabrican los venenos
que están esparciendo? ¿A costa de qué? ¿A costa de quiénes?
Creo
que los agentes de salud NO somos responsables de la instalación de
esta guerra química (y digo guerra porque varios de los compuestos
utilizados fueron creados y usados antaño como potentes armas de
guerra) y que hay responsables políticos que en algún momento, sin
duda, deberán responder judicialmente por el delito de causar
semejante daño; pero sí creo fehacientemente que como trabajadores
de la salud -y sobre todo, insisto, los médicos- tenemos la
responsabilidad ineludible de NO mirar para otro lado ante semejante
daño a la salud, de tenderle la mano a los damnificados, de
defenderlos, de cobijarlos, de escucharlos, de asistirlos, de
prevenirlos, de cuidarlos y sobre todo acompañarlos ante tamaña
agresión.
Mercedes “Meche” Méndez es enfermera profesional. Cuidados Paliativos. Hospital Garrahan.
Fuente:
Mercedes “Meche” Méndez, Agrotóxicos: de lecciones, venenos y ausencias, 31/10/17, La Izquierda Diario. Consultado 01/11/17.
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