Entre la crónica
periodística y la historia de amor, Pablo M. Díez ejecuta una
certera radiografía de la sociedad japonesa.
Primero fue el
Gran Terremoto del 11 de marzo de 2011. Nueve grados en la escala de
Richter con el epicentro a setenta kilómetros al este de Oshika. Al
seísmo -que duró seis minutos- sucedió un tsunami que arrasó la
costa nororiental del Japón. Diecinueve mil víctimas, cientos de
miles de vehículos arrastrados, un millón de hogares destruidos y
el espectro de las bombas de 1945: en la central de Fukushima 1 se
funden tres de los seis reactores y quedan inutilizados los sistemas
de refrigeración…
Pablo M. Díez
(Córdoba, 1974) le toma las hechuras al infierno: la mayor
catástrofe nuclear acaecida desde Chernóbil. Podría haber optado
por la narrativa, escueta y documentada, del reportaje. Pero el
corresponsal de ABC en Asia desde 2005 no se conforma con aplicar las
reglas del oficio. La descripción de la tragedia tiene como
protagonistas a un hombre -el periodista- y una mujer -Mika- que
intentan aliviar con la atracción sexual el fracaso de sus
respectivos matrimonios.
Ambos planos -el
reportaje y la experiencia erótica- se alternan en una «story-road»:
en el camino que va de Tokio a la zona muerta de Fukushima transcurre
la catarsis de la pareja. «Durante aquellos días tenebrosos,
pensábamos que una cadena de explosiones nucleares iba a hundir
Japón en el fondo del océano. Y allí, en medio del fin del mundo,
Mika y yo nos enamoramos. ¿Por cuánto tiempo? Eso nadie lo sabe. El
tiempo pasa tan rápido que no somos más que visitantes de nuestra
propia vida».
Ciudades donde la
prostitución infantil se despacha mediante «citas remuneradas» de
ejecutivos
En ese paseo por
el amor y la muerte, el periodista occidental y la mujer nipona
ajustan las cuentas a sus rupturas sentimentales y desgracias
familiares mientras hacen el amor a la luz de las velas de un motel
por horas. El camino hacia Fukushima está salpicado de testimonios
sobre la catástrofe y referencias a las sombras de la aparentemente
perfecta sociedad japonesa. Cuando Mika alude a su desmembrada
familia, el narrador se adentra en la sombría trastienda del país
del Sol Naciente.
Con un medido
equilibrio entre la historia amorosa y la crónica periodística,
Díez ejecuta una certera radiografía social. En los pueblos
arrasados solo quedan ancianos; hace mucho tiempo que sus hijos se
marcharon a las ciudades para trabajar en multinacionales como Sony o
Toyota. Una sociedad en la que quedarse parado equivale al ostracismo
bañado en sake. Ciudades donde la prostitución infantil se despacha
mediante «citas remuneradas» de ejecutivos con niñas de diez a
doce años, a cambio de yenes, teléfonos móviles o ropa de marca.
Lluvia negra
Un milagro
económico sostenido sobre medio centenar de reactores en un país
con un riesgo sísmico del 99 por ciento. A través de los
personajes, el autor revela las fallas de un país que se identifica
con la eficacia y los controles de calidad: «Desde hacía 20 años,
había bastante información recomendando reforzar la seguridad de la
central frente a eventuales terremotos y tsunamis, pero no se hizo
nada al respecto por la connivencia entre Tepco y el regulador
nuclear…». Tokyo Electric Power Corporation (Tepco) es la cuarta
mayor eléctrica del mundo, tras E.ON, Electricité de France y RWE;
falseaba los informes de seguridad sobre sus centrales y minimizaba
las grietas en las instalaciones. Inaugurada en 1971, Fukushima 1
hizo que en ese rincón el Japón tecnológico y próspero volviera a
caer la lluvia negra de una tercera bomba atómica.
Frente a un mar
de peces muertos y naufragios, embutidos en monos protectores, los
amantes transitan como fantasmas por el infierno atómico. En la
«zona muerta», muerta ya para décadas, trabajan los «Héroes de
Fukushima». Por treinta mil yenes y con la fe del kamikaze se
exponen a una radiactividad que alcanza los 50 «milisiewerts»
diarios. El tope se fija en 250, a partir de los 100 aumenta el
riesgo de cáncer. En medio del silencio solo se oye el pitido de los
contadores Geiger y el latido de dos corazones. Eros y Thanatos,
conjugados.
Fuente:
Sergi Doria @ABC_Cultural, «Fukushima mon amour», Eros (y Thanatos) en el infierno atómico, 18/10/17, ABC.es
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