Aunque con
excepciones, el discurso que inundó la cumbre tiene algunos
supuestos que pueden cuestionarse.
por Lucas Viano
Se fue otra
Cumbre de Economía Verde y ahora viene la parte más difícil:
actuar. Pero antes de actuar, conviene repasar lo que se dijo. El
foro dejó un mensaje claro: el desarrollo sustentable ya es un
negocio.
El presagio se
hizo realidad. “El poderoso caballero, don dinero” iba a ser la
fuerza motora para que el mundo pensara en serio que no podemos dañar
más al planeta. No lo fueron la diplomacia internacional, el lamento
de ONG, campesinos y comunidades indígenas ni nuestra
responsabilidad ética de reparar el daño que ya le hicimos a la
naturaleza.
Aunque con
excepciones, el discurso que inundó la cumbre tiene algunos
supuestos que pueden cuestionarse.
El primero es la
fe ciega en la innovación tecnológica como la llave mágica que
destrabará todas las malarias ambientales.
El caso extremo
es el mencionado por el premio Nobel de Economía Edmund Phelps en su
conferencia. Comentó que existe tecnología para capturar el dióxido
de carbono y poder venderlo.
La captura de
carbono es quizá la tecnología más vieja de la historia del mundo.
Pastos, arbustos y árboles lo hacen desde hace millones de años. No
hace falta insistir en por qué es importante evitar el desmonte y
empezar a forestar.
En esa misma
visión, reside otro supuesto: la naturaleza es una fuente de
recursos. Es un concepto heredado de la economía clásica y que
sigue arraigado en empresarios, economistas y en el común de la
gente.
Pero esa
naturaleza es finita; por lo tanto, hay que tratarla como un bien
común. Es nuestra única casa. Sin ambiente, no hay economía. Este
deber ético de cuidar nuestro hogar universal a veces se pierde
entre tantas oportunidades de negocios.
Otra conclusión
de la cumbre es que, si bien el cambio climático y el drama
ambiental son globales, Argentina hoy está en una sintonía
diferente a la del resto del mundo.
Un ejemplo: en la
cumbre, se mencionó que los consumidores parecen estar dispuestos a
pagar un poco más por productos que sean sustentables. Por el
contrario, los argentinos ajustan hoy sus bolsillos para comprar la
versión más barata del producto.
Lo mismo ocurre
con el mercado laboral. Varios disertantes mencionaron que en otras
naciones los trabajadores ya están poniendo en la balanza los
valores y acciones ambientales que tienen las empresas, a la hora de
decidirse por un empleo. Para los trabajadores argentinos, eso puede
parecer un lujo frente a una coyuntura donde la oferta de empleo es
escasa y, en muchos casos, precarizada.
La Laudato Si del
papa Francisco resume el discurso ausente en la cumbre. “La idea de
un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a
economistas, financistas y tecnólogos, supone la mentira de la
disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a
‘estrujarlo’ hasta el límite y más allá del límite”, dice
una parte de la encíclica.
Y agrega: “No
hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola
y compleja crisis socioambiental. Las líneas para la solución
requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para
devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar
la naturaleza”.
La metáfora que
da inicio a la encíclica lo ilustra mejor: “Nuestra casa común es
también como una hermana con la cual compartimos la existencia, y
como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.
Fuente:
Lucas Viano, El discurso ausente en la cumbre, 07/10/17, La Voz del Interior. Consultado 07/10/17.
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