Así se preparan
los residentes de Miami Beach, uno de los condados de mayor riesgo
por inundación, ante la llegada de Irma.
por Nicolás Alonso
En Miami Beach
este jueves se escucha música clásica. Hace sol, 32 grados
centígrados y unos pocos turistas pasean por la playa acompañados
de sus maletas. Mientras algunos dan sorbos a sus últimos cafés con
vistas a un oleaje sosegado, decenas de trabajadores instalan a
contrarreloj planchas de madera y metal sobre ventanas y puertas de
hoteles y restaurantes en la calle Ocean Drive. Estos contrastes
marcan las horas previas a la llegada a Florida del peor huracán registrado en el océano Atlántico -Irma, de categoría cinco-
que ya ha causado daños sin precedentes en varios países caribeños
y provocado la muerte de al menos 13 personas.
A tempranas horas
de la mañana, la policía ya coordina el tráfico de los últimos
coches que huyen de esta zona paradisiaca de Miami, y la esperada
zona cero después de que el ojo del huracán, con vientos de casi
300 kilómetros por hora, arrase los edificios bajos de estilo Art
Déco de este condado cercano al downtown. En el News Café, a las
nueve de la mañana, los camareros sirven los últimos desayunos
antes de finalizar su corta jornada. "Nos estamos preparando.
Cerramos al mediodía y no sabemos cuando volveremos a abrir. En una
tormenta hace unos años tardamos dos semanas en reabrir. Esto es un
huracán", señala uno los empleados. El sonido de los
taladradores para apretar tuercas e instalar protecciones se alterna
con la melodía de los altavoces del restaurante.
La mayoría se
va. Pero unos pocos se quedan. Pese a que las autoridades han
ordenado la evacuación obligatoria de este condado, el más
vulnerable por su escasa altitud sobre el nivel del mar, quienes
deseen pueden permanecer en sus casas; así se interpreta la libertad
individual en Estados Unidos.
Es el caso de
Andrés Asión, un broker inmobiliario de 42 años y residente en un
rascacielos en la punta sur del paseo marítimo. Pasará las horas
más críticas en su apartamento, con vista directa al océano y en
el primer punto de contacto de la ciudad con Irma. Allen Kordich, de
37 años, también se queda. Ambos dedican el día a rellenar sacos
de arena para colocar en las puertas de comercios y evitar -con
pocas probabilidades de éxito- que el agua inunde los locales. "No
tengo miedo, se va a disipar, (Irma) llegará siendo de categoría
dos o tres", afirma confiado Kordich, con bañador y sin
camiseta, mientras cava su pala en la arena.
Pero la mayoría
prefiere no dejárselo al destino. Andrea Ratkovic, una turista de
Oklahoma que les ayuda antes de marcharse de vuelta a casa, no es tan
optimista. "Tenemos que prepararnos y el resto dejárselo a la
voluntad de Dios. Es la madre naturaleza, no hay nada que discutir
con ella. Viene hacia aquí", dice.
Andrés González,
un argentino de 36 años, carga su Fiat Punto de color blanco con
lentejas, fideos, proteína en polvo, bebida y otras pertenencias.
González y su mujer, que son músicos, dicen llevar todo lo
necesario para rehacer su vida en cualquier otro lugar: "Llevamos
amplificadores, guitarras y el teclado". Su plan es conducir
durante unas diez horas seguidas hasta Atlanta, algo que tampoco será
tarea fácil por las kilométricas retenciones y las dificultades
para encontrar gasolina que ya afectan a quienes intentan huir por
vía terrestre.
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Fuente:
Nicolás Alonso, “Tenemos que prepararnos y el resto dejárselo a la voluntad de Dios”, 08/09/17, El País. Consultado 08/09/17.
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