por Martín Lassalle
Un huracán es
una catástrofe natural que arrasa con todo lo que está a su paso.
Destruye viviendas, el alumbrado público y hasta arrasa árboles.
Los mares y los ríos pueden desbordarse y las lluvias, inundar
ciudades enteras. Ocurre cada determinado período y en ese momento
las cámaras del mundo se posan sobre esas ciudades y la solidaridad
de todos los pueblos se extiende hacia ellas. Pero ¿qué pasa si esa
catástrofe ocurre con cada lluvia? ¿Cómo deberíamos reaccionar
como sociedad? ¿Cómo viven quienes se encuentran bajo la constante
amenaza de que cada lluvia pueda convertirse en un huracán?
Unos dos millones
de personas viven hoy en 1352 asentamientos informales de la
provincia de Buenos Aires. Familias que cada vez que en el pronóstico
se anuncia una jornada de fuertes lluvias temen por sus casas, que en
su mayoría no son de material. Temen que se destruyan, y perder la
ropa de sus hijos, los colchones, los electrodomésticos. También,
que las calles del barrio, que en general son de tierra, se vuelvan
pantanos imposibles de transitar. Temen sufrir un accidente a raíz
de la falta de conexiones formales a los servicios básicos, como la
luz. Temen, en suma, volver a vivir la situación extrema de que
Defensa Civil tenga que venir a rescatarlos en botes y tener que
dejar a alguien de la familia solo, cuidando lo poco que les quedó.
Y eso mientras los demás tienen que refugiarse con los más chicos
en las escuelas y esperar las donaciones de comida y productos de
limpieza.
¿Las escuelas
convertidas en refugios? Sí. ¿Por catástrofes naturales feroces?
No, por lluvias fuertes. Aún hoy, en la provincia de Buenos Aires
las lluvias fuertes hacen que las escuelas se conviertan en centros
de evacuados. Lamentablemente, ésta es una escena que los vecinos de
los asentamientos ven repetirse año tras año. Según nuestro último
relevamiento, el 60 % de los asentamientos se inunda cada vez que
llueve.
La naturaleza en
muchos aspectos aún es incontrolable para la humanidad. Pero la
desigualdad social, la falta de oportunidades y la diferencia que
supone en la calidad de vida que un barrio esté urbanizado y otro no
no son naturales. Son problemas sociales. Y en las desigualdades
sociales se puede ir la vida de chicos y chicas que en ocasiones son
arrastrados por las inundaciones. O corren el peligro de recibir una
descarga eléctrica mientras caminan descalzos entre los charcos y el
barro para salir de su casa.
Son muchos los
que pelean a diario por salir adelante para progresar, y una lluvia
fuerte les vuelve a tirar todo abajo.
Desde Techo
creemos que es indispensable poner este tema en la agenda pública y
política para que vivir en un asentamiento no sea una catástrofe
diaria.
Las lluvias no se
miden en grados del 1 al 5, pero sí podemos medirlas en la falta de
obras de infraestructura, en la cantidad de ríos que se siguen
desbordando, en las conexiones informales a los servicios básicos y
la falta de regulación en el crecimiento de las ciudades.
Los distintos
sectores de la sociedad, tanto el público como el privado, tienen
todas las capacidades para subsanarlos y deben generar soluciones a
largo plazo. El Estado, nacional, provincial y municipal, tiene la
responsabilidad de garantizar ciudades más igualitarias y
sustentables para todos.
Director regional
de Techo
Fuente:
Martín Lassalle, Cada lluvia, un huracán, 25/09/17, La Nación. Consultado 27/09/17.
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