En su retirada de
Kuwait, los iraquíes incendiaron cientos de pozos petroleros que
ardieron meses con su secuela de contaminación que aún permanece.
La historia de cómo una guerra tuve serias implicancias en la
ecología del Golfo Pérsico.
La guerra es un
drama. Pero no suele asociarse, al menos directamente, con un
desastre ambiental, más allá de la devastación ecológica que trae
aparejado -por ejemplo- arrasar con un bosque para cavar trincheras.
Los primeros en vincular guerra y ecología fueron los iraquíes
durante la llamada Guerra del Golfo. Luego de admitir que "la
madre de todas las batallas" jamás se produciría durante ese
enfrentamiento perdido de antemano contra las fuerzas enviadas por
Bush padre para liberar a su socio petrolero, Irak decidió, en su
retirada, socavar el stock petrolero kuwaití.
La guerra había
nacido, como suele ocurrir, por motivos económicos relacionados con
los recursos naturales. Sadaam Hussein invadió Kuwait a mediados de
1990, ofuscado por la decisión de la familia reinante de ese país
de mantener una política de sobreproducción de crudo que,
lógicamente, provocaba una caída abrupta de los precios. Estados
Unidos respondió con la operación Tormenta del Desierto, en auxilio
de su aliado en el golfo pérsico. Irak resistió cuanto pudo, pero
finalmente inició la retirada. Y allí, con una táctica denominada
"tierra quemada", empezó a brotar el humo.
Ya al comienzo
del conflicto, ante la amenaza iraquí de volar los pozos petroleros
capturados (y así limitar la producción kuwaití) se hacían
predicciones respecto del impacto ambiental que eso tendría. Hasta
el célebre Carl Sagan participó de especulaciones que pronosticaban
desde un escenario tipo invierno nuclear, hasta una pesada lluvia
ácida e incluso un calentamiento global a corto plazo.
En su huida los
iraquíes incendiaron unos 700 pozos petroleros que ardieron casi un
año, hasta que lograron ser extinguidos ocho meses después de
finalizado el conflicto armado. Las llamas consumieron cerca de seis
millones de barriles de crudo diarios. La primera consecuencia,
inmediata, fue la intoxicación del aire que generó problemas
respiratorios, aún vigentes, a millones de habitantes de la zona. La
siguiente fue el aporte notable de los gases que provocan el efecto
invernadero: lo emanado equivalió al 60 % del dióxido emitido por
las empresas eléctricas de Estados Unidos, en ese entonces primer
contaminador mundial, y al 2 % de todo el dióxido de carbono
liberado en todo el planeta a lo largo de un año.
El sabotaje a los
pozos petroleros también afectó al medio ambiente del desierto, que
tiene una limitada capacidad natural de depuración. El petróleo que
no se incendió formó alrededor de unos 300 lagos de crudo que
contaminaron unas 40 millones de toneladas de arena y tierra. La
mezcla de arena del desierto con el petróleo sin quemar y el hollín
formó capas de "cemento alquitranado" que cubrió cerca de
un 5 % del país.
El escenario de
desastre global afortunadamente no se cumplió: la atmósfera expresó
mayor capacidad de absorción que la esperada. No obstante, la
vegetación -escasa- demoró una década en recuperarse y las aguas
subterráneas de Kuwait aún muestra síntomas de contaminación. Y
los miles de millones de dólares gastados en la remediación todavía
no fueron contabilizados entre las pérdidas de la guerra.
Cicatrices es una
sección del programa Ambiente y Medio que se emite todos los sábados
a las 16 por la Televisión Pública Argentina.
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